A punto de expirar el plazo para el registro de aspirantes a candidatos independientes para la presidencia de la república, no queda mas que realizar un breve ejercicio de prospectiva sobre los escenarios que configurarán el proceso electoral en 2018. Claramente se pueden observar tres tendencias que sin duda influirán en los resultados del próximo […]
A punto de expirar el plazo para el registro de aspirantes a candidatos independientes para la presidencia de la república, no queda mas que realizar un breve ejercicio de prospectiva sobre los escenarios que configurarán el proceso electoral en 2018. Claramente se pueden observar tres tendencias que sin duda influirán en los resultados del próximo año y también en el aceleramiento de la descomposición del sistema político.
Precisamente con el registro de los suspirantes a las candidaturas independientes se inicia la carrera presidencial. Colocadas en el tapete electoral desde hace más de una década por el conocido especialista en enchiladas fallidas, Jorge Castañeda, y presentadas a la ciudadanía como la solución para acabar con el monopolio partidista de las candidaturas, hoy juegan un papel inverso al sugerido por las buenas conciencias de la política nacional. Mas allá de la pobre oferta política que pueden ofrecer individuos como Pedro Ferriz de Con, Jaime Rodríguez Calderón, Margarita Zavala, Armando Ríos Piter o el damnificado Miguel Mancera, sus posibilidades de triunfo son nulas; esto, claro, si logran las firmas necesarias, así como los recursos necesarios para pagar la campaña.
Hay que subrayar que la figura de independiente trasciende a las candidaturas fuera de los partidos; estos últimos, en su afán por combatir su enorme desprestigio, también están buscando utilizar dicha figura para presentarse con un nuevo disfraz que los haga potables a los votantes. Véase por ejemplo al Frente Ciudadano por México, que integra por el momento al PAN, PRD y MC, el cual pretende utilizar la etiqueta para presentar un candidato sin aparente filiación partidista. Por su parte, el PRI ha desactivado los candados que lo obligaban a seleccionar a un militante probado para la candidatura presidencial, dejando la puerta abierta para la llegada de José Antonio Meade o Aurelio Nuño -comodines con supuesta independencia del partido del presidente pero no de los poderes fácticos y las corporaciones internacionales- lo que los colocaría en una mejor posición para ganar la elección o al menos engañar a los incautos. Sobra decir que las cacareadas candidaturas independientes, ya sean dentro o fuera de los partidos están atadas a los intereses del dinero y mas bien son independientes de la ciudadanía. Su finalidad parece más bien apuntar a la fragmentación del voto opositor al PRI. La reciente elección en el Estado de México, con el esquirol Juan Zepeda en acción, es una clara muestra de lo anterior.
La fragmentación del voto surge así como otra táctica electoral adecuada para hacer ganar a un partido que a lo largo de las tres últimas décadas ha perdido votos sistemáticamente en en todas las regiones del país. Junto con las alianzas con la chiquillada partidista, como el PVEM, PANAL y demás engendros caciquiles, el PRI ha podido mantener su presencia electoral y contrarrestar relativamente su debilidad frente al electorado. En este sentido contar con nueve o diez candidatos a la presidencia, sean ‘independientes’ o partidistas puede darle el triunfo al PRI en un escenario en donde la diferencia entre el primero y el segundo sea de menos de tres puntos porcentuales. La fragmentación del voto es en buena medida el motor de las candidaturas independientes, lo que además las coloca en inmejorable posición para celebrar alianzas de facto con quien les ofrezca puestos y canonjías. Asimismo, la gritería de una decena de candidatos dirigida contra el opositor moreno puede ser muy útil para distraer al elector y manipularlo a discreción con la ayuda de los medios de comunicación, siempre dispuestos a mentir y difamar sin rubor alguno.
Y si todo lo anterior no fuese suficiente para coronar al candidato de la continuidad, siempre estará a la mano la joya de la corona del sistema político mexicano en su fase electoral: el fraude. Porque al final todo cuenta pero es el fraude la táctica preferida, la que genera más confianza entre la fauna partidista, la que prácticamente garantiza el triunfo de un partido decrépito y corrupto hasta la médula. El triunfo del PRI en el Estado de México demostró sin tapujos que las elecciones se ganan con dinero, limpio o sucio, lo que trae a cuento la intención del PRI de acabar con el financiamiento público que le daría una ventaja clave al ser el que cuenta con el presupuesto federal y el de los estados que gobierna, así como de cárteles de empresarios, legales e ilegales. Esto sin mencionar su tradición mapacheril, ganada a pulso a los largo de muchos años, sostenida con cuadros políticos expertos, especializados y probados por generaciones en las no tan sutiles artes de comprar y manipular al elector. El ensayo general realizado en el estado de México es solo una muestra de lo que seguramente caracterizará al proceso electoral de 2018: la compra de votos, la manipulación de las actas electorales, la quema de urnas o las balaceras intimidatorias. Todo lo anterior con la colaboración, velada o no, de los órganos electorales quienes una y otra vez han demostrado que por encima de su misión de promover los valores democráticos está la de ser el sostén de la impunidad y la simulación en aras de proteger al régimen y sus beneficiarios, cueste lo que cueste.
En pocas palabras, la escenario electoral se moverá en un contexto de polarización política (Todos contra MORENA) utilizando la fragmentación del voto, los oscuros caminos del financiamiento y el omnipresente y todopoderoso fraude electoral. Lo de menos será la discusión de proyectos e ideas para acabar con la realidad que nos oprime, el diálogo entre sectores sociales y el sistema político, confirmando así que la solución está en otro lado y no una contienda perversa, costosa y manipuladora.
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