Para quienes consideran natural y eterno el sistema capitalista actual mi artículo del domingo pasado sonó a chiste o a provocación y no faltaron los que me preguntaron qué harían los empresarios o los militares mexicanos o estadounidenses si alguien intentase aplicar un punto siquiera de ese Programa de Salvación Nacional. Porque para ellos no […]
Para quienes consideran natural y eterno el sistema capitalista actual mi artículo del domingo pasado sonó a chiste o a provocación y no faltaron los que me preguntaron qué harían los empresarios o los militares mexicanos o estadounidenses si alguien intentase aplicar un punto siquiera de ese Programa de Salvación Nacional. Porque para ellos no se puede hacer nada que no acepten los explotadores y los opresores.
Hay otros que intentan entrar sin hacer ruido y en punta de pies en el gobierno, que es el Sancta Sanctorum de quienes tienen el poder real y, para no asustar a éstos, presentan como programa «de cambio» lo que los patrones piden y por eso ofrecen sólo «honestidad y algunas pequeñas reformas».
México sin embargo está en guerra, con 100 mil muertos, miles de desaparecidos, cientos de miles de desplazados. La cifra de muertos es igual a la de Irak o Afganistán según el Instituto para la Economía y la Paz, que agrega que la militarización del país costaba en el 2015 a cada mexicano 17 mil pesos anuales y representaba el 13 por ciento del Producto Interno Bruto (2 200 millones de millones de pesos), seis veces más que para Educación (cuyas carencias explican en gran parte la delincuencia y la violencia).
¿Qué más puede suceder? ¿La ocupación de México por los yanquis, que ya tienen en su país decenas de millones de mexicanos y pagarían un altísimo costo político? Esa ocupación está además implícita en las declaraciones de Trump y de sus asociados, ante los cuales se arrodillan el gobierno y la totalidad del establishment mexicano. Acabar con la militarización del país dejando en manos de los ciudadanos organizados las funciones de policía sería un gran ahorro que serviría para financiar mejores servicios y salarios dignos.
El presidente de la Suprema Corte mexicana en el 2014 ganaba 24.617 dólares mensuales y sus iguales argentino o venezolano 10 mil, menos de la mitad. Agreguemos el costo de las mordidas en el corrupto sistema judicial mexicano. En el 2015 un parlamentario trabajó -digamos – un total de 700 horas durante sólo 195 días y ganó casi 13 veces más que un mexicano medio, que trabajó 2 288 horas en el año. Reducir los salarios de esos parásitos privilegiados al nivel de los de los maestros (que deben aumentar) y revocarles el mandato si no cumplen permitiría ahorrar millones.
En Estados Unidos, quien menos gana recibe 28 840 pesos mexicanos mensuales, en Argentina, 9 052 y en México, 3 500 pesos. La diferencia en la productividad sin embargo no es muy grande. ¿No hay que reducir esa superexplotación?
Pemex refina hoy la gasolina en Estados Unidos y ha sido desmantelada. La Premium cuesta por eso en México el doble que en Estados Unidos. La reorganización de la empresa y la creación de refinerías nacionales liberarían enormes sumas. Pemex importa además diariamente 398 mil barriles de gasolina, muchos de los cuales podrían ser producidos en México, con gran ahorro de divisas.
La minería representa el 1.5 por ciento del PIB y aporta casi 23 mil millones de dólares pero hay que tener en cuenta los daños ecológicos, la destrucción de la agricultura, los problemas sanitarios que las pésimas condiciones de trabajo y los bajísimos salarios ocasionan a las poblaciones. ¿Es ilógico exigir un cambio?
Es necesario preguntarse si estamos en Suiza o en un país con un semiEstado ineficiente y corrupto que está en guerra contra los ciudadanos. ¿Tienen éstos el legítimo derecho de resistencia a la opresión o deben ser esclavos pasivos o votantes resignados al fraude permanente?
Es cierto que una gran mayoría de los mexicanos no son ciudadanos sino súbditos de la oligarquía. Esa mayoría es ignorante, está desinformada y despolitizada, acepta el despojo y la opresión si le permiten sobrevivir aunque sea en condiciones cada vez peores, se guía por Televisa y vota PRI-PAN y sus cómplices.
Pero hay también un 20 por ciento de mexicanos más conscientes y organizados que creen poder lograr suficientes votos para MORENA y hacer imposible el fraude. Pienso que el objetivo que persiguen es erróneo pues MORENA tendrá menos votos que toda la derecha unida y, además, le harán fraude. Pero esos compañeros son una fuerza que propicia un cambio social.
Están también las etnias y pueblos indígenas, menos corrompidos por el individualismo y el egoísmo, menos ganados por la avidez consumística, más preparados para la solidaridad y el comunitarismo. Pero la discriminación racial les ha cerrado en gran medida el camino a la cultura y al conocimiento y por eso dependen de jefes y caudillos y tienen una visión localista o regionalista de los problemas.
Las luchas sociales han llevado, es cierto, a construir experiencias muy ricas, como la APPO y su Asamblea Popular, las policías comunitarias, los grupos de autodefensa, las mismas universidades indígenas. Pero sólo pequeñas minorías han vivido o viven esas experiencias que no están extendidas por todo el país, sobre todo en el Norte y el Noreste donde el peso indígena es menor.
De ahí la necesidad de crear un Frente de quienes quieren un cambio radical, concentrándose en lo que los une y discutiendo civilizadamente las diferencias. De ahí, sobre todo, la importancia de un plan nacional de emergencia para preparar las conciencias y organizar según las necesidades y prioridades de cada lugar.
Ese programa debe ser realista, posible, viable y democrático pues la gran mayoría teme muy justamente la violencia e incluso los costos de un cambio social. Pero pronto todos comprobarán que la alternativa a ese cambio no existe…
La Revolución mexicana de hace más de un siglo fue posible porque la población entonces era mayoritariamente campesina y vivía en condiciones terribles de miseria y explotación y porque en el Norte estaba armada por la guerra contra los apaches. Hoy existen en cambio clases medias mestizas racistas y clericales que creen tener mucho que perder con una mayor igualdad social, son por consiguiente liberales o social-liberales y padecen un fuerte cretinismo parlamentario. Pero las decisiones se están preparando en el país profundo. Con eso contamos los realistas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.