Larry Page y Sergey Brin son los dos antiguos estudiantes de Stanford que fundaron la compañía que se ha convertido en sinónimo de búsqueda por Internet, y seguro que encontraréis más de un millón de entradas en Google para cada uno de ellos. Pero entre el inevitable montón de noticias de prensa, currículos y conferencias, […]
Larry Page y Sergey Brin son los dos antiguos estudiantes de Stanford que fundaron la compañía que se ha convertido en sinónimo de búsqueda por Internet, y seguro que encontraréis más de un millón de entradas en Google para cada uno de ellos. Pero entre el inevitable montón de noticias de prensa, currículos y conferencias, hay muy poco sobre las vidas personales de Page y Brin. Es como si estos dos siempre hubieran sabido que Google cambiaría la forma con que se adquiere la información, y como si hubieran escondido sus vidas cuidadosamente -poniendo sus casas bajo nombres de otras personas, eligiendo números ocultos y absteniéndose de colgar nada personal en la red.
Esta obsesión con la privacidad podría explicar la enigmática reacción de Google el año pasado, cuando Elinor Mills, un periodista del servicio de noticias on line Cnet, dirigía una investigación sobre el directivo de Google Eric Schmidt y publicó sus resultados: Schmidt vivía con su mujer en Atherton, California, su haber estaba valorado en 1.500 millones de dólares, y aquel año vendido al mercado unos 140 millones de dólares sobre las acciones de Google, era un piloto amateur y había estado al Burning Man Festival. Google lanzó un aviso, dijo que la información publicada era una amenaza a la seguridad y anunció que pondría en la lista negra a todos los reporteros de Cnet durante un año. Más tarde, la compañía se retiró. Fue una respuesta peculiar, especialmente por el hecho de que la información que Mills publicó es mucho menos íntima que los detalles que se pueden encontrar en Internet sobre cada uno de nosotros. Pero luego, esto es algo muy común en Google: cuando se trata de la información, ellos siempre saben qué es lo mejor.
Desde el principio, el motto informal de Google ha sido: «No hacer el Mal», y la compañía ganó enseguida credibilidad yendo codo con codo con Microsoft a favor de su software de escritorio y otros temas. Pero Google no comete errores: Puesto en la encrucijada entre hacer lo correcto y hacer lo que es más de su interés, Google siempre ha escogido lo que más le convenía. En el 2002 retiró los links a una web anti-cienciología después de que la Iglesia de la Cienciología hubiera alegado infracción de copyright. Marcadores de operadores de páginas web se han quejado de que Google retira los anuncios si descubre en la página algunas palabras sospechosas, aunque no dirá nunca cuáles son estas palabras. En septiembre, Google pasó los datos de algunos miembros de la red social, Orkut, al gobierno de Brasil, que estaba investigando supuestos contenidos racistas, homofóbicos y pornográficos.
La misión de Google -según Google- es «proveer un acceso no manipulado, adecuado y libre a la información», pero esto no ha impedido que se censurasen las búsquedas en China para ganar acceso a un mercado lucrativo (empujando a Bill Gates a resolver que quizá el motto debería ser «Hacer menos Mal»). Ahora que la compañía está públicamente en el mercado, tiene una responsabilidad legal sobre sus accionistas y hace caso omiso a otras demandas.
Por lo tanto, la cuestión no es si Google hará siempre lo correcto -no lo ha hecho y no lo hará. La cuestión es si Google, con su sed insaciable de datos personales, se ha convertido en el mayor peligro para la privacidad jamás conocido, una vasta miel informativa que atrae a hackers, crackers, ladrones on line -y puede que más preocupante todavía- un intento gubernamental de encontrar maneras convenientes de espiar a su propia ciudadanía.
No hace falta traer a un teórico de la conspiración para preocuparse por tal amenaza. «Yo siempre he pensado que Google era tierra fértil para el espionaje gubernamental.», dijo el directivo Schmidt en una conferencia en San José, California, en agosto. Si bien es cierto que Google se ganaba el aprecio de activistas civiles cuando a principios de año se resistió a una citación del Departamento de Justicia por millones de búsquedas en conexión con un caso de pornografía infantil, que nadie espere que se levante contra el gobierno en cada ocasión: en su página web, Google dice que efectivamente «cumple con los procesos de validez legal, como órdenes de registro, demandas o citaciones que tengan por objeto la búsqueda de información personal.»
¿Cuál es la cuestión? Durante años, Google ha recogido una gran cantidad de datos, y la compañía admite sonriendo que en nueve años de operación no ha borrado ni una petición de búsqueda. Es el almacén de datos más grande del mundo, y por una buena razón: el 99 por cien de sus beneficios viene de vender anuncios que están especialmente destinados a los intereses de sus usuarios. «El propósito vital de Google es descubrir lo que quiere la gente», dice Eric Goldman, profesor de la Santa Clara School of Law y director del Hight Tech Institute de Sillicon Valley. «Pero para leer nuestras mentes, necesitan saber mucho sobre nosotros.»
Todos los buscadores recogen información sobre sus usuarios -primero, enviándonos «cookies», o archivos de texto que graban nuestros movimientos. La mayoría de «cookies» expiran unos pocos meses o años después. Los de Google, no obstante, no expiran hasta el 2038. Hasta entonces, cuando tu visitas el buscador de esta compañía o visitas una de sus webs afiliadas, se grabará lo que tu buscas y cuando lo buscas, qué enlaces utilizas y qué anuncios ves. Los cookies de Google no te pueden identificar mediante tu nombre, pero acceden al IP de tu ordenador; como metáfora vale la siguiente comparación, Google no tiene el número de tu carné de conducir pero sabe cuál es la matrícula del coche que tu conduces. Y las búsquedas en Internet son ventanas para nuestras almas, como 658.000 usuarios de América On Line supieron cuando sus perfiles de buscador fueron publicados por error en Internet. ¿El usuario 1997374 habría buscado información sobre mejores erecciones o «cunnilingus» si hubiera sabido que AOL estaba gravando cada pulsación de teclado? ¿Y el usuario 22155378 habría clickado a un link sobre la marihuana una y otra vez a sabiendas de que alguien podría mostrarlo al mundo entero? Si alguna vez has estado poseído por la morbosidad después de una noche de alcohol y fiesta, el buscador lo sabe -y todas las probabilidades indican de que será Google, puesto que es dueño de la mitad del mercado de búsquedas por Internet y que procesa más de tres miles de millones de peticiones de búsqueda al mes.
Y Google sabe mucho más que esto. Si tu eres usuario de gmail, Google hace copias de cada correo que envías o recibes. Si tu utilizas cualquiera de sus productos -Google Maps, Froogle, Google Book Search, Google Earth, Google Scholar, Talk, Images, Video y News -va a seguir tu pista en las direcciones que buscas, los productos que compras, las frases que buscas en un libro, las fotos satélite que ves y las noticias que lees, y etcétera. Servido a la carta, esto puede que no sea un gran problema. Muchos sitios web almacenan datos de las visitas y usuarios. El problema es que nada impide a Google de que combine toda esta información para crear dossiers de sus clientes, algo que la compañía ya admite que es posible en principio. Pronto Google será capaz de seguir la pista de los usuarios en el mundo real: su último movimiento es en el wifi libre, el cual va a requerir conocer la localización de los usuarios (i.e. , a que rooter están más cerca).
Google insiste en que utiliza los datos individuales sólo para proveer publicidad particularizada. Pero la historia nos enseña que rara vez la información permanece limitada al propósito para el que fue recogida. Así pues, algunos defensores de la privacidad sugieren que Google y otras compañías de buscadores deberían parar de acumular todas las peticiones de los usuarios: las búsquedas en Internet, argumenta Lillie Coney del Electronic Privacy Information Center, son parte de nuestro espacio personal protegido, exactamente igual que nuestra casa. En febrero, el Republicano Edward Markey (rep. por Massachussets) propuso una ley a este efecto, pero los republicanos la han mantenido paralizada en el comité. Google, que muy recientemente consiguió una posición de lobby en Washington, se cuenta entre las compañías tecnológicas que están luchando contra esta medida.
Cuando a propósito de esta historia contacté con Google por primera vez, un publicista de la compañía insistió en que le proporcionara una lista de preguntas detalladas, por escrito; cuando le dije que tenía un problema con la fuente en dictar las preguntas de la entrevista por antelación, él dijo que todos los que cubren Google -incluso el New York Times y el Wall Street Journal– proporcionan las preguntas por antelación. (Una representante del Times me explicó que el periódico no ve problemas éticos en tal procedimiento, aunque las decisiones de los periodistas pueden variar individualmente; un editor responsable de los estándares de la editorial del Journal me dijo lo mismo.) El personal de Google me dijo que lo tenía que hacer así para que me pudieran buscar la persona más indicada para hablar conmigo -más información para Google, para que Google me pueda servir mejor.
Más tarde, accedió a ponerme en contacto, sin las preguntas por escrito, con Nicole Wong, consejera asociada de la compañía. Le pregunté si la compañía había sido alguna vez citada por sus grabaciones de los usuarios, y si había acatado o no. Ella dijo que sí, pero no quiso comentar cuántas veces. El sitio web de Google dice que como cuestión de política de empresa, «no se discuten públicamente la naturaleza, el número o la especificidad de las peticiones de aplicación de la ley.»
Así, ¿se puede confiar en Google sólo hasta el punto en que se pueda confiar con la Administración Bush? «No lo sé», contestó Wong. «Nadie me había hecho esta pregunta antes.»
Adam L. Penenberg es un analista norteamericano que escribe sobre el ciberespacio en diversos medios alternativos como Mother Jones y Wired News, y convencionales, como Forbes Digital.
Traducción para www.sinpermiso.info : Oriol Farrés Juste
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