Después de los primeros 15 días del año transcurridos del anuncio del gasolinazo por el gobierno de Peña Nieto, la sociedad mexicana se encuentra en plena ebullición. A las múltiples manifestaciones callejeras, mítines, reuniones de todo tipo en los barrios, en las plazas públicas, en las universidades, en los mercados, se comienza a percibir el […]
Después de los primeros 15 días del año transcurridos del anuncio del gasolinazo por el gobierno de Peña Nieto, la sociedad mexicana se encuentra en plena ebullición. A las múltiples manifestaciones callejeras, mítines, reuniones de todo tipo en los barrios, en las plazas públicas, en las universidades, en los mercados, se comienza a percibir el surgimiento de una desazón social que incluso se manifiesta en los círculos gubernamentales y oligárquicos. Se experimenta algo nuevo en la sociedad: México se mueve, pero no como quisiera Peña Nieto.
Movilizaciones al nivel nacional
Las manifestaciones de descontento en las calles no han cesado. En la Ciudad de México prácticamente durante este periodo las protestas han sido diarias: el lunes 9 de enero pasado miles de personas marcharon por la ruta tradicional de las manifestaciones que recorre el Paseo de la Reforma hasta el Zócalo y una semana después, ayer domingo 15, de nuevo el pavimento de esta avenida fue pisado por varias multitudes que no cesaron de gritar las consignas ya conocidas de ¡Fuera Peña!, ¡Abajo el gasolinazo!, ¡Por un paro nacional!, ¡De norte a sur, de este a oeste, ganaremos esta lucha cueste lo que cueste! En las otras dos grandes metrópolis del país, Guadalajara y Monterrey, también se han dado grandes manifestaciones. En el sur, en Oaxaca y en Chiapas no han faltado tampoco las protestas: precisamente en este último estado, en Tapachula, ciudad fronteriza con Guatemala, se dio una manifestación como hacía mucho no se daba por el número de participantes. Como inauditas fueron también las manifestaciones de decenas de miles de personas que se dieron en los estados fronterizos norteños de Coahuila, de Sonora y de Baja California. Las dimensiones de estas protestas superan en cantidad y en amplitud las expresiones de descontento habidas en 2014 con motivo de la masacre de la noche de Iguala-Ayotzinapa y se parecen a las luchas magisteriales del año pasado.
Para la segunda mitad de enero, todas las señales indican que el alud de protestas crecerá de manera considerable. Esto es así porque es notorio que cientos de miles de hombres y mujeres se preparan para seguir protestando y movilizándose y por el despertar masivo que se está dando en todo el país. Si es posible y correcto definir a este ascenso popular como «espontáneo», como producido por la decisión del gobierno de encarecer aún más el costo de la vida para la ya muy empobrecida mayoría de la población, las comillas agregadas al adjetivo calificativo son para señalar lo relativo de tal espontaneidad. Ciertamente no hay una dirección que al nivel nacional haya convocado y dirija esta oleada de movilizaciones. Es más, es evidente que se están dando en contra de los partidos que son considerados tradicionalmente como representantes de la «izquierda», por ejemplo el PRD. Incluso Morena y en especial su líder López Obrador (AMLO), que constituyen una fuerza que ampliamente las encuestas señalan como la alternativa electoral con mayor apoyo popular y con más posibilidades de salir triunfante en las elecciones presidenciales del 2018, se han mantenido prudentemente a distancia de estas expresiones del descontento masivo. El mismo EZLN permanece en silencio arrinconado en las montañas de sureste chiapaneco.
Lo que está en el trasfondo de la situación actual es el conjunto de experiencias históricas recientes que han sacudido la consciencia nacional: Tlataya, Ayotzinapa, las reformas energética y educativa, la situación de las relaciones con el poderoso vecino del norte cuyo nuevo presidente ha colocado a México junto a China, como enemigo de Estados Unidos. Esto es lo que está transformando el pensamiento colectivo atravesado por preocupaciones y enojos inéditos, una situación de extrema complejidad que está calando hondo en las profundidades del sentimiento nacional.
Preparativos de lucha
Es tan urgente e imperiosa la situación que incluso las pesadas burocracias sindicales aglutinadas en la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) (trabajadores telefonistas, electricistas, universitarios principalmente) se han reunido y convocan a una Jornada Nacional de Lucha que se iniciará en la ciudad fronteriza de Tijuana el 17 de enero cuyo objetivo es construir la solidaridad internacional ante la política de intimidación y amenazas del nuevo gobierno de Trump y continuará con varios mítines y marchas en la Ciudad de México que culminará en una amplia movilización nacional el 31 de enero y el 5 de febrero con un balance social en el Centenario de la Constitución en que se presentarán propuestas para la más amplia discusión sobre la democratización del régimen político y la forja de un nuevo proyecto de nación.
Paralelamente a través de las redes sociales y del archipiélago de grupos de las más diversas condiciones ideológicas y políticas se están proponiendo otras iniciativas que incluyen un acto frente a la embajada de Estados Unidos el viernes 20, día de la toma de posesión de Donald Trump en Washington. Como se aprecia se evidencia con más y más transparencia ante amplios sectores de la población que con la llegada de Trump a la presidencia de EUA, la pieza clave de la política internacional mexicana que constituye la relación con los vecinos norteños cambiará radicalmente, de hecho, antes de su toma formal de posesión Trump ya determinó que la Ford Motors Co. haya decidido echar atrás su proyecto de fábrica que había comenzado a construir en el estado de San Luis Potosí.
Pasos en el techo
Ante este panorama no es sorprendente que también en los círculos oligárquicos y gobernantes se comiencen a dar fricciones e inclusive choques y conflictos. Uno en especial se alza como el problema político crucial para los grupos dominantes mexicanos y de hecho también para los nuevos gobernantes de Washington. Se trata de la sucesión presidencial del 2018. Es evidente que Peña Nieto tiene una pendiente muy inclinada si quiere imponer al candidato priista como su sucesor. La decisión de elegir quien será tal personaje es la última y de hecho la única decisión importante que le queda a un presidente cuyo desprestigio e impopularidad ha llegado a cotas inauditas: algunas encuestas señalan porcentajes de menos de 20 por ciento de aprobación del gobierno peñista. Pero seguramente el problema mayor una vez escogido un aliado de Peña Nieto como candidato priista es lograr que conquiste la mayoría de votos de la elección presidencial. Es aquí donde las reformas constitucionales adoptadas en 2014 que incluyen la figura de «gobiernos de coalición» a partir de 2018, antes prohibidas por el presidencialismo absoluto del régimen imperante, permiten a sectores burgueses que son conscientes de la dificultad de que el sucesor de Peña sea el triunfador, promover que tal cláusula se adelante desde ya para impedir que los comicios del 2018 se conviertan en una pugna política desestabilizadora.
Es aquí donde entra AMLO quien viene insistiendo desde hace meses precisamente en eso, en forjar una coalición gubernamental con Peña Nieto desde ya. Que esta solución de la crisis potencialmente peligrosa de la sucesión de 2018 no es una mera idea de AMLO y que se discute incluso en los círculos del poder priista se puede apreciar meridianamente en las declaraciones de Diego Valadés, un político priista con experiencia gubernamental (entre otros cargos ha sido Procurador de la República) y que ocupa una posición en el nivel más alto de la jerarquía académica-burocrática de la UNAM. En una entrevista reciente expresó lo siguiente: «El gobierno está convocando a la unidad del país. Ante estos llamados, lo razonable es que en las próximas semanas el presidente de la República comience a convocar a los dirigentes de los partidos políticos para escucharlos. Yo no entiendo, por ejemplo, que se invite a un candidato presidencial estadounidense repudiado por la sociedad mexicana y que no se invite a un líder de 15 millones de mexicanos como es AMLO, líder de Morena». Y ante la pregunta del periodista que le dice «y si no ocurre ese diálogo», Valadés responde: «Si no se materializa en el curso de los próximos dos años, evidentemente las condiciones del país se seguirán deteriorando hasta niveles inimaginables.» (Proceso, 15.01.2017). ¡Niveles inimaginables! Sin comentarios.
Así es como la coyuntura del gasolinazo está moviendo a México en todos sus niveles y las potencialidades de tales movimientos son «inimaginables».
Manuel Aguilar Mora. Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS).
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