Hace apenas un año, «Lupe» salió de Veracruz (México) con su hijo de tres años. Las altas temperaturas del desierto de Arizona (EEUU) acabaron con la respiración del pequeño. Caminó varios días con el cuerpecito. Finalmente lo dejó al pié de un árbol para buscar ayuda. La Patrulla Fronteriza estadounidense dio con ella, pero «Lupe» […]
Hace apenas un año, «Lupe» salió de Veracruz (México) con su hijo de tres años. Las altas temperaturas del desierto de Arizona (EEUU) acabaron con la respiración del pequeño. Caminó varios días con el cuerpecito. Finalmente lo dejó al pié de un árbol para buscar ayuda.
La Patrulla Fronteriza estadounidense dio con ella, pero «Lupe» no informó de inmediato sobre el menor por temor a ser acusada por la muerte del mismo. Esperó llegar al centro de detenciones. Las autoridades migratorias lo buscaron hasta conseguirlo. El juicio que estuvo a punto de iniciarse en contra de «Lupe» fue impedido por el consulado de México en Tucson, según informó en su momento el funcionario Juan Manuel Calderón.
En otras ocasiones, cuando un pequeño de cinco a diez años camina con alguno de sus padres por las intrincadas rutas de la frontera y son sorprendidos por la Patrulla Fronteriza, alguien en el grupo toma al niño y huye con él separándolo de sus padres o familiares, agregó el mismo funcionario a la prensa. No aclaró si se trataba de un tipo de secuestro cotidiano entre los «coyotes».
Si el menor es encontrado por los agentes se le notifica al consulado, por lo general, mexicano. Luego los funcionarios de su país, si comprueban que el niño está imposibilitado de aportar información por ser demasiado pequeño o por expresarse en una lengua indígena, buscan en sus pertenencias por un papelito con algún número de teléfono o dirección.
Muchas veces, cuando el infante aparece, lo hace solo. Con marcas físicas y emocionales ocasionadas por los asaltos, golpes, abusos sexuales y accidentes que sufren durante la travesía. Otros, no llegan a concretar el paso fronterizo por perder alguna extremidad ya que en su paso por el sur de México se cuelgan de barrotes en el exterior de los vagones del tren. En una ocasión no muy lejana, hasta la Conferencia de Obispos de EEUU lo denunció. Pero si prefiere la historia en primera persona, pregúntele a algún vecino suyo en este país. Lamentablemente es demasiado fácil enterarse de las dramáticas anécdotas.
Para muestra bastan las cifras. De 50 mil niños, niñas y adolescentes repatriados en un año de Estados Unidos a México, la mitad de ellos lo hizo sin ser acompañados por un adulto, según lo informó recientemente Margarita Zavala de Calderón, presidenta del Consejo Consultivo del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y Primera Dama de México.
Igualmente de acuerdo a las autoridades mexicanas, desde el primero de enero de 2004 al 15 de abril del 2007, ha regresado a México (sólo por el estado de Chihuahua) un total de 27 mil 521 menores de edad de los cuales una tercera parte son niñas o jovencitas. En una oportunidad el consulado en El Paso indicó que entre los niños había pequeños de hasta dos años de edad.
La Oficina de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), por su parte registró alrededor de 220 mil deportaciones de octubre de 2006 a julio de 2007, de personas de todas las edades. Cifra récord. La más alta alcanzada por esta agencia en su historia.
Sólo para el año pasado (2006) los datos del Instituto Nacional de Migración (INM) en México precisan que fueron 514,779 las repatriaciones procedentes de Estados Unidos, referidas a deportaciones y salidas voluntarias.
Por si fuese poco el drama, la American Immigration Law Foundation (AILF) informó hace un par de meses que entre dos mil y tres mil cadáveres de hombres, mujeres y niños han sido encontrados a lo largo de la frontera suroeste desde 1995, incluyendo por lo menos mil en el sur de Arizona, lo cual según algunos críticos de la situación migratoria, llega a ser diez veces más el número de víctimas que el total provocado por el muro de Berlín durante sus 28 años de existencia.
Las estadísticas vienen a la mente a propósito del caso de Saúl, el muchachito estadounidense de ocho años, hijo de Elvira Arellano. Sí, la mexicana que pasó un año escondida en una iglesia de Chicago y que por estar indocumentada, recientemente fue deportada a México. En medio de su desgracia, ambos gozan del apoyo de activistas por los derechos humanos.
El pequeño, viviendo ahora sin su madre en EEUU, poco a poco se ha convertido en un elemento emblemático de la situación migratoria entre ambos países.
Su deambular por iglesias y foros pidiendo una política migratoria más humana nos abofetea, recordándonos el calvario de una travesía fronteriza que no siempre termina en un retén para repatriados.