Existen dos pruebas para los movimientos sociales: permanencia y regeneración. Dos décadas después, el movimiento zapatista puede asegurar que pasó ambas. Miles de zapatistas asistieron en enero para celebrar el vigésimo aniversario del levantamiento de 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En las celebraciones llevadas a cabo en los cinco Caracoles, o centros […]
Existen dos pruebas para los movimientos sociales: permanencia y regeneración. Dos décadas después, el movimiento zapatista puede asegurar que pasó ambas.
Miles de zapatistas asistieron en enero para celebrar el vigésimo aniversario del levantamiento de 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En las celebraciones llevadas a cabo en los cinco Caracoles, o centros regionales de gobierno autónomo zapatista, veteranos junto con adolescentes que ni siquiera habían nacido en los tiempos de la insurrección bailaron, coquetearon, tiraron cohetes y festejaron su autonomía y el principio de «autonomía» que está en el corazón de la experiencia zapatista.
Re-emergencia pública
Para sorpresa de algunos, miles de zapatistas salieron para las fiestas de año nuevo y de su aniversario. Resulta que su supuesta disintegración había sido bastante exagerada. Los medios masivos y la clase política -acostumbrados a que la cara pública del zapatismo fuera representada por un hombre blanco hablando a las cámaras- comenzó a escribir obituarios para el movimiento cuando el Subcomandante Marcos se retiró de la escena en el 2006.
A pesar de que las comunidades zapatistas han seguido emitiendo un sinnúmero de comunicados denunciando ataques políticos y militares, despojos de tierra y la presencia de fuerzas paramilitares en territorios zapatistas, los medios de comunicación los han ignorado. En cambio, predijeron que el movimiento estaba moribundo y que pronto merecería sólo una folklórica nota de pie de página en la inexorable historia del avance del capitalismo global.
La vuelta al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el año 2012 pareció reafirmar la idea de que México había «vuelto a la normalidad».
Cuando alrededor de 40,000 zapatistas marcharon en silencio el 21 de diciembre de 2012, desmintieron la versión oficial de que su movimiento ya no existía. El comunicado del EZLN fue breve y directo al grano: «¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo.»
El vigésimo aniversario y las celebraciones de año nuevo marcaron un segundo momento en ese resurgimiento. La fiesta fue un asunto familiar. No hubo acceso para la prensa y a pesar de la aparición previa al evento de una serie de comunicados del Subcomandante Marcos, la organización no sacó a la luz ningún documento el 1 de enero, el día del aniversario de la insurrección. Fue un momento para que los zapatistas se reconocieran, una reafirmación interna más que una demostración política.
A pesar de que las fiestas fueran «en familia», resulta que los zapatistas tienen una familia extendida muy grande. Miles de simpatizantes y estudiantes -la gran mayoría jóvenes mexicanos y extranjeros que asistieron a La Escuelita- acudieron a las celebraciones en los Caracoles y bailaron con sus maestras y maestros zapatistas hasta el amanecer.
La Escuelita comenzó en agosto con el fin de enseñar «la libertad según los zapatistas». A cada estudiante fue asignado un «guardián» o tutor del movimiento y fueron a convivir en familias en comunidades zapatistas. Las clases consistieron en revisar el contenido de unos cuadernos preparados para la escuela con los temas de «Gobierno autónomo», «Participación de las mujeres en el Gobierno Autónomo» y «Resistencia autónoma», y en mayor medida, compartir con las familias zapatistas sus actividades cotidianas y largas charlas acompañadas de frijoles y tortillas.
La Escuelita abrió las puertas del movimiento a la gente de afuera, que estuvo animada haciendo todo tipo de preguntas sobre la experiencia zapatista a sus familias hospederas. También hizo posible que el movimiento se colocara frente a un espejo -mirarse a través de los ojos de estudiantes que llegaron de otras partes de México y del mundo, a reflexionar sobre sus logros y obstáculos y a conocer la experiencia de otras comunidades zapatistas.
En año nuevo, muchos de los 4,000 estudiantes asistentes a la segunda y tercera vuelta de La Escuelita fueron a Oventic, una comunidad neblinosa en las montañas cerca de la ciudad de San Cristobal de las Casas, otros permanecieron en comunidades más lejanas con sus familias adoptivas para unirse a la música, las competencias deportivas, las pláticas y el baile.
Viviendo fuera del sistema
El aniversario puso al movimiento en la mesa del debate, dos décadas después de que miles de indígenas mayas enmascarados salieron de la selva y las montañas con formación militar para tomar cinco municipios en el estado de Chiapas.
El Subcomandante Marcos publicó una serie de sus característicos comunicados tejiendo reflexiones acerca de la muerte («no es la muerte la que preocupa y ocupa, sino la vida») y la biografía («la historiografía se nutre de individualidades; la historia aprende de pueblos») con reflexiones sobre la organización y una historia del escarabajo Durito.
Los críticos se apresuraron a resaltar el hecho de que la pobreza todavía existe dentro de las comunidades zapatistas -hecho jamás negado por la organización y obvio a los visitantes. Periodistas y dizque expertos inventaron y después distribuyeron estadísticas con números de miembros de la base zapatista, la extensión territorial y las condiciones de vida en la regiones autónomas. Varios aseguraron que el famoso movimiento había «fracasado» por no haber eliminado la pobreza en sus comunidades o por no haber mantenido el alto perfil mediático de los primeros años.
Lo que los reporteros no entendieron al inmiscuirse en las celebraciones cerradas a la prensa es el significado de «autonomía».
El zapatismo pronuncia la palabra con orgullo, parecido a la manera en que se hablaría de los hijos o nietos. Sus comunidades han aprendido a vivir fuera del sistema y del tradicional esquema de poder. La decepción frente a la traición del gobierno mexicano al rechazar su propia firma en los Acuerdos de San Andrés de 1996 llevó a la decisión de dejar de priorizar los cambios institucionales y construir desde la base para lograr sus objetivos de una vida digna con libertad y justicia.
Imagine comunidades donde las autoridades locales rotan para evitar la acumulación del poder, los partidos políticos no tienen papel ni presencia, y los programas del Estado -históricamente utlizados para comprar o cooptar a la gente que lucha por sus derechos- están vedados. Una gran parte de la comida es producida por la comunidad, cooperativas compran y comercian, y las decisiones se toman de manera colectiva, lejos de ser impuestas por el Estado. Los zapatistas han recuperado formas de autogobierno practicadas durante siglos en comunidades indígenas anteriores a la conquista española, adaptándolas a sus principios y aprendizajes.
La comandanta Hortensia dijo a la gente en Oventic: «Nuestros pueblos han empezado a vivir y a gobernarse con sus propias formas de pensar y de entender como los hacían nuestros padres y abuelos. Es decir, hemos empezado a vivir la autonomía y la libertad según los y las zapatistas.» Continuó: «En nuestros trabajos en todos los niveles estamos tratando de avanzar, de mejorar, de organizar y fortalecer entre todos -hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos.»
Agregó que hace veinte años, cuando los zapatistas dijeron por primera vez ¡Ya basta!, «No existía ningún nivel de autoridad que fuese del pueblo. Ahora tenemos nuestros propios gobiernos autónomos. Bien a o mal que se haya hecho, pero es la voluntad del pueblo».
Los zapatistas y las zapatistas saben que el progreso para mejorar las condiciones materiales ha sido lento y dificultado por obstáculos y errores. Pero expresan un profundo orgullo por lo construido mediante su organización. Las clínicas de salud –aunque frecuentemente les faltan medicinas, equipo y personal- usan medicinas naturales producidas por las cooperativas comunitarias y algunas tienen áreas especiales donde parteras instruidas atienden los partos. Escuelas con equipo rudimentario enseñan en el idioma de la comunidad, basándose en el mundo real en el que niños y niñas viven y en conceptos básicos de libertad, equidad y cooperación. La organización de defensa y producción en las comunidades muestra disciplina y compromiso.
El aniversario zapatista mostró que a sus 20 años, esta organización político-militar que no es fácil clasificar y que, como dicen, ha avanzado con aciertos y tropezones es lo que la democracia debería ser: un esfuerzo continuo y colectivo por la construcción de una vida digna. Cuando la militancia se reunió desde sus comunidades a lo largo del territorio para celebrar, el mayor logro que destacó fue la sobrevivencia de su organización -después de 20 años de ataques, ellos seguen ahí, gobernando en sus propias comunidades, criando nuevas generaciones zapatistas y sobrellevando el diálogo con el mundo externo que ha enriquecido a ambas partes.
Las comunidades han sobrevivido el relevo en una carrera de largo aliento, pasando la estafeta de una generación a otra. La juventud constituye una parte importante de la base zapatista ahora, y cada vez hay más y más líderes jóvenes. Educados en escuelas con el sistema educativo zapatista y criados en comunidades zapatistas, una nueva generación está comenzando a tener posiciones de autoridad en los pueblos. Su orgullo en asumir la identidad colectiva de su organización es evidente y es otra marca del poder prevaleciente en la experiencia de la autonomía.
El papel de la mujer también se ha transformado visiblemente –no solamente en el número de mujeres en posición de líderes, sino también en los aspectos de la vida diaria, como puede verse en el aumento de la participación masculina en los trabajos de casa y educación de los niños, además de severas sanciones como consecuencia de actos de violencia contra la mujer. El cambio de dirección desde la marginación sumisa hacia un gobierno indígena autónomo marca una importante diferencia en sus vidas, incluso a pesar de la pobreza que permanece.
Evaluando las dos décadas de experiencia, la mayoría de los críticos ignoran estos factores subjetivos. Al abrir las comunidades a los participantes en La Escuelita, los zapatistas hicieron algo que la mayoría de los gobiernos nunca hacen: permitieron a las personas evaluar públicamente la experiencia por sí mismos.
Los estudiantes que venían de vuelta de La Escuelita rememoraron la experiencia con mucho entusiasmo, describiendo la manera en que sus anfitriones les revelaron un mundo que no es perfecto, sin embargo es un mundo donde cada persona y cada esfuerzo importan, cada logro y cada error son propios.
¿Una nueva fase?
Mientras los zapatistas celebraban sus logros, juraban corregir sus errores y honraban a sus muertos, también disfrutaban de una tradicional fiesta de Año Nuevo haciendo cohetes de botellas y vistiéndose con las ropas más finas. La sólida continuidad del zapatismo se unió a fuertes cambios, al sentimiento de que se aproxima una nueva fase dentro de uno de los movimientos revolucionarios más inclasificables para la historia.
Mientras los estudiantes de todo el mundo se unían con veteranos del movimiento y con miembros más jóvenes de las comunidades, surgieron nuevas posibilidades debajo de un luna en año nuevo. El contacto con una nueva generación de apoyadores comprobaron que el movimiento autónomo indígena continúa atrayendo a la gente proveniente de distintos rincones. Por ahora, las escuelitas continúan. Los zapatistas también han reactivado el Congreso Nacional Indígena, con un encuentro realizado en agosto donde cientos de indígenas describieron la situación de despojo de sus tierras.
Entre lodo, guitarras, ‘¡vivas!’, fuegos artificiales y abrazos, miles de zapatistas dieron la bienvenida al 2014. El debate de si el movimiento está vivo o muerto, victorioso o derrotado, quedó atrás junto con el año 2013. No fue solamente la festividad sin alcohol que puso a la gente en ánimo optimista, fue el sentimiento de logros colectivos bajo enormes dificultades. Un sentimiento de tener por fin un futuro.
«Yo sé que no les importa», escribió el Subcomandante Marcos en una misiva a sus críticos, «pero para los hombres y mujeres enmascarados de por aquí, la batalla que importa no es la que se gana o se pierde. Es la siguiente, y para ésa se están planteando nuevos calendarios y nuevos territorios».