Julian Assange y la gente de WikiLeaks creen que viven en un universo parecido a The Matrix: un universo en el que la realidad no es real, en el que debajo de la superficie existe otra realidad mucho más oscura, oculta a nuestra vista. Assange y WikiLeaks piensan estar luchando contra un enemigo poderoso y […]
Julian Assange y la gente de WikiLeaks creen que viven en un universo parecido a The Matrix: un universo en el que la realidad no es real, en el que debajo de la superficie existe otra realidad mucho más oscura, oculta a nuestra vista. Assange y WikiLeaks piensan estar luchando contra un enemigo poderoso y sutil que envenena mentas, que se salta leyes, que actúa sin contemplaciones con el único objetivo de mantener su poder, de preservar la ilusión de su inexistencia. Assange y WikiLeaks desconfían de la protección de leyes y contratos, dejan claro que no se fían de que gobiernos, policías y jueces les protejan, toman precauciones que parecen excesivas, algo histéricas, casi paranoicas. ¿Hace falta utilizar ‘seguros del hombre muerto‘ cuando vivimos en países occidentales, democráticos, donde la ley cuida y los abogados mandan? ¿Hace falta el drama, la intriga, la puesta en escena cuando esto no es Rusia, ni China, ni Irán? ¿Es de veras necesaria tanta protección o estarán Assange y WikiLeaks dejándose llevar por sus fantasías de agentes secretos, viviendo en miniatura su versión del Mito Bourne, jugando a los espías? Sabiendo además que estamos en Occidente, donde no volamos la tapa de los sesos a los disidentes, ni les enviamos bocadillos de Polonio, ni los perdemos en una jungla de campos de trabajo hasta el olvido… Sí, la historia de Assange y WikiLeaks sonaba forzada, un poco exagerada, excesiva; un cincuenta por ciento vanidad y otro cincuenta paranoia desatada. No vivimos en un universo totalitario; tenemos la suerte de estar en lugares donde simplemente esas cosas no pasan. ¿O no es así?
Y entonces comenzó el Cablegate: una tortura china de filtraciones, una gota malaya que cada día saca a la luz una nueva historia sobre el comportamiento del gobierno de los EE UU y de sus aliados, que cada día deja un poco más en ridículo a uno u otro gobierno. Y empezaron a pasar cosas. La campaña de propaganda antiWikiLeaks, que llevaba en marcha desde hace muchos meses, se recrudeció; políticos estadounidenses empezaron a pedir la detención o incluso la ejecución de su cabeza visible, mientras otros maniobraban de modo subterráneo. Una retorcida y algo surrealista acusación contra Assange fue resucitada; increíblemente esto dio lugar al uso de contra él una poderosa herramienta legal paneuropea diseñada para capturar a los más nefandos criminales; más increíblemente todavía le fue denegada la libertad bajo fianza, y se le encarceló. Curiosamente, el ministro de Defensa de los EE UU anunció su satisfacción públicamente, dejando asombrado al mundo por su respeto a las más oscuras acusaciones de la justicia sueca. Los servidores de WikiLeaks fueron atacados, y comenzó una masiva campaña de empresas estadounidenses que renegaban de contratos firmados para expulsar de sus servicios a la organización. Servicios DNS que dejaban de proporcionar servicio. Bancos que no procesaban órdenes y retenían dinero. Tarjetas de crédito que dejaban de trabajar. La lista de represalias es larga, y demuestra que el gobierno de los Estados Unidos no tiene reparos morales en utilizar todos los medios a su disposición a este lado de la ley (y alguno muy, muy cerca del otro lado) para cerrar la boca de WikiLeaks, para detener su voz.
En otras palabras: las represalias demuestran que Assange y WikiLeaks tienen razón. No podemos fiarnos de leyes ni contratos, porque a la hora de la verdad el poder se los saltará. No podemos confiar en la ideología liberal de Occidente, porque si es necesario se convertirá en papel mojado. Habrá quien piense que WikiLeaks y Assange se lo han buscado, provocando al mayor matón del patio del colegio; pero es que no se supone que esto sea un patio de colegio, ni que el gobierno de los EE UU actúe como un matón. Habrá quien crea que tampoco es para tanto, que al fin y al cabo cortar la tarjeta de crédito no es lo mismo que asesinar; pero esta idea es todavía más peligrosa, porque corta la idea de la protección legal en rodajitas, como un chorizo del que se van retirando pedazos hasta que ya no queda nada más que retirar. La protección de la ley debe ser absoluta, o habremos iniciado un oscuro camino que sólo puede terminar mal. ¿O acaso están incitando, como hay voces, a tratar a Assange y a WikiLeaks como tratan China y Cuba y Corea del Norte a sus disidentes? ¿Tan baja opinión tienen de la mayor democracia del planeta? ¿Tan bajo ha caído EE UU? ¿Tenían razón, entonces, sus enemigos?
Lo que estamos viendo estos días es quizá la primera gran guerra del ciberespacio, o quizá no. Pero sí es un evento preocupante, una linea que si se cruza nos llevará en la peor de las direcciones. Las leyes no son condicionales, los derechos no son relativos, los gobiernos no deben tener la capacidad de cerrar bocas. Si una pandilla de linchamiento civil (cuidadosamente azuzada por un poderoso gobierno) tiene carta blanca para acallar voces disidentes, si la libertad de expresión puede ser puesta en riesgo por un boicot lo bastante poderoso, habremos dado un gran paso hacia el mundo que temen Assange y WikiLeaks, el oscuro mundo irreal de Matrix, la tiranía del pensamiento que es peor aún que la tiranía del cuerpo. Los ingenuos que creíamos vivir en el mundo real, quienes todavía creemos en las leyes y en los parlamentos, en los abogados y en los tribunales, en los derechos y en los deberes estamos desconcertados. Lo que está ocurriendo no debería ocurrir; no aquí, no en los países libres, no en los lugares donde nacieron la idea misma de libertad y los sistemas políticos que permitan ejercerla. Pero que nadie se equivoque: también estamos dispuestos a luchar. No queremos vivir en el mundo que temen Assange y WikiLeaks. No queremos una realidad virtual que oculte una explotación real, la esclavitud disfrazada de libertad, el engaño. No queremos que la única diferencia entre el totalitarismo de Oriente y el de Occidente sea una cuestión de sangre, no queremos vivir en un régimen autoritario disfrazado de indignación moral en el que los disidentes sean acallados, perseguidos, marginados, aunque no asesinados. Queremos la democracia real, las leyes de verdad, la libertad genuina. Y lucharemos. Lo que está ocurriendo con Assange y WikiLeaks está despertando en algunos de nosotros desagradables temores; verdadero pavor a que resulte que tienen razón. Acallar su voz no servirá más que para multiplicarla.
http://blogs.rtve.es/retiario/2010/12/7/-y-si-assange-y-wikileaks-tienen-razon-