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A 20 años del Consejo General de Huelga (CGH), algunos saldos pendientes

Fuentes: Rebelión

Recientemente he escuchado algunas conversaciones de los compañeros y compañeras que estuvimos hace una veintena de años empezando las tomas de las escuelas y facultades de la UNAM, para llevar a cabo esa gran batalla de nueve meses en defensa de la Universidad pública y gratuita, y me he percatado que persiste el viejo dilema […]

Recientemente he escuchado algunas conversaciones de los compañeros y compañeras que estuvimos hace una veintena de años empezando las tomas de las escuelas y facultades de la UNAM, para llevar a cabo esa gran batalla de nueve meses en defensa de la Universidad pública y gratuita, y me he percatado que persiste el viejo dilema entre si ganamos o perdimos la huelga.

He de comenzar por tanto señalando que en estos casos, un movimiento no se puede resumir de la misma forma que se hace con un partido de futbol, en donde existe un marcador y reglas puntuales. Aún si se pudiera decir si ganamos o perdimos, lo más importante no es un partido aislado, cual si fuera un amistoso cualquiera, sino que lo importante es visualizar esa batalla en el contexto de una guerra, y comprenderla dentro del desarrollo de la misma. Ganar o perder una batalla, así como un mero encuentro deportivo, es irrelevante si no se engrana la misma dentro de un proceso que nos lleve a victorias de mayor importancia.

Por tanto el presente será un breve artículo en donde simplemente se tratará de señalar aquel movimiento con respecto a lo que ha venido ocurriendo tras los siguientes veinte años, y sirva de herramienta para los viejos y nuevos compañeros, para situar nuestra actividad inmediata dentro de los procesos históricos que vivimos.

Los estudiantes del 99, el elemento sorpresa

He coincidido en que la generación del 99, fuimos una especie de elemento sorpresa, y no por aquello de la «generación X», lo cual siempre me pareció que era una categoría que carecía de cualquier seriedad sociológica, sino porque se pasaba por un momento en donde el análisis social entraba en un bache del que por cierto no ha salido, en donde la previsión de la lucha y el conflicto se da en medio de muchas confusiones teóricas y políticas, por lo cual es recurrente que aparezcan actores no previstos.

Eran los años, por así decirlo, de la orgía imperialista en el mundo, en donde las resistencias se consideraban muertas, después de la estrepitosa contrarrevolución mundial que permitió el auge del llamado neoliberalismo. En México, la izquierda revolucionaria llevaba años en un periodo de repliegue propiciado por el terrorismo de Estado, mientras que otra parte de la que se consideraba a sí misma izquierda, y que se acostumbraba a una vida confortable en las curules y cubículos de investigación, nos hablaba de los nuevos valores de la democracia y la ciudadanía, y había sido cooptada en puestos políticos y académicos que les permitían desentenderse de manera práctica de cualquier labor seria de transformación social, era pues una izquierda cooptada, oportunista y en muchos casos sobornada.

Tan es así, que en aquella tarde del 19 de abril de 1999, ni nosotros mismos teníamos elementos para saber lo que iba a pasar, muchos de nosotros acudimos aparentemente motivados por una especie de intuición que nos decía que era momento de luchar porque venía algo, en contra nuestra que tal vez no sabíamos explicar con precisión, pero que los elementos cotidianos de la vida, nos hacían ver que el conflicto de clases no solo no había acabado sino que la agresividad de quienes controlaban todo, estaba por quitarnos incluso aquello que de algún modo considerábamos nuestro.

¿Qué era ese algo? Tal vez nuestro futuro a nivel individual, familiar, de nuestros barrios, de nuestra gente, estábamos percibiendo ya que esos derechos que habían gozado de una cierta estabilidad estaban en quiebra, y que nos tocaría a nuestra generación pagar los costos de la derrota que había sufrido la generación anterior.

Nacimos políticamente en una especie de orfandad generacional, y la izquierda cooptada, entonces principalmente en el PRD, hizo un desesperado intento por adoptarnos bajo sus nuevas reglas, aquellos que nos habían hablado de las luchas pasadas, ahora nos trataban de convencer de no luchar, y sobre todo, de no estorbar su nuevo estilo de vida, parlamentario, electoral o académico; fueron incapaces de comprender que nuestra lucha no era por ellos, ni siquiera por nosotros en el plano inmediato, sino porque era necesario iniciar la resistencia para los que venían después.

De nuestro lado quedó sin embargo, la parte de la izquierda mexicana que remaba contra la corriente, la que no se había dejado cooptar y resistía en algunos puntos del movimiento sindical, popular y campesino, esa parte que la nueva historia oficial daba también por muerta y que consideraba sus expresiones contemporáneas como un mero rezago del pasado.

El número de activistas, la composición de clase, nuestro comportamiento, determinación y convicción fue el elemento sorpresa; es decir, cualquiera hubiera sabido que habría alguna resistencia u oposición al intento de privatizar la UNAM, pero seguramente estimaron que sería o una lucha débil, conducida por los nuevos «parlamentarios y políticos de izquierda» o bien, que sería tan escasa que quedaría prontamente en el olvido. No se contaba con que sin ser bendecido o apadrinado nuestro movimiento, fuera a atraer a tantos jóvenes de origen proletario, duros, combativos, dispuestos a pelear hasta agotar nuestros recursos.

Es por ello que los elementos que tenían previstos para hacernos retroceder fracasaron, ni el fabricarnos líderes para que nos vendieran, ni el traernos a las viejas voces de la izquierda, ahora domesticada, para que nos reprendieran y regañaran, ni echarnos a los grupos de porros o al cuerpo de granaderos de la ciudad de México para intimidarnos.

El momento de la huelga

Es cierto que dentro del movimiento lograron influir algunos estudiantes y profesores jóvenes que ya tenían alguna experiencia en la izquierda proletaria del país, y que algunos contaban con elementos teóricos o de la historia que les permitía orientar algunas acciones o decisiones, pero por otra parte, es importante reconocer, que a diferencia de otros momentos, el del CGH no contaba con cuadros revolucionarios en toda la extensión de la palabra, dichos elementos eran, por decirlo así, cuadros muy básicos, y por lo tanto no tenían la capacidad de dirigir realmente el movimiento.

Es por estas razones que el CGH fue como fue, y es por ello que se salió de muchos estándares, esa fue nuestra fortaleza y también una cierta debilidad. El desentendernos de protocolos políticos, el pelear más con coraje que con estrategia, más con intuición que con dirección, nos hacía algo erráticos, pero al mismo tiempo impredecibles y provocábamos dentro de los aparatos de gobierno, tanto del Estado mexicano como de la UNAM, una especie de desesperación que los hacía perder el control y ser ellos aún más erráticos que nosotros.

Al igual que les pasó a muchos de quienes participaron en la Revolución mexicana iniciada en 1910, el movimiento nos tomó por sorpresa y empezamos en él con un grado alto de ingenuidad , por lo que nuestra novatez nos cobró algunas facturas, pero por otra parte, las lecciones que se aprendían día a día, marcha a marcha, barricada a barricada, represión a represión, nos permitieron comprender los principios básicos de la lucha proletaria y de la organización social. De este modo, en la medida en que el movimiento cumplía más días, si bien es cierto que perdíamos número a causa del desgaste, éramos más sólidos y nuestra capacidad organizativa había mejorado sustancialmente.

Para no dejar sin atender el debate sobre si ganamos o perdimos, y que con ello se diga que hemos eludido la cuestión, habría que decir que el movimiento del CGH ganó, porque logró asestar más golpes al Estado mexicano y a la burocracia universitaria, de lo que ellos lograron asestarnos a nosotros. Esto no sólo se explica por nuestros aciertos, sino porque los hicimos cometer muchos errores, y por supuesto no significa que no hayamos cometido errores, en realidad lo sorprendente para las circunstancias es que no hayamos cometido más.

Logramos establecer claramente que la educación superior era un derecho que no podía ser condicionado al pago de cuotas, y logramos iniciar un movimiento por la gratuidad y por la democratización de la educación que alcanzó a alentar a otros referentes de lucha estudiantil en el país y en América Latina. Aunque claro, quedamos algo lejos de lograr el objetivo de nuestra plataforma de lucha, que era ganar una Universidad pública, gratuita, democrática y popular.

Lo que se podía ganar en la Huelga se ganó, y lo que no se ganó, en realidad requería de procesos de lucha más amplios, de alcance nacional y que se diera en más de una batalla, he ahí el saldo del que tenemos que hablar.

Entre 1999 y el 2019, el saldo necesario

La Huelga nos funcionó tan bien como método de organización y lucha que el Estado mexicano llegó a la necesaria conclusión, desde su perspectiva, que no había más remedio que arrebatárnosla por la fuerza, y nosotros, aferrados a ella, fuimos incapaces de dotar de estructura a un movimiento estudiantil proletario, que fuera capaz de afrontar las batallas que estaban en puerta. El movimiento aunque disgregado, logró mantener en la agenda universitaria el pliego petitorio, pero sólo unos cuantos años más, mientras la burocracia universitaria pudo recomponer parte del daño sufrido durante los años que duró el conflicto.

Si hacemos el saldo al interior de la Universidad, podemos ver que se logró mantener hasta cierto punto la gratuidad, y la integridad de la UNAM, evitamos su desmembramiento y su privatización general. Sin embargo, la burocracia que se recompuso hacia el final de la huelga y que promovió la represión, se relegitimó en un sinnúmero de espacios, logrando mantenerse hasta ahora al frente de la misma, nos referimos al grupo que encabezó Juan Ramón de la Fuente y que heredó la rectoría a José Narro y Enrique Graue, quienes de la mano del PRI, PAN, PRD y lo que hoy es MORENA, lograron continuar maniatando los organismos de gobierno interno de la universidad, haciendo que el proceso de privatización haya avanzado en más de un aspecto, haciendo de la UNAM una universidad mucho más elitista de lo que era hace veinte años, y lograra cerrar las puertas en gran medida a la juventud proletaria.

De manera general, los miembros del CGH, sobre todo quienes mantuvieron firmes sus posiciones, hemos sido excluidos de la vida universitaria, se siguió cerrando paso al estudio verdaderamente crítico de los problemas sociales del país, y la vida académica de la UNAM se ha hecho, cada vez más, claramente funcional al régimen del Estado mexicano.

Viéndolo en un espectro más amplio, hemos podido ver en estos veinte años, que la juventud proletaria de entonces y de ahora, fue condenada al trabajo precario, y que más allá de eso, fue condenada al olvido y la exclusión social. En estos tiempos no sirve de mucho en términos laborales contar con una carrera universitaria, pues el modelo económico imperante ha golpeado severamente al sector de jóvenes graduados de origen proletario, los cuales, a diferencia de lo que llegó a ocurrir en la segunda mitad del siglo XX, no han logrado mejorar su situación socioeconómica a través de haberse preparado en instituciones de nivel superior.

Aunque el movimiento del CGH junto con otros contemporáneos, advertimos que el país estaba empeorando, ni siquiera nosotros pudimos atinar a que estaba por venirse una crisis social tan grande como la que vivimos ahora, ni nosotros pudimos prevenir que iba a ser el crimen organizado el que le diera cabida a esa juventud que nosotros queríamos ver dentro de una Universidad pública y popular.

Como generación, cumplimos en ese año, y en cierta medida, quienes salimos del CGH pudimos nutrir otros referentes de lucha, pero también hay que reconocer, que hemos quedado a deber, pues la clase trabajadora en general, requiere de mucho más que nuestra memoria de aquel episodio y requiere por tanto de seguir adelante y de llevar aquella experiencia a nuevos frentes de lucha, no sólo para decir «nosotros le hicimos así», sino también para aprender más, para extraer nuevas conclusiones y mantenernos realmente activos en esa lucha que no ha terminado.

No somos ya aquellos las mismas personas que fuimos hace veinte años, pero tampoco somos tan viejos como para vivir de nuestro recuerdo cada vez más lejano de aquella, nuestra primera batalla. La única forma de mantener con vida al CGH es seguir luchando en todos y cada uno de los frentes que lo requieran. Recordar es importante, pero luchar es más importante aún, y lo mejor, es recordar mientras se sigue luchando, ya sea como trabajadores, como maestros, como colonos o campesinos. Para que la Historia de nuestro presente se escriba, además de escribirla, se deben labrar las condiciones materiales de nuestra realidad, y lo que hicimos hace veinte años, es lo que tenemos que seguir haciendo hoy, pero con más elementos, con más experiencia, aunque con el mismo coraje y determinación que lo hicimos en 1999.

Sirva pues esta ocasión para extender un saludo caluroso y combativo para todos aquellos que después de veinte años mantienen con honor y dignidad la camiseta del CGH con el puño levantado, y también como un vivo recuerdo para quienes la vida no les alcanzó para estar hoy entre nosotros.

Andrés Avila Armella. Secretario General del Partido Comunista de México (PCdeM) www.partidocomunistademexico.org

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.