Se estipula que el segundo semestre del año comenzará con un 18% de aumento en los índices inflacionarios. Lo reconoce el propio diario Clarín. Por otra parte, según un estudio realizado de manera conjunta entre el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), perteneciente a la Central de Trabajadores de la Argentina […]
Se estipula que el segundo semestre del año comenzará con un 18% de aumento en los índices inflacionarios. Lo reconoce el propio diario Clarín. Por otra parte, según un estudio realizado de manera conjunta entre el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra), perteneciente a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), y el área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, sede Argentina), los aumentos de precios implican un retroceso del salario real a partir de septiembre de 2015 de entre el 9,7 y el 12,2 por ciento, con el consiguiente incremento de pobreza e indigencia. De allí que en una columna dominical, publicada en el diario Página/12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-292460-2016-02-14.html), el periodista Horacio Verbitsky -citando dicho informe- haya sostenido que el piso del incremento salarial para recuperar ese poder adquisitivo perdido tendría que estar «en torno del 35 por ciento y no del 20-25 por ciento que pretende Macri».
Lo cierto es que las cúpulas sindicales (las de la CGT, al menos) se reunieron con el presidente y no solo no plantearon la principal demanda del movimiento obrero argentino hoy (frenar los despidos que se vienen sucediendo) sino que hasta concedieron que podía ser una «buena idea» cerrar las paritarias ahora, con un porcentaje no mayor del 23% y volver a discutir en el segundo semestre, donde -se supone, según la versión oficial del PRO- la situación inflacionaria sería controlada. Lo cierto es que con las últimas paritarias (2015), llegar a fin de año sin perder poder adquisitivo fue prácticamente imposible. Queda para ejercicio imaginativo del lector elucubrar cómo sería este año, si las cosas siguen el curso tal como lo delinearon Don Mauricio junto a «los muchachos de la CGT».
La Digna Resistencia
Desde el momento mismo en que Mauricio Macri asumió la presidencia, un dilema se abrió al interior del campo popular argentino: ¿resistencia u oposición? Tema que abordaremos en una próxima columna, pero que -de todos modos- no quisiéramos dejar mencionar, al menos en una línea: ante la ofensiva conservadora en marcha (la «Revolución Libertadora con votos», según la denominó Jorge Falcone), las organizaciones populares comenzaron a esbozar dos líneas de acción, claramente diferenciadas: prepararse para resistir, y volcarse a desarrollar una oposición que pudiera combinar lucha social con disputa parlamentaria, pero «sin sacar los pies del plato». Es decir, que diera pelea siempre en los límites del sistema, y jerarquizando lo «político-institucional» por sobre otras dinámicas, siempre abiertas al desborde.
De allí que, en jornadas como las de hoy, se ponga de manifiesto un doble desafío: priorizar la unidad en la lucha, la coordinación de acciones o al menos golpear de conjunto, a la vez que dejar en claro las diferencias respecto de los modos de posicionarse frente a la actual coyuntura. Parece un ejercicio esquizo, pero no lo es, ya que la unidad en las calles no tiene por qué evitar la disputa ideológica y política.
Por eso hoy es un día importante para mostrar unidad en las calles (del sindicalismo de base, la izquierda en sus distintas variantes, los movimientos sociales, el movimiento estudiantil, los sectores kirchneristas consecuentes con el ideario «nacional-popular», los intelectuales críticos) y enfrentar uno de los objetivos centrales de la actual gestión nacional del Estado: instalar el ajuste como algo inevitable, naturalizarlo a nivel de sentido común entre las masas. Esto, por supuesto (como las paritarias), no solo afecta a quienes trabajan en blanco, sino al conjunto de la clase, porque el avance sobre el empleo registrado disciplina a los ocupados y se monta sobre la desocupación para tirar atrás los salarios, dejarlos por detrás de la inflación, flexibilizar las condiciones laborales (aún más) y golear el ingreso de todos quienes de un modo u otro vivimos de nuestros trabajos. Por eso esta lucha por sostener el empleo y subir el piso de las paritarias, es una pelea estratégica del conjunto de la clase laburante.
Ahora, ¿es nuestra la ciudad?
En el medio, entre que la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) convocó a este primer paro nacional contra el macrismo, y hoy, el ministerio de Seguridad de la Nación aprobó el nuevo «Protocolo de Actuación en Manifestaciones Públicas». Y no solo eso, sino que la ministra Patricia Bullrich largó por Radio La Red las «declaraciones de la semana»: les daremos 5 o 10 minutos, se les pedirá por favor que se retiren por las buenas y que hagan la manifestación en otro lado, dijo. «Si no se van, los sacamos», sentenció «La Pato Luro Pueyrredón».
La misma que siendo ministra de Trabajo de la Nación de la Alianza UCR-FREPASO se había puesto al frente de la ofensiva contra los movimientos sociales, de fuerte base territorial, que entonces protagonizaban las luchas populares más intensas. Por aquel ahora lejano 2001, la ex-militante de la tendencia revolucionaria del peronismo, devenida ferviente servidora del modelo neoliberal, denunció a dirigentes piqueteros, argumentando que «se le estaba sacando plata a la gente a cambio de un Plan Trabajar», aludiendo a los $4 que cada integrante aportaba voluntariamente para sostener los movimientos. Para la ministra, eso era ilegal. Comenzaba, de esta forma, una campaña para limitar el derecho a la organización.
La misma que calificó una de las puebladas en la localidad de General Mosconi, Salta, como un «problema de seguridad» y no una «cuestión social».
La misma que arremetía con sus bravuconadas desde las páginas del diario La Nación, donde recomendaba «desgastar a los manifestantes». Esto es, dejarlos con el corte de ruta hasta que la falta de respuestas, ya que tras el paso de los días bajaría la tensión social. «Frente a eso la experiencia indica que los verdaderos afectados por la crisis económica se retiran del piquete y quedan expuestos los activistas. Si éstos no se repliegan, por lo general lo hacen en esas condiciones, entonces sí se actuaría con la fuerza pública» (La Nación, 11 de mayo de 2001).
La misma que responsabilizaba a los movimientos por cualquier «violación a la intimación, bajo advertencia de las sanciones previstas por la ley», sin desmedro «de las acciones penales por daños y perjuicios que pudieran corresponder por afectar la vida, la seguridad, la salud y la propiedad de la población» (Clarín, 27 de agosto de 2001).
Macri no es De la Rúa, y el PRO no es la Alianza, aunque ya hay quienes denominan la coalición gobernante (donde, vaya sorpresa: ¡otra vez están los radicales!) como La Segunda Alianza. Moyano ya no es el dirigente del Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA), esa fracción «rebelde» -aunque burocrática- de la CGT, dispuesta a coordinar acciones de lucha junto a la Corriente Clasista y Combativa (CCC) y la Central de los Trabajadores de la Argentina (CTA), ahora ya no es la central sino las centrales (La «Autónoma» y la «De los trabajadores»), más allá de los rumores de unificación que circulan como un secreto a voces. Por supuesto, los movimientos sociales ya no tienen la radicalidad de entonces, tras una década larga de recomposición institucional. Pero, como el propio rock nacional canta, «la paciencia de la araña no es eterna», así que no habría que apresurarse en sacar conclusiones pesimistas.
Como siempre, los clásicos pueden ser inspiración. Así que, a no olvidar el viejo lema lema marxista: «la historia suele tener más imaginación que nosotros».
Para cerrar, solo afirmar que hoy no solo se juega una pelea sectorial, importante, de los estatales. Ni siquiera un primer paso respecto de la lucha sindical en torno a las paritarias y las posibilidades de poner freno a los despidos: hoy se juega una primera batalla contra el Nuevo Modelo Neoliberal, donde se medirán fuerzas y se sacarán conclusiones para las peleas que se avecinan.
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