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Las dos izquierdas mexicanas: enseñanzas oaxaqueñas

Fuentes: Rebelión

La crisis oaxaqueña es ejemplar no sólo por ser una manifestación de la resistencia popular sino por ser un punto de visibilidad de la nueva configuración de fuerzas políticas y de los desafíos de las dos izquierdas mexicanas. El conflicto oaxaqueño no sólo viene de lejos, evocando la historia de las rebeliones en México, sino […]

La crisis oaxaqueña es ejemplar no sólo por ser una manifestación de la resistencia popular sino por ser un punto de visibilidad de la nueva configuración de fuerzas políticas y de los desafíos de las dos izquierdas mexicanas.

El conflicto oaxaqueño no sólo viene de lejos, evocando la historia de las rebeliones en México, sino que anuncia el porvenir de la lucha social frente a un gobierno neoliberal, conservador y reaccionario. La dimensión reaccionaria se hace patente en el caso de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, en continuidad con la represión en Atenco y Lázaro Cárdenas y en la perspectiva de la mano dura prometida por Felipe Calderón, el gerente de la ultraderecha en la Presidencia de la República.

Al mismo tiempo, la experiencia de la APPO es ejemplar por el proceso de acumulación de fuerzas que la caracteriza. La lucha oaxaqueña recorrió los caminos del conflicto partiendo de reivindicaciones sindicales locales hasta llegar a una radicalidad política que irradia el país. En este recorrido, más allá de las demandas laborales y político-institucionales, aparecieron prácticas autonómicas. El movimiento -como forma de organización y proceso real- fue construyendo espacios de autonomía relativa de cara a las reglas del juego político-institucional:
-frente a los partidos políticos, manejando formas y ritmos de la protesta, constituyendo instancias políticas independientes;
-frente a las instituciones de gobierno construyendo poder popular, disputando el control del territorio, impugnando la legalidad y conquistando legitimidad;
-frente a las organizaciones y corrientes políticas y sociales locales que componen la propia APPO, rebasando las parcialidades para que la totalidad resultara superior a la suma de las partes;
-frente a la fragmentación local de la política, nacionalizando y politizando el conflicto;
-frente al modelo económico, escalando desde el conflicto laboral hacia el antineoliberalismo.

Este proceso de autonomización que emprendió la APPO es el resultado del conflicto, de la incorporación subjetiva del conflicto, de la construcción antagonista de un sujeto socio-político. Las dimensiones crecientes del antagonismo permitieron transparentar la disputa por el poder. El pasaje de la resistencia a la construcción de poder popular -la comuna de Oaxaca- provocó la reacción del poder oligárquico frente a un desafío inaceptable: la centralidad territorial de Oaxaca no puede manejarse con el mismo carácter de situación de excepción de la Selva Lacandona en Chiapas.

Las dos izquierdas mexicanas

En el México que vivimos, a lo largo de 2006 asistimos a la re-configuración de dos izquierdas.

Por una parte, un nuevo actor, el movimiento obradorista, surgió a raíz del fraude y fue a sumar una renacida fuerza político-social a la fuerza político-institucional del Partido de la Revolución Democrática y sus aliados (ahora coordinados en el Frente Amplio Progresista), configurando, a la sombra claroscura de AMLO, una típica combinación de liderazgo carismático, socialdemocracia partidaria y movimiento popular. La novedad de esta recomposición radica en la estrecha interdependencia de estos tres elementos, de los cuales sólo el PRD tiene cierta autonomía relativa y una consolidación derivada de su forma institucional. Sin el movimiento popular, AMLO sería rehén del partido, a lo mucho encarnaría un equilibrio en su interior. Sin la mediación del liderazgo, el movimiento popular, por su desarticulación en parte espontánea y en parte promovida desde arriba, sería rehén del aparato partidario. El partido, por su parte, podría subsistir sin los otros elementos como parte del sistema político. Y sin embargo, éstos permitieron que el PRD pasase de un escenario de supervivencia subalterna, basada en cuotas electorales minoritarias y reducidas bases fundamentalmente clientelares, a ser un punto de articulación de fuerzas sociales y políticas potencialmente expansivas, las cuales dan un nuevo perfil al partido y abren hacia un horizonte de posibilidad mucho más amplio. Las relaciones de fuerza entre estos tres componentes definirán el carácter y el rumbo de esta izquierda. Si bien, a la larga, el PRD cuenta con la solidez propia del aparato burocrático, que deriva de su participación institucional y del correspondiente limitado pero estable arraigo social, los factores dinámicos, aunque mucho más frágiles, que pueden orientar hacia una acumulación de fuerza son el liderazgo de AMLO y el movimiento popular semi organizado en la Convención Nacional Democrática. La movilización contra el fraude logró revestir de éxito la derrota electoral(1) , ocultando los excesos de confianza y los límites de una estrategia institucionalista y moderada.

La Otra izquierda promovida por el EZLN nace de la apertura planteada en la Sexta Declaración a partir de tres directrices: a) apertura del zapatismo hacia un arraigo nacional, b) arraigo pensado en forma de un frente de sectores sociales diversos, c) diversidad articulada en torno a la exclusión social como condición de vida, la radicalización como toma de conciencia y el anticapitalismo como opción política. Estos lineamientos apuntaban a la conformación de un movimiento de movimientos como forma organizativa y a la radicalidad de las formas de lucha y de las soluciones antisistémicas. El punto de quiebre de la denuncia del sistema político a partir de la equiparación de todos sus actores, la apuesta de manifestar esta postura en pleno proceso electoral, los ataques a AMLO y la postura abstencionista (1) se estrellaron en el fraude. Al perder la apuesta sobre la victoria de AMLO, la decisión legítima de no participar en el proceso electoral, la decisión criticable de no acompañar ni respetar la lucha contra el fraude, llevaron a la Otra campaña a perder legitimidad y credibilidad en muchos sectores sociales, tanto los que simpatizaban claramente por el zapatismo y festejaron la Sexta como los que simplemente respetaban su lucha y compartían sus demandas. El vaciamiento social (o la falta de llenamiento) de la Otra, deja en este espacio político, además de las viejas y sólidas relaciones con sectores del movimiento indígena y otros pequeños núcleos organizados, en primera fila a la reciente alianza con diversos grupos de izquierda radical. En este sentido, también la Otra campaña puede leerse en función de los equilibrios entre tres componentes: las bases sociales indígenas zapatistas en Chiapas y en otros rincones de México, el liderazgo del Subcomandante Marcos, los grupos militantes de distintas orientaciones ideológicas (anarquistas, maoístas, trotskistas, etc.). Considerando que la alianza con los núcleos de la izquierda revolucionaria resulta ser una consecuencia natural del viraje anticapitalista, queda trunca la hipótesis de un amplio proceso de apertura política señalado en la Sexta y que marcó el inicio de la Otra Camapaña en las reuniones en Chiapas con organizaciones sociales, Ongs, grupos e individuos. En este sentido, la Otra campaña fracasó o, al estar pendientes gran parte de sus objetivos de fondo, se encuentra a mitad de camino o todavía no ha iniciado.

Divergencia y convergencia

Ambas izquierdas salieron perdiendo en la coyuntura electoral y necesitan replantear sus estrategias.

La izquierda obradorista, después de la derrota electoral, empezó a explorar otras vías para abrir la puerta de la ciudadela del poder, caminos que pueden combinar dosis variables de acción político-institucional y político-social.

La izquierda zapatista, después del fracaso de la primera etapa de la Otra campaña, deben encontrar los caminos del arraigo social más allá de los núcleos militantes tradicionales, caminos que inevitablemente implican una revisión de ciertas prácticas sectarias y la recuperación, sin perder radicalidad, de espacios de convergencia política.

Más allá de las identidades, las críticas, el desprecio y los resentimientos, después del fraude, el escenario plantea dos salidas: el ahondamiento de la divergencia o el cultivo de márgenes de convergencia sin renunciar a las diferencias.

Las razones de la divergencia del pasado reciente, de la actualidad y hacia el futuro inmediato son reales. Las dos izquierdas no comulgan con las mismas tácticas y estrategias, no comparten las formas de pensar el poder, la transformación posible, los actores principales y las alianzas. El debate, la crítica, el disenso y la diferencia son valores democráticos y libertarios de la izquierda.

Más allá de estas definiciones existenciales, existen razones para pensar en márgenes de convergencia en el México actual. El carácter ejemplar de la crisis oaxaqueña puede servir de referente.

Frente a la violencia estatal no hay divisiones posibles. Por otra parte, el respeto hacia las luchas sociales es un principio de ética política que rebasa toda diferencia táctica y estratégica. Es lamentable constatar que el desprecio de sectores del PRD hacia la lucha zapatista encontró como contraparte la misma actitud de sectores de la Otra campaña hacia la lucha contra el fraude. El canibalismo de izquierda, la disputa por territorios reducidos de militancia son prácticas propias de visiones cortoplazistas, de lógicas de reproducción y de control político de aparatos, de una actitud defensiva que cuida los microespacios de resistencia y no considera su expansión necesaria en aras de una modificación substancial de las relaciones de fuerzas en una sociedad todavía profundamente conservadora.

Sin negar las diferencias, parece necesario que ambas izquierdas privilegien una lectura del proceso político que visibilice los movimientos y las aspiraciones de los de abajo más que las disputas entre las dirigencias y sus intereses parciales. Desde abajo, en la coyuntura como las que estamos viviendo, al interior de ambos bandos, es necesario abandonar la lógica de autodefensa, el seguidismo guiado por una actitud defensiva, cuidarse de los otros, de los de al lado, que luchan por algo distinto pero igual, abandonar la paranoia del anexionismo y la cerrazón identitaria, para recuperar una sana actitud crítica que fomente el sentido de responsabilidad histórica.

El México de hoy y del futuro inmediato es un país conservador gobernado por una derecha que pretenderá avanzar en la realización de un proyecto neoliberal y reaccionario. La construcción de un primer piso de poder popular corresponde al ejercicio de un poder de veto frente a las iniciativas de la derecha. En este escenario resistencial, las dos izquierdas mexicanas tendrán que optar por la convergencia -sin negar sus diferencias- o cultivar la divergencia, asumir responsablemente un papel histórico de cara a las clases subalternas o cultivar una lógica autoreferencial limitando la presencia y el impacto de la izquierda en México. Si avanzamos en el camino, cuando se construyan y lleguen tiempos de contundente irrupción política de las masas, habrá tiempo y tendrá sentido anteponer las diferencias sobre el rumbo y la forma de la transformación social y política.

Hoy todos somos oaxaqueños. Todos estamos en la Asamblea Popular de los Pueblos.

*Historiador, UACM y UNAM, México

1 Si de mayorías se trata, más allá del fraude, no se alcanzó el 50% ni de los sufragios ni del padrón electoral.
2 Matizada sólo a última hora.