Medios de comunicación, candidatos, cívicos y galenos, anuncian que una gran bola de fuego caerá desde el cielo antes del 20 de octubre. También pronostican que la anunciada calamidad no destruirá el planeta sino solo la superficie patria. Repitiendo la estrategia de los años 90, informan que «Bolivia está que se muere». Contra los pronósticos […]
Medios de comunicación, candidatos, cívicos y galenos, anuncian que una gran bola de fuego caerá desde el cielo antes del 20 de octubre. También pronostican que la anunciada calamidad no destruirá el planeta sino solo la superficie patria. Repitiendo la estrategia de los años 90, informan que «Bolivia está que se muere».
Contra los pronósticos de organismos internacionales que sostienen lo contrario, resolvieron negar los hechos y la realidad, desahuciando la política económica y las empresas estatales.
Informes del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), señalaron que este año Bolivia volverá a liderar el crecimiento económico en Sudamérica. Sin embargo, una epidemia de dislexia ha infectado a políticos y periodistas, incapacitándolos para concebir lo que están viendo sus ojos amarillos, consumidos por el odio.
Primero difundieron rumores sobre «corralitos bancarios» que hundirían la economía del país, que las empresas dejarían de invertir, que Bolivia perecería en el infierno de la hiperinflación, que el pan llegaría a costar cinco bolivianos la unidad, que «los santos de los últimos días», no permitirían el progreso de los pecadores.
Como sus anuncios no prosperaron, con la ayuda de Dios y de los médicos, decidieron convertir los hospitales en cementerios, y las carreteras, calles y avenidas, en desiertos donde las almas del purgatorio deambularán sin encontrar sosiego.
Antes de las elecciones del 20 de octubre, resolvieron implementar la misma metodología de sus antecesores; empresarios políticos. Iniciaron una violenta campaña de colonización de las mentes; intentando justificar la infame invasión al país y la venta de las empresas públicas, para luego, inmediatamente pasar a la segunda fase, rematar a precio vil las empresas públicas.
Una alianza obscena entre medios de comunicación y empresarios, resucitaron un viejo acuerdo oligarca. En 1904, el mismo año en que la casta gobernante firmaba el tratado que entregaba definitivamente el mar a la rapiña chilena, el magnate Simón Patiño, fundó el periódico «El Diario». Matutino que jamás en su larguísima vida fue censurado por ninguna de las habituales dictaduras que inundaron de sangre la historia de Bolivia y que sobrevive hasta nuestros días sin modificar una línea su discurso pro terrateniente.
De las páginas y micrófonos de los medios, nació, creció y medró, la clase social de la cual proviene Carlos Mesa y que hoy pretende vendernos el rostro humano del capitalismo salvaje. De allí comieron y bebieron los padres, hermanos y hermanastros de la ilustrísima familia de «Carlitos», como le gusta que lo llamen.
Hace unos días, en un acto que raya con lo pornográfico, el candidato de la oligarquía boliviana se fotografió cosechando papas. Quien jamás en su vida conoció el hambre, el frio o el cansancio, se sacó una foto sonriendo mientras hundía el azadón en la tierra del altiplano, dura como una piedra. El mensaje parecía ser, «ya ves, Carlos Mesa, es igual a nosotros». Pero no es.
En 1902, el presidente de la Compañía Minera Huanchaca, señaló que «de 400 niños nacidos anualmente, antes de los primeros tres meses, muere alrededor de 360». Sin estas habituales carnicerías de niños, las fortunas de la oligarquía minero terrateniente, jamás hubieran visto la luz. Entonces, los labios del candidato dibujan una mueca de desprecio por el trabajo de miles de seres humanos, explotados hasta la muerte, mientras juega a ser campesino por dos minutos.
Desde las primeras horas del domingo 22 de enero de 2006, una caravana de pronosticadores, anunciaron que el Gobierno caería antes del tercer mes. Cabe preguntarse, ¿Cuántos millones de dólares gastó la oposición en 13 años divulgando la profecía del apocalipsis boliviano? ¿Quién puso la plata? ¿Quién continuará poniéndola? ¿Quién se ríe cuando el pueblo está triste? ¿Quién se frota las manos mientras organiza un nuevo complot contra el país?
¿Qué sucederá con los 4 millones de almas que escaparon del purgatorio neoliberal y que hoy son clase media?
Las redes sociales, difunden la profecía de que una plaga de ratas inmundas, anegarán los campos y las ciudades trayendo la peste de la desmemoria, nadie sabrá quién fue ni quién querría haber sido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.