El más evidente y acabado representante del interés empresarial del gobierno de las empresas, J.J. Aranguren, fue a dar explicaciones a un plenario de comisiones (Presupuesto y Hacienda, Energía y Combustibles, Obras Públicas y Defensa de la Competencia) de la Cámara de Diputados, por el bestial tarifazo que diseña él junto con el presidente Macri […]
El más evidente y acabado representante del interés empresarial del gobierno de las empresas, J.J. Aranguren, fue a dar explicaciones a un plenario de comisiones (Presupuesto y Hacienda, Energía y Combustibles, Obras Públicas y Defensa de la Competencia) de la Cámara de Diputados, por el bestial tarifazo que diseña él junto con el presidente Macri para desgracia de todos los habitantes de este bendito suelo. Una farsa a todas luces, que revuelve las tripas y provoca vergüenza por el país y la dirigencia que hemos sabido conseguir como pueblo.
La farsa está a la vista de todos, aunque pocos la ven o quieren verla. En primer lugar, salvo los diputados de la izquierda marxista, ninguno apuntó a la cuestión esencial de la crisis que vivimos como sociedad en materia energética: ¿dónde fueron a parar los subsidios que las empresas recibieron durante 12 años de kirchnerismo, en teoría para que hicieran las obras de infraestructura necesarias que brillan por su ausencia?
No lo mencionan los oficialistas Pro-Cambiemos porque a ellos no les interesa, su política es beneficiar a las empresas, de las que son parte, y por lo tanto todo el peso de la crisis lo ponen en los hombros sufridos del pueblo trabajador. No lo preguntan tampoco los kirchneristas que ocuparon el gobierno hasta hace unos meses, porque fueron ellos los que subsidiaron a esas empresas con miles de millones de dólares durante más de una década, y no controlaron lo que hacían con ellos. Por razones similares y entrelazadas (porque fueron parte del gobierno anterior y/o porque ni por asomo tienen interés en enfrentarse con las empresas que en muchos casos les pagan las campañas), el resto de los opositores tampoco lo mencionan.
La excepción, vale la pena repetirlo, son los diputados de la izquierda marxista.
El pueblo pagó antes (con subsidios surgidos del erario público) y hoy con el tarifazo la fiesta de las corporaciones de energía.
El común de la ciudadanía cree que el macrismo ha sacado los subsidios estatales en el sector energético: es una enorme mentira. El Estado, por ejemplo, le paga a las empresas petroleras u$d 67 por barril, cuando el precio internacional del crudo es de u$d 48 dólares; esos u$d 19 por barril de diferencia, es lo que se traslada del bolsillo del pueblo a los de las empresas. Sin embargo, los combustibles aumentaron alrededor de un 50% en lo que va del año, por lo que los consumidores pagan dos veces los costos de producción. Así cualquiera es empresario.
Pero la farsa no sólo se verifica en un dato como el anterior. Por el contrario, se plasma en el sustento que encontró el impresentable ministro para contestarle a sus indagadores: el pasado de cada uno de ellos, que los condena tanto como el presente a él.
Cuando se le increpó sobre la innegable, ilegal y antiética relación de su cargo actual y sus decisiones, con la empresa de la que fue gerente y de la cual tiene millones de dólares en acciones que se incrementan con las políticas de su ministerio (Shell), Aranguren, ni corto ni perezoso, le señaló a Kiciloff que él fue miembro del directorio de YPF y luego ministro de economía de CFK… lo cual es estrictamente cierto en lo formal. Y aclaró algo que a los K se les pasa por alto, pero que hasta su líder santacruceña ha dicho desde su presidencia: YPF no es una empresa estatal, sino una S.A. (sociedad anónima) con participación estatal. Esa participación, por lo tanto, estará siempre sometida a la voluntad política del gobierno de turno. El kirchnerismo, digamos, tuvo su inclinación por Chevron y Rockefeller. El macrismo va por Shell, directamente de la mano de un Ceo de esa empresa.
Cuando la diputada massista Graciela Camaño le increpó preguntándole «de dónde se agarraba» para incrementar las tarifas de la forma en que lo hizo, el ministro le replicó: «del DNU que usted firmó en el 2003 cuando era ministra de Trabajo (de Duhalde)». Y no faltó a la verdad.
Hasta De Vido, que pegó el faltazo al debate porque sabía que no podría rebatir las acusaciones que se le hicieran, envió un escrito admitiendo que durante su gestión se ajustaron las tarifas y se subsidiaron a las empresas. Se olvidó de mencionar que el gobierno «nac y pop» recibió un país que se autoabastecía de hidrocarburos y lo dejó vacío, dependiente y sin infraestructura para abastecer a la población.
Esa es una verdad incontrastable, sin vueltas.
Ningún interlocutor miembro de un partido del sistema, entonces, tiene autoridad ética para cuestionar al bestial ministro de energía macrista. Simplemente, porque ellos también fueron y son parte necesaria de la estructura de la que éste se sirve para concretar sus objetivos. Cómplices, sencillamente.
Aranguren, entonces, tenía respuesta para todos ellos, menos para el pueblo. Con la soberbia propia de los de su clase, les estaba diciendo a los que en apariencia se le oponían que ellos habían creado o mantenido los instrumentos que él necesitaba para hacer lo que está haciendo. Es decir… ellos son tan culpables como él. Y lo dice no desde algún tipo de autoridad moral (la burguesía no la tiene), sino desde el lugar del dueño del circo que les enseña a sus empleados cómo son las cosas.
Por eso puede decir sin sonrojarse que sus políticas son «prueba y error», donde los cobayos somos todos los integrantes de la sociedad, sobre todo los más débiles. No importa el sufrimiento humano. Es que para la burguesía no hay bien más preciado que la tasa de ganancia de las empresas, lo demás es aleatorio.
Aranguren puede manejarse de esa manera. El despreciable Aranguren, el Ceo burgués que habla insensiblemente desde su consciencia e interés de clase (explotadora), el tipo que quiere administrar el Estado como si fuese una empresa donde lo que importa es que cierren los números a pesar de las angustias que ello provoque, puede apoyarse en el pasado de casi todos sus opositores para legitimarse, porque ellos manejaron antes el instrumento principal para desarrollar sus políticas: el Estado Burgués. Y no le tocaron nada, es más, lo apuntalaron cuando corrió peligro y lo fortalecieron. Paradójicamente, el kirchnerismo fue quien mejor realizó esa tarea después del estallido popular que en el 2001 lo puso en jaque.
En fin, así es el capitalismo. Y si tantos problemas nos trae a los trabajadores, alguna vez tendremos que concluir que es lo que hay que borrar de la faz de la Tierra.
El problema, entonces, es el de siempre, el que sólo unos pocos señalamos y la mayoría no quiere o no se atreve a modificar: el capitalismo que genera los escalafones y desigualdades sociales en las que estamos inmersos, con su modo de producción.
Mientras eso no cambie, podrán interpelar todo lo que quieran a lacras como Aranguren y los de su clase, pero el poder siempre estará en sus manos para hacer de nuestras vidas lo que se les antoje como medio para mantener sus riquezas y privilegios.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.