Recomiendo:
0

Carta abierta a la doctora Aguilar-Madrid

El asbesto en México y en la actualidad

Fuentes: Rebelión

Estimada Doctora Guadalupe Aguilar-Madrid: Celebraré que en lo personal, y también por lo que respecta a sus familiares y amigos, sus seres queridos, hayan podido salir bien librados del trágico y reiterado desastre nacional que en México, la nación hermana, ha causado la fuerza incontrolada y terrible que la madre naturaleza, en forma de violentísimo […]

Estimada Doctora Guadalupe Aguilar-Madrid:

Celebraré que en lo personal, y también por lo que respecta a sus familiares y amigos, sus seres queridos, hayan podido salir bien librados del trágico y reiterado desastre nacional que en México, la nación hermana, ha causado la fuerza incontrolada y terrible que la madre naturaleza, en forma de violentísimo terremoto, que ha azotado sin piedad a sus sufridos habitantes, de lo que las televisiones de todo el mundo se han hecho doloroso eco.

No es, en verdad, de ningún consuelo, saber que estos fenómenos naturales, en realidad, son la obligada aduana para que el maravilloso fenómeno de la vida en la superficie terrestre, en todo su esplendor, siga floreciendo, incluyendo en ello a la propia vida humana, por la eternidad de muchos siglos venideros.

En efecto, la energía que alimenta esas violentas contorsiones de nuestro planeta, procede del fenómeno llamado «tectónica de placas», que hace que la corteza terrestre se movilice, arrastrada por las corrientes de convección del subyacente manto terrestre.

Esas corrientes de convección, vienen originadas, en parte por el calor originario de la formación del planeta, pero que en su mayor parte corresponden al calor generado por la radioactividad natural de algunos de los elementos constituyentes del manto terrestre, principalmente los isótopos inestables, radiactivos, del potasio y del argón. Radiactividad que, aunque a escala humana lo parezca, no es eterna.

Mientras que no se haya consumado la transformación íntegra a elementos estables, ese mecanismo es el responsable del efecto «dinamo» que determina la persistencia del campo magnético terrestre, habida cuenta de que el núcleo central de la Tierra, que incluye al hierro y al níquel en abundancia, como sus más conspicuos constituyentes, participa también de esa «danza de los derviches» que sostiene sin que decaiga apreciablemente la intensidad de ese campo magnético terrestre, que apantalla las radiaciones fuertemente ionizantes y los rayos cósmicos primarios, que nos llegan desde el exterior.

La vida, tal y como la concebimos ahora, en la superficie del suelo e inmersos en la atmósfera, no sería viable el día lejanísimo en el que los terremotos hayan dejado de seguir repitiéndose, porque la tectónica de placas haya cesado, inmovilizada por un manto terrestre sin plasticidad, rígido, sólido y estático, porque ya no reste radiactividad alguna que lo mantenga en lenta y continua danza de corrientes de convección, mediante el calor generado por la continuada desintegración de sus isótopos inestables.

Entonces ya no habrá escudo magnético alguno, que proteja a los habitantes de la superficie y atmósfera terrestres, de las mortíferas radiaciones ionizantes y de los rayos cósmicos primarios, procedentes del resto del Universo, y muy especialmente, de nuestro propio sol.

Pero todo eso, con ser muy importante y digno de ser advertido y recordado no es, sin embargo, lo que primordialmente por nuestra parte queremos resaltar en la presente carta abierta.

Lo que queremos reseñar, en cambio, es el hecho de que frente al dolor de las víctimas actuales y bien visibles hay además, por desgracia, otra siniestra amenaza a largo plazo, y esa amenaza insidiosa, silenciosa y virtualmente eterna no es otra que el asbesto pulverizado y mantenido en suspensión en la atmósfera durante un tiempo de caída espontánea al suelo, por primera y no última vez, que es enormemente dilatado, como lo evidencian los estudios teóricos que al efecto se han realizado, teniendo en cuenta la intensidad de la gravedad en la superficie terrestre, la viscosidad del aire, las dimensiones ultramicroscópicas y la relación superficie-masa de las fibrillas que se generan por la «espontánea» exfoliación y disgregación del asbesto instalado en el medio urbano y rural, y quebrado por el efecto destructor del impacto, roturas, desprendimientos y vibraciones generadas por las diversas réplicas del terremoto.

Que nadie se llame a engaño. Nadie va a enfermar de asbestosis por esa causa. No se generan concentraciones suficientemente altas y persistentes para ello. Pero otra cosa muy distinta es, por desgracia, por lo que atañe al mesotelioma, cáncer de pleura, peritoneo o túnica vaginal de los testículos, incurable y mortal al poco tiempo después de aflorar, tras un dilatado tiempo de latencia, cifrado en varias décadas después de haberse producido la contaminación, principalmente por inhalación de la fracción respirable, invisible a simple vista, de sus microscópicas fibrillas, dispersas en el aire respirado.

Si usted, doctora Aguilar-Madrid, ya ha venido censando, junto con sus colaboradores, y en compañía de muchos otros profesionales del ejercicio de la medicina, los casos de mesotelioma generados en su país a causa del uso industrial del asbesto y también a causa de la presencia natural de zeolita fibrosa en los terrenos de algunas zonas geográficas de su nación, moviéndoles a reivindicar una adhesión de México al extenso grupo de países en los que el uso industrial del asbesto, en todas sus variedades, crisotilo o amianto blanco incluidos, está ya prohibido, ahora, con esta reiterada desgracia natural como factor de agravamiento disponen, desde ya, de un contundente argumento adicional más para seguir combatiendo dialécticamente los «cantos de sirena», atajo de falsedades, del lobby del asbesto, porque el maldito mineral, en forma de invisibles y respirables fibrillas, va a seguir presente, durante mucho tiempo, en el ambiente de su amada nación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.