Los hechos de diciembre de 2017 deberían reavivar las reflexiones sobre las orientaciones del actual gobierno, sus perspectivas futuras, y sobre todo acerca del modo de actuar ante sus políticas, tanto en el futuro inmediato como en una mirada de mayor alcance. La muy masiva, reiterada y multiforme movilización popular frente a proyectos agresivos hacia […]
Los hechos de diciembre de 2017 deberían reavivar las reflexiones sobre las orientaciones del actual gobierno, sus perspectivas futuras, y sobre todo acerca del modo de actuar ante sus políticas, tanto en el futuro inmediato como en una mirada de mayor alcance. La muy masiva, reiterada y multiforme movilización popular frente a proyectos agresivos hacia los intereses de las mayorías marcó una nueva cota, que fue desde la recuperación de los «cacerolazos» hasta el enfrentamiento callejero con la violencia estatal. La respuesta fue el claro vuelco del gobierno del presidente Mauricio Macri hacia la represión, expresada en la masiva y violenta presencia de las fuerzas de seguridad en las calles, cuyo accionar ha sido respaldado sin fisuras en las esferas oficiales. También el accionar gubernamental atraviesa un momento nuevo.
Una tentación facilista podría ser pensar que el auge de la movilización y la respuesta represiva «desenmascaran» al gobierno de modo definitivo, y lleva a éste al inicio de un paulatino pero seguro declive. No hay elementos, creemos, para sacar tal conclusión. Es más bien necesario el repaso sobre las características de la coyuntura que se vive, con sus relaciones de fuerza y los proyectos antagónicos de diferentes corrientes de la sociedad. Y con ese punto de partida, dirigirse al análisis de los requisitos para la construcción de alternativas profundas y duraderas al estado de cosas hoy existente.
Siempre es bueno volver sobre la improductividad intelectual y política del «catastrofismo». No toda experiencia neoliberal termina en caída estrepitosa, no toda situación de crisis extrema abre un proceso transformador de orientación progresiva. Sin alejarnos de nuestro subcontinente, Chile, Perú, Colombia, transitan experiencias neoliberales sin sufrir derrumbes, y no se avizora una deriva progresista y menos revolucionaria en esas sociedades. Quizás sea necesario acotar la importancia de la categoría «neoliberalismo», que entre otras cosas juega un papel obturador del cuestionamiento al poder del capital, en tanto que modo de organización de nuestras sociedades. Al cuestionar sólo a la variante «neoliberal» se reduce la impugnación a una supuesta modalidad «salvaje» del capitalismo, dejando implícito que existen variantes más civilizadas, a las que habría que apoyar o al menos tolerar.
La visión basada en la lucha contra el «neoliberalismo» lleva a un callejón sin salida. Aporta una cierta redistribución del ingreso, un crecimiento del mercado interno, algo más de influencia para los sindicatos y otras organizaciones populares; pero esto no suele sustentarse más allá de situaciones favorables más o menos pasajeras. El mejoramiento para las clases subalternas en un entorno capitalista y en el marco político de la democracia representativa es de efecto limitado en sus alcances y en el tiempo.
El enfrentar con éxito las políticas del actual gobierno requiere de una vasta concentración de acción y pensamiento. Por lo pronto, no radica en la expectativa esperanzada de asistir a la implosión que sus mismas acciones provocarían. Expectativa que puede imponerse a la larga, no sin permitir en el transcurso modificaciones estructurales considerables y pérdida de derechos fundamentales. Para no salir del caso argentino, la «convertibilidad» de los 90 cayó, como muchos pronosticaban desde un principio, pero entre la predicción y el acto transcurrió una década completa de reformas de un sentido concentrador y excluyente, que dieron lugar a las consecuencias de pobreza, precarización y desempleo que todos conocemos.
Se necesita una acendrada voluntad de organización y lucha, por supuesto; búsqueda de una amplia unidad en la acción, también. Pero son elementos tan indispensables como insuficientes. Sin la construcción de una alternativa que dé sentido político y alcance estratégico a las luchas, sin proponer un sendero alternativo que no puede reducirse a un opaco «vamos a volver» (en invocación del período 2003-2015) y a la reconstitución de un liderazgo individual, vertical e indiscutible, podrá sostenerse con cierta eficacia la defensa de las reivindicaciones, sostenerse con éxito algunos derechos, pero no revertirse de modo radical la correlación de fuerzas. Tal vez ni siquiera se logre impedir la reconstrucción de la institucionalidad política y del sistema de partidos de un modo que garantice el predominio más o menos indisputado del programa de máxima del gran capital.
Para salirle al paso con fuerza plena y perspectiva estratégica a la renovada ofensiva del gran capital, se necesita una alternativa popular, con vocación y discernimiento para ganar visibilidad, hacerse creíble, convertirse en opción de masas de las clases explotadas, al tiempo de la consecución y el mantenimiento de una posición de independencia frente a las opciones que el sistema hegemónico vaya a producir. La voluntad frentista, la decisión de abajo hacia arriba, el comando horizontal son sus requisitos. El horizonte anticapitalista el objetivo que le dará sentido.
La democratización radical de las organizaciones populares, a comenzar por las sindicales, con la organización de base como su punto de partida, son un paso imprescindible para poder levantar con posibilidades de éxito un nuevo concepto de democracia; que implique un horizonte de superación de la escenificación política que se limita a legitimar con el voto popular el predominio de las grandes corporaciones. Una nueva democracia sólo podrá asentarse en una transformación radical de las relaciones económicas, culturales y cotidianas, además de las políticas. Y en la postulación de una sociedad igualitaria, justa y autogobernada. Ese horizonte de transformación social profunda, de cambio de época es el único que puede armonizar necesidades y deseos, de modo de sepultar el modo de organización social individualista, competitivo y destructor de los bienes públicos que hoy predomina y se pretende acentuar. No hay lugar para transformaciones parciales y provisorias, no está en discusión el ritmo y las modalidades, sino el camino completo a seguir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.