Nuestro coche, acompañado de unos cuantos cientos más, se ha quedado atrapado en un atasco. Avanzando a paso de tortuga, por nuestra mente pasan posibles causas: un accidente, una manifestación, más obras… Todas estas explicaciones tienen un patrón común: hay un agente claro, responsable del atasco. Casi nunca se nos ocurrirá la explicación más razonable: […]
Nuestro coche, acompañado de unos cuantos cientos más, se ha quedado atrapado en un atasco. Avanzando a paso de tortuga, por nuestra mente pasan posibles causas: un accidente, una manifestación, más obras… Todas estas explicaciones tienen un patrón común: hay un agente claro, responsable del atasco. Casi nunca se nos ocurrirá la explicación más razonable: el todo es mayor que la suma de las partes, y pequeñas interacciones de un enjambre de automóviles y automovilistas, sin ningún plan preconcebido, acaban creando ese maldito atasco de forma impredecible y espontánea.
Nuestro cerebro, fruto de millones de años de selección natural, está diseñado para tareas típicas de cazador-recolector, y le resulta especialmente difícil pensar en procesos caóticos, autoorganizados, donde no se sigue ningún plan específico. Nos resulta mucho más fácil pensar en términos de teoría de la conspiración.
Tal como explica el profesor Solé en su artículo, son estos procesos autoorganizativos, facilitados por la tecnología, los que explican las movilizaciones espontáneas en las sedes del PP después de los atentados del 11-M. Más allá de la obvia sorpresa y rabia de perder en los últimos días unas elecciones que parecían ganadas, y del endémico uso partidista de cualquier cosa que pase en este país, ese cazador-recolector que todos llevamos dentro es el que explica las repetidas exigencias del Partido Popular a que comparezca Rodríguez Zapatero en la comisión para explicar la posible implicación del PSOE en las movilizaciones.
Si uno piensa desde estos procesos autoorganizados, se da cuenta de que saber quién empezó el proceso o de si la entonces oposición favoreció el envío de estos SMS es básicamente irrelevante. Ahora mismo podría gastarme una pequeña fortuna contratando a miles de personas para enviar masivamente SMS invitando a la gente a manifestarse mañana frente a la Generalitat pidiendo que Pasqual Maragall se deje rastas, y dudo que la convocatoria tuviera ningún éxito. El mensajero no es lo importante en este tipo de procesos. Lo importante es el mensaje. Y lo importante es que miles de españoles se sintieron engañados por su gobierno y decidieron salir a protestar. Sin móviles habrían acabado saliendo igualmente. Las tecnologías digitales, por sí mismas, no crean procesos sociales. Únicamente los facilitan. No hubo teléfonos móviles ni internet implicados en la toma de la Bastilla.
Mientras no abandonemos esos planteamientos de la teoría de la conspiración, no entenderemos realmente los procesos de democracia digital. Por un lado, damos una importancia excesiva a las tecnologías utilizadas en los procesos, olvidándonos muchas veces de analizar esos procesos. Algo equivalente a una historia de la guerra donde sólo se hablara de las armas utilizadas en los diferentes conflictos. Por otro, los políticos tienden a ser excesivamente dirigistas a la hora de diseñar plataformas de participación ciudadana, foros de discusión, espacios de administración virtual, etcétera. Los partidos parecen estar más preocupados en salir bien en la foto y en estar tecnológicamente a la última que en crear herramientas digitales que realmente faciliten la participación ciudadana.
Afortunadamente, los ciudadanos, ayudados por las tecnologías de la información, han sabido organizarse sus propios espacios de participación y organización. La pelota está ahora en el campo de nuestros políticos, que pueden seguir jugando a echarse la culpa los unos a los otros o bien colaborar con los ciudadanos a construir unos sistemas de participación digital funcionales, fiables, seguros y, sobre todo, abiertos: no dirigidos.