«En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]» Heráclito El macrismo llegó para quedarse. El triunfo en las elecciones del año pasado llevó a las huestes kirchneristas a suponer erróneamente que se hallaban ante una anomalía pasajera, que en el mejor de los casos, para su visión, terminaría […]
«En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]»
Heráclito
El macrismo llegó para quedarse. El triunfo en las elecciones del año pasado llevó a las huestes kirchneristas a suponer erróneamente que se hallaban ante una anomalía pasajera, que en el mejor de los casos, para su visión, terminaría al estilo de la Rúa. Suponían una sociedad con alto nivel de conciencia fruto de la década K. que no resignaría sus derechos, y en menos que cante un gallo se habría producido el regreso triunfal de Cristina. Así fue el transcurrir de los 100 días de Macri: asambleas ciudadanas, campañas virtuales en las redes sociales, convocatorias variopintas para resistir. El intento de fundar un mito popular sobre la base de la figura de Cristina Fernández tuvo ribetes ciertamente cómicos, por caso anunciando una y otra vez su retorno a la vida pública para enero, febrero y así sucesivamente, hasta el regreso apoteótico brindado a partir de la citación del juez Bonadío y la «cadena nacional» prestada por los medios. ¿Qué quedará de todo eso? Entre meras especulaciones aparecen algunas hipótesis que nacen del análisis de los hechos que se fueron dando desde fines del año pasado a la fecha. Se hizo mucha ola, amenazas de tormentas pero como todo fragor levantisco, lentamente va calmándose de la mano de las realidades que, como dijera el General, siguen siendo las únicas verdades.
El kirchnerismo nunca fue lo que dijo que era, o en todo caso no todo lo que decía. Ni todos los que se decían kirchneristas lo eran por lo que se decía que eran, o acaso no lo eran en ningún sentido más que el propio interés de cada uno de ellos. Y todo esto quedó claro apenas unos días después del triunfo de Mauricio Macri: el rápido despegue de dirigentes como el caso del gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey y a partir de él una larga saga interminable hasta ahora.
El poder, las clases dominantes a veces se equivocan, pero tienen los necesarios recursos materiales y humanos como para pensar, aprender y volver. Si Macri es o parece tonto, poco lúcido y escaso de labia es secundario frente al blindaje político que cuenta y en todo caso desviar la atención en esos detalles es parte la estrategia del poder. Así entonces decíamos, que el nuevo gobierno lejos está de debilitarse o frente a posibles hecatombes sociales. Por el contrario cuenta con el apoyo de un sólido complejo político – económico – social que lo resguarda y va cimentando poco a poco su espacio y proyecto político. Desde los partidos de su coalición con el PRO y al UCR a la cabeza. El PRO en sí mismo gobierna el Estado nacional, la CABA y la mayor provincia del país, Buenos Aires. Cuenta además con el apoyo abierto o encubierto de una parte considerable del PJ. La mayor obviedad es el apoyo de los principales grupos económicos de Argentina (nacionales o transnacionales) en alianza con el poder mediático que maquilla notablemente sus errores y sus aciertos. Pero en tercer lugar por distintos factores, buena parte de la sociedad apoya abiertamente sus medidas u observa neutral aun la nueva gestión, podríamos decir una mayoría silenciosa y pasiva, pero que banca.
La nueva versión remozada del liberalismo, retorna de la mano de esa poderosa coalición social con el fin de instalarse y quedarse por un buen tiempo. Habiendo aprendido lecciones de fracasos, errores y retrocesos anteriores ahora diseñó un modelo que va colándose por las venas y los tejidos sociales adormecidos tras los otros errores y limitaciones del gobierno anterior que dejó innumerables flancos abiertos para que el nuevo poder desmonte una serie de avances y logros que habían cimentado el piso de derechos civiles y sociales. La derecha comienza a galvanizarse sobre la base de un partido propio inédito desde principios del siglo XX ante el ascenso del yrigoyenismo y luego el peronismo. Desde entonces la llegada al poder político solo lo lograría a través de los golpes de estado.
La batería implacable de medidas de ajuste desplegadas desde diciembre a la fecha (y siguen) a pesar de su impacto en la economía de los trabajadores, la clase media y los sectores populares no generó un efecto de reacción confrontación. Esto expresa el grado de debilidad del movimiento popular, ya por su fragmentación, ya por el escaso peso político de sus organizaciones, cualitativa y cuantitativamente. A la división al interior del Frente Para la Victoria, le sigue la continua sangría de dirigentes y sectores, que presurosos y astutos, van en busca del nuevo sol. El PJ presta apoyo al gobierno, las organizaciones kirchneristas mantienen una notable capacidad de movilización callejera pero sin volumen político, aislados y dispersos no aciertan a concertar acciones prácticas de reorganización interna. Es que entre ellas subsisten rencores y celos de otros tiempos donde el poder y sus recursos se repartieron de manera poco equitativa.
La izquierda y afines caminan por el sendero de la dispersión. En tanto etapa de repliegue se ahonda la división entre el campo político y el campo gremial. El concepto de izquierda, la imagen, quedó limitada a las fuerzas trotskistas (FIT), notable cualidad pero también notable deficiencia del resto de las fuerzas de ese espacio que se diluyeron en mares de inconsistencias.
CONSENSOS Y EMPATES
El macrismo llegó para quedarse. Esta premisa debe ser parte obligatoria del análisis político. Lo otro es someterse a voluntarismos y dogmatismos despegados de la realidad. ¿Cómo operar en este contexto? El macrismo no supone una polarización clara y abierta de la sociedad, en tanto se explota simbólicamente la división «K – anti K», donde «K» abarcaría todo un campo semántico de opciones que van desde lo progresista, izquierda, popular mezclado con corrupción, enriquecimiento, autoritarismo (Milagro Sala, Boudou, o la propia Cristina Fernández son iconos de esto) y su némesis se expresaría en lo liberal, la tolerancia y la justicia (no exentas ambas de revanchismo) lo moderado (el periodismo «independiente», el mismo presidente, y el pejotismo remozado son sus figuras), pero en la realidad abierta no hay consensos mayoritarios. La Alianza Cambiemos ganó con lo justo en el marco de la necesaria polarización electoral, mas no política y su contraparte «kirchnerista» acumuló esa otra porción sin que significara una adhesión directa. La realidad dice que la mayoría optó por Macri, punto. No hay mayoría constituidas, sino representaciones parciales, inorgánicas, simbólicas, mediatizadas. El macrismo es una conformación electoral heterogénea, liderada por una fracción con clara vinculación con el sector financiero internacional y al sector agroexportador, esto implica luego del triunfo una ardua tarea de construcción política y de apoyo en aras de un consenso social hacia el nuevo modelo.
Los restos del otrora Frente para la Victoria navegan en la incertidumbre de un futuro imposible. El PJ ya en vísperas del ballotage mostraba las fisuras internas con la ya agotada figura de CFK y su modelo. Tras la derrota prontamente aparecieron voces abiertas declamando superar al kirchnerismo, dentro del PJ quedaron pocos defensores de la ex presidente y por fuera las organizaciones, agrupaciones, movimientos y partidos no atinan a conformar una fuerza organizada. Transitan en la confusión de apostar a la disputa del poder del PJ, ilusamente se tragaron la píldora de las elecciones internas, mientras se reconfigura una nueva dirección que tomará rumbos muy diferentes a lo idealizado por las nuevas generaciones de militantes y dirigentes. En el mismo sentido la posible reunificación de la CGT se convertiría en un nuevo factor de presión al interior del Partido Justicialista ya que el conjunto Moyano, Barrionuevo, Caló y otros no son justamente fervorosos adherentes ni al kirchnerismo ni, menos aún, al cristinismo.
La lista de gobernadores, intendentes, diputados, senadores que van quemando sus viejos trapos para adaptarse a la nueva moda es ya incontable y esto agrega incertidumbre a las huestes K que no se subordinan al pejotismo. Así entonces se van acomodando un esquema político que se corre a la centroderecha, con un partido netamente de derecha y centralista que aprovecha la decadencia definitiva de la UCR, se nutre de ex progresistas y espacios provinciales siempre conservadores, un PJ deskirchnerizado pero con residuos sin peso propio, una tercera fuerza que acumula de ambos: el «massismo». Entre las tres fuerzas congregan la mayoría que garantiza la gobernabilidad al sistema más allá de sus variantes políticas económicas. Esas variantes están ordenadas en torno a la representación de las fracciones de las clases dominantes por lo que entrecruzadas no alteran el modelo de acumulación y las relaciones intracapitalistas.
OCUPAR Y LLENAR LA POPULAR
El kirchnerismo, o quizás ya debamos plantear su nueva superación: el «cristinismo», navega en un vacío político solo disimulado por su alta capacidad de movilización callejera, pero carentes de estructuras sólidas y de aparatos políticos con capacidad de penetrar en las capas adversas de votantes. La multiplicidad de organizaciones políticas que apoyan a Cristina Fernández no definen aun su rumbo: el PJ o autonomía. En el PJ ya dieron señales claras que no son muy bien recibidos y en caso de optar por la autonomía los obligaría primero a forzar algún tipo de unidad interna y luego ampliar a un frente político de más amplitud. Y eso para la cultura K es un problema digamos cultural.
El dilema a futuro aparece en una imposible síntesis entre el modelo económico social llevado a cabo por el gobierno kirchnerista, sus limitaciones, el relato construido en torno a este y su realce posterior al nivel de mito y las (im) posibilidades reales (estructurales) de repetirlo en su formato objetivo. No será lo mismo, ni posible en tanto lo objetivo fue que no modificaron la estructura productiva cuya matriz sigue siendo el sector agroexportador como factor generador de divisas, la economía sigue en un proceso de extranjerización, etc.. Estos elementos con los que se encuentra el actual gobierno le permite hoy con bastante facilidad desmontar los elementos progresistas para restaurar el modelo predominante de la economía nacional. Pero además volviendo al análisis político, si el kirchnerismo /cristinismo persiste en el PJ las condiciones de reconversión serán aún más limitadas en tanto quedará en suspenso el apoyo y sustento de del partido a una posible regreso de CFK; pero si optaran por la autonomía necesariamente deberán buscar alianzas hacia la centroizquierda para dar la batalla política programática electoral y eso es ya otro capítulo aparte.
Hemos ingresado en una etapa tanto más compleja dado que gobierna una coalición político- social liberal conservadora con representación propia y consenso amplio, el otrora frente gobernante se quebró y una fracción, la progresista, quedó desarticulada, las fuerzas de centroizquierda, izquierda popular o social y la izquierda clásica no logran conformar un bloque unificado. Esto pone en el escenario actual nuevos ingredientes de debate. Las dinámicas políticas de coyuntura alientan a pensar en buenas posibilidades de articulación y posible unidad, pero también es cierto que las mejores voluntades mueren en el pragmatismo electoralista de corto plazo y en intereses mas particulares, casi personales, que destruyen construcciones lentas, de fondo, colectivas, pero también el ideologismo principista y la carencia de miradas políticas realistas sobre el estado de la sociedad, el movimiento popular y la clase trabajadora en especial. El conjunto de organizaciones políticas del campo popular componen fuerzas que no han logrado vulnerar la malla defensiva de las clases dirigentes, manteniendo el estado de «guerra de movimientos».
En perspectiva entonces, más allá del ajuste en desarrollo, las condiciones políticas del campo popular no son negativas; el reacomodamiento deja abierto el terreno para que las fuerzas hoy dispersas y fragmentadas avancen hacia un frente político que incluye al cristinismo, a sus ex opositores progresistas y de centroizquierda e izquierda con la prioridad de construir un programa superador y efectivamente transformador de la sociedad argentina.
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