Obligado por el primitivismo político de algunos comentarios a mi artículo en el que saludé el nombramiento de Víctor Toledo y el de otros funcionarios (hubo quien me acusó de vendido, lambiscón y renegado), reitero lo que vengo escribiendo desde hace años. Ni AMLO ni Morena son «de izquierda» porque ignoran la existencia de la […]
Obligado por el primitivismo político de algunos comentarios a mi artículo en el que saludé el nombramiento de Víctor Toledo y el de otros funcionarios (hubo quien me acusó de vendido, lambiscón y renegado), reitero lo que vengo escribiendo desde hace años.
Ni AMLO ni Morena son «de izquierda» porque ignoran la existencia de la lucha de clases, defienden al capitalismo como sistema esperando humanizarlo y modernizarlo, buscan la unidad nacional entre explotados y explotadores, aplican políticas extractivas y neodesarrollistas -con algunos toques distribucionistas y democráticos- y mantienen las políticas neoliberales.
El gobierno de AMLO es una deslavada versión local del «progresismo» de los Lula y los Kirchner con su temor a las movilizaciones sociales que podrían desbordarlo, su teorización sobre el fin de las clases, la unidad nacional y la República Amorosa, su decisionismo verticalista, su tendencia al bonapartismo y al antiintelectualismo de los «progresistas» (recuérdese al primer peronismo de «alpargatas sí, libros no» o la represión de Dilma Rousseff contra los estudiantes).
Sus inadmisibles concesiones a las Iglesias (sobre todo a los evangelistas) y sus programas sirven además para seguir enriqueciendo a la fracción de grandes capitalistas nacionales que lo apoyan y demuestran en particular que el gobierno de Morena está muy a la derecha del chavismo del último Hugo Chávez.
Sus límites, sin embargo, no residen sólo en su programa echeverrista y en su carencia de una estrategia audaz para obtener la independencia real de México y acabar con el proceso de putrefacción del semi-Estado mexicano sino, sobre todo, en que pretende ejecutar la política neodesarrollista de una fracción minoritaria del gran capital nacional que porque está estrechamente entrelazada con las grandes transnacionales y el capital financiero internacional es totalmente impotente ante el imperialismo. Su partido, por último, no es más que una maquinaria electoral mechada de corruptos y oportunistas y no está en condiciones de frenar y someter a una masa en agitación de más de 30 millones de personas que piensan y actúan y esperan cambios reales y no se desilusionarán pasivamente.
Quienes ven en Morena sólo continuidad con los gobiernos anteriores y dicen que «todos los gobiernos capitalistas son iguales» y hasta temen «una dictadura» dan por sentado, implícitamente, que esos millones de pobres, jubilados, indígenas, campesinos, obreros y estudiantes ni luchan ni combatirán pues son sólo borregos, seguidores de un Líder. Borran así la contradicción entre AMLO y quienes los votaron pero no votaron ni a Romo ni a Slim y tenderán a diferenciarse del gobierno.
Los gobiernos capitalistas no son «todos iguales». Entre los actuales, todos capitalistas, de libre mercado de Estado, como el chino o el cubano, hay grandes diferencias que dependen de las relaciones de fuerza entre las clases o las fracciones de clase, de la historia y cultura de cada país y del grado de organización y conciencia de sus trabajadores. Eso lo sabe Washington que, ante la posible movilización popular, intenta ahora repetir el Pacto de la embajada Lane-Huerta contra el nuevo Madero, que no es su sirviente incondicional y que por eso debe ser defendido de la agresión imperialista y alentado a resistir apoyando las medidas justas que adopte pero sin cesar de criticarlo.
En mi larga vida he dicho y hecho muchas estupideces pero jamás por interés propio sino, simplemente, porque entonces era más pendejo que hoy. Llegué a México en 1979 invitado a trabajar en el Uno más Uno dirigido por Becerra Acosta y en la UNAM para estar en nuestro continente previendo importantes cambios y dejé para eso mi trabajo en la FAO en Roma donde tenía un sueldo superior. En varias oportunidades rechacé chayotes, intentos de soborno, privilegios. Hoy, sumando mis ingresos totales con los de mi compañera desde hace 60 años, vivimos como espartanos con el equivalente a medio salario mínimo francés, optando entre comer y comprar un libro. Por consiguiente, cuando elogio un nombramiento no me vendo. Podré quizás equivocarme pero sé corregirme y, además, no ignoro que los intelectuales confían demasiado en sus ideas y políticamente pueden ser muy ingenuos y hasta infantiles, como Einstein y los otros padres de la bomba atómica que creían que ésta acabaría con las guerras y pasaron por alto que Estados Unidos era capitalista y tenía un negro pasado imperialista y que los militares no eran damas caritativas. Por eso ni me hago cargo de cada una de las posiciones adoptadas en el pasado por gente que hoy respeto ni tampoco por lo que podrían hacer en el futuro.
Con respecto a Víctor Toledo o a Luciano Concheiro y otros funcionarios honestos y capaces, creo que sobreestiman su capacidad de convencer y subestiman la densidad y consistencia de las posiciones y relaciones existentes en el semi-Estado capitalista mexicano. En el mejor de los casos, me atrevo a predecirlo, en algún momento tendrán que renunciar azotando la puerta de salida como hizo el ecologista Nicolas Hulot cuando se dio cuenta de que Emmanuel Macron lo utilizaba para engañar a los ecologistas mientras ejecutaba la política depredadora del gran capital y desmentía una a una sus promesas electorales sobre la eliminación de sus usinas atómicas, la política energética o el fin de la caza de fauna silvestre.
Los incendios provocados, la dependencia de Pemex y del petróleo, los desastres ecológicos y sociales colaterales que provocarán la usina térmica en Huexca, el Tren maya y el corredor transítsmico, son bombas de tiempo que hay que desarmar lo antes posible y que pondrán a prueba a Toledo, como ecologista y como funcionario estatal. Muchas veces tendrá que enfrentar la disyuntiva entre protestar en nombre de sus principios o callar tragar sapos e incluso mentir en nombre de la cohesión del gabinete ministerial y, como por principio siempre pienso lo mejor de la gente de valor, espero que optará por los intereses del pueblo mexicano y de la entera humanidad sin traicionar sus ideas.
Dicho esto, paso a lo que para mí podría favorecer la construcción de una alternativa al capitalismo: la autoorganización y el protagonismo de los deseosos de una sociedad mejor y más justa mediante el registro de las necesidades materiales y sociales comunidad por comunidad cuantificando los recursos disponibles y las carencias desde el punto de vista del empleo, la seguridad, la sanidad, la educación, la vivienda, los servicios indispensables (electricidad, agua potable para elaborar planes locales de desarrollo aprobados por asamblea y seguido por asambleas en su aplicación diaria.
Así se constituirían en un proceso colectivo verdaderas comunas autónomas que darían la base para la autogestión social generalizada y reducirían drásticamente la violencia contra la mujeres. La formación por doquier de grupos vecinales de vigilancia, de policías comunitarias y de grupos de autodefensa pondría a raya a la delincuencia y controlaría la formación social de la juventud. Si las asambleas funcionan y controlan y la población participa masivamente, el peligro de utilización de la fuerza por grupos de delincuentes sería mucho menor pues no podrían contar como hoy con el apoyo de las Fuerzas Armadas, las policías estatales o las autoridades corruptas.
Todo lo anterior debería ser completado con un esfuerzo especial y prioritario en la educación popular, con maestros bilingües bien pagados, centros de enseñanza y universidades con recursos y salarios razonables y grupos de estudiantes de postgrado becados en el exterior, tal como hizo la paupérrima China de los años 50, para sacar de su atraso a un país que no lee y, por lo tanto, no puede pensar, investigar o escribir.
Los obreros que se presentaron en Tamaulipas como candidatos independientes lograron más votos que el PRI. No hay que depender de los partidos del sistema: los trabajadores pueden organizarse democrática e independientemente si los grupos anticapitalistas les ayudan creando bibliotecas populares, Casas del Pueblo, cooperativas, círculos de instrucción y discusión gratuitos.
No hay tiempo para esperar recibir desde arriba lo que se puede empezar a construir colectivamente desde abajo. La seguridad y la autoestima vienen trabajando y cosechando resultados. Lo que está en juego requiere sobre todo, iniciativa y audacia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.