Cuando a cinco meses de las elecciones del 27 de octubre todos los estudios de opinión y encuestas electorales mostraban a Cristina Fernández de Kirchner caminando hacia un triunfo en primera vuelta, la exmandataria dio vuelta el tablero y anunció que el candidato a presidente sería su exjefe de gabinete Alberto Fernández, y ella sería […]
Cuando a cinco meses de las elecciones del 27 de octubre todos los estudios de opinión y encuestas electorales mostraban a Cristina Fernández de Kirchner caminando hacia un triunfo en primera vuelta, la exmandataria dio vuelta el tablero y anunció que el candidato a presidente sería su exjefe de gabinete Alberto Fernández, y ella sería su vice.
Con su decisión, Cristina buscaba allanar el camino para construir una coalición más amplia, hacia una nueva hegemonía política, que ya de por sí será débil por los condicionamientos socioeconómicos. Lo que llama la atención es que los sondeos la muestran con una imagen positiva 15 puntos por encima de la del presidente Mauricio Macri y 16 sobre la del «reformista» Sergio Massa.
En una demostración de verticalismo, Cristina tomó la iniciativa desde la «mesa chica» y alineó al conjunto de la fuerza propia detrás de esa decisión, lo que deja en claro por un lado el poder de la exmandataria y la debilidad del conjunto de las fuerzas que integran el espacio, por el otro. Es el verticalismo que ha construido históricamente, en nombre de la lealtad, una cultura de obsecuencia y traición, como dos caras de la misma moneda, señala el sociólogo Marcelo Langieri.
Ante la ausencia de garantías suficientes para construir una mayoría en la segunda vuelta electoral, apela al diálogo y la moderación como ejes de la propuesta. Lo extraño es que fue la agudización de la crisis descomunal, lo que sirvió para justificar el giro centrista tanto para afuera del espacio como para adentro, alejando las fantasías sobre una radicalización programática, con un programa que reivindicara un gobierno popular sin corruptos para desarrollar la agenda de tierra, techo, trabajo, de la juventud y del feminismo popular.
Apostó por un armado político de «centro nacional», con protagonismo del Partido Justicialista (PJ), de los gobernadores, de una franja del empresariado local, de la llamada burocracia sindical. Una apertura hacia la derecha del espectro político, un giro al pragmatismo. ¿Será que Cristina se despide del progresismo?, se pregunta Miguel Mazzeo. Lo cierto es que a muchos ha sorprendido el silencio de la exmandataria sobre los ataques a la integración regional en general, y a Venezula en particular.
Desde hace meses el tema de la gobernabilidad fue el de mayor preocupación no solo de los políticos locales sino también del Departamento de Estado estadounidense y la socialdemocracia europea (y los think tanks de ambos). Toda la artillería de la prensa hegemónica fue moldeando el imaginario colectivo de la necesidad de hallar alguien que lograra suturar la grieta profunda entre el poder fáctico y el resto de la sociedad, en especial el kirchnerismo y el peronismo.
La llamada grieta es la estrategia de gobernar a partir de una minoría intensa, un estilo de ejercicio del poder, que nació en 2009 durante el conflicto del campo, cuando el kirchnerismo golpeado, vencido en las elecciones legislativas del 2009 y con escasos apoyos, logró reconstruir su legitimidad a partir de una sucesión de reformas progresistas: estatización de la previsión social, ley de matrimonio igualitario, asignación universal por hijo, entre otras.
Algunos interpretaron estas medidas como una radicalización, pero en realidad fue la forma de incorporar a otros sectores, sumar nuevos temas a la agenda, para recuperar la popularidad y la hegemonía.
La grieta le permite a un gobierno retener el poder, ganar elecciones, pero no alcanza para emprender transformaciones profundas y sostenibles, como demuestra la experiencia del cristinismo pero también la del macrismo, que hizo de la grieta una verdadera filosofía de Estado y encontró una serie de dificultades para desplegar plenamente su programa regresivo de reformas (laboral, previsional, impositiva), señala el director de la edición local del mensuario francés Le Monde diplomatique, José Nathanson
Y ahí se fueron barajando varios nombres para superar la grieta, publicitada por los medios hegemónicos (macrismo de un lado, kirchnerismo del otro), en busca del camino del medio. Casi todos quedaron en el camino tras los nueve fracasos consecutivos del macrismo y sus aliados/cómplices en elecciones regionales; entre ellos el exministro de Economía Roberto Lavagna, lanzado desde el peronismo reformista como cabeza de un eventual acuerdo nacional, quien contaba con el visto bueno y apoyo de la embajada estadounidense.
Algunos sectores de la militancia y de los adherentes al kirchnerismo justifican la decisión de Cristina; unos hasta hablan de su «genialidad táctica». Pero muchos otros están desilusionados, sobre todo los más postergados, porque la candidatura del ungido significó un golpe a su entusiasmo y la voluntad manifiesta de no avanzar hacia cambios estructurales, en nombre de la teoría de «lo posible», la asesina de la utopía.
Cristina funcionaba como vector de posiciones críticas, energías democráticas y denocratizantes, de pasiones populares, porque los avances democráticos y las políticas de contenido popular del kirchnerismo fueron de la mano de una Cristina «compañera», dura, intransigente, movilizadora, ideológicamente comprometida, sin el lastre de la burocracia política del justicialismo. Hoy aparece como «jefe» el manso Alberto, un constructor de puentes con el enemigo, encargado de suturar la grieta entre kirchnerismo y macrismo.
Si Cristina inició esta etapa del juego electoral con una «maniobra brillante», falta aún que muevan sus piezas los otros actores, los del poder fáctico: los medios concentrados y cartelizados, la Embajada (obviamente la de EE.UU.), el gran empresariado y las grandes corporaciones. Lo que será difícil es gobernar con la oposición sistemática del poder fáctico y sus medios de comunicación e información, y eso lo sabe bien el kirchnerismo. Quizá por eso el ungido fue el otro Fernández, Alberto.
Ya al presentar su libro «Sinceramente», el 9 de mayo, propuso un contrato social de ciudadanía que incluyera a empresarios, sindicalistas e intelectuales, siguiendo el proyecto nacional de Juan Domingo Perón en 1974, tratando de formar el tipo de base necesario para gobernar. En el Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires, había señalado que la distinción entre izquierda y derecha era un anacronismo. En junio de 2015, aún en el gobierno, había distinguido que «no hay ideologías, se trata de intereses contrapuestos».
¿Se trata de una democracia participativa o un cheque en blanco para que la próxima administración pueda gobernar sin demasiado ruido en las calles?, preguntan en radios y televisoras. Hoy sus seguidores fueron invitados a participar en esta nueva aventura electoral, pero nadie les pidió su opinión.
Jorge Fontevechia, director del diario Perfil, señala que Cristina «más allá de su psicología, sea narcisismo primario, megalomanía, sesgo paranoide o delirio de grandeza, todas las categorías conllevan a una etiología similar: elegirse a sí misma como objeto de amor».
Alberto Fernández es un «negociador», hasta hace muy poco tiempo encolumnado detrás de Sergio Massa y crítico de muchas de las «características del cristinismo» que hoy le endilgan a su actual mentora quienes tardan en aceptar su liderazgo; de históricas buenas relaciones con los medios hegemónicos locales y contactos sólidos con grupos de presión estadounidenses con llegada a la Casa Blanca y, sobre todo, al Departamento de Estado.
«Un perfil semejante le permite a la exmandataria ampliar las posibilidades de crecimiento de su espacio, potenciado desde el primer momento con el renunciamiento inmediato del exgobernador Felipe Solá, un precandidato que aporta desde el arranque sus propuestas sobre la defensa de la economía popular, sobre todo de las mujeres y los hombres que la desarrollan, además de darle profundidad al voto, más allá del cono urbano bonaerense», señala el analista de CLAE, Carlos Villalba.
Se supone que para lanzar esta fórmula, Crisrtina consultó a Massa, titular del Frente Renovador, un partido que, como el Justicialista, Unión Ciudadana, Proyecto Sur, Partido Comunista, el Partido de la Cultura, la Educación y el Trabajo o el Partido Solidario, podrían formar el «Frente Patriótico» de unidad nacional, con el que Cristina aspira a derrotar al macrismo.
«Para ganar espacio se corre a la derecha», señala Rubén Armendáriz, considerando que explícitamente prefiere a la derecha justicialista que a los grupos de centroizquierda del propio peronismo, para consolidar el gobierno que suceda al actual, que sigue mostrando indicadores sociales y económicos que tienen a la mitad de la población argentina contra las cuerdas del hambre, la desocupación, la miseria, las enfermedades, la marginación.
Alberto dixit
Alberto Fernández, el ungido, es un político conciliador y conservador, lobista palaciego, cuya popularidad alcanzó alguna vez el 10% y su nivel de desconocimiento, incluso entre los peronistas de a pie, es alta. Es una figura adecuada para renegociar con el FMI, llevar tranquilidad a los mercados, acordar las «impostergables» reformas estructurales con las grandes corporaciones y con la burocracia sindical, para despegar al espacio de cualquier sospecha de «chavismo» y especies similares, para poner paños fríos en la relación con los multimedios hegemónicos.
«Es una figura idónea para intentar articular la construcción de legitimidad política con la satisfacción de las necesidades de la valorización del capital. Cristina percibe esto con claridad sabe que ese traje no le queda bien, y por eso se corre, por eso transfiere sus votos y su protagonismo», señala Mazzeo.
«Nunca hemos pensado en dejar de pagar la deuda o dejar de cumplir las obligaciones. La historia cuenta que vinimos a pagar las deudas que siempre tomaron otros. Las hemos pagado en los términos que nosotros nos comprometimos a pagar. Tenemos que hacer un esfuerzo para ver cómo enfrentamos ese momento», fue de lo primero que dijo Alberto Fernández, para calmar a Washington, el Fondo Monetario Internacional y los acreedores.
Añadió que Mauricio Macri pensó que el problema inflacionario sólo se resolvía atacando a la moneda, y generó un estrago financiero como pocas veces ha vivido la Argentina. «Hay que darle una solución al estrago financiero, de lo contrario no existe solución al tema de la deuda. Pero todo esto hay que hacerlo sin descuidar que tenemos que desarrollar el aparato productivo para volver a poner en funcionamiento la economía», resumió su plan de gobierno.
«Además todos están hablando de lo que vamos a hacer nosotros cuando lleguemos y nadie se da cuenta de lo que está pasando de acá al 10 de diciembre, el riesgo de caer en default con la deuda privada. Nadie le está prestando atención a eso», añadió el candidato a presidente, quien añadió que «la Argentina está afuera del mundo y lo que nosotros necesitamos es volver a integrarla (…) EEUU es una potencia y tenemos que encontrar un mecanismo de convivencia donde todos nos respetemos. Podemos entrar en la globalización con inteligencia y pidiendo que se nos respete», añadió.
«Empecemos a construir otra historia para América Latina. Siempre creí que es un territorio que debe integrarse, no desintegrarse», dijo, tras pedir la liberación del expresidente brasileño Lula da Silva, víctima del lawfare.
Primero la rosca, luego el plan
Pero por ahora sólo se habla de cálculos electorales, pero nada de un plan de gobierno donde se garantice la recuperación para el Estado los recursos estratégicos y los servicios públicos, fortalecer los sistemas educativos y sanitarios públicos limitando la expansión de los sistemas privados que negocian con los derechos y recursos de todos los argentinos.
Nadie habla de qué tipo de democracia se desea. Si se convocará al pueblo para las decisiones trascendentales, si se establecerá la revocatoria de mandatos de los cargos electivos, si se realizarán los urgentes cambios estructurales que comprenden una nueva Constitución y un nuevo cuerpo legal para impedir el cíclico saqueo de las riquezas. Silencio total: primero hay que ganar, es la respuesta.
Desde Página12, vocero del kirchnerismo, se señala que para llegar al Estado, «obvio, hace falta la rosca. Es preciso negociar y negociar. Hacen falta votos de convencidos, de desilusionados».
Las respuestas de los dirigentes a las preguntas urgentes de un pueblo hambreado son casi siempre las mismas. La agenda urgente (que se desconoce) requiere aliados para ganar y aliados para gobernar. «Primero hay que ganar», insisten. ¿No importan el cómo y el para qué? Hoy por hoy, no es fácil imaginar (por más imaginación que se tenga) a Alberto Fernández como continuador de los ocho años de gobierno de Cristina y su candidatura tampoco asegura que fortalezca la unidad del peronismo
Una de las primeras metas de esta nueva coalición aún nonata es construir una base parlamentaria peronista y panperonista que pueda generar acuerdos temáticos. Esta fórmula quiere concitar la convocatoria a los más variados sectores políticos y económicos también, pero la coalición que gobierne deberá ser mucho más amplia que la que gane las elecciones, reconocía Alberto Fernández.
Muchos analistas dudan que la fórmula lanzada sea «la jugada» y especulan si aún faltan otros detalles para descubrir la segunda jugada, escondida, sorpresiva, sorprendente. En esta jugada, Cristina es la que arriesga mucho… o todo. Más allá de las palabras -convocantes a la unidad y el patriotismo- no está clara la razón de las mismas y las causas no invocadas, solo el tiempo podrá develarlas.
Votando a Cristina se sabía lo que se votaba, cosa que no acontece haciéndolo por Alberto Fernández y mucho menos cuando la expresidenta sea su vice. Tampoco está claro que los aportes electorales del ungido candidato presidencial, protagonista de fuertes virajes políticos, compensen los votos que pierda Cristina con esta decisión, señala el dirigente social Juan Guahán.
La expresidenta dijo que más que ganar una elección «necesitamos hombres y mujeres que puedan gobernar la Argentina inmersa en una crisis peor que la del 2001. No se trata de volver al pasado ni de hacer lo mismo que hicimos entre el 2003 y el 2015, la situación es distinta», y la preocupación central debe ser «establecer un nuevo orden en el marco de una organización social y colectiva», añadió.
Las condiciones actuales, con una deuda equivalente al PBI (o que probablemente ya lo superó), son mucho más adversas que las que afrontaron Juan Domingo Perón y su ministro de Economía José Ber Gelbard en 1974, un empresario con indudable talento personal (y compromiso social), muy difícil de hallar en esta Argentina del siglo XXI.
Este endeudamiento obtura cualquier proceso inversor, y cualquier brisa en los mercados internacionales desataría un huracán triturador de la economía argentina. A menos que, como bajo el menemismo, ese proceso inversor se apoye en la entrega de las joyas de la abuela: el agua, el petróleo, los recursos mineros, y hasta probablemente porciones del territorio nacional, advierte Luis Brunetto desde El Furgón. Pero sobre eso no se habla.
No hay salida sin repudiar la deuda repiten los economistas nacionalistas y de izquierda. No se trata de cambiar al Gato Macri por el Gatopardo, dicen las redes sociales. No se trata de cambiar de gobierno para que todo siga como está: por eso lo que se reclama es un plan, un proyecto, ajustado a la realidad y la justicia social, alrededor del cual se debieran sumar las voluntades.
Explicando
La desesperante situación económica, financiera y social del país, aún dejan entre signos de interrogación la posibilidad de que Macri deba dejar la Casa Rosada antes de terminar su mandato, como pasara con Fernando De la Rúa en 2001. Quizá, el apresuramiento en el lanzamiento de las candidaturas Fernández-Fernández, sirva como una válvula de esperanza para impedir el estallido social.
Pero es evidente que hay que convencer a las bases peronistas y kirchneristas de, en nombre del pragmatismo, votar por Alberto Fernández, quien según Página 12 va arrinconando a Sergio Massa y sus seguidores del peronismo reformista a ir a elecciones internas o sumarse a la fórmula y aspirar a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, la principal del país.
Ya una especulación recorre los medios y redes peronistas «Alberto es Clarín y la fórmula revela que hay acuerdo con Clarín», el oligopolio mediático. «La fórmula zanjó una vieja discusión táctica del kirchnerismo. AF candidato a Presidente supone mantener la relación directa con los votantes, y con los gobernados, pero reconocer también la mediación de los periodistas. O al menos la necesidad de no irritarlos inútilmente», dice Martín Granovsky en Página12, confundiendo periodistas con los medios hegemónicos de información.
Durante 2019, Cristina dejó de lado el armado de Unidad Ciudadana como espacio autónomo y optó por acercar posiciones con diversos sectores del peronismo. La nueva fórmula, explorada a nivel provincial, fue: Unidad Ciudadana no es el todo, es una parte de otro armado, donde puede no ser el eslabón principal. Para esa rosca política, dicen algunos analistas, hacía falta que la líder indiscutida cediera espacio a un articulador.
Obviamente, la exmandataria es consciente de que el ajuste macrista y, sobre todo, el fenomenal endeudamiento dejarán al país muy condicionado en los próximos años. De no haber reprogramación o default, la Argentina tiene por delante vencimientos por más de 45 mil millones de dólares en los próximos cuatro años.
Ese escenario, entonces, exige un «gran frente opositor», que permita explorar una nueva hegemonía política, que por definición será débil por los condicionamientos económicos, señala Enrique de la Calle, de la Agencia Paco Urondo. Con un nuevo movimiento sorpresivo, como tanto le gustan a la ahora senadora nacional, Cristina reconfiguró una vez más la política argentina.
Alberto Fernández mantiene desde siempre vasos comunicantes con actores del establishment, desde el empresario nacional hasta la corporación judicial. Sin algunos de ellos no se puede diseñar ninguna hegemonía, gusten más o menos, añade de la Calle.
¿Rehacer un país o un cambio para que nada cambie?
Hoy el corsé del Fondo Monetario es descomunal, el aparato productivo requiere de una inyección reactivadora que estará en soledad regional e internacional. ¿Con quiénes se encara una epopeya reformista de ese tamaño, quitadas las ensoñaciones perpetuas de que basta con un sujeto social movilizado?, señala el periodista Eduardo Aliverti.
Hasta que alguien explique lo contrario con más seriedad que romanticismo vacuo; con más pragmatismo distributivo que con consignas cómodas; con más efectividades conducentes que con infantilismos falsamente izquierdistas, esto es rosca a dos manos. Con una se trabaja el desarrollo de una economía popular que satisfaga necesidades inmediatas y prospectivas y con la otra se dirige con firmeza a un empresariado cuya vocación patriótica no existe, agrega.
Hay un poder fáctico que se ha beneficiado con el gobierno de Mauricio Macri y, conscientes de que sus días en el gobierno están contados, pretende dejar plantado un escenario político-económico que permita a continuar con sus negocios.
Su capacidad de maniobra está justamente en el poder de compra (de voluntades políticas especialmente) y su poder de fuego (extorsiones económicas, infiltración de organizaciones políticas y sociales, utilización de la inteligencia artificial en la manipulación de la opinión pública a través de los medios y las llamadas redes digitales).
La bases insisten en recuperar la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que permita -no, que garantice- la pluralidad de voces, insisten en una modificación de raíz de la estructura judicial del país, poner a funcionar el casi paralizado aparato productivo, en limitar el extractivismo salvaje y depredador (al que son adictos varios de los gobernadores peronistas que se suponen formen parte de la alianza).
¿Se respetará la existencia de los pueblos originarios a través de medidas que impidan el avance del latifundio, la extranjerización de la tierra y reconozcan la propiedad comunitaria de sus asentamientos?, preguntan por las redes sociales.
El gobierno de Macri repitió el procedimiento de endeudamiento externo y retraso cambiario, beneficiando a una breve nómina, hasta que el 25 de abril de 2018 los principales bancos colocadores de títulos de deuda argentinos en el mundo emprendieron la fuga. Sin plan y sin rumbo Macri se subordinó al FMI, que generosamente le prestó más que a cualquier país miembro, con una duración y escala del ajuste también sin precedentes.
El antecedente de una situación similar es el del 3 de enero de 2006, cuando Argentina le pagó todo lo adeudado al FMI. El mismo presidente Néstor Kirchner fue ese día a la oficina del FMI y les dijo que se fueran. Hoy hay que sumar la deuda con el FMI y la parafernalia de títulos de deuda emitidos por el macrismo. El stock de LECAPs (Letras del Tesoro capitalizables en pesos, títulos de corto plazo), supera los 9.800 millones de dólares (más de la mitad de esa deuda está en poder de bancos y fondos extranjeros), y la deuda en LETES (Letras del Tesoro), que son en dólares y suman 8.345 millones.
El próximo gobierno debe hacer frente a un monto y escala de vencimientos de deuda imposibles de pagar, máxime cuando por el mismo pago de los intereses de la deuda se tiene déficit fiscal total y déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos, y la única propuesta de Alberto Fernández es subordinarse a un posible acuerdo con el FMI.
Al 10 de mayo, el total de los depósitos del sector privado en el mercado financiero local ascendía a unos 48.000 millones de dólares, básicamente a 30 días de plazo, con lo que pende la posibilidad que ante una nueva corrida del dólar, la misma se convierta en corrida bancaria.
El economista Horacio Rovelli recuerda que de lo acordado con el FMI, el próximo gobierno recibirá en el año 2020 unos 3.892 millones de dólares en cuatro cuotas trimestrales de 973 millones de dólares cada una, que terminan en dos cuotas más de 773 millones de dólares en el 2021. Pero hay que empezar a pagar desde septiembre de 2020, en ocho cuotas trimestrales consecutivas, el tramo de 14.458 millones de dólares otorgado el 22 de junio de 2018 y así sucesivamente todo el crédito del FMI.
Por ende, para la próxima administración los ingresos del FMI no cubren la tercera parte de lo que se le debe devolver a ese organismo en los primeros 18 meses de gestión. Y no existe ningún plan de la nueva fórmula presidencial que contemple los intereses de los desocupados, asalariados, jubilados y pensionados, las pequeña y medianas empresas cerradas por la política proespeculativa del gobierno de Cambiemos.
Mientras, grandes empresas locales, como el Grupo Clarín, Arcor, La Serenísima, Grobocopatel, Longvie, etc., tienen deuda en dólares y obviamente van a tratar de repetir la jugada de traspasarle parte de esa deuda al Estado.
Por ende es imprescindible que cese la política de depredación del gobierno de Cambiemos y sea reemplazado por uno que diferencie tajantemente la deuda pública de la privada y que se dé, desde el primer día, una política clara de reprogramación y extensión de los plazos que sea compatible con el crecimiento económico y la imprescindible redistribución de ingresos a favor de los asalariados, jubilados y pensionados, para que recuperen, en cierto lapso, los casi 20% del PIB que perdieron en los -difíciles de olvidar- años del macrismo.
La jugada de Cristina abre el juego del kirchnerismo pero no clausura la interna dentro del peronismo ni tampoco cierra la grieta con Cambiemos. Nadie duda de que la maniobra de Cristina es impactante. Como en el fútbol, sólo el resultado final dirá si es una jugada maestra o si se trata de un gesto histórico que se agota en la completa trama de una realidad política infisionada de pragmatismo y ausencia de proyectos trascendentes, señala el sociólogo Marcelo Lagieri.
Una característica común a quien han aplaudido la «genial» decisión de la exmandataria es la ausencia absoluta de participación en la toma de decisiones dentro de ese espacio y en la naturalización completa del fenómeno. El peronismo ha tenido como características el verticalismo, el pragmatismo y la capacidad de generar consensos entre diversos sectores sociales.
Cristina ha hecho una demostración del arte de la conducción que solo se opaca por la debilidad de los conducidos: La maniobra puede facilitar el triunfo electoral pero condiciona un programa de recuperación de los valores nacionales y populares y de reconstrucción de las organizaciones sociales y políticas con capacidad para impulsar un programa de transformación de la Argentina.
En un país que fue acostumbrado a creer en las encuestas: la fórmula Fernández-Fernández se definió sin siquiera un sondeo de opinión.
Lo primero es retomar el poder (o al menos el gobierno), se afirma desde el cristinisnmo. ¿Para qué, con qué proyecto?
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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