Desde hace un año la foto se repite. Cada mañana, a las 5, conscriptos del regimiento Colorados se forman entre bostezos para dar los buenos días a Evo Morales. El mensaje es siempre el mismo: «¡Sin novedad, señor presidente!» . De inmediato, el mandatario boliviano toma un café y pide un plato de frutas rociadas […]
Desde hace un año la foto se repite. Cada mañana, a las 5, conscriptos del regimiento Colorados se forman entre bostezos para dar los buenos días a Evo Morales. El mensaje es siempre el mismo: «¡Sin novedad, señor presidente!» . De inmediato, el mandatario boliviano toma un café y pide un plato de frutas rociadas con miel. Pese a ser el máximo dirigente cocalero no hay coca en su despacho, a no ser en dos retratos, uno del Che Guevara y otro de él mismo, hechos con esa hoja verde oscuro por un pintor local.
«Esto es cama adentro», advirtió a sus colaboradores cuando los convocó a que lo acompañaran, a poco de ganar las elecciones con un inédito 54%. Casi nadie le creyó. Hoy los ministros ven salir el sol, varios días a la semana, por las ventanas de los salones del Palacio Quemado que dan a la Plaza Murillo.
Al alba se tomaron las principales medidas de la gestión socialista, cada una de ellas acompañada por el slogan «Evo cumple, Bolivia cambia», tomado de «Perón cumple, Evita dignifica» por un asesor memorioso. Y entre esas medidas sobresale una, apoyada por la izquierda y la derecha, por ricos y pobres, por blancos e indígenas: la nacionalizació n de los hidrocarburos.
Según todas las encuestas la aprueba un 90% de los bolivianos. También es valorada positivamente la austeridad en la administració n pública -reducción del 50% del salario de presidente y parlamentarios, y eliminación de los gastos reservados-, la preservación de la estabilidad macroeconómica y el rol de Evo en la escena internacional.
Pero para la oposición conservadora estos éxitos son opacados por el rumbo «totalitario» del gobierno, que se expresaría en los intentos de copar la Asamblea Constituyente, en el antagonismo con Santa Cruz -cuyo pedido de autonomía fue varias veces calificado por Morales como «un reclamo de la burguesía que quiere dividir al país» -, y en la injerencia venezolana.
Para estos sectores, con predicamento en las clases medias y altas blancas que hoy se sienten «excluidas», Morales se mira en el espejo confrontacional de Hugo Chávez en lugar de hacerlo en el del más conciliador Nelson Mandela. Evo habla de «revolución cultural».
En un año no exento de conflictos, la preocupación del gobierno fue mostrar que los cambios llegan a los bolsillos de la gente. Bolivia tiene recursos inéditos en la historia reciente por los altos precios de las materias primas en el mercado internacional y por el aumento de los impuestos a las petroleras. Los campesinos -casi el 40% de la población- fueron quienes más se beneficiaron de los planes sociales, llevados personalmente por el presidente boliviano hasta las regiones rurales más alejadas, donde gusta recordar anécdotas de su pasado de pastor de llamas, trompetista o cultivador de papas . Los planes incluyen 2.000 médicos cubanos, alfabetizació n, DNI gratuitos, tractores, bono Juancito Pinto contra la deserción escolar y promesas de tierras obtenidas de la reversión al Estado de los latifundios improductivos.
«Hay una posición antiimperialista, de independencia del FMI y del Banco Mundial, pero preservando la estabilidad macroeconómica para no repetir la crisis que padeció la izquierda en los ’80», le dijo a Clarín el asesor presidencial Walter Chávez. En ese marco, Evo Morales resucitó el discurso desarrollista de los ’50 mientras busca poner en pie una alianza campesina militar.
Con elecciones en 2008 -e el marco de la nueva Constitución que debe dar a luz la Asamblea Constituyente hasta agosto de 2007– hay quienes aconsejan a Morales bajar los niveles de crispación «para recuperar a las clases medias y a Santa Cruz». Otros creen que la confrontación es inevitable. El posible cambio de gabinete mañana indicará el rumbo elegido por Evo. Seguramente lo decidirá en la madrugada.