«Hay seres de insurgencia digital poniendo flores en las armas de la contrainsurgencia corporativa de los monopolios tecnológicos. Ahí es donde necesitamos la curiosidad y la imaginación.» Este es, apenas, un amable recordatorio de que otros mundos [todavía] son posibles… Los trayectos hicieron que tempranamente encontráramos sentido en juntar hacking y comunalidad cuando lo uno […]
«Hay seres de insurgencia digital poniendo flores en las armas de la contrainsurgencia corporativa de los monopolios tecnológicos. Ahí es donde necesitamos la curiosidad y la imaginación.»
Este es, apenas, un amable recordatorio de que otros mundos [todavía] son posibles…
Los trayectos hicieron que tempranamente encontráramos sentido en juntar hacking y comunalidad cuando lo uno ya estaba posicionado y lo otro apenas despuntaba como concepto de nueva cuenta. Cuando lo uno ya hablaba de la disconformidad con el sistema, de pensar-fuera-de-la-caja, y lo otro ya daba una práctica intrínsecamente política y comunitaria [siempre en relación con los otros y las otras, humanos y no humanos]. Lo uno y lo otro se sumaron, potenciándose.
¿Hackear la producción tecnológica? ¿Por qué no? ¿Acaso la soberanía alimentaria, los feminismos, el zapatismo, la imaginación, el comercio sano y cercano, y los comunes no son hackings al sistema actual? Hackear. Poner en jaque. Y hacerlo para la comunalidad. Ese es el inicio y la utopía a alcanzar.
Encendemos nuestros dispositivos en la mañana y los apagamos por las noches. No, ya no los apagamos por las noches. Dormimos con ellos. Jugamos con ellos. Conversamos con ellos. ¿Desconectamos? Depende del sentido amplio [o no] que le demos al binomio conexión/desconexión. Todo transcurre con normalidad en nuestras vidas. Un momento. ¿Será eso posible? La cotidianeidad del ser-digital-que-somos está mayoritariamente en manos de empresas que privatizan lo que publicamos y lo que no sabemos que publicamos. Y lo venden al mejor postor. O lo regalan a quien sepa esculcarlo a cambio de tampoco sabemos qué. Somos más transparentes que nunca a las empresas que no «gobiernan» a través de nuestros dispositivos. Ellas, en cambio, no dan cuenta de sus prácticas y políticas. O apenas dan dicen algo para no decir lo verdaderamente importante. Esa es la normalidad hoy.
«…Hacer autonomía significa reapropiarnos del espacio y tiempo sociales para construir formas de ser y hacer», escuchábamos decir. Por eso la autonomía tecnológica es un camino cada vez más urgente que inicia con pasitos cortos y concretos. Un camino que necesita ser guiado desde la ética hacker de lo colaborativo y lo compartido. Y a la vez introducir todas las otras dimensiones de la producción tecnológica que no estábamos considerando: el diseño para el uso y el descarte casi inmediato, el despojo territorial para extracción de minerales, la precarización y explotación laboral de las personas que ensamblan y limpian las tecnologías que usamos, los desechos de la basura electrónica que contamina sociedades «lejanas» [¿lejanas respecto a qué o quiénes? A los centros de poder que deciden sobre esas vidas que no conocen ni quieren conocer].
Hacer autonomía [tecnológica] sin perder la ética basada en el valor de la curiosidad y el hacer juntos y juntas. Eso que ahora llaman transdiciplinariedad.
La cultura digital tiene muchas aristas: es atravesada por lo comunicacional y también por las dimensiones del sentir. Cables, pláticas, territorios físicos y no tanto. Nuestras relaciones sociales online-offline necesitan del hacking para pensar-fuera-de-la-caja y tener la posibilidad real de participar en la construcción de nuestras identidades y territorios. Pero sobre todo necesita espacios para escucharnos con atención e intención.
Las palabras que usamos para hablar de lo digital no nos pertenecen. Guardamos en un «escritorio», los «archivos» que usaremos más tarde. Las «redes sociales» son solo un par de empresas. Las búsquedas son «googleadas». Algo «nos gusta», lo «tagueamos», lo «tuiteamos». Pero hay vida más allá de lo masivamente conocido. Hay seres de insurgencia digital poniendo flores en las armas de la contrainsurgencia corporativa de los monopolios tecnológicos. Ahí es donde necesitamos la curiosidad y la imaginación.
Si nos rendimos a creer que internet es quienes se lo adueñaron no podremos imaginar futuros en común. Y queremos futuros juntos y juntas conectadas online y offline. Las capas de internet que no vemos son, sobre todo, las que implican a las personas. ¿Por qué será que una vez más el sistema deja fuera de las ecuaciones a las personas? Tal y como sucede con el cálculo del PBI de un país que aumenta tras una [mal llamada] «catástrofe natural»: la historia corta es que hay más transacciones comerciales y el producto bruto interno aumenta. Las personas afectadas también aumentan, pero eso no se cuenta en los números de las economías del capital flotante.
Cuestionar, preguntar, investigar. Dejar de lado la inocencia con la que nos muestran el idilio del «mundo conectado». Bondades sobran sí. Peligros también. Y la propuesta es atender a la complejidad de ese espacio [aún] en construcción. Nuestro reto es poner en jacke[r]. Y es un reto que no podemos dejárselo a nadie más. Por eso queremos hacerlo juntoas.
Fuente: https://sursiendo.org/blog/2019/11/poner-en-jacker/#more-9820