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Yucatán: las olas que no fueron

Fuentes: Rebelión

Lo que se ha llamado “nueva normalidad”, dista mucho de algo desconocido, es más bien, el deseo alevoso de gobernantes en todos los niveles por condenar a la clase trabajadora y a los sectores populares a la normalización de la tragedia y la farsa, pues si ya de por sí, la realidad que precedía al […]

Lo que se ha llamado “nueva normalidad”, dista mucho de algo desconocido, es más bien, el deseo alevoso de gobernantes en todos los niveles por condenar a la clase trabajadora y a los sectores populares a la normalización de la tragedia y la farsa, pues si ya de por sí, la realidad que precedía al Covid-19 era injusta y antihumana, ahora, en medio de la incertidumbre y el temor, la necesidad se usa convirtiéndose en mecanismo opresor. Desde que inició la pandemia los trabajadores y las trabajadoras se vieron en la encrucijada de cuidar la salud o el trabajo, las grandes masas de todos los sectores productivos enfrentaron el incremento de las injusticias, manifestadas en miles de despidos, reducciones de sueldos, exposición al virus, discriminación y autoritarismo gubernamental.

Tiempo atrás lo advirtieron los zapatistas la hablar de dos geografías, la de arriba y la de abajo, en donde los intereses de gobierno y burguesía se contraponen a las necesidades de la clase trabajadora y los sectores populares, claro, tiempo antes, ya lo habían advertido Carlos Marx y Federico Engels en sus diferentes obras al analizar el sistema capitalista, que hoy, en plena crisis, busca formas de subsistencia. La aparente confrontación en el discurso de los gobiernos federal-estatales con los empresarios y demás miembros de la burguesía, es sólo la forma del juego que simula las contradicciones reales que no se presentan en la geografía de arriba, si no que se refieren a la contraposición de intereses entre nosotros los de abajo y ellos los de “arriba”.

El juego de intereses que confronta a los sectores de la geografía de arriba, en las disputas entre partidos políticos y otras manifestaciones, no pone en riesgo la estructura sistémica, solamente la maquilla, el común acuerdo ha sido la condena al pueblo. Los semáforos e indicadores numéricos han mostrado un continuo nivel elevado de contagios y propagación del coronavirus, inmersos en los discursos multicolores que van desde el autoritarismo abierto hasta la simulación “humanista”, el resultado es la ubicación de la nación entre las más afectadas del mundo y con mayor número de contagios, desde luego, al hacerse una revisión de la pertenecían de clase, es fácil notar que la mayoría de personas acaecidas eran de la clase obrera y los sectores populares. Aunque el Covid-19 puede contagiar a cualquier persona, el mayor número de la población no goza de las condiciones materiales de vida, ni de los servicios de salud y derechos laborales como para poder en verdad asegurarse la suficiente “sana distancia” del virus.

La reactivación económica (no se olvide que muchos sectores laborales jamás se detuvieron) es la farsa perfecta, en el simulacro de preocupación social, la burguesía y sus empresarios lanzan consignas de urgencia para la apertura total, refiriendo que sin ella no habrá más empleos y por lo tanto el incremento de la pobre es inminente. Lejos de ese discurso, en la palpable realidad, la tragedia a la que se ha querido condenar desde hace tiempo a los trabajadores y trabajadoras es a la aceptación eterna de sus cadenas, argumentando arriba que únicamente lo que hasta hoy hemos conocido como realidad es lo posible. Lo que se pretende arriba es asegurar la vida de un sistema decadente, oprimiendo más a los de abajo a quienes “superadas” las “olas de reactivación” que no fueron, se les pretenderá cargar la cuota económica dejada por la pandemia. Olvidan que en aritmética; el arriba de hoy será el abajo de mañana.