Reproducimos un capítulo del libro «La situación de la clase obrera en China. Historia y economía política», de editorial Metrópolis, noviembre 2018, Buenos Aires
La justicia social fue una variable enormemente descuidada en los primeros lustros de la reforma y apertura en China. La consigna de «primero eficacia después justicia» agravó los déficits sociales y dio paso a niveles de explotación y desigualdad insostenibles. El cambio de rumbo se inició con la reivindicación de la «sociedad armoniosa» durante el mandato de Hu Jintao (2002-2012). ¿Sigue sus pasos Xi Jinping?
La eliminación de la pobreza, la construcción de una sociedad acomodada y la culminación del objetivo de doblar el PIB per cápita en 2020 respecto a 2010 figuran en la agenda. Sin embargo, se requieren más acciones y compromisos para que la China rica y poderosa que anunció en el XIX Congreso sea también una China justa.
Entre los principios políticos del xiísmo figura un enfoque de desarrollo centrado en la sociedad y en la mejora general de las condiciones de vida.
La construcción de una sociedad acomodada es una de las llamadas «cuatro integrales» popularizadas por Xi, junto a la profundización de la reforma, el Estado de derecho y la gobernanza estricta del PCCh.
Buena parte de la hoja de ruta social para los próximos años insiste en este objetivo y, esencialmente, en la eliminación total de la pobreza, una loable tarea en la que cabe advertir igualmente un notorio afán propagandístico.
Según datos oficiales, más de 60 millones de personas han salido de la pobreza en los últimos cinco años y todavía quedan (cifras de 2016) más de 43 millones que viven por debajo de dicho umbral, cifras que otras fuentes elevan a 55 millones.[1]
Pero el problema social en China va mucho más allá de la lucha contra la pobreza. Xi Jinping ha asegurado que la prosperidad para cada persona se ha logrado en lo básico y que la brecha de ingresos se está reduciendo año tras año pero la diferencia en términos de riqueza personal entre ricos y pobres es una gran preocupación.
Los tres hombres más ricos del país (dos gurús de Internet y un magnate inmobiliario) acumulan cada uno un patrimonio superior a los 30.000 millones de dólares, según los últimos rankings de Hurun. Mientras, millones de personas luchan por sobrevivir con menos de un dólar al día.
Según estimaciones de Morgan Stanley, los ingresos per cápita de los chinos aumentarían de los actuales 8.260 dólares (posición 93 a nivel mundial) a los 12.500 dólares en el año 2027, pero según un estudio de Beida, el 1 % de la población controla un tercio de la riqueza del país, mientras que el 25 % de la población con menos recursos solo detenta un 1 % de la riqueza.[2]
En otro orden, el seguro médico cubre hoy a más del 95 % de la población y la mejora general de los estándares de vida en todos los aspectos (educación, empleo, vivienda, transportes, jubilaciones, etc.) es un hecho que el PCCh blande cuando se le critica su falta de sensibilidad hacia el respeto de los Derechos Humanos. Aun así, el desigual acceso a la salud es un hecho contrastado y la no disponibilidad de elevados recursos dificulta enormemente el requerido anticipo de los gastos.
La igualdad educativa está igualmente lejos de ser una realidad. Ello a pesar de que el gasto en educación, por ejemplo, supuso en 2016 un 4,22 % del PIB, con un incremento del 7,64 % con respecto al ejercicio anterior.
En muchas ciudades, la vivienda es un lujo fuera del alcance del común de los mortales. Asimismo, la tasa de desempleo urbano fue del 3,95 % a finales del tercer trimestre del año, el nivel más bajo desde la crisis financiera global en 2008. La esperanza de vida pasó de los 74,83 años en 2010 a los 76,34 de 2015 (67,9 años en 1981). El porcentaje de población con pocos recursos ha descendido del 10,2 % a menos del 4 %.
Entre Gini y Engel
Pero China sigue siendo uno de los países con mayor desigualdad de ingresos del mundo.
Si bien es verdad que la tendencia se está revirtiendo desde 2008, cuando llegó a su máximo, el 0,49 (0,3 en 1980) del coeficiente de Gini, se sitúa ahora en torno del 0,45.
La disparidad de ingresos en las zonas urbanas y rurales ronda la proporción de 3 a 1 y el PIB per cápita en las zonas del centro y del oeste del país apenas supone la mitad del vigente en las zonas desarrolladas de la costa. Desde 2012 a 2016, la brecha se redujo 0,16 puntos.
La clave radica en la mejora de los ingresos y de las condiciones de vida en el campo que transita a un ritmo inferior a lo deseado. De hecho, los campesinos que trabajan en las ciudades han experimentado sensibles incrementos en los salarios ante la baja tasa de paro y el envejecimiento demográfico, lo cual repercute en la mejora de las estadísticas rurales, medio donde siguen censados.
Las autoridades chinas sienten poca devoción por el coeficiente de Gini, a diferencia del
coeficiente de Engel, que ubican en el 30,1 %, un 2,9 % menos que en 2012. Este coeficiente es utilizado por la FAO para describir las dificultades de las personas para satisfacer las necesidades vitales básicas. Un valor entre 50 y 59 % indica que las personas apenas pueden satisfacer sus necesidades diarias, mientras que un número inferior al 30 % representa el acceso a una vida moderadamente próspera. China se estaría acercando a ese nivel aceptable.
El reto de la igualdad
En 2018 se cumplirán los primeros 40 años de la política de reforma y apertura. China es hoy más rica y poderosa pero sigue siendo muy desigual. La igualdad social es uno de sus mayores retos y ese déficit menoscaba la legitimidad del PCCh.
Sin duda, el poder económico, militar o científico-tecnológico son importantes pero no lo es menos la justicia social, importante emblema del poder. Considerar la cuestión social un riesgo bajo control puede deparar sorpresas. Subirse a la ola de los grandes objetivos históricos (erradicar la pobreza) no debiera diluir la exigencia de enfoques enérgicos para afrontar problemas estructurales como la inequidad, que podría agravarse en los próximos años si no se adoptan medidas ahora.
Por ejemplo, la población anciana crece a gran rapidez y alcanzará la cifra de 400 millones en 2035. Se necesitará mejorar las pensiones y la dotación de servicios para atender a un segmento tan numeroso en el contexto de la urbanización acelerada que vive el país.
Por otra parte, ahora que el presidente chino parece enarbolar un nuevo repunte ideológico que reivindica sus orígenes, este rubro, indispensable en el ideario del PCCh, le recuerda el trascendente valor de aquella vieja máxima: «los antiguos hablaban poco por miedo a que sus actos no fueran coherentes con sus palabras».
Una China sin pobreza
China se ha planteado como gran objetivo de la agenda política para 2020 la erradicación de la pobreza en el país.
En 1949, cuando triunfó la Revolución, su PIB equivalía al de 1890. Unos 500 millones de personas conformaban una sociedad inmensamente rural, analfabeta y pobre, con el país destrozado por una secuela de guerras, tanto civiles como de agresión.
La trayectoria desde entonces no ha sido ni mucho menos rectilínea; no obstante, especialmente en la fase iniciada a partir de 1978, en este ámbito concreto, el balance es realmente beneficioso.
El logro de una sociedad modestamente acomodada, objetivo de larga data planteado por el PCCh, no puede ser alcanzado plenamente en tanto persista una pobreza significativa.
En los años transcurridos de reforma y apertura, la explotación de la mano de obra o la intensificación de las desigualdades daban cuenta de una China tan crecientemente rica como insoportablemente injusta. La erradicación de la pobreza no resuelve esas taras pero envía un mensaje de otro signo.
En más de una ocasión, buena parte de la sociedad china se ha mostrado poco comprensiva con las acciones de un gobierno que también ha gastado y gasta importantes recursos en la realización de grandes proyectos en el exterior o cuando las grandes giras de las máximas autoridades del país se acompañan con promesas de inversiones millonarias a la vez que internamente es tanto lo que queda por hacer.
Sucumbir a ese contraste no siempre es justo aunque sí comprensible cuando el país exhibe la posición 90 en términos de IDH (Índice de Desarrollo Humano).
Aun así, desde el inicio de la reforma en 1978, más de 700 millones de personas han salido de la pobreza en China. A finales de 2015, quedaban 55,75 millones de pobres según fuentes oficiales. El alivio de la pobreza mejoró la vida de 55 millones de chinos entre 2013 y 2016, años de crisis en el mundo.
A día de hoy, más de 43 millones de chinos se encuentran en esta situación. Los presupuestos centrales y locales destinaron en 2016 un total de 34.330 millones de dólares a esta finalidad.
Unos 8 millones de hogares recibieron microcréditos para emprender un nuevo rumbo. Las zonas peor clasificadas serán las prioritarias.
A nivel global, China es quien más ha contribuido durante la última década en la lucha contra la pobreza. Con más de 1.300 millones de habitantes, ha sacado de ella a más personas que cualquier otro país del mundo. Lo que resta es, como siempre, lo más difícil.
Cuanto más se avance más complejo será pues se requieren actuaciones diversas en materia de infraestructuras (caminos, agua, electricidad), educación, empleo, salud, vivienda, con proyectos sociales y de desarrollo a la par.
En paralelo a la vigilancia de la reincidencia o el combate a la corrupción cuando afecta a la gestión de estos fondos, es importante un manejo adecuado de la reubicación de ciudadanos con escasos recursos que habitan en zonas remotas y de difícil acceso. En esta estrategia, es probablemente la recolocación el aspecto más sensible habida cuenta que puede generar problemas de nuevo tipo relacionados con el desarraigo y la inadaptación.
El traslado de personas de zonas subdesarrolladas a otras desarrolladas (en 2017 se calcula unos 2,43 millones de reubicados) exige un diálogo respetuoso con las comunidades afectadas. En 2016 fueron trasladadas un total de 2,49 millones de personas.
PRESENTACION DE LA SITUACION DE LA CLASE OBRERA EN CHINA DE MARIO HERNANDEZ EN EL HOTEL BAUEN – CALLAO 360
EL VIERNES 5 DE ABRIL DE 19:00 A 21:00 EN EL SALON CONSULAR II – PISO 1º
CON LA PARTICIPACION DE RUBEN LAUFER (UBA), MARIANO TREACY (UNGS) Y MARIO HERNANDEZ (EDITORIAL METROPOLIS)
En el régimen laboral chino, el sindicalismo independiente está estrictamente prohibido. Esto significa que 806.498.521 trabajadores/as no pueden crear organizaciones independientes en una economía donde el 25% de los hogares más pobres apenas poseen el 1% de la riqueza, y donde largas jornadas, la falta de seguridad y el autoritarismo caracterizan la vida en las fábricas.
Notas:
[1] Unos 740 millones de personas de las áreas rurales de China salieron de la pobreza de 1978 a 2017, aproximadamente 19 millones cada año.
La tasa de pobreza en las áreas rurales cayó 94,4 puntos porcentuales durante ese período, con una disminución anual promedio de 2,4 puntos porcentuales, según el Buró Nacional de Estadísticas (BNE).
Estos datos muestran que los logros en el alivio de la pobreza de China han aportado más del 70 % del trabajo global de reducción de la pobreza en los últimos 40 años.
La renta media anual de los residentes rurales en áreas afectadas por la pobreza aumentó un promedio del 10,4 % cada año entre 2012 y 2017, 2,5 puntos porcentuales por encima del promedio para los residentes urbanos.
[2] En China se considera que las personas cuyos ingresos anuales son inferiores a 2.300 yuanes (337,3 dólares) viven por debajo del umbral de la pobreza.
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