Sobre el final de diciembre pasado el gobierno nacional fue sometido a múltiples tensiones que se expresaron en los cambios ministeriales y las evidencias de que el déficit fiscal estaba fuera de control. Así la crisis desbordó lo económico y se instaló en el mundo político. Cuando a mediados de diciembre pasado publiqué mi última […]
Sobre el final de diciembre pasado el gobierno nacional fue sometido a múltiples tensiones que se expresaron en los cambios ministeriales y las evidencias de que el déficit fiscal estaba fuera de control. Así la crisis desbordó lo económico y se instaló en el mundo político.
Cuando a mediados de diciembre pasado publiqué mi última nota del 2016 bajo el título «Al final todo mal» no comprendí realmente la profundidad de lo que estaba pasando. En esencia la nota cuestionaba ese axioma generalizado que afirmaba «la economía va mal pero la política sostiene todo» y se ponía el acento en las bondades de una «institucionalidad recuperada». Pero con la convocatoria a sesiones extraordinarias en el Congreso todo cambió dramáticamente. El gobierno acumuló una seguidilla de derrotas políticas: en la reforma electoral, en la Ley de Emergencia Social, en el proyecto de Reforma al Impuesto a las Ganancias. La tan cacareada «institucionalidad recuperada» parecía «desvanecerse en el aire».
Lo impensado
Todo indicaba que el año terminaba ahí, no fue así. El 26 de diciembre, cuando todavía se sentían los brindis navideños y festejaban que la Noche Buena había pasado sin desbordes sociales, nos despertamos con la noticia de que el ministro Alfonso Prat Gay había sido eyectado de su cargo sin demasiados miramientos, estando el presidente de vacaciones. Antes que él Isela Constantini, la presidenta del directorio de Aerolíneas Argentinas -que cuando fuera nombrada se la calificó como una de las ejecutivas más respetadas y calificadas de toda América Latina- sufrió el mismo tratamiento pero con mayor destrato. Ni siquiera se le agradecieron los servicios prestados cuando había presentado un balance con una reducción sustantiva del déficit de la empresa. Al menos al ahora ex ministro el presidente lo invitó a que viajara a Villa La Angostura para saludarlo.
Ocurre que esa dinámica impensada -como había calificado al proceso en mi nota anterior- se había extendido y se expresaba ahora en otro nivel. A este columnista se le escapó que la crisis desbordaba lo económico, especialmente en su costado fiscal, y se había instalado en los intersticios del propio gobierno. En los últimos días del año se llevó al ministro de Economía, a varios secretarios y a la titular de la aerolínea estatal, mientras que otros ministros y funcionarios parecen haber quedado en la cuerda floja (Salud, Ambiente, Obras Públicas).
Posverdad
Durante el año que terminó cobró fuerza de categoría analítica la palabra «posverdad» (post truht) con la que se intentó explicar las sorpresas del Brexit en Inglaterra, de la derrota del referéndum en Colombia o del triunfo de Donald Trump en EE.UU. Según el diccionario Oxford se trata de un neologismo que «denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal».
Algo de eso ha pasado aquí, porque los argumentos esgrimidos por distintos funcionarios del gobierno, incluido el propio presidente, para explicar los cambios no convencieron a nadie. Se trató de un ejercicio de posverdad que como dice el ensayista Esteban Valenti ocurre cuando se trata de generar «una confianza basada en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad».
Veamos. En el caso de Costantini se dijo que no se llevaba bien con el ministro Dieterich o que había aceptado incrementos salariales muy elevados. En el caso de Prat Gay que era un «outsider», que no dialogaba con sus pares, menos aún con el jefe de Gabinete, o que era tan independiente que generaba desconfianza. Puede que fueran ciertos estos argumentos pero solo explican una parte, no lo central de la realidad.
Ya iniciado el año nuevo se conocieron otros detalles. El programa elaborado por Costantini contemplaba reinstalar con fuerza a la empresa estatal en los vuelos domésticos, por eso se oponía a la política de «cielos abiertos» que impulsaba otra área del gobierno que implica ingreso de las líneas de bajo costo (law cost), especialmente Avianca, empresa que no permite la afiliación sindical de sus trabajadores y que no acepta regirse por convenios colectivos de trabajo (actualmente en conflicto por paritarias). Esta controversia habría sido la real causa de su destemplado desplazamiento. Pruebas al canto: ya se le concedió a Avianca la autorización para operar en el país.
Autoherencia
Según los mentideros ministeriales en el gobierno ya no se habla más de la «herencia recibida» ahora se trataría de la «autoherencia», por el estado en que deja la economía el ministro saliente y por lo bajo reconocen: «ningún gobierno, menos en la Argentina, despide a su ministro de Economía si ésta anda bien». Realidad inocultable ya que todos los indicadores económicos cerraron el año a la baja y los sociales empeoraron respecto de un año atrás.
A Prat Gay se le reconoce poco y nada, ni siquiera el éxito del blanqueo. Se supone que superará los 90 mil millones de dólares, con una contribución fiscal del orden de los 100 mil millones de pesos. Aire fresco para el déficit que según se ve ahora ha superado ampliamente lo presupuestado para el 2016. Se estima cerrará cercano al 7 por ciento del PBI, 5,8 si se computan los ingresos del blanqueo, y se ha convertido en el principal problema del gobierno.
Más ministerios
Al ministerio económico se lo ha desdoblado en dos, fragmentando aún más toda el área. Un ministerio de Hacienda cuyo principal objetivo sería «reducir el déficit sin provocar un ajuste» (veremos si no resulta contradictorio en sí mismo), y otro de Finanzas (entre bambalinas se lo llama «de la deuda»). Precisamente se acaban de dar datos oficiales: al 30/9 pasado la deuda pública total del Estado nacional (interna y externa, sin provincias) asciende 264.622,8 millones de dólares. De enero a octubre el gobierno emitió nueva deuda por 45.000 millones con lo que la carga de intereses prácticamente se duplicó, las necesidades para el 2017 son del orden de otros 45.000 millones de dólares de los que 22.000 millones serán nueva deuda externa. Esto cuando todo indica que las tasas internacionales seguirán subiendo por el efecto Trump y será muy difícil conseguir inversiones productivas. Así el nuevo ciclo de endeudamiento sigue con firmeza, como también lo es la salida de capitales. Si el lector quiere mantener las esperanzas le sugiero no hacer el cálculo de qué puede pasar con esta deuda dentro de cuatro o cinco años.
Futuro imperfecto
Los brotes verdes siguen sin aparecer y ahora el inicio de la recuperación -estimada en apenas un tres por ciento para este año- se ha corrido al trimestre que acaba de comenzar. Mientras tanto los conflictos en los ministerios de Ciencia y Técnica, por becas acordadas y no renovadas; en Educación, por el despido de miles de trabajadores y el cierre de programas formativos; el llamado de atención de la CGT por la oleada de despidos de fin de año no auguran nada bueno. Mientras el nuevo ministro de Hacienda habla de rebaja generalizada de los aportes patronales y de los costos laborales no salariales y el de Trabajo de revisar los convenios colectivos y de aumentos por productividad, el Indec ha dado a conocer nuevos datos sobre la distribución del ingreso. Al término del tercer trimestre de 2016 la mitad de la población con ingresos ganaba menos de 8.000 pesos mensuales, mientras que 7,2 millones de personas tuvieron ingresos menores a 5.000 pesos mensuales. En tanto que la desigualdad alcanzaba niveles más que significativos: una brecha del 2.500 por ciento entre los que menos reciben y los que más ganan.
Todo indica que el 2017, para más un año electoral, tal vez no resulte de tránsito sencillo como aspira el gobierno. Anticipándose, el filósofo de cabecera del presidente, Alejandro Rozichtner, llamó a la ciudadanía a abandonar el ejercicio del pensamiento crítico y sumarse alegremente a la «revolución de la alegría» ya que «las ganas de vivir, son más importantes que el pensamiento crítico y la objetividad». Toda una apuesta al «predominio de las emociones, de las creencias, de las supersticiones por encima de la razón y la racionalidad política».
El 2016 terminó mal, el 2017 no parece haber comenzado mejor.
Eduardo Lucita. Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.