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Ayotzinapa y los sonidos del silencio

Fuentes: Rebelión

Todo ha quedado en el silencio. Estamos observando todos y en el mismo sentido las escenas que sacuden nuestras conciencias y nuestra existencia. Nos hemos quedado ausentes, como tratando de detener el tiempo en cada movimiento, atentos a aquellas manos que con precisión levantan los trozos de vida envueltos en las cenizas que simbolizan la […]

Todo ha quedado en el silencio. Estamos observando todos y en el mismo sentido las escenas que sacuden nuestras conciencias y nuestra existencia. Nos hemos quedado ausentes, como tratando de detener el tiempo en cada movimiento, atentos a aquellas manos que con precisión levantan los trozos de vida envueltos en las cenizas que simbolizan la impunidad. Dijeron que se trata de los restos de los 43 jóvenes desaparecidos, observamos incrédulos, con la rabia y el llanto contenidos, no es la primera vez que aparecen restos no se sabe de quién, éste es el país de uno.

Al caer la tarde, las calles empedradas de este pueblo mágico, reciben nuestros pasos como llorando con nosotros. Las camelinas adornan las casas de adobe que en sus paredes almacenan con rigurosidad científica los sonidos y los acentos de las palabras.

Las mujeres ahora caminan como si el alma les faltara. No sonríen, no se alteran y no quieren preguntar por el miedo a la respuesta. Ninguna se atreve a mirarse en el pequeño y cuarteado espejo, testigo en tiempos no tan lejanos de la esplendorosa belleza de las mujeres de coloridos vestidos, figuras perfectas y caderas que parecen haber sido trazadas en el lienzo de un artista. Así son, así eran las jóvenes mujeres madres de los estudiantes.

Se trata de sus hijos, los jóvenes que llevan a cuestas el pecado de ser jóvenes, el atrevimiento de ser rebeldes y la histórica carga de ser humildes, los más pobres entre los pobres.

Nos hemos sentado junto al fogón, un refugio natural para intentar reconciliarnos con la vida. El humo se instala sin pedir permiso, casi en tinieblas y sin darnos cuenta empezamos a hablar de nosotras el yo desapareció para siempre.

No somos ya las mismas. Es verdad que la impunidad tiene permiso y que la corrupción recorre las entrañas de este país que por momentos se nos va de las manos. Nuestros jóvenes no solo no tienen el derecho a estudiar y a trabajar, les quieren también negar el derecho a vivir. Lo que ya no podemos permitir es que les quieran negar el derecho a tener al menos una tumba en el camposanto que se extiende inmisericorde frente a nuestros ojos.

Al caer la noche, quisiéramos iniciar el novenario de todos pero permiso no tenemos. No hemos recibido los cuerpos de nuestros hijos para prenderles sus veladoras y pedir por la sanación de sus almas. Quisiéramos decirles que perdonen, que es la palabra de Dios la que cuenta, pero no nos han dado ese derecho, no nos han permitido tener sus cuerpos aquí, para vestirlos con su ropa elegante y rezarles hasta el quinto misterio.

La tristeza invade todo en las tinieblas de la noche. Al final de la calle, ahí junto a la iglesia quedaron dispersas las hojas con los apuntes intactos de quien le dicta a la vida el pensamiento del futuro. Mil veces escribe: Volveré y seremos millones.

Fabiola Alanís Sámano, Doctorante en Ciencias Sociales por la UAM-Xochimilco, maestra en Ciencia Política por la Universidad Laval, de Quebec, Canadá.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.