Mi compañero es hijo de un asesinado y desaparecido de la dictadura argentina. Siendo aún muy niño su padre fue secuestrado por los militares. Nunca lo volvieron a ver. Tras unos meses de escondites y miedos en Buenos Aires, su madre huyó del país con él y sus hermanas. Creció en Madrid, pensando que quizá […]
Mi compañero es hijo de un asesinado y desaparecido de la dictadura argentina. Siendo aún muy niño su padre fue secuestrado por los militares. Nunca lo volvieron a ver. Tras unos meses de escondites y miedos en Buenos Aires, su madre huyó del país con él y sus hermanas. Creció en Madrid, pensando que quizá un día, al doblar una esquina de una calle o al entrar en una cafetería, se reencontraría con ese hombre llamado papá porque mientras su cadáver no apareciese las esperanzas de que estuviera vivo permanecían.
Más tarde, en la adolescencia, asumió que su padre estaba definitivamente muerto. Su madre le enseñó a sentirse orgulloso, a pesar de que en Argentina, por entonces, aún se aplicaba la teoría del doble demonio: si lo mataron sería por algo. Si violaron a todas esas mujeres sería por algo. Si le reventaron los dedos sería por algo. El terror legitimado, la locura normalizada.
Después llegó la memoria. La justicia. La verdad. Poco a poco. Sigue llegando. La lucha contra la impunidad no es fácil, pero resulta imprescindible para dar espacio al civismo, a la salud mental de la sociedad. Se puso fin a las leyes de punto final, a la amnistía para los represores. Hijos, nietos, madres, abuelas, esposos, compañeras, han podido sentarse ante un tribunal y contarle a la justicia cómo fue. Cómo mataron a los suyos. Cómo los torturaron. Cómo robaron a sus hijos. Cómo los desaparecieron.
Dolor y miedo
Han podido relatar el dolor con el que han sobrevivido desde entonces, el miedo con el que huyeron, el empezar de cero, lejos, con otros acentos, la esperanza albergada en el exilio, la pregunta «¿y si no está muerto?», las explicaciones a los pequeños, «a tu padre se lo llevaron», los primeros hallazgos de niños robados, criados por los asesinos de sus madres biológicas.
Mi compañero pudo hacerlo. Contar ante un juez lo que recordaba. Y lo que más tarde algunos testigos le dijeron: «La última vez que vi a tu viejo fue en la ESMA«. El caso de su padre, como tantos otros más, está pendiente de sentencia.
Alrededor de 600 represores de la dictadura han sido ya condenados, y siguen los juicios. Cada testimonio de testigos, víctimas y supervivientes aporta luz a tanta oscuridad. Cada sentencia contra estos criminales de lesa humanidad contribuye al despertar de la conciencia colectiva, a la rúbrica de un cometido clave: que no vuelva a pasar.
La puerta abierta
Que no vuelva a pasar. Pero estos días algo ha pasado. Estos días un fallo de la Corte Suprema argentina, con el voto clave de dos jueces nombrados por el Gobierno de Macri, ha reducido a la mitad la condena de un represor de la dictadura y ha dejado la puerta abierta para que lo mismo se aplique a todos.
En la práctica la mitad de los encarcelados podrían salir libres de forma inmediata. En un país en el que en plena democracia, en el 2006, desapareció para siempre un testigo de un juicio contra un represor. En un país en el que ninguno de los acusados, excepto uno, ha querido mostrar arrepentimiento o colaborar con la justicia para contar dónde están los cuerpos de los 30.000 desaparecidos o los niños robados. En un país en el que aún quedan muchas heridas que tratar.
En un país en el que la Iglesia católica fue cómplice de la dictadura. En un país en el que ahora esa Iglesia trata de promover beneficios para los militares condenados como criminales de lesa humanidad que nunca han pedido perdón, mostrado arrepentimiento, dado información. La frase de monseñor Casaretto, uno de los principales referentes de la Iglesia argentina, resume bien su postura: «Cuanta más justicia aplicamos menos verdad recuperamos». Lo dice en ese lugar en el que a través de los juicios se ha logrado reconstruir tanto.
Reacción social
Este miércoles 10 de mayo miles de personas saldrán en Argentina a protestar contra el fallo de la Corte. A recordar la importancia de la justicia como representación de esa frase: lo que no se castiga, se repite. La reacción social está siendo enorme.
Naciones Unidas ha proclamado extensas listas de derechos humanos pero la inmensa mayoría no tiene más derecho que ver, oír y callar, escribió Eduardo Galeano. La ley internacional está escrita en tinta sobre papel pero las víctimas de la dictadura argentina se arriesgan a ir perdiendo el derecho a la verdad, justicia y reparación que cualquier sociedad sana merece. Porque sin justicia no hay más que un futuro repitiendo la impunidad del pasado. Porque sin reparación no hay civismo posible. Porque el perdón tiene que ir dirigido antes a las víctimas que a los verdugos.
Fuente original: http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/argentina-alerta-6028294#