Aquejado por los mismos síntomas y fantasmas del asedio derechista y el descontento social que en países limítrofes están conduciendo al restablecimiento de gobiernos neoliberales de derecha, se cumple una década de un gobierno que se había instalado para transformar la sociedad, el Estado y la economía. Dicho contexto desfavorable a nivel latinoamericano (que muchos […]
Aquejado por los mismos síntomas y fantasmas del asedio derechista y el descontento social que en países limítrofes están conduciendo al restablecimiento de gobiernos neoliberales de derecha, se cumple una década de un gobierno que se había instalado para transformar la sociedad, el Estado y la economía.
Dicho contexto desfavorable a nivel latinoamericano (que muchos entienden como algo más que un mal presagio), en Bolivia se expresa en la derrota sufrida por el gobierno en el referéndum nacional convocado y propiciado por ellos mismos, y que buscaba modificar la Constitución para habilitar un nueva eventual reelección de los actuales dos mandatarios.
De confirmarse esta tendencia derechizante y restauradora de antiguos y superados regímenes neoliberales (como es el caso de Argentina y Brasil), se confirmaría aquella especie de regla histórica, por la cual no existen proyectos de izquierda y progresistas, que no hayan terminado traicionando o dando paso a regímenes conservadores y reaccionarios que restauraron viejas estructuras, prácticas y modos (de poder, sometimiento y explotación), contra los que se había luchado.
Sin embargo, dado que en la realidad las cosas no son como parecen, porque si así fuera la ciencia y el conocimiento no tendrían nada que hacer (como sostenía Carlos Marx), es oportuno escudriñar las políticas y medidas adoptadas que hacen al meollo del modelo de gobierno adoptado en Bolivia, porque ello contribuirá a esclarecer las perspectivas, las tareas y las luchas que quedan por abordar y enfrentar a futuro.
Para efectuar una tarea de este tipo con un mínimo de coherencia y consistencia; es decir, evitando horizontes de visibilidad imaginarios y subjetivos, o la alteración indisimulada y explícita del proyecto popular (como sucede por ejemplo con la imposición del llamado Plan Patriótico 2025, que se encuentra en la antípoda de los objetivos, las luchas y el mandato que dieron curso al proceso de cambio y transformación democrático cultural que se transita en Bolivia); utilizaré como referente comparativo la visión, los postulados y el ideario del nuevo tipo de sociedad/Estado/economía que se encuentran en la Constitución Política del Estado (muy a pesar de las modificaciones y cambios que por acuerdos políticos con la derecha conservadora, se introdujeron al margen de lo decidido en la Asamblea Constituyente).
Recuento indispensable
Cuánto más puede fingir y aparentar el gobierno ser de izquierda, si (desde que se aprobó la nueva Constitución modificada en el año 2009), ha venido aprobando y poniendo en ejecución una sistemática política desarrollista, extractivista y procapitalista?.
¿En qué quedó la irreversibilidad del proceso de cambio que hace años se contribuye a desestructurar? ¿Acaso lo que se quiere dejar como legado (al insistir en identificarse como izquierdista), es ratificar aquella falsa convicción de una derecha que nunca tuvo capacidad para constituirse en oposición (pero que ahora podría beneficiarse sin ningún esfuerzo), de que el periodo de transformaciones que tantos sacrificios y luchas supuso, termine como una especie de lapsus, de irrupción circunstancial, y que ahora retorna a la normalidad (derechista, conformista y reaccionaria) que se cortó para dar paso a lo que entiende y quieren hacer ver como un berrinche inviable más?
Las preguntas no son retóricas y están orientadas a desentrañar las implicaciones y consecuencias de un modelo de gestión política que ha decidido utilizar la apariencia y la suplantación como método de gobierno. Si esta certeza no fuese cierta, entonces deberían explicar cuáles son las razones y el fundamento para que un gobierno autodenominado como izquierdista y anticolonial, haya decidido copiar y reproducir los métodos y las prácticas que han servido precisamente para lograr nuestro sometimiento y dominación por parte del capitalismo(?). Es el caso por ejemplo de la energía atómica, el desarrollismo, el extractivismo, la atracción de inversiones transnacionales, etc., que además constituyen las peores amenazas contra la Madre Tierra y el Vivir Bien en armonía con la naturaleza.
Ha tenido que ser la conclusión del periodo de bonanza económica, la que ha servido para poner en evidencia que ese ciclo favorable de ingresos extraordinarios, solo fue utilizado para el derroche y la construcción de megaobras (muchas de las cuales son inútiles, innecesarias, o están signadas por la corrupción), pero que además no ha dado lugar a la concreción y profundización del proceso de transformaciones que se perfilaba a partir de la nacionalización de los hidrocarburos.
Cuando el periodo de bonanza termina, lo que se ha puesto en evidencia es que no se estaba construyendo una sociedad más justa e igualitaria, liberada del dominio colonial y la explotación capitalista; sino que se había caído en el desarrollismo extractivista y el impulso a la realización de megaobras encargadas a corporaciones transnacionales, que se expresaron en la constitución de nuevas élites dominantes y el establecimiento de nuevas desigualdades originadas en la mayor o menor capacidad para hacer contratos y desarrollar proyectos con el Estado.
Al respecto, no se agotan los millonarios y dispendiosos gastos comunicacionales y propagandísticos para hacer ver como si esas iniciativas fuesen parte de un proceso de cambio y de un gobierno de izquierda, cuando claramente están en su antípoda. Un gobierno que se ufana de su desarrollismo, de su incansable labor para atraer y conseguir inversiones extranjeras, y permitir la instalación en Bolivia de las transnacionales para agudizar las actividades extractivistas de los recursos naturales que son saqueados, puede identificarse como un régimen post neoliberal (y de hecho lo es), pero bajo ninguna circunstancia (en razón de lo que hace y se ha señalado antes), puede constituirse como anticapitalista. Es decir, que los esfuerzos y pretensiones para mostrarse y vender su imagen como si fuese de izquierda anticapitalista, caen por su propia práctica entreguista y orgullosamente desarrollista que grita a los cuatro vientos.
Como lo ha demostrado la reciente experiencia Argentina (y ahora se dispone hacer lo mismo el gobierno transitorio de Brasil), la irreversibilidad de los procesos de cambio quedan en entredicho y se vuelven una quimera, por la sencilla razón de que muy a pesar de la propaganda, no se han producido los cambios de fondo. Es decir, que medidas como las de redistribución social, o inclusive las más osadas como las nacionalizaciones (que se presentan como el «non plus ultra» del proceso), son rápidamente anuladas y revertidas por los nuevos gobiernos de derecha que se establecen, porque la estructura económica y productiva (especialmente las relaciones de producción), no han cambiado, y solo basta reponer los antiguos y perversos modos neoliberales, para devolver e incrementar los privilegios de la ganancia, la concentración de la riqueza y las privatizaciones.
En la esfera internacional y específicamente en lo que corresponde al establecimiento de mecanismos de solidaridad e integración económica de los países latinoamericanos, con el propósito explícito de generar alternativas contrahegemónicas frente al dominio y la expansión capitalista en el mundo (como quiso ser el ALBA y en menor medida el Mercosur), resulta que también han sido traicionados por Bolivia. El propio Presidente Evo Morales, con auspicio del Financial Times, de forma unilateral y sorpresiva convocó y propició un Foro Internacional para la atracción de inversiones en Nueva York. La intención de captar inversión extranjera internacional y atraer a las grandes corporaciones transnacionales (que representan los intereses contra los que se disponía luchar el ALBA), es una prueba clara del desmarque y la adopción de una línea contraria a los sueños de construir la Patria Grande. Como si ello no hubiese sido suficiente, ya se ha anunciado que el mismo acto felón se repetirá en Londres.
En el plano de la sociedad, aquel importante y masivo apoyo social surgido y sustentado en las luchas populares y la potencia de las movilizaciones que habían marcado un nuevo horizonte de posibilidad para el país, pronto fue sustituida al calor de los intereses por reproducir el poder a como dé lugar, por la cooptación, el prebendalismo y el clientelismo político, que propició la alianza cada vez más descarada con sectores, personajes y organizaciones declaradamente reaccionarios y derechistas. A la postre, las conveniencias y los cálculos electorales orientados a conservar y asegurar una base social de respaldo, significó el desplazamiento y sustitución de organizaciones populares comprometidas con el proceso y efectivamente portadoras de las iniciativas comunitarias de cambio, por élites dirigenciales cooptadas que se adueñaron de la representación, sobre la base de prácticas clientelares, prebendales y divisionistas. Es decir, que aquel impulso popular movilizado y masivo que había originado y puesto en marcha las tareas de transformación, fue sustituida por el clientelismo, la corrupción y el divisionismo, que (al margen de los profundos daños causados como en el caso del Fondo Indígena, o la usurpación y toma violenta de organizaciones indígenas nacionales como la CONAMAQ y la CIDOB), se implantaron por las conveniencias electorales y el interés de conservar el poder.
El hecho de que dirigentes de organizaciones sociales que respaldan al gobierno, no escuchen el descontento social y la crítica, y se empeñen tercamente en buscar a toda costa una forma de reelegir al Presidente, inclusive forzando un nuevo intento por modificar («perforar» han dicho) la Constitución, no solo denota un rasgo totalmente antidemocrático que raya con lo dictatorial, al intentar desconocer la voluntad nacional ya expresada en las urnas, sino que refleja una defensa corporativa de determinado tipo de intereses (económicos y políticos), que no quieren ser afectados, pero que tampoco son compatibles con el interés nacional, y ni siquiera con la de amplios sectores empobrecidos que siguen luchando por elementales derechos.
Perspectivas a futuro
Como justificativo a la adopción de este claro giro hacia políticas procapitalistas por parte del gobierno, se han dicho muchas cosas, inclusive contradictorias entre si; porque basta contrastar el discurso (principalmente en los foros internacionales donde se ha subrayado el carácter antiimperialista, anticolonial y defensor de la Madre Tierra por ejemplo), que contrasta diametralmente con la propaganda y el bombardeo cotidiano sobre los logros del extractivismo, la construcción de mega obras y el dispendioso uso de la inversión internacional.
El Vicepresidente inclusive ha sustentado la idea que el extractivismo sería algo así como una fase ineludible e indispensable de un largo proceso, que terminaría sentando las bases para la construcción del socialismo comunitario (con lo cual también contribuía a fijar un futuro totalmente indefinido y lejano para cumplir y realizar dicho propósito). Al respecto, antes se encargó de subrayar la necesidad de garantizar el progreso, el crecimiento y la inversión internacional como motores para constituirse en una «potencia continental». Por ello se entienden, a renglón seguido, las medidas adoptadas y las normas aprobadas que permiten, por ejemplo, la conversión de las áreas protegidas y los territorios indígenas en áreas de exploración y explotación hidrocarburífera y minera; o la otorgación de incentivos, facilidades, subvenciones y garantías de todo tipo, para extremar las condiciones de extractivismo y saqueo de la riqueza nacional.
En un escenario como este, lo que otros muestran como el fin de un ciclo progresista (que eventualmente devolvería las riendas al neoliberalismo expulsado), en realidad da cuenta de la continuidad de un modelo que, a pesar de su carácter post neoliberal, ha retomado con entusiasmo el perfil y las herramientas más perversas del extractivismo salvaje y el desarrollismo basado en las inversiones extranjeras internacionales. Es decir, de los mecanismos de sometimiento, dominación y explotación contra los que se había luchado a fines del siglo pasado, precisamente para combatir el neoliberalismo, cuyo fantasma se anuncia de nuevo.
Para revertir esta tendencia de continuidad disfrazada de izquierdismo, se plantea la necesidad de recuperar la memoria popular, retomar la iniciativa y las luchas para encarar las transformaciones pendientes, y poner en evidencia los retrocesos, la impostura y la traición que amenazan con restaurar la derecha y el neoliberalismo, en sus expresiones más duras. No hay nada que descubrir o inventar.
Sea por la incapacidad autocrítica del gobierno progresista, o sea por una clara e indisimulable adscripción a los intereses capitalistas que han penetrado con las alianzas políticas establecidas con la derecha; no parece que será suficiente continuar intentando blindarse (al concentrar más poder en sus manos, o mandar que el Defensor del Pueblo los defienda, o volver a autorizar el uso de la dinamita para el mismo propósito de defensa del régimen, por ejemplo), porque ello demuestra más bien su debilidad, miedo e incertidumbre, que tiene el raro efecto de traducirse en represión (indeseable y repudiada), para el pueblo.
Arturo D. Villanueva Imaña, sociólogo, boliviano.
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