El 10 de octubre de 2019 se registraron los trágicos acontecimientos que culminaron en el golpe de Estado cívico-militar y sicario contra el presidente constitucional de Bolivia, Evo Morales (hoy presidente en el exilio), perpetrado por la oligarquía reaccionaria, los altos mandos del ejército y fuerzas oscurantistas, fascistas y paramilitares organizadas en «comités cívicos» para […]
El 10 de octubre de 2019 se registraron los trágicos acontecimientos que culminaron en el golpe de Estado cívico-militar y sicario contra el presidente constitucional de Bolivia, Evo Morales (hoy presidente en el exilio), perpetrado por la oligarquía reaccionaria, los altos mandos del ejército y fuerzas oscurantistas, fascistas y paramilitares organizadas en «comités cívicos» para dar la apariencia de «oposición ciudadana» al gobierno, y patrocinados por Estados Unidos como revelan, como antecedente, 16 audios difundidos por el medio digital boliviano Erbol, (véase La jornada, 12 de noviembre de 2019) que cita un informe denominado US hands against Bolivia (Behind Back Doors, en: https://bbackdoors.wordpress.com/2019/10/08/us-hands-against-bolivia-part-i/ ) de fecha 8 de octubre de 2019 donde se advierte el complot entre la oposición contrainsurgente y el gobierno de Estados Unidos en la planeación del golpe (escúchense también 15 audios de distintas reuniones de la conspiración internacional fraguada por personeros de la ultraderecha previa al Golpe de Estado en Bolivia en: «El lazo de los conservadores de las Américas y los golpistas en Bolivia», en: https://majfud.org/2019/11/11/el-lazo-de-los-conservadores-de-las-americas-y-los-golpistas-en-bolivia/https://majfud.org/2019/11/11/el-lazo-de-los-conservadores-de-las-americas-y-los-golpistas-en-bolivia/ .
Para entender la actualidad de los modernos golpes de Estado es útil recuperar un artículo, por lo demás ya clásico, escrito por Ruy Mauro Marini en 1978: «La cuestión del fascismo en América Latina, Revista Cuadernos Políticos no. 18, octubre-diciembre de 1978, pp. 21-33) que, junto a otros prestigiados escritores, analiza el origen de la doctrina de contrainsurgencia y la contrarrevolución que conduce a la instauración del golpe de Estado bajo la conducción de la bota militar en América Latina y El Caribe.
Uno de los puntos que aborda el autor es la similitud existente entre el fascismo europeo y el proceso contrarrevolucionario latinoamericano y que consiste en que ambos «…constituyen formas particulares de la contrarrevolución burguesa» (p. 22) pero que, en América Latina, asume la forma predominantemente militar.
Indica que la contrarrevolución latinoamericana se despliega en tres vertientes:
a) Un cambio en la estrategia global del imperialismo norteamericano que ocurre a finales de los años cincuenta y principios de la siguiente década, donde lo básico es la formulación de la doctrina de contrainsurgencia «…que establece una línea de enfrentamiento a los movimientos revolucionarios a desarrollarse en tres planos: aniquilamiento, conquista de bases sociales e institucionalización», resumiendo tal doctrina como «la aplicación a la lucha política de un enfoque militar», donde «…el enemigo no solamente debe ser derrotado, sino aniquilado» (p. 22).
b) La transformación estructural de las burguesías criollas que inciden en una fuerte modificación en el bloque político del poder dominante que conforma una integración imperialista de la economía y de los sistemas de producción favorable a las inversiones extranjeras y al capital financiero predominantemente norteamericano y monopólico.
c) El ascenso del movimiento de masas a que se enfrenta la burguesía en el curso de los años sesenta del siglo pasado y que agudiza la «violenta reacción de la burguesía y del imperialismo, es decir, de la contrarrevolución».
De esta manera, sintetiza Marini, el proceso de la contrarrevolución inicia mediante un periodo de desestabilización donde la burguesía intenta agrupar tras de sí a las fuerzas contrarrevolucionarias y sembrar, en el movimiento obrero y popular, la desconfianza y la división entre sus dirigentes; continúa en la concreción de un golpe de Estado perpetrado por las fuerzas armadas y culmina con la instauración de una dictadura militar y del Estado de contrainsurgencia.
Sin embargo, es preciso destacar que el autor aclara que cada sociedad concreta latinoamericana le impone a cada uno de estos momentos su sello particular. Y lo mismo podemos hacer extensivo al proceso histórico: las dictaduras y golpes militares actuales llamados «suaves», «judiciales», «parlamentarios», «cívicos», etc., por supuesto son distintos a los del pasado, partiendo del golpe de Estado militar contra el gobierno constitucional de Jacobo Árbenz, en Guatemala, en 1954; las modificaciones del Estado en Venezuela durante el gobierno de Rómulo Betancourt, en 1959, y el golpe militar en Brasil en 1964 y los que le sucedieron casi en cascada para proteger y perpetuar los intereses norteamericanos y los de las élites de las burguesías dependientes y subdesarrolladas.
A diferencia de los pasados golpes de Estado de los años sesenta y setenta, el actual de Bolivia comenzó supuestamente por un «descontento civil» contra un presunto «fraude electoral» que le confirió el triunfo y la reelección al presidente Evo Morales. La cobertura la proporcionó la OEA erróneamente aceptada por el gobierno para monitorear la jornada electoral y recontar los votos, y cuyo secretario general, el esperpento Luis Almagro, empleado de Washington, calificó la asonada militar como un «autogolpe en la Sesión Extraordinaria que esa organización celebró a instancias de México y otros países el 12 de noviembre de 2019 ante el mutismo de los personeros de ese organismo que es en el fondo el Ministerio de Colonias de Estados Unidos. A partir de aquí, paulatinamente, una vez proclamada la renuncia del presidente, se fue entregando el poder efectivo, primero a la policía, y luego al ejército, quien se dio a la tarea de reprimir a los movimientos populares afines al depuesto presidente con el fin de «restablecer el orden constitucional» que ellos mismos violentaron con sus acciones golpistas ordenadas y comandadas por el imperialismo.
Hoy la guerra de quinta generación utiliza los medios de comunicación monopólicamente controlados por los aparatos de Estado desde Estados Unidos y difunde las principales consignas y lineamientos de las fuerzas golpistas. Son vehículos las cadenas golpistas como CNN y NTN24, además de todo tipo de ONGs fantasmas diseñadas en Estados Unidos por los propios conspiradores cuyos formatos y voceros son furibundos anticomunistas pro-yanquis y racistas que desean el retorno de la historia a las siniestras épocas de las dictaduras y de la muerte donde el neoliberalismo y el mundo de los superricos y multimillonarios sea una sola realidad que excluya al grueso de la población y si es posible la extinga.
Otro elemento «novedoso » respecto al pasado, es la réplica del «modelo Guaidó», ese presidente bufo inventado por los gringos y que, siguiendo sus lineamientos, llevó a la autoproclamación, como presidenta de Bolivia, por parte de una senadora de derecha que había solicitado previamente la intervención de las fuerzas armadas supuestamente para «garantizar el orden», violando y pasando por alto todas las leyes y disposiciones constitucionales, como la ausencia de quórum en la Asamblea Legislativa que es la instancia legal para tomar decisiones en torno a la elección de un presidente interino.
Pero todo está permitido en la ruta de imponer el golpe y consolidarlo para beneplácito de Estados Unidos.
En el contexto de las actuales movilizaciones populares contra el capitalismo y el neoliberalismo rapaz que ocurren en Ecuador, Chile y Haití, así como en otros países como Costa Rica y Panamá, será nuevamente el pueblo boliviano organizado, con sus intensas luchas, movilizaciones y resistencias quien derrotará el golpe de Estado militar perpetrado por la oligarquía y el imperialismo cuyo objetivo fundamental es apropiarse de todos los recursos naturales y energéticos del país en su confrontación con potencias comerciales y nucleares como China y Rusia y como una forma, además, de intentar detener su proceso de decadencia capitalista y la constante pérdida de hegemonía en el plano de las relaciones internacionales.
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