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Kirchner repite hasta el cansancio que “no es estatista”

Agua de beber

Fuentes: Editorial de ¡Ni un paso atrás!

Dice un relato de estas tierras del sur, que Dios supo que la hormiga sabía dónde estaba el agua y no lo quería decir. Entonces, apretó la cintura del bichito y el agua le salió del buche a más no poder. Dios le pidió que lo llevara hasta donde estaba el agua y la hormiga […]

Dice un relato de estas tierras del sur, que Dios supo que la hormiga sabía dónde estaba el agua y no lo quería decir. Entonces, apretó la cintura del bichito y el agua le salió del buche a más no poder.

Dios le pidió que lo llevara hasta donde estaba el agua y la hormiga se detuvo ante un gran árbol. Allí estuvieron con sus hachas, pero el árbol no terminaba de caer, una liana gruesísima impedía que tocara la tierra. Dios ordenó al guacamayo que la cortara con su pico, y al caer el árbol, del tronco se formó la mar, y de las ramas, los ríos. Dicen que toda el agua era dulce, sólo que el diablo anduvo echándole sal.

Este es un poético mito de origen, deliciosamente humano.

Pero en el siglo XXI, es el capitalismo quien contamina las aguas y se apropia de ellas para usufructuarlas económicamente.

No funciona ya aquello que mi abuela decía: «El agua no se le niega a nadie».

Estos bárbaros matarían de sed a la madre, si ella no pudiera pagar el agua.

El agua fluyente, que motivara la metáfora del sabio Heráclito, no los estimula a reflexionar sobre los abismos y enigmas de la existencia humana; para estos miserables el agua vital sólo significa dinero en el tiempo.

Pese al estruendoso fracaso de las funciones que deberían haber cumplido las privatizadas, según la propaganda que lanzaran en los noventa los entusiastas defensores de la entrega de las empresas del Estado a capitales privados, una innegable, costosa campaña ideológica está echada a andar por todos los medios de comunicación en favor de sostener el sistema de privatizaciones llevado a la práctica por el peronismo en los ’90. Aunque hoy, de país productor y autoabastecido de petróleo, pasamos a ser importadores de este combustible, así como también de gas; aunque las empresas agotarán las reservas dejándonos sin petróleo en diez años, los trenes funcionan mal, del mismo modo que el suministro de electricidad, las tarifas son altísimas y miles de personas quedaron en la calle gracias a las políticas de las operadoras de estas empresas.

Suez, la empresa de aguas, es sólo un ejemplo.

Todas las privadas devoran suculentos subsidios gubernamentales. Son beneficiadas por exenciones de todo tipo. Mediante estas concesiones, el gobierno ha pretendido incentivarlas a realizar inversiones, mantenimiento. Nada de eso ha ocurrido. Se llevan el total de las ganancias y estos beneficios a sus metrópolis; es más, Suez se endeudó en el exterior para realizar, supuestamente, inversiones que jamás realizó. Actualmente, no pueden (dicen ellos) pagar estas deudas, pero los trabajos que debieron realizar en las compañías con estos dineros jamás fueron realizados. (El dinero produce más dinero si se manda a algún paraíso fiscal). No les importa el buen funcionamiento de la empresa, total, los contratos están preparados de tal modo que cuando la cosa no funciona se van y asunto terminado. Las empresas quedan en condiciones lamentables.

El Presidente criticó con cierta tardía dureza los desplantes de Suez; y pese a conocer los estremecedores datos de la política seguida por las privatizadas, responde como eco a las campañas de defensa del sistema privatizador del noventa, repitiendo hasta el cansancio que «no es estatista».

¿Para qué el discurso crítico a la compañía si tropezaremos de nuevo con la misma piedra?

En Manila, Filipinas, la firma Suez se retiró dejando tras de sus pasos una epidemia de gastroenteritis que afectó a más de setecientas personas, entre ellas, siete muertos; no obstante las tarifas habían aumentado el 500%, representando el 10% del ingreso de una familia tipo.

En Francia, comunas y departamentos, a instancias de usuarios rebelados por los abusos de las compañías, aumentos de tarifas, etc., han terminado rescindiendo contratos con las compañías privadas y regresan ahora a la gestión pública del servicio.

En todo el mundo estas empresas han provocado desastres y contaminación.

El ministro Dominique Villepin defendió el patrimonio francés sobre la emblemática empresa Danone e impidió con «patriotismo económico» (así dijo) que la norteamericana Pepsico se hiciera cargo de la empresa francesa.

Los chinos se quedaron con las ganas de comprar la petrolera UNACAL. La intervención del gobierno norteamericano, abrazado también por un encendido interés patriótico, logró que la compañía pasara a manos de la yanqui CHEVRÓN.

Nuestro gobierno no se siente estimulado por el voluntarioso patriotismo de monsieur Villepin.

El menguado Estado de bienestar de los países centrales es sostenido por nuestras miserias.

Nos trasladan sus crisis.

La lectura más superficial de la historia así lo indica. Nuestros niños muertos de hambre, sostienen el buen pasar del primer mundo.

Señalar en la ONU, con argumentos justos, razonables la responsabilidad cierta del imperialismo y sus políticas sobre el hambre, la desocupación, la muerte en nuestros países está muy bien, pero las piedras no se conmueven.

Es más efectiva la voluntad política de producir hechos que transformen esta realidad. A cada momento hay oportunidad de hacerlo. Es preciso acabar con el diablo, para que todo -no solamente el agua- no termine convertido en sal.