Jodorowsky da una conferencia en Japón. Cuenta una historia: a un monje budista le piden dar un discurso. El monje calla, y bajo su impenetrable silencio se filtra el cantar de los pájaros. Tras unos segundos, el monje dice: listo, ya di mi discurso. Galeano dice que sólo los tontos creen que el silencio es […]
Jodorowsky da una conferencia en Japón. Cuenta una historia: a un monje budista le piden dar un discurso. El monje calla, y bajo su impenetrable silencio se filtra el cantar de los pájaros. Tras unos segundos, el monje dice: listo, ya di mi discurso. Galeano dice que sólo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca. Y a veces la mejor manera de comunicarse es callando.
Sí, a veces el silencio expresa más que una palabra.
Sin embargo, este mundo, jodido mundo que animamos a diario, jamás está en silencio, ni menos quieto, siempre gira en si mismo, como un trompo perforando el oscuro telón del infinito. Ya el año 2003, Eric Schmidt, director de Google, afirmaba que en toda la historia de la humanidad se habían creado 5 Exabytes de información. En este mundo, esa misma información se crea en 2 días, ¡dos días! Y seguimos sometidos por esta sobredosis de información, por esta inflación palabraría, siempre, a cada instante, todos: cuando, por ejemplo, duerme una mitad de la humanidad, despierta la otra mitad, y cuando duerme esa otra mitad, despierta la otra. Y así nos turnamos para multiplicar la información, día tras día, noche tras noche. Nunca para esta vorágine, este eterno tráfico de imágenes, palabras, sonidos, números, gráficos…
Pero, ¿sirve de algo esta eterna hiperactividad?, ¿somos mejores personas creando tanta información?, ¿tenemos sueños más limpios, almas más puras? En fin: ¿hemos creado un mundo mejor a partir de toda esa información?…
Bastarían un par de ejemplos para comprobar que no [1].
Y si…
Y si nos callamos, así como el monje, tan sólo por un minutito. Y si dejamos los teléfonos, y soltamos los dedos, y dejamos de esclavizar a los ojos. Y si le hacemos caso a Neruda, y aceptamos su invitación «a callar», y nos quedamos en silencio, y estamos como ausentes, mirando desde lejos,
Por una vez sobre la Tierra
no hablemos en ningún idioma,
por un segundo detengámonos,
no movamos tanto los brazos.
Quedémonos quietos, sin ensayar ningún movimiento, en las oficinas y los colegios, frente a las pantallas, en las plazas y las calles. Que hablen los pájaros y el viento, pero no nosotros. Por un minuto, sólo eso, nada más que un minutito. Y entonces así, bien quietecitos, guardamos un minuto de silencio planetario, un profundo y mágico minuto de silencio por los 43 de México.
Sería un minuto fragante,
sin prisa, sin locomotoras,
todos estaríamos juntos
en una inquietud instantánea.
Los pescadores del mar frío
no harían daño a las ballenas
y el trabajador de la sal
miraría sus manos rotas.
Los que preparan guerras verdes,
guerras de gas, guerras de fuego,
victorias sin sobrevivientes,
se pondrían un traje puro
y andarían con sus hermanos
por la sombra, sin hacer nada.
¡Pero que no se confunda este minuto de silencio con la inacción definitiva!, eso sí que no. Porque luego, ya despiertos, nos organizamos entre todos para darle una gran patada en el culo a ese asqueroso sombrero de smog que nos cubre las estrellas. Y sacamos todo el plástico de los mares, y reforestamos el mundo, y coloreamos todas las paredes, y jubilamos a unos cuantos políticos corruptos, a los desdichados por indolencia, a los fabricantes de armas y los traficantes de sueños. Que un poeta nos guie, por un sólo un minutito, porque
Si no pudimos ser unánimes
moviendo tanto nuestras vidas,
tal vez no hacer nada una vez,
tal vez un gran silencio pueda
interrumpir esta tristeza,
este no entendernos jamás
y amenazarnos con la muerte,
tal vez la tierra nos enseñe
cuando todo parece muerto
y luego todo estaba vivo.
Y ojalá así sea, que nos enseñe la tierra, y cuando todo parezca muerto, que nos sorprenda la vida, y estén vivos, los 43 estudiantes, vivos como el viento o las estrellas, vivos como la rebeldía que los reclama, vivos como el tiempo que nos atrapa, vivos como esta noche y su lámpara lunar, vivos como tú que lees y yo que escribo, vivos como sus padres que los buscan, vivos como el agua de las lágrimas que los lloran.
Notas
[1] http://www.worldometers.info/es/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.