Días pasados, bajo el agobiante calor de los primeros días de febrero, caminando por la avenida Dorrego decidí tomar por una calle transversal cuya frondosa arboleda protege de los implacables rayos solares. Avanzaba lentamente y distraído, al doblar la esquina y adelantar unos metros observé en la vereda de enfrente una camioneta que estacionaba de […]
Días pasados, bajo el agobiante calor de los primeros días de febrero, caminando por la avenida Dorrego decidí tomar por una calle transversal cuya frondosa arboleda protege de los implacables rayos solares. Avanzaba lentamente y distraído, al doblar la esquina y adelantar unos metros observé en la vereda de enfrente una camioneta que estacionaba de culata en un gran portón y comenzaban a cagar cajas . De pronto aparece una mujer enfundada en ropa blanca que comienza a revolear los brazos como un molino y a gritar «Miren quién viene, miren quien viene». Crucé de vereda la mujer me abrazó y besó, se acercaron varios obreros y lo mismo, abrazos al por mayor, y en seguida «¿Como estás?, ¿y la señora, y tu hija y tu hermano y los demás…? «Esta mañana pensábamos en Uds.»
Ocurre que casi 20 años atrás, cuando la crisis del 2001, cuando los patrones abandonaban sus fábricas y los trabajadores/as las ocupaban dando nacimiento al fenómeno político inédito de las recuperadas por la gestión obrera, un grupo de compañeros que hacíamos parte de la Asamblea de Chacharita, Colegiales, Villa Ort1úzar nos enteramos que una fábrica del barrio había cerrado. Nos acercamos a ver qué pasaba. Los trabajadores nos atendían por una mirilla, asustados solo esperaban que volviera el patrón, que les pagara los salarios y que todo volviera a la normalidad. A los pocos días accedieron a levantar la persiana y pudimos dialogar. Hicimos la de siempre: una pequeña colecta, vender choripanes en la puerta primero y luego aprovechando el horno y que una de las compañeras tenía buena mano se hacían empanadas que se vendían en el barrio.
Otras gentes se acercaron a colaborar y se armó una suerte de Comité de Solidaridad, nos turnábamos para acompañarlos durante todo el día, y algunos pernoctaban con ellos. Afortunadamente había un grupo se psicólogos que ayudaban en la contención emocional, especialmente al anochecer cuando todo se silencia y solo quedaba la angustia de desconocer ya no solo el futuro, sino el días después.
En algún momento, no recuerdo como, se juntó un dinero para comprar unas bolsas de harina y un poco de levadura, entusiasmamos a los trabajadores en hacer una producción. Fuimos pocos los que aquella mañana tuvimos la suerte de presenciar la primera producción, la emoción nos embargó a todos cuando comenzaron a salir las primeras bandejas cargadas de productos recién horneados y a no pocos se les llenaron los ojos de lágrimas ( escribí un art. sobre esto que se publicó en Página 12).
Salíamos a venderlos por el barrio, mi compañera se llevaba dos cajas por semana y las vendía en el trabajo a precio solidario (varias veces su valor real). Pero éramos nosotros los que vendíamos, los trabajadores se negaban a salir a vender por la calle. Alguna vez me vinieron a buscar a mi casa -a tres cuadras de la fábrica- a las seis de la mañana para que les hiciera un cálculo de costos porque a las ocho vendría el que podría ser el primer cliente recuperado.
Se iniciaron los trámites para formalizar una cooperativa de trabajo, que los llevaba un abogado peronista de derecha, mientras algunos de los integrantes del Comité comenzamos a organizar un Centro Cultural. Llegó a tener mucho éxito, incluso fuimos designados como sede del Festival Anual de Tango por la entonces Municipalidad de Bs.As. Mi hermano, un artista plástico reconocido, organizó una muestra que congregó a figuras de la talla de León Ferrari, Juan Carlos Romero, Felipe Pino, Pesce y, obvio, Ricardo Roux entre otros muy prestigiados pintores. Los ciclos de cine congregaban muchos espectadores, especialmente el infantil que organizaba mi hija los fines de semana -las colas daban vuelta la esquina- allí se estrenó Nemo en paralelo con los cines del centro, la mayoría de los asistentes era personal doméstico de la zona que llevaban a sus hijos, al finalizar se les daba un mate cocido con grisines. Varios conjuntos de teatro exponían allí sus obras. El grupo Morena Cantero Jr., ligado al PO, propuso su obra sobre el Manifiesto Comunista, su presentación fue forzada y costó que un grupo de vecinos por problemas ideológicos se retirara del Comité. Un error nuestro y un costo innecesario porque la obra no dejó nada, lo más recordado fue que en un determinado momento el actor que representaba al trabajo se quita las ropas de espaldas pero sorpresivamente da un giro de 180 grados y expone sus genitales al público. De esta escena se habló durante varios días entre los trabajadores, pero nada más…
Así las cosas un día nos enteramos que se había hecho un acuerdo con una distribuidora, la había acercado el abogado. al ver cómo funcionaba en la práctica el acuerdo nosotros argumentamos que se trataba de un patrón oculto, porque en las primera horas del día un camión descargaba las bolsas de harina y al atardecer el mismo camión se llevaba las cajas con pero con la marca del distribuidor. Era un patrón que pagaba por hora trabajada y no se hacía cargo de nada. Al menos conseguimos que una parte de la producción la mantuvieran con la marca propia, para que no se perdiera.
El Centro Cultural crecía día a día y muchas, y nuevas personas se acercaban, algunas desinteresdadamente, otras con ideas poco aplicables y alguna por puro interés personal. También grupos ultimatistas, todo provocaba fuertes discusiones que se desenvolvían frente a los trabajadores… Una impronta muy pequeñoburguesa atravesaba esas discusiones que contrastaba con la dialéctica de lo concreto propio de la clase. Tendría sus consecuencias.
Muchas de las actividades eran con entrada paga por lo que se acordó que de lo recaudado el 70% iría para la Cooperativa y el resto para sufragar los gastos. Otro conflicto, porque de lo que recuerdo solo seis de los trabajadores apoyaban y participaban del Centro, pero el resto, fogoneados por el abogado, estaban totalmente en contra, pero al momento de repartirse el 70% todos querían su cuota. La Tesorera del Centro, una gran militante del PO infelizmente ya fallecida, también falleció su compañero, otro tipazo, hacía informes mensuales y los pegaba en los pasillos de la fábrica, duraban poco, los arrancaban. Obviamente alguien no quería que se conocieran las cifras a repartir…
Un día nos convocan de urgencia a una Asamblea «Porque había novedades». Fuimos tres compañeros, cuando llegamos -puntualmente- ya estaban todos sentados en ronda, menos el abogado que estaba parado. Fue el quién dirigió la asamblea, en realidad prácticamente el único que habló. Nos informó que la Cooperativa «La Nueva Esperanza» ya era una realidad. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos que la Presidenta era una persona que en tiempos del patrón era una suerte de gerente administrativo, que conocía a la perfección todos los movimientos y que tenía los registros de proveedores y clientes y conocía los costos, nunca había participado de la toma, estuvo en contra de ponerse a producir y de nuestra presencia en la fábrica.
El abogado en tono firme continuó diciendo que se acababa el tiempo de los choripanes y de las empanadas, que había que ponerse a trabajar y dedicar menos esfuerzos al Centro Cultural.
Eso le dio pié a uno de los trabajadores, el que más se oponía al Centro, a intervenir diciendo que la obra del Manifiesto Comunista les había traído muchos problemas con los vecinos… y que la Asamblea había decidido que toda actividad que pensara hacer el Centro debía consultarlos y ellos aprobarían o no su realización.
Los trabajadores/as permanecían en silencio, con las cabezas gachas y casi sin levantar la vista. Yo traté de argumentar acerca de la importancia de que un colectivo de trabajadores realizara actividades culturales aparte de las económico-comerciales, el abogado me cortó tajante: «Lucita, todos somos de izquierda, pero vos sabes que para conseguir clientes el Manifiesto no nos ayuda en nada.» La reunión terminó abruptamente uno a uno se retiraron casi sin saludar. Nosotros salimos cabizbajos sin hablar, sabíamos que la derrota era definitiva y que la experiencia estaba terminada. Y así fue, el Centro siguió con algunas actividades ya programadas pero se fue deshilachando poco a poco, la gente se retiró y finalmente cerró.
No pocos en nuestro grupo original lo tomaron como una ingratitud por parte de los trabajadores que no reconocían nuestro esfuerzo. Por mi parte, ya una vieja lechuza cascoteada, lo tomé como una nueva derrota, una más en la larga lista que acumulo.
Por eso mi sorpresa ante el recibimiento de los trabajadores y sus preguntas sobre mi familia y otros compañeros. A mi turno pregunté cómo estaban ellos «De los 16 quedamos nueve, tres fallecieron, uno se retiró y otros tres los despedimos por problemas». ¿Y el trabajo? «Muy bien», ¿sí?. «Tenemos 30 contratados», ¿treinta?. «Hasta ahora eran 25 pero esta semana incorporamos cinco más». ¿Tanto? «Te acordas la segunda planta, la de arriba que estaba desactivada, bueno ahora trabaja a pleno, no damos abasto, trabajamos hasta las 10 de la noche, ya no hacemos producción para la distribuidora, ahora solo para nosotros». Yo escuchaba no sin asombro pero atiné a felicitarlos y a decirles mi satisfacción por lo que me contaban.
Sonó un teléfono, tenían que registrar el despacho y a otros los llamaban de la planta. Otra vez los abrazos y los besos y el pedido de que regresara para charlar con más tiempo, me comprometí a hacerlo a la brevedad.
Me crucé nuevamente de vereda, desde allí miré la fábrica, se la veía limpia y ordenada. El gran cartel que anunciaba la Cooperativa la Nueva Esperanza ya no estaba, el mural alegórico a esa esperanza renovada que mi hermano pintara en la persiana principal había sido tapado con pintura gris plomo brillante, propio de las cortinas metálicas. Todo un símbolo pensé.
He reflexionado largamente sobre aquella experiencia, la solución de la distribuidora era imperfecta, pero era una solución para los trabajadores, no lo comprendimos así en ese momento. Nosotros los contuvimos, los sostuvimos en los momentos difíciles, los animamos resistir y a producir, pero no le dábamos una solución definitiva, no podíamos. No lo ayudábamos con los proveedores, no le conseguíamos clientes, menos financiamiento para el capital de trabajo que necesita toda empresa para la actividad cotidiana.
Me fui caminando lentamente, recordé que cuando los debates sobre las recuperadas presenté un trabajo «El éxito y sus peligros» donde señalaba tres etapas. Primero la de la ocupación y resistencia, luego la de la reconstrucción del listado de proveedores y clientes y la producción, finalmente la del mercado y la competencia, donde la Ley del Valor juega fuerte. Terminaba recuperando un lema del movimiento obrero internacional «La cooperativa cuanto más éxito tiene más capitalista se vuelve». Fue muy criticado, especialmente desde una nota en el mensuario Acción Cooperativa donde prácticamente me catalogaban como un enemigo del pueblo. Pero a las pruebas me remito, como se les paga a los contratados, ¿por hora?, ¿facturan?, ¿qué derechos tienen?…
Pero también es posible otra lectura. Esos trabajadores lograron conservar sus fuentes de trabajo -algo tuvimos que ver nosotros en eso- y ahora le daban trabajo a otros trabajadores- ¿En qué condiciones?, en las que imponen el mercado y la competencia en este tiempo de crisis, pero dan trabajo. No es poco.
Seguí caminando pensando que esa alegría con que la compañera gritaba «Miren quién viene, miren quién viene» era genuina, que los abrazos eran totalmente sinceros y que era verdad que esa mañana cuando mateaban se preguntaban qué sería de nosotros. Me convencí que esa sensación de ingratitud había trocado en reconocimiento explícito, que estaba oculto por la situación.
De pronto el calor ya no me agobiaba, sentí que sin darme cuenta caminaba erguido y con paso firme y rápido. Es que la memoria de la clase y sus sentimientos se expresan por senderos poco identificables y a veces en momentos inesperados. De pronto en una vuelta de esquina la vida te da una sorpresa que te reconforta y gratifica. Como dice la canción de Serrat son «Esas pequeñas cosas…»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.