‘Era el pueblo de Mayo que sufría No el odio forastero Sino la vergonzosa tiranía Del olvido, la incuria y el dinero. El mismo pueblo que ganara Un día su libertad al filo del acero tanteaba el porvenir y en su agonía Le hablaban sólo el Río y el Pampero, De pronto alzó la frente […]
‘Era el pueblo de Mayo que sufría No el odio forastero Sino la vergonzosa tiranía Del olvido, la incuria y el dinero. El mismo pueblo que ganara Un día su libertad al filo del acero tanteaba el porvenir y en su agonía Le hablaban sólo el Río y el Pampero, De pronto alzó la frente y se hizo rayo (¡Era Octubre y parecía mayo!) y conquistó sus nuevas primaveras, El mismo pueblo fue y otra victoria y como ayer enamoró a la gloria(..) Leopoldo Marechal -El 17 de Octubre.
Se fue la gente, volvió el Pueblo
Durante la noche del 19 de diciembre de 2001, aquellos que tuvimos la suerte de marchar junto al pueblo retomando el camino de la historia popular de los argentinos, no pudimos menos que recordar otras marchas y otras peleas en esas mismas calles treinta años antes. Confirmando a Gramsci en el sentido de ‘que los pueblos marchan con toda su historia encima y suelen retomarla allí donde la dejaron’1, el pueblo argentino recuperaba la calle, expulsaba mediante su movilización contundente a un gobierno colonial y mentiroso, que había intentado abrir el camino de la represión masiva para tapar el hambre de los argentinos. Hambre creado y propagado hasta el hartazgo por el gobierno del más infame Traidor a la Patria que gobernara la nación en el siglo XX, entre los años 1989 y 1999.
En dos jornadas maravillosas el Pueblo argentino recuperaba su categoría histórica -negando aquello que G. Fernández Meijide, Chacho Álvarez y demás teóricos de la recolonización nacional, señalaban en el sentido que ya no había Pueblo sino gente, que la categoría Pueblo era del pasado. Porque claro, si existe el Pueblo también debe existir la oligarquía y eso vulneraría los acuerdos ideológicos y políticos que dieron origen a esta democracia vigilada y colonial. El Pueblo en la calle, volteaba al inepto -y harto corrupto- habitante de la Rosada -el Opa Solemne lo llamaron acertadamente alguna vez- recuperando la categoría histórica de la movilización popular como eje central de la construcción nacional de los argentinos. Desde que en 1780 el Padre Túpac Amaru se levantara contra la barbarie española, y nos dejara el ejemplo invencible de su ejército de 100.000 indios y su atroz suplicio en nombre de la libertad y la dignidad de los explotados de América, los pueblos americanos hicieron de la resistencia su mayor identidad continental y de América el continente donde la Revolución siempre está renaciendo.
Continuando su lucha con otras formas, en 1806 el pueblo de Buenos Aires expulsaría al virrey Sobremonte por cobarde, eligiendo a uno propio. Primer acto de soberanía triunfante del pueblo americano por sobre el Imperialismo Español, luego de haber derrotado dos veces los intentos anexionistas del otro Imperio de entonces, el Inglés. Se abría así un nuevo período de la Revolución Continental clausurada apenas treinta años antes con el suplicio de Túpac, su familia y el exterminio de 100.000 indios por los ‘civilizados’ españoles. Revolución que no casualmente eclosionaría en 1809 en las hoy redentas tierras del gran Condorcanqui, y su compadre Tomás Catari, ya que la nueva ola revolucionaria que nos daría la independencia comienza precisamente en Chuquisaca y la Paz. De allí alumbrarían las grandiosas jornadas de 1810 y la revolución indoamericana de Moreno, Castelli, Belgrano, Güemes, Ascencio Padilla y la Capitana Juana Azurduy. Revolución efímera pero que como dijera Moreno ‘no importa si nos derrotan con lo que hemos hecho la independencia de América ya es irreversible’16.
Siguiendo el camino de sus mayores el pueblo argentino y en particular el de Buenos Aires, se ha sublevado una y otra vez torciendo el rumbo de la infamia que nos gobernara tantas veces desde el aciago derrocamiento y posterior asesinato de Moreno. Y esto no es una expresión de porteñismo del que creemos carecer, sino consecuencia del brutal centralismo de nuestra nación, que ha producido que todo el poder se concentre alrededor de unas pocas manzanas que rodean a la Plaza de Mayo. De allí que cada vez que ese lugar convoca la rebelión popular, produce cambios casi inmediatos en la estructura del poder. Baste recordar que el Cordobazo tuvo la misma magnitud o tal vez mayor aun, que la rebelión del 19 y 20 de diciembre, sin embargo Onganía cayó un año después, ejecución de Aramburu mediante. El sentido contrario puede observarse en el ya citado agosto de 1806, el 25 de mayo de 1810, el 26 de julio de 1890, el 17 de octubre de 1945 o en diciembre de 2001.
Ser pueblo, es ser memoria
La rebelión del 19 y 20 continuó entonces esta tradición de lucha de las masas americanas, en el sentido señalado por Alcira Argumedo, en cuanto a que desde la conquista española y su brutal genocidio original, cada generación de americanos se ha sublevado contra el poder opresor europeo -español, portugués, holandés, francés o Británico- y sus representantes vernáculos. Dicha marcha ascencional es particularmente notable a partir de la ya citada Gran Revolución india americana del Inca Túpac Amaru y de su invicto predecesor Don Juan Santos Atahualpa2. En particular podría decirse que sus herederos directos, el pueblo boliviano ha vivido de rebelión en rebelión hasta el reciente triunfo del que será el segundo Presidente Indio de América después de Benito Juárez, el compañero Evo Morales. Pero el primero que redime a los maravillosos y cultísimos pueblos del Altiplano. Esos pueblos heroicos que durante diez años impidieron con su sangre la derrota de la Revolución de Mayo.
Es indiscutible el carácter dignificador y revolucionario que resume el triunfo del MAS boliviano. En este marco la rebelión del 19 y 20 tuvo el gran mérito de sumar una nueva generación a dicho derrotero de lucha, enlazada con los sobrevivientes de las luchas setentistas que en conjunto llenaron la oleada de movilizaciones y asambleas populares posteriores a diciembre. Si los hijos de los Revolucionarios de 1890, que combatiendo bajo el mando de Alem e Irigoyen enarbolaron una consigna que haría historia: ‘Patria o muerte’, hicieron posible el triunfo del Peludo Yrigoyen en 1916. Desarrollando además la Reforma Universitaria y el gran movimiento huelguístico de resistencia social de los años veinte, inventando en las calles de Córdoba la consigna ‘Obreros y estudiantes unidos adelante’, que recorrería el mundo. Consigna a todas luces anticipatoria por su contenido de clase de la ya casi olvidada ‘Piquete y cacerola la lucha es una sola’ que heriría los oídos del poder colonial durante el año 2002.
Así de seguido la generación de sus hijos realizó el 17 de octubre de1945, abriendo el cauce a la Revolución Nacional y Social del Pronismo. La generación siguiente, enlazada con la anterior que diera forma obrera y popular al peronismo, construyeron la Resistencia a la restauración oligárquica posterior a 1955. Ellos dieron el golpe de gracia al proyecto de la Libertadora a partir del heroico Cordobazo que abriera la gran gesta revolucionaria de los años 70. Luego vendría la derrota de 1976; la mayor sufrida por las fuerzas populares desde la batalla de Pavón en 1861, y similar en la magnitud del genocidio producido por la oligarquía. Tal vez más grave aún por el carácter calificado del aniquilamiento de los cuadros del movimiento popular, dirigentes sociales que empalmaban estratégicamente la lucha popular desde 1945 hasta 1976. No en vano más del 55 % de los 30.000 desaparecidos fueron dirigentes sindicales de base.
En diciembre del 2001 otra generación tomó la posta de la historia, sumándose con sus rasgos característicos y con las formas de lucha de que dispone, así como con sus códigos y contenido específico, tal cual pudo verse en la heroica jornada del día 20 de diciembre y en la batalla del Puente Pueyrredón de junio de 2002. Allí Darío Santillán retomó los más sublime de nuestra historia, al dar su joven y hermosa vida, para intentar salvar a su compañero Maximiliano Kostecki, en el mejor estilo de Cabral, de Dorrego, de Juana Azurduy o de la heroica generación del setenta. El día 20 en la batalla de Plaza de Mayo -y en otros lugares del país ese día, los anteriores y los posteriores- la juventud ocupada y desocupada, dio una pelea frontal y heroica a las fuerzas represivas. Una nueva juventud fogueada en la lucha contra la policía del gatillo fácil, la corrupción y el asesinato de jóvenes y de pobres, en las villas, en los barrios carenciados, en los estadios de fútbol y los recitales, puso a raya a las fuerzas represivas. Pese a su barbarie, las fuerzas policiales -con un saldo de 35 ciudadanos muertos, 40 en todo el país- debieron ceder el control de la ciudad al pueblo, siendo derrotadas por la acción heroica de jóvenes -y cincuentones- que usando piedras y motos enfrentaron a un enemigo que disponía de todo el arsenal de fuego. Dicha juventud retomó y reformuló la herencia de sus antecesores de los años 70, abriendo un nuevo período histórico que aun transitamos, aun cuando todavía no haya generado una nueva expresión política que lo contenga. Tal vez debamos volver al pensador sardo y recordar su apotegma respecto que ‘hay crisis, ya que muere lo viejo, pero aun no nace lo nuevo’4. En una mirada panonámica podría decirse que hasta allí los ’70 eran asignatura pendiente. A partir del 19 y 20 los ’70 son ya historia. O empiezan a serlo.
La crisis está allí
Ya en la misma noche del 19 de diciembre la multitud que marchó contra la explosión del modelo neoliberal, mostró señales de un tiempo nuevo. En realidad la crisis del capitalismo colonial argentino era de tal magnitud que se hallaban al descubierto los dos elementos principales del poder capitalista neoliberal actual: la democracia burguesa colonial, con su representación destrozada al calor del ‘que se vayan todos’ y sus políticos escondidos y disfrazados y el capital financiero desnudando la esencia expropiadora del capitalismo, robando desembozadamente sus ahorros a los dos tercios inferiores de la nación. Esta realidad expropiadora objetiva, era la base del acuerdo en la calle entre los trabajadores desocupados y las capas medias -expresadas casi de inmediato en el enorme movimiento de las asambleas populares-, alianza que desveló al poder colonial durante casi un año y medio. Destruir esa alianza fue -y es- el objetivo de todos los partidos coloniales existentes.
Es el objetivo principal del elenco gobernante, que ha obtenido éxitos importantes en la tarea de desmontar y cooptar la enorme movilización popular emergente del estallido de diciembre. Este éxito gubernamental se debe principalmente a la mendacidad, el oportunismo y la estupidez existentes en algunos sectores del campo popular, que se han sumado alegremente a un proceso de emprolijamiento del poder colonial que nos gobierna desde 1989. Sólo la inexistencia de fuerzas de recambio político no aparecidas hasta entonces, ni hasta hoy, así como la supervivencia de una izquierda ahistórica, permitieron que el 19 y 20 no eclosionara en un nuevo proyecto político nacional, superador de la crisis. Luis Zamora tendrá sus razones para haberse negado a jugar el rol que la historia le puso frente a sí. Sin embargo la crisis está abierta y pese a los éxitos momentáneos del poder en comprar, encuadrar y domesticar a algunos sectores del movimiento popular, el mismo seguramente alumbrará una nueva etapa de la marcha histórica de los argentinos, una vez más, enmarcada en el resurgimiento de la Patria Grande Americana. La fragilidad del sistema es tal que cada nuevo elemento de crisis devuelve al poder colonial a la situación del 19 y 20, tal como se comprueba con la crisis desatada por la masacre de Cromañón o en la protesta popular contra la privatización y depredación ferroviaria de Haedo.
Piqueteros, asambleas populares y empresas recuperadas
El 19 y 20 alumbró tres elementos que podrían ser la punta para un nuevo movimiento popular: un potente movimiento de trabajadores desocupados, encuadrado en el Movimiento Piquetero; una expresión natural de organización política popular a través de Asambleas Populares y una profundización del mecanismo de ocupación y puesta en marcha por sus trabajadores de las empresas abandonadas por la burguesía: las Empresas Recuperadas. La enorme potencialidad de dicho movimiento sumado a la posibilidad entonces, de un frente con las izquierdas -juntos en la calle piqueteros, asambleas populares y partidos de izquierda realizaron las movilizaciones más numerosas y continuadas desde la traición menemista- y los sectores antimodelo, llenó el período de movilización de masas más alto de estos tiempos; el comprendido entre diciembre de 2001 y mayo de 2003.
La enorme potencia de esta confluencia en junio-julio de 2002 -luego de la masacre del Puente Pueyrredón-, obligó a Duhalde a irse seis meses antes y a abandonar de hecho la política activa, aunque necesitó que las urnas se lo confirmaran en el octubre reciente. Pero el poder colonial es sabio: en el llamado a elecciones hecho por Duhalde estaba el Talón de Aquiles del movimiento popular. Ese enorme potencial de movilización y de acción que se expresaba en la calle, no tendría expresión política alguna. Y así fue. El PJ -expresado ahora en su ala ‘izquierda’- volvió al gobierno y pudo por ahora regenerar el poder colonial post Anillaco. Claro está que con nueva forma y contenido algo difrente. Ya no gobierna el parasitismo financiero aunque se cumpla a rajatabla con el FMI -eso sí gritando mucho-, ahora mandan Repsol, Techint y los amigos del Presidente.
El poderoso movimiento piquetero -único movimiento de tal magnitud en el mundo de trabajadores desocupados- y el de las Empresas Recuperadas, recoge la herencia directa del mayor movimiento sindical que alumbrara América Latina durante el siglo XX: el existente en la Argentina entre 1890 y 1989. En el sentido que estamos analizando es imposible no ubicar la existencia de dicho movimiento sin considerarlo como heredero del potente y revolucionario movimiento sindical clasista y combativo de los años 70, que había jaqueado como nunca antes al poder burgués existente. La estrategia del mando capitalista argentino de desindustrializar a la nación de manera brutal, destruyendo físicamente a la clase obrera, no se entiende sin esa comprensión. Fue el propio presidente de la UIA Elvio Coelho, ya en 1971 -es decir a dos años del Cordobazo y con el Viborazo aun palpitando- quien expresara blanco sobre negro a James Petras los planes que la gran burguesía aplicaría inexorablemente a partir de la dictadura genocida.
«A pesar de todo, no creo que ellos (los guerrilleros A.J. Lapolla) fueran el motivo central del golpe militar que se planeaba en la Argentina (el de 1976. AJL). Ya en 1971 me había impresionado un diálogo que mantuve, si mal no recuerdo, con Elvio Coelho, entonces Presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA). Yo le preguntaba porque no se lanzaban a la industrialización como en Brasil» «- Porque los sindicatos son demasiado fuertes y eso nos llevaría a una guerra civil- contestó. – Pero, ¿porqué no lo intentan? -Porque podemos perder – dijo.»5 Coelho no hacía más que refirmar las palabras del hirsuto almirante Isaac Rojas quien en 1955 había expresado toda la visión estratégica de la oligarquía nacida en la Argentina: ‘Para que desaparezca el peronismo, deberán desaparecer las chimeneas.’6 Realizada la matanza otro empresario ‘argentino’, Don Juan Alemann reseñó en 1980 la labor realizada por los genocidas: «Con esta política (la represión y los 30.000 desaparecidos. AJL) buscamos debilitar el enorme poder sindical que era uno de los grandes problemas del país.
La Argentina tenía un poder sindical demasiado fuerte, frente al cual era imposible el florecimiento de cualquier partido político, porque todo el poder lo tenían ellos. (…) Hemos debilitado el poder sindical y esta es la base para cualquier salida política en la Argentina.»7 Es imposible pensar a la Argentina de hoy después de la destrucción de la nación industrial, tecnológica, militar y científica sin considerar estos planes del estado mayor capitalista. Desde allí debe verse al movimiento piquetero -y a las empresas recuperadas por sus trabajadores- como el heredero de dicha clase obrera destruida en su esencia principal, el trabajo y la solidaridad natural del empleo común. No otro es el significado de la despedida del Ingeniero A. Alsogaray, quien señaló antes de morir: ‘He cumplido mi misión. Hemos logrado que el país retornara al 3 de junio de 1943.’ 8 El Capitán Ingeniero estaba en lo cierto: en 1976 la nación poseía seis millones de trabajadores industriales sindicalizados con pleno empleo; en el 2001 la cifra de trabajadores industriales se había reducido a menos de un millón.
El hambre como disciplinador social
Debe señalarse sin embargo, la enorme dificultad que entraña para los trabajadores desocupados -y también de las empresas recuperadas-, el que su lucha se de hoy por fuera de los marcos del empleo, el sindicato, la fábrica, la empresa. Carente del núcleo de cohesión que brinda el empleo y el trabajo, el camino es mucho más arduo y espinoso, debiendo no pocas veces recomenzar su construcción. El poder colonial juega a ello combinando el clientelismo, la cooptación, la dádiva y la represión, ejercidos sobre la base objetiva del hambre del pueblo. Hay ya sectores del conurbano bonaerense -el corazón del proyecto de destrucción de la clase obrera y de la política de devastación social de la nación- con dos generaciones crecidas fuera del empleo, la educación regular, el servicio militar y la comida en el hogar. El hecho de que la conducción sindical se encuentre en gran parte en manos de cómplices de la destrucción de la nación y de su propia clase, y no asuma la representación de los trabajadores desocupados, disminuye la potencialidad política del movimiento y le impide cohesionar a otros sectores sociales como ocurriera en los ’70 con la CGTA y el movimiento sindical combativo. El nuevo capitalismo post URSS, basa su poder en el hambre y el desempleo masivo.
Es esta la base de dominación del poder colonial actual. Sin embargo es al mismo tiempo su punto de mayor debilidad, dada la brutal contradicción que derrama sobre la sociedad, tal como lo demostrara la gran rebelión popular de diciembre y las réplicas de Cromañón y Haedo. La base real del capitalismo colonial argentino impide la consolidación del modelo vigente desde 1989, por el contrario tiende a coagular a los dos tercios de la sociedad contra la cúpula social. Cúpula excluida por sí misma en countries, barrios privados, cerrados, plazas enrejadas y restaurantes que cierran el ingreso a los pobres. Ya en el 2001 la transferencia del 80% más pobre de la sociedad al 20% más rico, era de 27.4 mil millones de dólares anuales entre 1989 y 2001. Es decir de 274 mil millones de dólares en diez años. 9
Hoy las cifras son aun mayores, pese a los desesperados intentos del gobierno por ocultarlos: el INDEC señaló en julio de 2005 que la grieta entre el 20% más pobre y el 20% más rico de la sociedad se profundizó aun más durante el segundo semestre de 2004, ya que la brecha pasó de 13,3 a 14,3 veces. Al mismo tiempo el 10% más pobre pasó de recibir el 1.4% del PBI al 1.3% del mismo.10 Hoy la diferencia en mayor aun: ‘esta deuda social es aún acuciante: luego de haber logrado el mayor crecimiento del PIB de los últimos cien años, la población en situación de pobreza e indigencia se mantiene en los mismos niveles de fines de 2001 (38.5% y 13.6% respectivamente). Ello se debe en gran medida a que la distribución de los ingresos no se ha modificado desde el punto más crítico de la crisis del año 2002, pues el 20% más pobre de la población continúa recibiendo sólo el 4.4% de los ingresos totales, mientras que el 20% más rico mantiene una participación superior al 50%.’15 Esta tarea que se negó a realizar Lavagna estará en el centro de los reclamos que afrontará Felisa Miceli, pero luego del pago de casi 10.000 millones de USS al FMI, y los otros prometidos es muy difícil que el 2006 sea un año de distribución. Por lo menos si no cambia la matriz estructural de la economía.
El problema para el gobierno es que, dado el proyecto estratégico burgués ‘argentino’ a que hacemos referencia más arriba, empeñado en mantener un nivel salarial que apenas cubre el 60% del costo de la canasta familiar, cada empleo que se crea, crea un nuevo pobre. Si a esto se suma que la propagación del monocultivo de soja transgénica forrajera destruye cuatro de cada cinco empleos en el campo11, y el 49.6% de toda la tierra del país (es decir la mitad de la tierra cultivable) está en manos de 6900 empresas-familias14, la situación del empleo y la distribución es estructuralmente insoluble dentro de este modelo. El mismo no permite la política plesbicitaria que el gobierno pretende, de allí la necesidad de cerrar los espacios críticos de cualquier especie -cualquier camino puede devolver al ‘que se vayan todos’ al centro de la escena, como descubrió Ibarra. De allí la necesidad de avanzar en los acuerdos mediáticos con Haddad, Blumberg, Monetta, Tinelli, Ávila, Manzano y demás envenenadores de la conciencia colectiva. Esa es la razón que pese a ser nuestro país unos de sus fundadores Telesur sólo puede verse 4 horas por día en un canal de cable de escasa difusión. Por el desarrollo natural de las cosas el modelo regeneraría otro 19 y 20, aun mayor probablemente. De allí que el poder trate de aislar lo más posible a los pobres excluidos, de los pobres medios.
Las rejas de Ibarra -dentro de las cuales quedó prisionero- son un intento desesperado por echar a los pobres de Buenos Aires y enemistarlos definitivamente con la clase media, bastante nazificada por la campaña mediática de criminalización de la pobreza. En esta línea se dan los intentos del gobierno por destruir al MNER17, a los movimientos piqueteros que no se subordinan y disolver la CTA, para subsumirla en la CGT ya castrada de toda representación obrera, por vía de Delía. Pero la realidad y el pueblo dirán lo suyo. No hay que olvidar que una de las enseñanzas de diciembre fue que la realidad social pudo más que el sojuzgamiento de la mentira mediática a repetición. Pese a su retroceso y dispersión actual el movimiento piquetero mostró también una madurez superadora respecto de los años 70. Si la brutal provocación del duhaldo-felipismo en el Puente Pueyrredón se hubiera realizado antes de 1976, es muy probable que la cifra de muertos hubiese sido mucho mayor. Es evidente que el movimiento popular ha aprendido sobre el uso desmedido, de la violencia en la epopeya de los ’70.
‘En busca de los obreros de san Petersburgo’ 12
El otro gran elemento surgido de la rebelión lo conformaron las asambleas populares que afloraron naturalmente en los 18 meses que siguieron a la crisis de diciembre y aun continuan su marcha. Para desgracia de nuestro pueblo, que había hecho le esencial, es decir, salir a la calle, enfrentar a la represión y voltear al gobierno infame, la otra parte, la conducción política necesaria para crear un nuevo proceso político, no existía. Era un conjuto vacío. Fue allí donde se mostró el carácter verdaderamente infantil de la ‘izquierda’ existente en nuestro país. Su papel en la crisis consistió en ‘aparetaear’ y destruir los elementos de poder popular que habían brotado espontáneamente en las masas. No eran formas del ‘poder soviético’ lo que se discutía en las asambleas de ciudadanos que se propagaron como hongos por la Ciudad y el conurbano. No era el tránsito de 1905 a 1917 en la Rusia revolucionaria, como los militantes de algunos partidos de izquierda expresaban ante atónitos ciudadanos.
Era una vez más el viejo democratismo popular criollo característico y fundante de Nuestra América. Así fue después de las invasiones inglesas, así fue en Mayo de 1810, esas eran las prácticas de los Querandíes, de Artigas, de Castelli, de Monteagudo, de Moreno, de Dorrego, de Belgrano, de Guemes, de San Martin, de Zapata, de Villa, de Sandino. Eso es el zapatismo. Lo que ocurría en las calles era la herencia de Artigas cuando exclamaba a los delegados ‘mi poder emana de ustedes y cesa ante vuestra presencia’ o cuando enunciara el viejo apotegma federal, democrático y republicano retomado luego por Felipe Varela: ‘naides es más que naides’. Era la herencia de San Martín cuando fue designado jefe del ejercito continental por una asamblea de oficiales americanos en Rancagua y convocó a luchar para ‘ser libres’ porque ‘lo demás no importa nada’ a sus ‘compañeros del Ejercito de los Andes’13. Fue Rodolfo Terragno quien entendió la magnitud de la crisis: ‘el pueblo ha abolido de hecho el artículo 22 de la Constitución Nacional’, señaló, advirtiendo a sus compañeros el tamaño de la rebelión. Pero claro, como señalara Rodolfo Walsh ‘nuestra izquierda conoce muy bien como Lenin y Trotzky tomaron el Palacio de Invierno, pero desconoce como Martín Rodríguez y Rosas se hicieron del poder en 1820’.
Teniendo en cuenta que la Nueva Izquierda surgida en los setenta en sus dos vertientes, el Peronismo Revolucionario y la Izquierda Revolucionaria Guevarista, fuera destruida por la dictadura, la izquierda remanente que sobrevivió es la que ya tenía fuertes limitaciones de comprensión política entonces. Esa izquierda fósil es la que debió salir al encuentro de la crisis de diciembre y ayudar a alumbrar un nuevo momento histórico. Por supuesto, no estaba en condiciones siquiera de llamar a la partera. La realidad mostró que la izquierda existente estaba tan muerta como el resto del sistema político colonial existente, solo que no lo sabía. En lugar de buscar los caminos de unidad propia para generar una fuerza política nueva capaz de profundizar lo espontáneo, se dedicó a destruir lo espontáneo y mirarse el ombligo. Frente a lo espontáneo radica la mayor debilidad de la izquierda, tal cual nos estallara en las manos en los ’70.
Cuando ocurriera el Cordobazo sin ‘ninguna organización revolucionaria detrás’ -como si semejante movimiento sindical de la clase obrera no fuese una formidable construcción social de los trabajadores- muchos dirigentes revolucionarios de entonces se dijeron que eso no podía ser, que había que organizar y controlar lo espontáneo. Allí se profundizaría la leninización colectiva y coercitiva del proceso político de los ’70. Tal vez su máxima expresión lo constituirá la leninización de prepo de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) -que no eran leninistas- conocido como Proceso de Homogenización Política Compulsiva. Puede pensarse que en los tiempos de la expansión de la Revolución Cubana, de Viet Nam, de la China socialista y de la existencia de la URSS podía darse aun crédito al leninismo como teoría revolucionaria. Hacer lo mismo en el hoy, es ignorar nada menos que el colapso de la URSS, la transformación capitalista de China y la desaparición del socialismo policíaco europeo por la movilización de sus pueblos. La realidad de la Argentina de diciembre debía ser metida de prepo en las páginas del ¿Qué hacer? o del Estado y la Revolución, y no en el pensamiento de Artigas, de Castelli, de Moreno, de Alem, de Perón, de Evita. Era mejor seguir buscando ‘a los obreros de San Petersburgo’, en la Argentina que aceptar al pueblo tal cual es. La izquierda argentina sigue siendo hija de Mitre y Sarmiento, cree que hay que ‘educar al soberano’, ‘concientizarlo’ y no interpretarlo, acompañarlo, ser parte de él.
Otra hora de la Patria Grande
El 19 y 20 fue también la expresión argentina de la ola de rebelión antiliberal que viene recorriendo América Latina desde el alzamiento zapatista. A partir de allí América Latina ha retomado su línea de confrontación con el imperialismo y vuelve a transformarse en el centro de resistencia revolucionaria del mundo como lo fuera en los setenta. En particular desde el afianzamiento de la gran Revolución Bolivariana de Venezuela comandada por el compañero Hugo Chávez. El hecho de la reivindicación Bolivariana de Chávez y su revolución, posee el aditamento de que desde el vamos retoma la revolución continental de la Patria Grande como proyecto estratégico continental, el camino fundante de la Revolución Latinoamericana desde los tiempos de la Guerra de la Independencia. La Revolución Bolivariana ha consolidado la posibilidad de transitar otro camino en América Latina, como herencia inconclusa de la derrota de la lucha continental de los ’70, sacando enseñanzas de las derrotas de las revoluciones chilena y sandinista, reformulando la propia Revolución Cubana en la propuesta de un nuevo Socialismo, plural, democrático y participativo.
El triunfo del compañero Evo Morales sin duda profundiza y radicaliza esta perspectiva continental. La última vez que los pueblos indios de América se sumaron masivamente al proceso revolucionario fue durante la Guerra de la Independencia, de allí la magnitud épica del tiempo que estamos atravesando. No casualmente la Iglesia católica española -la heredera de la Inquisición, del franquismo y del genocidio americano- se burló descaradamente de Evo Morales. La derecha franquista española entendió exactamente de que se trataba el triunfo del Aymara Morales y respondió con los reflejos del repugnante racismo de los conquistadores. Poseedor de una sabiduría política ancestral Don Evo contestó como corresponde: viajó a Cuba, a Venezuela y a España a negociar con Rodríguez Zapatero para acordar el precio que pagará Repsol por el gas boliviano. Después vendrá a Buenos Aires ya habiendo arreglado con el dueño del circo, perdón de Repsol. El triunfo de Morales repercutirá de forma inmediata en Ecuador y Perú donde el militar nacionalista y americanista Ollantay Humala pasó a ser el nuevo enemigo de los medios de comunicación del Imperio y tal vez el próximo presidente del Perú.
Presidentes mestizos e indios, pueblos en movimiento y sublevados a lo largo de todo el continente muestran la dimensión histórica y épica de la etapa que transitamos. Período que continúa pero profundiza la lucha continental de los años 70, abierta por la Revolución Peronista y profundizada por la Cubana. Junto a su política de derechos humanos -del pasado- en su alianza con Chávez -mediatizada a través de Repsol y Techint- y en darle un golpe mortal al ALCA en Mar del Plata se encuentra tal vez lo mejor del Presidente Kirchner, aun cuando dicho apoyo se realiza sobre la base de mantener el modelo de dominación colonial en nuestro país, marcando sus límites. Una vez más se trata para el campo popular de poder reformular un nuevo proyecto de Liberación Nacional y no de disputar migajas de un gobierno que viene a impedirlo. La herencia del 19 y 20 de diciembre puede constituir un punto de partida de un nuevo movimiento popular argentino, que se enmarque en la nueva hora continental, ayudando a concluir la tarea de la emancipación nacional y social del pueblo argentino y americano. Tal vez debamos hacer caso una vez más a Marechal: ‘Trabajemos desde abajo en el humus auténtico de la raza, con la raíz hundida en sus puras esencias tradicionales, porque el humus de abajo siempre conserva la simiente de lo que se intenta negar en la superficie.’
Notas
1 Gramsci Antonio. Gramsci dans le texte. París 1985
16 Carta de Moreno a Belgrano, citado por Casco Marcos, La Argentina un Tigre en Acecho. Corregidor 1996
2 Argumedo Alcira, Los Silencios y las voces en América Latina. Colihue.1999
4 Gramsci Antonio, opus cit.
5 Seoane María. Todo o Nada. Planeta, 1991.
6 La Nación, Octubre, 1955.
7 Andersen Martin, Dossier Secrteto. Planeta. 2001
8 Clarín abril-2004
9 López Artemio, Clarín 30-01-02
10 Argenpress 05-07-05
15 Declaración del IMFC. 1-1-06
11 Botta G., y Selis D. UNLP. 2003
14 Censo Nacional Agropecuario 2002.
17 Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas
12 Duhalde Eduardo Luis, Revista Crisis segunda época
13 San Martín José, Orden General del 27 de julio de 1819
06-01-06