El lugar de la política en los tiempos actuales se encuentra en un proceso de vaciamiento. Es una moda el ser «apolítico», juzgar a la política como mala y señalar que todos los políticos son iguales. Frente a lo político se presenta al ciudadano «apartidista», al «independiente», al «vecino», como modelo ideal de la acción […]
El lugar de la política en los tiempos actuales se encuentra en un proceso de vaciamiento. Es una moda el ser «apolítico», juzgar a la política como mala y señalar que todos los políticos son iguales. Frente a lo político se presenta al ciudadano «apartidista», al «independiente», al «vecino», como modelo ideal de la acción pública. Es evidente que la crítica generalizada a la política tiene fundamentos reales, ya que se ha convertido en un terreno donde prevalece el fraude, el engaño y la corrupción. Sin embargo, el rechazo a la política es una actitud conservadora que promueve la defensa del satatus quo y es una reafirmación del individualismo. La figura del militante, hoy también blanco de críticas, permite pensar críticamente el vaciamiento de la política.
Ser militante implica un compromiso con una serie de ideas, proyectos u organización, significa trabajar y luchar por ellas. Ganas de participar activamente en la vida publica. La militancia conlleva dedicarle tiempo y recursos, implica defender la postura, debatir con los compañeros y con los contrincantes. Para llevar a cabo una militancia se hace necesario tener una formación política e informarse todo el tiempo. Estas actitudes contrastan con el individualismo predominante en la sociedad actual, donde predomina el desinterés, la lógica económica y la desinformación. De ahí que la militancia sea catalogada como algo ilógico, acción de jóvenes idealistas, una pérdida de tiempo, o el catalogar a los militantes de izquierda como «chairos» en medio de risas bobas.
En tiempos de ambigüedad e individualismo generalizado, tomar partido y defender la postura es además de loable necesario. Asumir el riesgo de nuestras decisiones, comprometerse con las ideas propias, trabajar y comprometerse con algo, son implicaciones de la militancia política, que mejorarían la democracia y la política.
La despolitización de la sociedad es un triunfo del neoliberalismo, que avanza por medio de la lógica «apolítica». La confianza que despierta la idea de un ciudadano apolítico o apartidista, está bien en tanto señala la corrupción y el predominio del interés económico sobre los ideales, pero es una falsa salida. La actividad política implica preparación, acción constante, formación, ideales, tenacidad, información y sacrificio, es decir militancia. La política no tiene que ser de ocurrencia, buena voluntad e improvisación.
Los «apolíticos» carecen de claridad política, no se asumen partidarios de proyectos o grandes ideas, no defienden posición alguna; su fuerza reside en no tener partido, en ser «ciudadano común» (cualquier cosa que ello signifique) y en una queja, un pesimismo inmovilizador. Frente a esta falsa alternativa está el militante, el verdadero que se mueve por ideales y por un genuino compromiso con la realidad, vanguardia política de la sociedad.
Quienes hayan visto las impresionantes acciones sociales que desencadenaron los terremotos del 7 y 19 de septiembre, esos miles de ciudadanos dando su tiempo y esfuerzo en ayudar, la capacidad de organización, el desinterés, el sacrificio, las ganas de participar; la búsqueda de información, la exigencia al poder y la preocupación genuina por el país, son todas características de una cultura política militante. La defensa de otra política no pasa por darle la espalda o por la invocación de lo «anti-político», al contrario se encuentra en la irrupción política masiva y por la expansión de una cultura militante.
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