Poco antes de consumarse las elecciones en diciembre de 2005, Evo Morales indicaba que las encuestas que lo ubicaban en un primer lugar con 32% de preferencia del electorado eran mentirosas, pues consideraba que fácilmente superaba el ansiado 50% más uno. Dicho y hecho, ganó con una apabullante 54%. Para la elección de constituyentes pidió […]
Poco antes de consumarse las elecciones en diciembre de 2005, Evo Morales indicaba que las encuestas que lo ubicaban en un primer lugar con 32% de preferencia del electorado eran mentirosas, pues consideraba que fácilmente superaba el ansiado 50% más uno. Dicho y hecho, ganó con una apabullante 54%.
Para la elección de constituyentes pidió a sus bases aunar esfuerzos para lograr el 80% de preferencia del electorado. No pudo hacerlo por dos razones, la primera que la Ley de Convocatoria para Asamblea otorgaba un delegado por minoría, lo que equivale a que en el mejor de los casos iba a controlar el 70% de la Asamblea, por otro lado, la mejor votación en las elecciones de diciembre la obtuvo en Occidente y no en el Oriente, por lo que sumadas las cosas era natural que la preferencia del electorado se situé por debajo del 54% logrado en las presidenciales. Aquí podemos verter un concepto «El techo de vidrio de preferencia electoral por el MAS parece ser el 54%».
Esta situación desde ya liquido cualquier posibilidad de realizar cambios revolucionarios en el país, porque implico que había una mitad de personas que no estaban de acuerdo con la propuesta masista. El tema es más complicado de lo que parece por el conjunto de reglas que el MAS ha optado respetar, es decir, que este gobierno se adscribe a la democracia y a sus instituciones. De esta manera, se aferra a la Constitución vigente y al conjunto de leyes que rigen la vida democrática. De ahí que su margen de acción sea tan pequeño. Para transformar el país necesita cambiar las leyes, para ello necesita controlar el Congreso, y en la cámara de senadores no está bien parado y en el plenario debe llegar a consensos que necesariamente se dirigirán a moderar las revolucionarias medidas. De hecho, hasta ahora no se promulgado una verdadera Ley transformadora.
La esperanza era la Asamblea Constituyente, no obstante, en la misma tampoco existe la mayoría y nuevamente se debe seguir el rumbo del consenso. Empero, el MAS ha optado por el camino inverso: Pensar que 80 es lo mismo que 54. De ahí su empecinamiento en que todo se apruebe por mayoría absoluta. Algo que por su puesto la oposición no va a aceptar.
Lógicamente al momento, ésta última está en una interesante encrucijada: Abandona la Asamblea o se queda e impugna la decisión tomada. La agrupación PODEMOS parece haber seguido la segunda opción, por lo que sí sigue así terminará de furgón de cola en la Asamblea. Sin embargo, no ocurrirá lo mismo con los sectores que se sentirán marginados por estas actitudes y el nuevo pacto surgirá, paradójicamente, sin pacto. Por supuesto, que todo puede imponerse pero este es el camino a la violencia o a la desintegración del país, y peor aún al surgimiento de gobiernos militares, porque el poder es algo que debe gravitar alrededor de un actor. Hace unos meses residía en Palacio de Gobierno, hoy gravita entre el Congreso y la Asamblea, pero cuando se empiece a hablar de separatismo se asentará en las Fuerzas Armadas. Así como en otros tiempos un gobierno de izquierda abrirá las puertas al fascismo.
Por mi parte pienso que el tiempo de la revolución todavía no ha llegado a Bolivia. Vivimos tiempos de ilusiones democráticas y eso debe asumirse, por tal motivo, el mejor camino en la situación actual era la planteada por Raúl Prada: Consensuemos. Lástima que no le hicieron caso.