En un artículo publicado en 1985, en el diario Tiempo Argentino («Literatura y literatura dramática. Los universos creativos de la narrativa y el teatro»), la escritora y dramaturga Griselda Gambaro habla de la «ambivalencia» que posee toda escritura de una obra teatral (nacida generalmente de la creación individual, y pensada, esencial y principalmente, para ser […]
En un artículo publicado en 1985, en el diario Tiempo Argentino («Literatura y literatura dramática. Los universos creativos de la narrativa y el teatro»), la escritora y dramaturga Griselda Gambaro habla de la «ambivalencia» que posee toda escritura de una obra teatral (nacida generalmente de la creación individual, y pensada, esencial y principalmente, para ser puesta en escena, por medio del trabajo, de una articulación colectiva), y de » sus facetas, inseparables como los dos rostros de Jano». Así lo explica: «La ambivalencia del texto dramático se refiere a su doble función: texto que es una hipótesis para el escenario, texto que debe mantenerse como literatura fuera de él».
Con la publicación de Terrenal. Pequeño misterio ácrata (Bs. As., Atuel, 2014), de Mauricio Kartun, ahora se puede hacer acceder a la obra «como literatura», para leerla y disfrutarla, tanto como ocurrió con la puesta en escena -esa «hipótesis para el escenario» que dirigió el mismo Kartun- a fines de 2014, cuando se estrenó (y mantuvo) a sala llena -y que desde este 28 de enero se repone, nuevamente en el Teatro del Pueblo-.
Perfilados claramente, Terrenal tiene un Caín y Abel enfrentados; el primero, productor agrícola (de morrones), sostiene: «Sagrado el capitalito». Y explica su función en la mitad del loteo que eligió tiempo atrás: «¡Marco! Mido y marco. Y delimito. Lo del uno y lo del otro. Lo suyo y lo mío. Esto no es trabajar [el día domingo,] esto es honrar a Tatita: marco lo propio. Divina propiedad». Para Abel -que no cultiva: vende carnadas para pesca-, en cambio, pelearse y luego lamentarse por la mitad del terreno ocupado son, justamente, «minucias terrenales»: «En cualquier mitad la isoca mía se criaba lozana. Hosanna. La derecha la eligió usted». Y lanza: «El trabajo es el vicio de los que no sirven para otra cosa. Si será dañino que hasta pagan por hacerlo…».
Cuando llegue (regrese) el Tata, actuará como mediador -previa explicación de su ausencia… por veinte años-, prefiriendo, al mismo tiempo, la ofrenda de Abel (ir a una fiesta, con asado, música y bebida), y profiriendo una sarta latiguillos, dichos populares y refranes, cruzados por paronomasias («El buey solo bien salame» como conclusión cuando Caín se niega a acompañarlos a la fiesta -«Te vas a quedar solo como loco malo»-), retruécanos y «consejos»: «Caín querido: el que no posa cerquita no sale en la estampita».
Finalmente, ante el crimen, el Tata será no solo un familiar sino el demiurgo del universo todo, despotricando contra el accionar humano: «Ustedes solo tenían que estar. Escuchar la música celeste y estar. Escuchar la armonía y bailar. Los puse acá a que escuchen y bailen y vos infeliz te pusiste a edificar una peña con boletería y marquesina. A cobrar entrada y a pelear por cartel». Ante la insistencia de Caín por el sentido de los mandamientos adjudicados al Tata (el bíblico «Ganarás el pan con el sudor de tu frente»), este responderá, airado: «¡La música! Yo solo escribo las músicas, pelele. Notas para hacer bailar. ¡Pulsos! ¡Latidos! ¿Para qué mierda sirve la letra? Para distraer del baile. Para ensuciar las notas con acentos mal puestos. Yo música pura. La música del universo. Yo concierto. Las letras las encajan los monos. Se trata sólo de entender, pero los monos ¡Explicar! ¡El libro! ¡La palabra! Cosas de ustedes… Andá reclamale a los monos». Y sigue: «Turistas pintando su nombre con brea en las rocas del panorama. Arruinadores del paisaje… Los pongo a girar el pericón y me lo paran para decir relaciones. La música es el contenido, cuándo la van a entender». Son argumentos de un profundo humanismo, vital, contra el racionalismo y la (mala) «cultura», entendida como letra muerta («operativa») que genera confusión, eslóganes y frases hechas.
Cuando Caín exclama, tras dar muerte a Abel, «¡Dios! Soy un fratricida…», y Tatita le responde: «Más quisieras. Genocida sos, cretino: ejecutaste a todo el resto de tu pueblo», se encuentra una muestra, un momento, de perfecta mezcla/combinación de «lo arcaico» (el mito bíblico de Caín y Abel) con «lo moderno» y actual (cuestiones y discusiones políticas contemporáneas y universales: el genocidio), articulado con la «argamasa» de una lengua viva (y vivaz, picaresca, chúcara, lo que hace a una de las facetas del humor que hay a lo largo de Terrenal).
Griselda Gambaro, en el texto ya citado, destaca el «puro artificio» del teatro, y cita a Nélida Piñón, quien se refería al trabajo de la novela como un «inventar para encontrar la verdad». Y asegura que «la verdad del arte, que recrea al mundo real desde otra óptica y otras leyes, lo transgrede para presentarnos un microcosmos cuya existencia es igualmente irrefutable». En el caso de Kartun y su Terrenal , se puede decir que la «transgresión» consiste en una deformación (¿gaucha y/o guacha?), o, mejor: transformación, de lo sagrado y lo profano, de la religión y la historia real, social, para significar, entre (muchas) otras cosas, el devenir proletario y el devenir propietario… El «microcosmos» donde dos antagonizan y representan todo un mundo (de caminos, posibilidades) «irrefutable».
El theatrum mundi de Terrenal pone en juego, con alta inventiva (con un trabajo riguroso de la palabra y la imagen, de la acción y los climas), un drama bien contemporáneo que aqueja a la sociedad: la libertad (el tiempo libre, la fiesta, el descanso y esparcimiento) versus la esclavitud del trabajo (lo que incluye el individualismo competitivo y la acumulación, la propiedad privada ¡y el crimen!).
Con inteligencia, audacia y creatividad, Mauricio Kartun vuelve a darnos –como ya lo hizo en sus obras del Tríptico patronal– una sustancia donde se mixturan lenguajes «de época(s)», mitos y avatares de un «microcosmos» en donde se fusionan «lo criollo» con lo universal, el conflicto y el humor desde las potencias y deseos humanos. Un drama cargado y dinamizado por la historia y el presente.