Junto con los cacerolazos, la bicicleta financiera y Los Fabulosos Cadillacs, algo más volvió en la Argentina de Cristina Kirchner: el Club del Trueque. En rigor, esta modalidad de intercambio de bienes y servicios sin dinero de por medio nunca había desaparecido del todo, aunque después de 2002 había quedado reducida a un núcleo pequeño […]
Junto con los cacerolazos, la bicicleta financiera y Los Fabulosos Cadillacs, algo más volvió en la Argentina de Cristina Kirchner: el Club del Trueque.
En rigor, esta modalidad de intercambio de bienes y servicios sin dinero de por medio nunca había desaparecido del todo, aunque después de 2002 había quedado reducida a un núcleo pequeño y estable de participantes que evitaron la masividad que envolvió al trueque durante la crisis. Pero en los últimos meses, de la mano de la aceleración de la inflación, el retorno a la pobreza de algunas franjas de la población y la incertidumbre sobre el abastecimiento de varios productos por el conflicto con el campo, comenzó a renacer el interés popular por los «nodos» , centros de intercambio donde no hacen falta billetes para adquirir desde un kilo de acelga hasta un corte de pelo o un pantalón.
En la Red Global del Trueque (RGT), el grupo que inició estas prácticas en el país en 1995, afirman que desde marzo -cuando comenzó la pelea por las retenciones- el número de consultas que reciben por teléfono y correo electrónico y las visitas a su página de Internet «se duplicaron o incluso más» respecto del año pasado.
«Son consultas de gente que quiere reorganizar el club, emprendedores, gente que en algún momento fueron anfitriones del Club del Trueque y quieren volver a serlo, porque hay como una presión para que alguien genere un escenario para hacer el trueque», dice Rubén Ravera, uno de los fundadores de la RGT.
También está creciendo la cantidad de asistentes a los clubes que ya existían. Un galpón de Isidro Casanova, en el oeste del Gran Buenos Aires, donde tiempo atrás funcionó una fábrica de muebles para oficina, es hoy la sede del Club del Trueque del partido de La Matanza.
«Necesidad económica»
El año pasado llegaban a juntar hasta 200 personas, según recuerda Jorge Villar, uno de sus organizadores. «Pero ahora, los sábados superamos las 400 y a veces llegan a 500», declara. «Se duplicó la cantidad de personas porque hay mucha necesidad económica y la gente está sin trabajo», argumenta. Anteayer, el movimiento era intenso y los créditos (similares a billetes de varias denominaciones, pero siempre con la leyenda de «valor humano energético» debajo del número) circulaban de mano en mano: la vendedora de un viejo pulóver podía usarlo para comprar una docena de churros, y luego esos créditos terminaban en manos del hombre que ofrecía apliques eléctricos, que quizá juntaba para volver a su casa con un champú y un litro de aceite.
Juan Carrizo tenía una fábrica en Villa Martelli de ollas y artículos de cocina que tuvo que cerrar a fines de los 90. Ahora aprovecha para trocar la mercadería remanente en este galpón con paredes en las que resaltan los rostros pintados de Perón y Evita y algún afiche medio descascarado de Jorge Macri.
«Esta cacerola afuera cuesta 60 pesos, pero acá la vendo a 1100 créditos», cuenta Juan. Un peso se cotiza allí adentro a 30 créditos. «Pero con esos créditos, lo que compro acá no lo puedo comprar con los 37 pesos [que equivalen a los 1100 créditos]. Yo después compro acá azúcar, yerba, fideos, todo lo que me hace falta.»
A pocos metros, Elba Chévez despliega algunas prendas usadas sobre otro caballete formado por una tabla apoyada sobre neumáticos viejos. «El sábado para mí es una gloria. Vengo al trueque, vendo mi ropa, y me puedo comprar todo lo que no puedo durante la semana. Llevo ropa para mis nietos y también comestibles. Ya ni sé cuánto cuesta el azúcar en el súper», dice.
Entre las mesas se puede encontrar de todo: verduras, libros, bijouterie, zapatos, CD y DVD usados, cotillón, medicamentos, disfraces para chicos, cosméticos y hasta un disco rígido de computadora. «Cada vez viene más gente, porque afuera aumenta tanto la mercadería que es imposible comprarla con plata», dice Inés, una de las coordinadoras del lugar.
Fernando Sampayo, uno de los coordinadores de la Red del Trueque Zona Oeste, sostiene: «Siempre que hay crisis, se incrementa el trueque», y pone algunos ejemplos de nodos en que el año pasado se juntaban unas 100 personas y hoy es común ver más de 150. «Es que el trueque es el shopping de los pobres», agrega.
En Lanús, en el sur del conurbano bonaerense, funciona desde hace medio año un club del trueque que se reunía en El Palenque, un antiguo boliche chamamecero, pero que este mes entró en receso con la idea de conseguir una sede más grande. En su corta vida, ya reunió unas 200 personas, y sus organizadores comenzaron una etapa de reclutamiento basándose en los viejos registros que tenían de la época del auge de este sistema. Las primeras reacciones les auguran que en el retorno tendrán todavía más asistentes.
«Visitamos a la persona; vemos si está en el ámbito laboral formal o no, y, si no, le explicamos por qué debería pertenecer a la red. También le contamos las modificaciones que podemos adoptar para que no vuelva a suceder lo que pasó la otra vez», dice Walter Ramírez, un instructor docente de Rafael Calzada, en referencia a los fraudes que surgieron con la masificación del trueque en 2002 (ver aparte).
Rubros ampliados
Otro aspecto que ha sido reelaborado es la relación del participante del trueque con el producto que ofrece. «No queremos que esta vez se convierta en un intercambio de ropa usada», dice Ramírez. El concepto central es el del «prosumidor», el consumidor que también produce.
«Cuando el trueque estuvo en su mejor momento, el quiebre fue que no se guardó la cultura del trabajo», señala el hombre de Rafael Calzada.
Aparecen también iniciativas que escapan a las redes tradicionales del trueque. La directora ejecutiva de Cáritas La Plata, Graciela Ferrara, cuenta el caso de Beatriz Ramírez, viuda, con 9 hijos y 29 nietos, que hace un par de meses invitó a sus vecinas a intercambiar alimentos y desde entonces se juntan todos los domingos.
«No cuentan con muchos recursos económicos y son familias muy numerosas. Con lo poco que tienen, y por la suba de precios y la escasez de algunos productos, ellos dijeron: «Reunámonos», y terminaron yendo el primer día más de 30 familias. Hasta los niños intercambiaron bolitas por figuritas», dice Ferrara.
Ramírez afirma que «la crisis producida en los últimos 100 días fue el impulso final para salir a reflotar el trueque, porque afecta más al consumidor de abajo». Y añade: «La recesión encubierta provoca que la gente necesite más de los alimentos que consigue en el trueque. Como el alimento está caro, el que produce puerros puede ahora cambiarlos por los huevos que produce el que tiene una gallina».
Más chicos, contra la falsificación
Mucha gente tiene todavía vivo el recuerdo de la debacle de los clubes del trueque, cuando fueron inundados por falsificaciones de los créditos, sufrieron de inflación interna y hasta se registraron robos. Una de las ideas que manejan en la sede de Lanús es reemplazar los créditos con fichas, que no puedan ser falsificadas. Según cuenta Rubén Ravera, la nueva tendencia es que los clubes sean más chicos, «a escala humana», para evitar las estafas de quienes se amparan en el anonimato.
«Nadie quiere organizar clubes grandes por temor al boicot», afirma. En el pasado hubo nodos que llegaron a juntar entre 10.000 y 20.000 personas.