Después de vender carreteras, ferrocarriles, teléfonos; de abrirle a la iniciativa privada diversos espacios de «inversión» en los hidrocarburos y regalar el país a pedazos durante veinte años, los dueños del dinero, en 1999, decidieron que iban por la UNAM. La orden vino directamente del Banco Mundial y fue inmediatamente preparada por el gobierno federal […]
Después de vender carreteras, ferrocarriles, teléfonos; de abrirle a la iniciativa privada diversos espacios de «inversión» en los hidrocarburos y regalar el país a pedazos durante veinte años, los dueños del dinero, en 1999, decidieron que iban por la UNAM. La orden vino directamente del Banco Mundial y fue inmediatamente preparada por el gobierno federal y la rectoría. Aumentando las cuotas y estableciendo una serie de medidas que excluyeran a los estudiantes de menores recursos, iniciaría el camino hacia la privatización. La Universidad no puede ser para todos, sino para «los más aptos, para los mejores», decían.
Las autoridades aprobaron el aumento de cuotas de forma atropellada e ilegítima en marzo de 1999. A pesar del chantaje de Rectoría, que decía que la medida sólo afectaría a los que venían atrás y no a quienes ya estaban dentro de la Universidad, la respuesta masiva de los estudiantes (discutida en enormes asambleas en prácticamente todas las escuelas de la UNAM) fue luchar, no doblegarse, no entregar la educación a los dueños del dinero, pelear por las generaciones futuras, hasta las últimas consecuencias.
La huelga estalló el 20 de abril, se conformó el Consejo General de Huelga (CGH), cabeza del movimiento y organización representativa de la asambleas de cada escuela. Banderas rojinegras fueron colgadas a las cero horas de aquella memorable fecha. Comenzó así una férrea batalla por la educación de los hijos de los trabajadores.
Fueron más de 200 días de huelga, de desvelos, represiones, difamaciones, cárcel. Fue uno de los movimientos más satanizados de los últimos tiempos: en su contra estaban no sólo Barnés y Zedillo, sino las televisoras, los medios radiofónicos e impresos, las organizaciones empresariales, todos los partidos políticos, el alto clero, etc. Hasta los programas de chismes y las telenovelas eran tribuna antiCGH que el gobierno no desaprovechó, para intentar engañar al pueblo.
Pero también fue una huelga de alegría, de tenacidad, de enormes marchas, de brigadeos constantes con el pueblo, y sobre todo, una huelga de profunda solidaridad y hermandad.
La huelga plebeya terminó brutalmente, con la toma militar de la UNAM el 6 de febrero del año 2000. Ya Juan Ramón De la Fuente (hoy propuesto por López Obrador para la Secretaría de Educación) era el rector, y José Narro su brazo derecho para reprimir al movimiento estudiantil. Ellos dos, deberán cargar por siempre con la marca que significa haber orquestado la entrada cientos de militares al campus universitario, y de haber encarcelado a más de mil estudiantes, por el terrible y (hasta hoy en día) perseguido delito de no bajar la cabeza, ni claudicar frente a los poderosos.
La huelga fue reprimida, pero no perdió. Estableció un principio que hoy es reconocido por todos en este país: la UNAM es pública y es gratuita.
Las actuales movilizaciones de estudiantiles en Puerto Rico, Chile y Colombia, por recuperar la gratuidad de la educación superior en sus países, le dan una nueva dimensión a la lucha que, hace algunos años, ocurrió en México, y que no permitió que ese derecho fundamental fuera arrebatado por completo. En comunicados y pancartas de esta luchas hermanas, se pueden apreciar referencias a la «huelga de México», «la lucha de los estudiantes de la UNAM, que ganaron la gratuidad», como demostración de que ¡sí es posible vencer, sí es posible doblegar a los gobiernos que aparecen como indoblegables, rodeados de poderosos medios de comunicación mentirosos y de aparatosos mecanismos de represión!
A 13 años de aquella histórica huelga, los estudiantes tenemos la tarea de continuar luchando. Porque tenemos una educación gratuita, que sin embargo, cada vez es más de élite. Hay un sin número de servicios, posgrados, cursos, seminarios y demás, ilegalmente cobrados en esta Universidad. Poco alumnos son hijos de campesinos, de obreros o de desempleados, los estratos de menos recursos son cada vez más excluidos por los exámenes-filtro de COMIPEMS (examen único para ingreso al bachillerato) y por el propio examen de selección para la licenciatura en la UNAM, ¡que rechaza a más del 90% de los aspirantes!, en una situación indignante e intolerable. Y para colmo, en la Universidad sigue proliferando el lucro sobre las necesidades básicas de los alumnos: la alimentación, los servicios de fotocopiado e impresión, son negocios privados, bastante lucrativos para sus dueños, sin importar la dificultad, e incluso la imposibilidad, que miles de estudiantes presentan para acceder a ellos.
Los carceleros De la Fuente y Narro Robles, se ufanan de ser «defensores de la educación», cuando su paso por la UNAM ha significado una elitización de grandes dimensiones. ¿Son demócratas y humanistas? Qué subsidien los comedores, que den las fotocopias y las impresiones al costo (sin obtener ganancia alguna), que eliminen los cobros ilegales que existen en diversas escuelas y facultades. Que haya más becas, para apoyar a estudiantes de familias golpeadas en medio de la actual crisis económicas. Hay mucho que se puede hacer, no sólo pasearse por los foros, con palabrería bonita, pero hueca de soluciones concretas.
Y como las autoridades no van a mover un dedo en ese sentido, es claro que la mejor forma de rememorar el movimiento estudiantil del CGH, es organizándonos para construir de forma efectiva una Universidad mejor, incluyente, del pueblo y para el pueblo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.