El ser humano es definido básicamente en términos de su expresión simbólica y, por consiguiente, por su capacidad concomitante para producir cultura. En el desarrollo evolutivo de los primates, la especie humana aparece cuando despliega la habilidad de dar un significado abstracto a un objeto o suceso. En ese proceso, el lenguaje articulado es la […]
El ser humano es definido básicamente en términos de su expresión simbólica y, por consiguiente, por su capacidad concomitante para producir cultura. En el desarrollo evolutivo de los primates, la especie humana aparece cuando despliega la habilidad de dar un significado abstracto a un objeto o suceso. En ese proceso, el lenguaje articulado es la más característica de las formas de simbolizar, única en esta especie. Por ello, todo grupo humano produce y reproduce una cultura, una forma específica de hacer sociedad y vivir socialmente. Así, el patrimonio cultural, en su significado amplio, se conforma de lenguas, conocimientos o saberes, técnicas y prácticas de diversas sociedades locales, regionales o nacionales; todo ese legado material e inmaterial que confiere identidad a etnias, pueblos y naciones.
Estos conceptos antropológicos de cultura y patrimonio cultural estuvieron por completo ausentes en los debates
previos a la creación de la Secretaría de Cultura, mediada por una paupérrima discusión legislativa en la que quedaron fuera, paradójicamente, aquellos que trabajan desde hace años en las disciplinas antropológicas e históricas, y para quienes queda sin duda el reto y la tarea de orientar el desempeño de dicha secretaría en función de su experiencia y las necesidades actuales de nuestro país, aunque para ello no hayan sido convocados. Las políticas públicas, en su frecuente imposición, son tomadas a menudo como decretos divinos e incuestionables. Y para ser instauradas, esas políticas requieren, además de quienes las imponen, quienes las acaten sin chistar. Sin embargo, ante los problemas que hoy se agudizan en nuestro país, los investigadores y docentes de las ciencias sociales y las humanidades, que es el gran espacio donde se ubican la antropología y la historia, han de emerger de manera firme y propositiva, aliados a los movimientos sociales y las resistencias y no al margen de ellos. Los expertos
y la intelectualidad del poder se mueven en circuitos sociales exclusivos, con sus propias claves de comunicación y sus propias definiciones de la realidad. Crean y reproducen una cultura de élite, a la que denominan cultura, en total aislamiento de la problemática de la mayoría de la población. Sin embargo, intelectual
es todo ser humano que piensa y actúa sobre su entorno. Antonio Gramsci lo supo pronto en su condición de alteridad, como nativo de la isla de Cerdeña, al arribar a la Italia continental. Precisamente por eso subrayó con tino la necesidad de enfrentar y resolver el problema de la cultura de élite, que pasa por alto, no casualmente, ésta condición de todo ser humano como creador e intelectual. Nuestro país es un país de intelectuales y de creadores, pero la mayor parte de ellos no pasa por las universidades ni por las academias de arte. Sin embargo, se trata de intelectuales y creadores cuyo potencial se encuentra precarizado en virtud de la desigualdad y la exclusión. Y ese es un rubro más a través del cual estamos pagando caro todo el caos sociopolítico y económico actual, un rubro de afectación invisibilizado, que es el del desperdicio de vidas causado por el gran despojo neocolonial, acompañado por las violencias de un narcoestado. No se ha calculado cuánto potencial intelectual y creativo perdemos cada día, no sólo en el conflicto armado interno por el que atraviesa el país, sino en virtud del dispositivo neocolonial vigente y manifiesto en tantos ámbitos.
Así, ante la imposición de la Secretaría de Cultura, muchas son las pistas que obligan a preguntarnos por la renovación del papel de los intelectuales, sobre su potencial, inserción, proveniencia y responsabilidad. Y si La domesticación del pensamiento salvaje es el título de un excelente estudio de Jack Goody, aquí nos estamos refiriendo más bien al problema de la domesticación del pensamiento cultivado, a la domesticación del ejercicio investigativo y docente y, en particular, a la domesticación política y analítica de quienes lo llevan a cabo, proceso que se basa en la separación existente entre el sector poblacional dedicado a ese ejercicio, y la realidad cotidiana de la mayoría de la población.
El llamado al apoyo a los creadores
que ha acompañado a las exiguas argumentaciones esgrimidas para justificar la Secretaría de Cultura sería perfectamente pertinente si no fuera demagógico. Los creadores
, aunque acosados por una estructura social que tiende a menudo a limitar potencialidades desde el proceso educativo mismo, están en todas las áreas de conocimiento y actividad humana, y la figura del creador artístico, imprescindible, es una más de ellas. La creación se da en el arte, pero también en la técnica y la ciencia, en el ejercicio del intelecto y las relaciones interpersonales: se da como proceso cultural que permea sociedades y estratos sociales. Entonces, no sólo en la amplitud y alcance del concepto de cultura
, cuya discusión tiene una derivación operativa esencial, se ubica uno de los puntos nodales a profundizar, como objeto mismo de una secretaría de Estado: también, la figura de los creadores
y del arte mismo hace tiempo que vienen siendo motivo de reflexión teniendo como contexto a la sociedad, a sus procesos, necesidades, problemas y potencialidades. No pocos artistas mexicanos han profundizado en el sentido social del arte y de la creación artística, de modo que éstas definiciones y análisis vienen al caso precisamente ahora, porque no se trata de un mero ejercicio retórico, sino de una definición cuya calidad y alcances tienen trascendencia.
Toda imposición se acompaña de contradicciones discursivas y prácticas que es preciso identificar. Es el caso de la Secretaría de Cultura, que no puede ser definida al margen de los colectivos de investigadores y docentes de las diversas áreas que tienen que ver con un ámbito tan amplio como el de la cultura, la cual, a pesar de sus innumerables definiciones, tiene como uno de sus elementos esenciales su carácter holístico y multidimensional. Y menos aun puede ser definida al margen de los pueblos que conforman la nación mexicana, comprendidos sus intelectuales y creadores.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/02/05/opinion/021a1pol