Por su composición movimentista, el peronismo ofrece la trazabilidad de diversos sectores en su dinámica interna. Esto no representa una novedad, sino una elemento ontológico que lo ha acompañado a lo largo de la mayor parte de su historia. El hecho maldito del país burgués siempre ha consignado un ala de derecha y otra más […]
Por su composición movimentista, el peronismo ofrece la trazabilidad de diversos sectores en su dinámica interna. Esto no representa una novedad, sino una elemento ontológico que lo ha acompañado a lo largo de la mayor parte de su historia.
El hecho maldito del país burgués siempre ha consignado un ala de derecha y otra más recostada a la izquierda. Por estos días el eje que rige su re-acomodamiento es, indudablemente, el liderazgo o no de Cristina Fernández de Kirchner. Acompañarlo, enfrentarlo, o ser concientes de su necesidad parecen las claves de la nueva disputa por el Partido Justicialista, quien se apresta a elegir autoridades.
El escenario actual, hijo de la derrota electoral, pero también la continuación de tensiones preexistentes, muestra al movimiento peronista como un archipiélago en el cual sobre sobresalen tres grandes islas. No se trata de una idea fragmentaria, sino la postulación de elementos congénitos (ideológicos y filosóficos) que refuerzan en momentos adversos las diferencias.
Los tres peronismos inundan la arena política nacional desde diversos prismas. Por un lado, un peronismo explícito de derecha (colaboracionista) con Sergio Massa a la cabeza, y los gobernadores de Salta, Juan Manuel Urtubey y, el de Córdoba, José Manuel De la Sota, secundados por el cuarto mosquetero, el diputado, Diego Bossio. Se trata de una ortodoxia que impulsa un programa político liberal, en constante articulación con la restauración neoliberal; Hablan el mismo idioma que Cambiemos. Este Frente Renovador y sus satélites han sabido tejer alianzas con sectores sindicales de peso (CGT) retrasando una respuesta madura desde el movimiento obrero frente al salvaje ajuste que vivimos.
Flotando en medio, se ha insinuado otra vertiente con centralidad en los gobernadores y buena parte de los intendentes, no todos. En las entrañas de este armado federal, la figura de Daniel Scioli se mueve con comodidad, como así también el ex intendente de La Matanza y actual presidente del PJ de la provincia de Buenos Aires, Espinoza. Este actor político se mueve al compás de un pragmatismo vertiginoso; acuerdista por naturaleza, pero consciente de la necesidad de no romper con el kirchnerismo por razones tan profundas como la extraordinaria plaza de despedida de CFK. Desde la correlación de fuerza con la que cuentan, poder de fuego en el Senado, y bloque propio en diputados, su juego condensa en presionar, arrinconar, tanto al oficialismo, como a la figura de CFK. Por un lado para asirse de recursos económicos para sus territorios y por el otro, para desgastar e imponer a uno de sus hombres como heredero del peronismo sin kirchnerismo. El ala de derecha y el federal comparten agenda, pese a utilizar tácticas disímiles. Las escisiones en diputados, el reacomodamiento en senadores deben ser leídos dentro de esta dinámica, indicando que son sólo algunos de los movimientos de tablero por venir.
Quisiera detenerme un momento para desautorizar el argumento de la gobernabilidad aducido por estos espacios, en boca de quien preside el bloque de senadores del FpV, Miguel Ángel Pichetto y reproducido durante el Congreso Nacional del Partido que se realizó en Obras Sanitarias. La gobernabilidad es la resultante exclusiva de la racionalidad política de las acciones de gobierno. La oposición debe ejerce las acciones conducentes a la realización de los intereses que representa; la propia existencia de partidos políticos da cuenta de la cruenta puja de intereses contra puestos. En este orden de idas, tampoco debe camuflarse el discurso de la responsabilidad institucional, a través de la gobernabilidad, para ocultar la negociación de recursos. La obligación de una oposición seria es construir una alternativa política sólida, avispados de que la mera «rosca» mata a la política.
El tercero en discordia, representa una subjetividad política disruptiva, heterogénea, popular y democrática; un peronismo de centro izquierda e izquierda moderada, que prefigura el punto rector de la identidad kirchnerista. Con la incuestionable conducción de Cristina Fernandez de Kirchner, emerge desde aquí a la conducción de un instrumento superador y frentista, como los el FpV. Esta línea histórica del peronismo nacional y popular también refuerza sus filas con nombres como Axel Kicillof, Jorge Capitanich, Jorge Ferraresi y Patricio Mussi.
Distribución de roles. El Movimiento de pinzas: La táctica escogida por la restauración neoliberal es doble, por un lado la ejecución de su agenda estratégica que representas las políticas necesarias para modificar la matriz productiva del país hacia un esquema de exportación de materias primas con escaso valor agrado y una plataforma de servicios tomando como referencia a la India, en palabras de la vice presidenta, Gabriela Michetti. Liberando las fuerzas del mercado y ocasionando una transferencia sideral de recursos desde las clases populares a las élites dominantes, así como re alineando las inserciones internacionales para ratificar el rol ante dicho en la división internacional del trabajo, diríase que esta pelea lleva a cuestas doscientos años de historia. La otra pieza de la pinza consiste en asignarle al peronismo (en su vertiente de derecha y pragmática/federal) la infausta tarea de administrar el conflicto social y político, es decir, contener una porción significativa de la natural respuesta a tales políticas. En este punto cabe destacar que la agenda estratégica del bloque dominante, requiere mucho menos tiempo que la manda constitucional de cuatro años, a sabiendas que el encomendado ingeniero Mauricio Macri juega como fusible de toda la operación, han concedido, en aras de asegurar la continuidad de la restauración, el lugar de alternancia presidencial al peronismo genuflexo.
Merece un párrafo a parte el papel que esta desempeñando Guillemo Moreno, como instigador de una campaña de afiliación masiva al PJ a lo largo y a lo ancho de país. Este iniciativa ha sido una de las acciones políticas más contundentes y precisa respecto de las necesidades de la coyuntura política. El ingreso de miles y miles de compañeros/as que integran ese nuevo sujeto político movilizado, que CFK ha designado como empoderados, añade un salto de calidad en la construcción política del campo popular, al tiempo que condensa una acción política ofensiva, en el concierto defensivo general. Esta campaña de afiliación masiva tiene como claro objetivo impedir el desembarco de la derecha peronista en la conducción del Partido Justicialista. La realidad indica que el objetivo ha comenzado a realizarse, atento que el escogido por Mauricio Macri en Davos, el diputado Sergio Massa, rifó en cabeza del gobernador cordobés la postulación para encabezar el partido.
Debe quedar claro que no se trata solo de la vida institucional del PJ lo que esta en juego, sino de la condición de posibilidad de la subsistencia del FpV, habida cuenta que, la perdida del PJ en manos de la derecha, acarreará, irreversiblemente, la desarticulación del FpV.
Ahora bien, la infrecuente ola de afiliaciones al PJ implica algunas responsabilidades que deben ser asumidas. Honestidad intelectual del estado de situación: el resultado no esta definido, puede fallar, pero creemos en la inteligencia de ésta táctica. Compromiso democrático: dar las garantías a los miles de compañeros/as que su voz será oída; los empoderados quieren votar. La cristalización de una lista única, detrás de un candidato de consenso, atenta contra la renovación de los votos en el proyecto nacional y popular. La clave interpretativa surge del hecho que, luego de la derrota electoral ha operado un cambio de paradigma. La demanda de democratización, de autocrítica, de problematización de las organizaciones del kirchnerismo está en agenda, conformando una pieza irremplazable para la re construcción.
Habiendo fallado el plan A, expectativas desmedidas puestas en el cinturón legislativo (imposibilidad de administrar el quórum), como ariete de la resistencia, se instala la necesidad de confluir en un nuevo frente político del campo popular, de carácter muy amplio, y desde allí insinuarse como nueva mayoría popular. La idea de una neo transversalidad orilla el camino, invitando a todos. En este contexto, el liderazgo de CFK es incuestionable e insustituible. La difícil empresa de su construcción requerirá flexibilidad táctica; un nuevo frente, en principio para la unidad de acción, pero apostando a un proceso que pueda madurar a alguna instancia superadora. Celebrando una incipiente unidad de acción como la protagonizada por las dos CTA, hecho de alto vuelo, debemos ser conscientes que no alcanza. No condice con el momento histórico la elección de priorizar las funciones reivindicativas. El marco de alianzas tácticas debe oscilar como marco de referencia, con la figura de CFK en un lado y, a modo de limite, con la censura de los traidores a la causa popular. La unidad se convierte de esta forma en un objetivo político de donde brotará la nueva agenda. Los territorios parirán sus nuevos liderazgos, el cambio generacional hará su aporte en la búsqueda de volver a enamorar y re direccionar la mayoría inestable y circunstancial con la cual la derecha llegó al sillón de Rivadavia. Con el pesimismo de la realidad y con el optimismo de la voluntad esta es la tarea.
Mariano Massaro. Abogado. Co-fundador del Grupo Rodolfo Walsh (FpV), ex secretario general de la AJB (judiciales), Columnista del diario Tiempo Argentino, integrante de la Mesa Ejecutiva CTA Bs As.
Nota publicada en el portal CONTEXTO XXI www.contextoxxi.wordpress.com
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