Al desbarrar contra la nacionalización del petróleo y el gas que ha hecho Bolivia, los ideólogos del «libre comercio» de los medios ponen al mercado por encima de la democracia Cuando el Presidente Evo Morales anunció a principios de mayo los planes de nacionalizar los recursos del petróleo y el gas natural de su país, […]
Al desbarrar contra la nacionalización del petróleo y el gas que ha hecho Bolivia, los ideólogos del «libre comercio» de los medios ponen al mercado por encima de la democracia
Cuando el Presidente Evo Morales anunció a principios de mayo los planes de nacionalizar los recursos del petróleo y el gas natural de su país, hizo más que diseñar un camino prometedor hacia el desarrollo. También brindó una oportunidad ideal para ilustrar cómo grandes segmentos de la prensa norteamericana y británica han adoptado el papel de perros guardianes de la globalización corporativa. Como las exportaciones energéticas de Bolivia van a Brasil y Argentina, en vez de a Estados Unidos, y como es improbable que la nacionalización altere el precio del gas natural en los mercados internacionales, el impacto directo en nuestro país es mínimo. Sin embargo, en las semanas siguientes a la acción de Morales, nos han presentado un banquete de comentarios histéricos.
Mientras que Condoleezza Rice criticaba la «demagogia» suramericana y los grupos de la industria alertaban que Morales había «tomado por un camino peligroso», las páginas editoriales atacaron para adelantar el frente. Como era de esperar,The Wall Street Journal abrió el fuego al calificar la «anulación de los contratos» como la última «locura latina». Se hizo eco de la advertencia de The Economist desde Londres de que «Bolivia pudiera estar retrocediendo» y «su pueblo probablemente se empobrezca más».
Estas publicaciones orientadas a los negocios en realidad son de un tono menor, cuando se les compara con los diarios rivales. The Los Angeles Times escribió: «Morales metió su cabeza en un horno esta semana y abrió el gas natural. Solo puede haber dos consecuencias probables: una explosión que acabe con su carrera política o una lenta sofocación de su pueblo».
Newsday de Nueva York también lanzó un rabioso asalto editorial. El columnista James Pinkerton ridiculizó a Bolivia como «un país que está nacionalizando o, si se prefiere, robando, valores que son de propiedad extranjera». La página editorial del periódico luego agrupó a Bolivia con Cuba y Venezuela en un «Eje de la Idiotez» y aseguró que la «nacionalización de las industrias importantes ha demostrado ser un camino hacia la ruina económica en la era de la globalización».
Debido a que poca nacionalización de importantes industrias ha ocurrido en esta era de la globalización, Newsday dejó a los lectores preguntándose cómo es que esta idea había sido «probada» -al menos para cualquiera que desee evidencias en vez de ideología ciega de mercado. Ni tampoco el diario dio algún indicio de por qué un número creciente de países latinoamericanos están buscando el «fracaso» seguro al rechazar las políticas de la globalización neoliberal. Por su parte, The Los Angeles Times dio alguna pista al comentar que «Es cierto que los recursos (de Bolivia) han sido explotados desde hace mucho tiempo por los extranjeros con poco beneficio para la población indígena». Pero de todas maneras argumentó que «enviar al ejército a ocupar los campos de gas no es la respuesta para los problemas de Bolivia».
De lo que más carece el punto de vista de los alarmistas es de contexto. Al predecir el desastre económico debido a un sector energético boliviano re-nacionalizado, los editoriales no tuvieron en cuenta el desastre de dos décadas conocido como neoliberalismo. En los años 80, Bolivia estaba a la vanguardia de la tendencia hacia la privatización al adherirse a un programa de ajuste estructural recomendado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las reformas pro-corporaciones demostraron ser beneficiosas para las compañías energéticas transnacionales implicadas, pero fracasaron totalmente en beneficiar al pueblo boliviano. Actualmente 64% de la población vive en la pobreza, con una mayoría que sobrevive con menos de $2 dólares por día. Un informe en marzo de 2006 del Centro para la Investigación Económica y de Políticas muestra que, según los propios datos del FMI, el Producto Interno Bruto (PIB) real en Bolivia es menor ahora de lo que era hace 27 años.
A pesar de la tendencia general, hubo algunas voces más calmadas en los medios. Estas excepciones se esmeraron en desmentir muchas de las representaciones apocalípticas contra Evo. Generalmente defensor de las políticas de «libre mercado», The New York Times publicó un editorial titulado «Mucho Ruido y Pocas Nueves en Bolivia». Señalaba que según el marco propuesto por Morales las compañías energéticas extranjeras no serán expulsadas, sino que simplemente tendrán que cooperar con el estado bajo condiciones menos lucrativas. Aunque habrá socios privados, el plan de Evo incrementa el control estatal sobre los recursos naturales y obliga a la renegociación de sospechosos contratos corporativos firmados durante la privatización. Como resultado, una mayor proporción de los ingresos provenientes del petróleo y el gas serán dedicados a beneficiar a los pobres de Bolivia. «Las compañías seguirán obteniendo ganancias bajo las nuevas reglas», escribió el comentarista William Powers; «no verán las enormes ganancias de que disfrutaron bajo el débil control boliviano y la carrera global de los precios de los productos básicos, pero harán dinero».
El Independent de Londres observó: «Las reserves energéticas son valores nacionales que el estado tiene el derecho a controlar y beneficiarse de ellos». Y hasta el rígido Financial Times, aunque en general sospechoso de Morales, aceptó que «no hay nada intrínsecamente equivocado en tratar de maximizar las regalías e impuestos» por el uso de los recursos naturales del país.
No todos los economistas creen que la apuesta de Morales está equivocada -y algunos creen que pudiera significar una gran ganancia. Para los críticos ha resultado especialmente mortificante la demostración pública de apoyo de Joseph Stiglitz esta semana a la re-nacionalización por parte de Bolivia. Después de reunirse con Morales el 17 de mayo, Stiglitz, ganador del Premio Nóbel de Economía y ex economista principal del Banco Mundial, argumentó que Bolivia «experimentó todos los dolores (del ajuste estructural neoliberal) pero no ha experimentado ventajas -está claro que debe haber un cambio en su modelo económico».
Stiglitz también dijo que la venta de los hidrocarburos bolivianos a intereses privados fue ilegal, ya que nunca fue aprobada por el Congreso de ese país. «De entrada, cuando a una persona le roban un cuadro y luego se lo devuelven», argumentó Stiglitz, «no lo llamamos re-nacionalización, sino devolución de una propiedad».
A pesar de toda su preocupación exhibida por la reforma democrática, este un punto que los críticos constantemente ignoran. Morales fue elegido abrumadoramente sobre una plataforma que prometía la nacionalización. El hecho de que realmente haya cumplido una promesa de campaña puede parecer extraño a los perros guardianes de la globalización corporativa, pero es algo que debiera ser celebrado. Con sus comentarios llenos de alarma, muy pocos periódicos de dieron cuenta de un extraordinario hecho: esta vez, cuando chocaron la democracia y la economía neoliberal, ganó la democracia.
— Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York y analista de Foreign Policy In Focus, puede ser contactado por medio del sitio web http://www.democracyuprising.com. Kate Griffiths brindó ayuda en la investigación para este artículo.
Traducido por Progreso Semanal