Contra lo que se esperaba, Cristina salió a jugar fuerte y marcó con su dedo indiscutible a Scioli y mandó a Randazzo a la casa. La táctica planteada por CFK consiste en designar un presidente del PJ neoliberal y condicionarlo desde el poder legislativo con Zannini en el senado y un sólido bloque camporista con […]
Contra lo que se esperaba, Cristina salió a jugar fuerte y marcó con su dedo indiscutible a Scioli y mandó a Randazzo a la casa. La táctica planteada por CFK consiste en designar un presidente del PJ neoliberal y condicionarlo desde el poder legislativo con Zannini en el senado y un sólido bloque camporista con Máximo a la cabeza en diputados.
El poder ejecutivo nacional, así como las gobernaciones provinciales e intendencias, van a quedar en manos del sector más conservador del peronismo, mientras que los sectores democráticos replegarán al congreso y a las plantas permanentes de las estructuras intermedias que han logrado ocupar en los distintos ministerios. Nos quedamos con el interrogante entonces de si el sistema presidencialista de nuestro país, seguirá rigiendo o entrará en crisis.
Así las cosas, para poder desentrañar cuáles son los problemas estratégicos que están en juego a partir de las definiciones de esta coyuntura electoral, debemos ensanchar la mirada más allá de cómo quedaron las listas y abordar el análisis de manera histórica.
De nuevo el hecho maldito, el mismo problema estratégico
Luego de la crisis del 2001, las elecciones presidenciales vienen marcando el rumbo del país, en función de cuales son las contradicciones políticas que pesan sobre nuestra conciencia como sociedad. En ese sentido, las elecciones marcan la cancha en torno a la capacidad que tenemos para desarrollar una agenda de profundización nacional, popular y democrática.
En el 2011 la polarización se dio entre dos frentes electorales con dirección progresista (FPV y FAP) y con las estructuras tradicionales (PJ y UCR) subordinadas y debilitadas a la iniciativa política nacional. Esa polarización le dio un aire enorme al gobierno de Cristina para realizar medidas contundentes de cara la redistribución de la riqueza en el país.
Hoy, 2015, vamos a una polarización de derecha, que está personificada en las opciones Macri-Scioli. Esto es claramente un retroceso, en tanto el sentido común de la sociedad argentina va encaminado a defender las conquistas alcanzadas hasta ahora, pero en un plano conservador: no hay una conciencia de profundización, sino de continuidad. Es decir, estamos en una etapa de repliegue corporativo de la conciencia popular.
En lo estratégico, nos plantea los límites de un ciclo nacionalista, que genera las condiciones para profundizar una democracia popular, pero a la hora de avanzar queda a mitad de camino. Con precisión Cooke definió este problema como el «hecho maldito del país burgués», al señalar esa dialéctica histórica trunca, en tanto que el peronismo despierta y lidera las fuerzas liberadoras del pueblo argentino, pero no puede llevarlas hasta las últimas consecuencias.
No se trata de hacer una caricatura del Kirchnerismo, ni de una comparación vulgar. Pero sí de señalar que estamos frente a ese mismo problema histórico: como rompemos el maleficio de manera de derrotar a las fuerzas liberales conservadoras del país.
Es decir, grandes movimientos históricos populares, que ponen la contradicción principal sobre la mesa, enfrentan a los enemigos del pueblo, pero se quedan sin oxigeno en los últimos metros. Esa es nuestra conciencia nacional, el maleficio histórico del cual somos parte y no podemos desentendernos.
Pilares del poder y crisis política
Claro que estamos en otras condiciones y los pilares del poder que están fuertes no son los mismos. Para empezar, no tenemos una amenaza de golpe y el Partido militar está desmantelado.
Junto a los Medios de Comunicación y al Capital Financiero, el Partido Justicialista (y la UCR) fue colonizado en los 90 por cuadros neoliberales, que han copado una parte importante de las estructuras intermedias del Estado.
El Kirchnerismo abrió una crisis política, a través de la iniciativa en la dirección del Estado nacional, de cara a la democratización de los pilares del poder y, por tanto, a la polítización del pueblo argentino en la defensa de nuestros intereses. De esa manera se fisuró al peronismo y se abrió una disputa interna que fue adoptando distintas formas. El conflico con el «campo» en ese sentido fue un quiebre histórico.
A su vez, los derechos sociales que se conquistaron en la década que se va, bajo el título del modelo Kirchnerista, generan un factor de presión ante cualquier claudicación del gobierno venidero.
La contradicción principal no se expresa en lógicas políticas antagónicas
Actualmente existen dentro del peronismo distintos modelos de país en disputa, pero no se terminan de expresar en lógicas políticas antagónicas. Esa brecha que abrió el Kirchnerismo tiene una trascendencia histórica que no se va a cerrar, por el contrario la crisis política está abierta.
Pero las lógicas políticas todavía recién se están construyendo y disputando. En gran parte de eso depende como se desarrollen los años que vendrán.
Si escarbamos y no nos conformamos con el sentido común conservador que impusieron las encuestas detrás de Scioli o Macri vamos a encontrar un pueblo que no va a ceder sus derechos así nomás y que tiene una conciencia política muy clara respecto de que no vamos a volver a la destrucción que fueron los 90. Esto es, a la vez, una virtud y un defecto:
Virtud, en tanto que contamos con un piso de resistencia política y social muy alto para que cualquier tecnócrata lo borre de un plumazo; defecto, porque la agenda de profundización está difusa y lejos de las preocupaciones centrales del día a día.
En la disputa diaria de ese sentido común, hay una enorme cantidad de militancia. Muchos que vienen de los 90, otros paridos por la rebelión del 2001. Unos que no se plegaron al movimiento kirchnerista, pero que construyen desde la oposición una clara vocación de profundización. Así como un caudal militante que es muy reciente, que se desató después de la muerte de Néstor Kirchner, y que está viviendo la crisis política de manera pragmática y coyuntural, pero que se va forjando en la disputa histórica del peronismo.
Es decir, hay un movimiento popular complejo, donde una masa importante se identifica y responde a Cristina; y otra que viene desde la oposición crítica, pero que comprende los vientos que soplan de la patria grande, y comparte la identificación con el Chavismo, proceso revolucionario en el que todos se reconocen.
Es esta militancia joven, todavía con muchas preguntas, que tiene que empezar a empujar por la profundización, por una visión amplia de la liberación nacional, sin sectarismos berretas, por clarificar las contradicciones políticas que nos hacen avanzar en un sentido histórico para romper el ciclo y diferenciarse de las politiquerías individuales de pasillo en las que nos encierran las lógicas liberales.
Este proceso es el que viene y el hay que disputar. Estamos frente a un desafío histórico, donde hay muchos cuadros en formación, con pretensiones revolucionarias, con una incipiente vocación de poder.
Ese es el arsenal más rico que logramos tener como pueblo en estas largas décadas. Donde los que pretendíamos la transformación de la patria tuvimos que caminar muchas veces a ciegas, huérfanos, porque los mejores hombres y mujeres fueron desaparecidos, porque el neoliberalismo se impusó en los 90 a través del peronismo, y las ideologías estaban pasadas de moda, porque las preocupaciones que teníamos estaban ligadas a garantizar la comida diaria y la política era una mala palabra.
Hoy, podemos decir que recuperamos la política como pueblo; pero no logramos aún desterrar a los dirigentes traidores, mercenarios, que concentran grandes estructuras de poder.
Por lo que encarnar ese desafío de reconstruir una dirección revolucionaria en el seno del pueblo, es lo que tienen que aspirar los nuevos jovenes militantes.
Por eso, aunque no sea oportuno en un marco electoral, creemos que si bien la ocupación de cargos y posiciones individuales son una tarea fundamental que deben encarar los militantes honestos del pueblo, lo central es la disputa por la movilización política de masas, a la hora de enfrentar a las fuerzas oligárquicas y conservadoras.
En forjar esa democracia popular, adentro y afuera del estado, es en donde se tienen que formar los futuros cuadros revolucionarios.
Interrogantes y desafíos: el maleficio se puede romper
En los años que van de 1973 al 75 está condensado de manera brutal este maleficio. Ya sabemos que la situación es totalmente distinta, pero el «reloj de arena» que se da vuelta como metáfora del avance de la derecha peronista nos atraviesa como pueblo. De Cámpora y Gelbard a Isabelita y Rodrigo.
Pero no somos pesimistas, el maleficio se puede romper, tenemos condiciones políticas, fortalecidas por un mundo multipolar, para produndizar la democracia en nuestro país.
Por lo tanto, tenemos que interpelarnos respecto de cómo condicionar a un liberal moderado de presidente, contando con las herramientas de los poderes legislativos (nacional y locales) y el poder popular.
Pero tampoco podemos ser ciegos, sabemos las limitaciones que tenemos: los democráticos en el parlamento no dejan de ser una minoría y el poder popular depende demasiado del poder estatal.
Encima, la mayoría de los empresarias presionan con fuerza sobre el Estado para la apertura externa, libre remisión de divisas y más devaluación. Frente a eso será clave, qué va a ser Scioli, qué va a ser Cristina, y fundamentalmente quién será el próximo ministro de economía.
Pero el maleficio nunca es un hecho consumado, sino una contradicción histórica que tenemos que atravesar como pueblo. Es el momento para estar en el centro de la disputa. Es por eso que lo de Randazzo (a pesar de su ética individual) es un mal ejemplo, una decisión de la derrota.
Lo que debemos reflexionar es si hay condiciones para que el sistema presidencialista entre en crisis en el país, para lo cual se requiere un movimiento popular que marque agenda, que sea activo políticamente, afuera y adentro del parlamento. Es decir, los concejales, legisladores, diputados, deben ser voceros de las fuerzas populares. Porque lo que se juega hoy es si es posible condicionar políticamente al próximo presidente liberal moderado.
El maleficio es la contradicción histórica, es el desafío de romper el ciclo, respecto de impedir el avance brutal de las fuerzas conservadoras, que quieren generar las condiciones para imponer su proyecto neoliberal, pero que aún están lejos de poder hacerlo. Hay que hacerse cargo y disputar este proceso, porque después ya va a ser tarde, sólo nos quedará la resistencia social y solidaridad popular, pero muy lejos el poder político.
Fuente original: http://www.nuestrotiempo.com.