La Asamblea Constituyente, aunque un tanto renga, continúa su marcha. Las comisiones y subcomisiones están conformadas, por lo tanto, la construcción de una nueva Constitución Política del Estado está casi asegurada. La pregunta de muchos bolivianos es: ¿será que la nueva Constitución traerá verdaderos cambios? Muchos tenemos la certeza de que los cambios serán escuetos, […]
La Asamblea Constituyente, aunque un tanto renga, continúa su marcha. Las comisiones y subcomisiones están conformadas, por lo tanto, la construcción de una nueva Constitución Política del Estado está casi asegurada. La pregunta de muchos bolivianos es: ¿será que la nueva Constitución traerá verdaderos cambios?
Muchos tenemos la certeza de que los cambios serán escuetos, no serán verdaderas transformaciones. Las sesiones plenarias de la Asamblea Constituyente llevadas a cabo hasta ahora han delatado las posiciones ideológicas de los distintos constituyentes, las mismas que se edifican en una clara confrontación que de seguro no será fácilmente superada, ni siquiera en las comisiones. Ergo, no queda más que apostar a que se construyan algunos candados que al abrirse en la posteridad desencadenen transformaciones que posibiliten el equilibrio social-cultural-civilizacional exigido.
¿A qué nos referimos específicamente? Para responder dividiremos la exposición en dos puntos centrales: 1) el contexto de confrontación ideológica dentro de la Asamblea, 2) dos candados generales para la transformación social-cultural-civilizacional a largo plazo.
El contexto de confrontación ideológica dentro de la Asamblea.
De modo sintético, podemos decir que hay dos tendencias ideológicas generales en la Constituyente. Una es la que defienden los partidos tradicionales. Se trata de una postura ideológica que busca cierta transformación, no muy profunda. Se remite únicamente a plantear una Constituyente derivada de la anterior. Esta propuesta defiende de frente su inclinación por conservar intacta la lógica de la Ley Positiva. Así, su búsqueda de cambio no pretende cambiar la esencia constitutiva de la Ley y, específicamente, de la Constitución Política del Estado.
Por otro lado, tenemos la posición del partido oficialista que busca cambios más profundos que transformen «verdaderamente» la Constitución Política actual. Este partido está apostando por una Constituyente originaria, plenipotenciaria y refundacional, lo que implica profundas permutas, bastante más intensas que las que parecen plantear los partidos de oposición. Incluso abogan por incorporar las visiones de las poblaciones anteriormente excluidas (las indígenas/originarias), lo que debería implicar un cambio en la fuente filosófica que ha dado nacimiento a la Ley en general. A pesar de esto, los cambios esbozados por el MAS siguen sujetos a la lógica de la vieja Constitución. Es decir, se plantean transformaciones de forma y no de esencia. La Ley y su esencia occidental, positivista y objetivista, se mantiene intacta en ambas ponencias.
Nos explicamos. La Ley nace de una postura filosófica general. Esta corriente filosófica asume que la realidad es objetiva -está allá afuera del hombre-. Como es objetiva y está allá afuera, el ser humano debe observarla y aprehenderla para luego explicarla. Este proceso lo realizará con la única potencia humana que permite observar sin realizar valoraciones: la razón. Entonces, el legislador, generalmente, se posiciona fuera de la realidad social, la mira objetivamente (haciendo un puente entre él y ella), la estudia con la razón (observación y explicación racional); y finalmente, como producto, obtiene una Ley o una serie de leyes que permitirán al hombre vivir en sociedad y, lo que es más importante, vivir en orden. Esta cosmovisión que ha dado nacimiento a la Ley tal como la conocemos ahora en esencia y estructura, surge de Occidente y no refleja, ni de lejos, la cosmovisión originaria/indígena. Para exponer esta idea nos concentraremos, primero, en la cuestión de la raci onalidad.
Muchos de los constituyentes se refieren a la racionalidad a la hora de defender sus posiciones en las plenarias de la Asamblea Constituyente. Hay quienes dicen que no debemos irnos por los caminos de la irracionalidad, pues nos llevarán al caos. Se ha escuchado a constituyentes que han defendido la importancia de las leyes actuales para mantener el orden, y han evocado a la racionalidad como la única posibilidad para tal objetivo.
No importa quiénes han defendido tales argumentos ni a que facción política pertenecen. A pesar de que ha sido la oposición la que ha defendido con el pecho al frente la legalidad como sinónimo de orden y racionalidad, no podría decirse que constituyentes del oficialismo no defiendan también estos principios. El MAS, en ningún momento se ha pronunciado en contra de la legalidad y su forma y esencia filosófica positiva y racional. Lo que sí interesa es que la racionalidad es un concepto-vivencia característico de los paradigmas occidentales, y ha sido un componente importante de las políticas etnocéntricas occidentales orientadas a desvalorizar la sabiduría indígena/originaria, la cual ha sido tachada, precisamente, de irracional. En general, estamos en una coyuntura de cambio y de inclusión, en la que los paradigmas caducos y excluyentes son los que monitorean dicho cometido. En este contexto, ¿qué tipo de cambio buscamos?
Queda claro que la oposición quiere cambios que permitan una nueva Constitución Política del Estado, dentro de los marcos de la Ley positiva y racional. Pero en el caso del MAS, esta situación no ha sido debidamente explicada. Aunque sabemos que pretende incorporar en las leyes a nuevos actores (los indígenas-campesinos) y, consecuentemente, nuevos poderes (que acojan a los nuevos actores políticos), nuevas dinámicas de ejercicio del poder (participación directa de las bases sociales en la política), un nuevo reordenamiento territorial, etc., no tenemos la certeza de qué es lo que propone la ideología de este partido: ¿será que apunta a que tales incorporaciones surjan de nuevas visiones (indígenas/originarias) de la realidad en general y del país en particular, o se adscribe, nomás, a la visión de realidad y de país que detenta Occidente? Aunque en algunos momentos pareciera que la primera opción es la acertada, pensamos que es la visión Occidental la que prevalece. Ya expl icaremos mejor después.
En síntesis, creemos que podemos afirmar lo siguiente. La oposición quiere una nueva Constitución que incluya cambios a nivel de forma. Supuestamente se trata de cambios que se constituyan en mayor equilibrio social con inclusión de los hasta ahora excluidos, pero no sabemos con seguridad hasta qué punto pretende tal cosa ya que muchos de sus exponentes tienen intereses que defender, los que se han constituido gracias a las leyes excluyentes. Lo seguro es que no quieren una nueva Ley que quiebre los fundamentos esenciales de las leyes y sus bases filosóficas.
El partido oficialista, por otro lado, quiere cambios de forma profundos. Busca equilibrio social-económico-político en base a la inclusión de nuevos actores sociales, busca derribar las leyes que han beneficiado sobremanera a unos en desmedro de las mayorías, pero no pretenden desmoronar las bases constitutivas de la Ley misma. El cambio es de forma también, solo que más hondo.
Entonces, a nuestro modo de ver, la confrontación ideológica oficialismo-oposición se desenvuelve a nivel de cambios de forma. El tema de la esencia de la Ley no ha sido cuestionado. En este sentido, encontramos un punto de encuentro importante entre la derecha y la izquierda. Ambas apuntan a cambios de forma en la Ley y se olvidan de que es en la esencia donde se pueden realizar verdaderas transformaciones. Y ¿qué significa esto?
Cómo apuntábamos arriba, la Ley surge de una esencia filosófica que se constituye por el objetivismo, la razón y el orden. Esta corriente filosófica que ha sido el eje central que ha determinado a la ciencia en general, en especial a las ciencias exactas, ha nacido de una cuna civilizacional: Occidente. Las culturas no occidentales no se circunscriben dentro de los parámetros filosóficos mencionados porque parten de otras cosmovisiones. En este caso la pregunta es ¿por qué las culturas indígenas/originarias no han aportado algo en la concepción de la realidad, del conocimiento y de la Ley?
Las corrientes agudamente etnocéntricas de Occidente (porque todas sus corrientes son etnocéntricas) han respondido diciendo que las culturas no occidentales son «salvajes», «irracionales», sumidas en el «desorden» natural porque no basan su conocimiento en la ciencia, sino en la «magia», el «mito» y otros espacios adjetivados como no válidos por la ciencia occidental. Y como estas culturas son «bárbaras» y «salvajes», no tienen la capacidad de llegar al conocimiento y a la verdad. De este modo, ¿cómo es que podrían aportar en algo tan preciado para Occidente como son las leyes?, se dicen estos etnocéntricos rotundos.
Otras corrientes sí le dan valor al conocimiento de las culturas no occidentales. Por ejemplo tenemos a los relativistas que afirman que cada cultura detenta su verdad, y que ninguna puede mostrarse como superior a la otra. A pesar de lo equilibrada que esta posición parece ser, no lo es tanto ya que en ningún momento se atreve a, o en ningún momento quiere, proponer la sabiduría de las culturas no occidentales como una opción de conocimiento y de vida complementaria a la occidental. Lo que sucede es lo siguiente: se le pone el nombre de «saber local», al conocimiento de las culturas indígenas/originarias, con el objetivo de valorizarlas, pero a nivel local, porque el nivel universal lo detenta el conocimiento científico. Por ende, en ningún momento se ha propuesto que las culturas no occidentales aporten en la construcción de la Ley, con sus propias filosofías, con sus propias concepciones de Ley. La Ley, así como la ciencia, ambas nacidas de la tradición occidental, se arro gan ser las únicas portadoras de la verdad.
Por lo tanto, las culturas indígenas/originarias no han aportado en la construcción de las leyes ni en su forma ni en su esencia, por una sencilla razón. Porque Occidente, en su posición de hegemonía (no olvidemos la colonización en sus diferentes facetas), no pretende complementarse con la sabiduría indígena/originaria que es, por cierto, muy contraria a muchos de los esquemas occidentales; procura, mas bien, alienarlas y desintegrarlas hasta que su identidad de unidad con la realidad quede completamente subsumida a la lógica de separación de la sociedad-cultura-civilización capitalista, cometido logrado en buena medida hasta ahora.
En los tiempos actuales, hay una gran resistencia a la voracidad sin límites del imperio occidental. Una expresión de esto son los movimientos sociales en Latinoamérica que buscan transformaciones que son, a nuestro criterio, solamente de forma y no de esencia. En el caso en cuestión, la Asamblea Constituyente, por lo menos el MAS pretende que las culturas no occidentales participen en la construcción de la nueva forma de la Ley -como una manera de hacer frente a la vorágine del sistema capitalista-. Pero en cuanto a su esencia, que es la identidad misma de la Ley como tal, como una forma de reflejar la realidad social, cultural, económica, política, científica y tecnológica, no se considera el aporte de las culturas indígenas/originarias. No se reconoce que hay otra fuente filosófica que la Ley en su estructura-esencia no incluye.
El tema filosófico, que tanto defendemos, ha sido desplazado hace mucho tiempo por la ciencia, desde que algunos filósofos negaron la existencia del ‘ser en si’ (un ser espiritual) y abogaron por la existencia del ‘ser pensante’. En este momento, la preocupación por la cuestión del ser fue enterrada por otra inquietud: ¿qué es el conocimiento? A partir de la dicotomía ‘cosa en si’/ ‘cosa pensada’ surge otra partición fundamental que rige a la ciencia y al Derecho. Se trata de la separación forma/esencia. La forma, el fenómeno, es el único que puede conocerse mediante la razón. La esencia queda relegada a la filosofía, pero es infranqueable con la razón, por lo mismo, ininteligible. A través de este postulado se logra, además, repudiar a toda forma de conocer la realidad que no enarbole a la razón como el único medio para realizar el proceso de conocimiento.
De esta forma, las reflexiones en torno al tema ontológico y a la esencia, se consideran innecesarios o, es más, ni siquiera se toman en cuenta. Así, cualquier estudio y reflexión científica se ha constreñido a la forma. Por ejemplo, y volviendo al tema de la filosofía y esencia indígena/originaria, Occidente se ha esforzado por localizar y desmembrar el conocimiento de las culturas no occidentales, a modo de mostrarlas como miles de realidades separadas y pequeñas, con infinitas formas culturales, en lugar de mostrar que todas ellas presentan una esencia única: la unidad ser humano-realidad. Esta esencia las hace diferentes de Occidente -aunque también son semejantes-, ya que éste parte de una primera dicotomía fundamental: la escisión ser humano-realidad. En este sentido, a pesar de que Occidente detenta muchas formas culturales, ha conservado un solo nombre, que surge de una primera concepción filosófica. Gracias a esto se ha erigido como una única civilización y se ha enf rentado con aquello que no es de Occidente, desmembrándolo, dividiéndolo, para reinar más fácilmente. De esta manera, las culturas denominadas indígenas/originarias, se han constituido en variadas expresiones heterogéneas y en diferentes civilizaciones pequeñas, las cuales se enfrentan a una gran civilización homogénea: Occidente.
En este contexto, a modo de despuntar la fuerza universal de la cultura hegemónica frente a las múltiples fuerzas ‘locales’ y divididas, proponemos que las culturas indígenas/originarias, a pesar de su diversidad de formas, son también fruto de una primera pauta filosófica que las convierte en parte de una sola civilización. Aquella, a diferencia de Occidente, que defiende la unidad del ser humano con la realidad y, en consecuencia, la unidad del ser humano con la naturaleza(1).
Si esta esencia originaria fuera parte de la construcción de la Ley misma, no podríamos hablar de una Ley Positiva, objetiva y racional. Como indicamos párrafos arriba, la Ley actual nace, en general, del positivismo(2). Y el positivismo nace de la escisión ser humano-realidad que conlleva otras dicotomías muy importantes, como materia/espíritu y vivo/no vivo. Por el contrario, las culturas originaras, usualmente, defienden el respeto a la naturaleza (algunos le llaman Pachamama, aunque este concepto abarca mucho más) desde una posición muy extraña a la lógica positivista de Occidente(3): la consideran como un ser vivo. Las constantes ofrendas a la Pachamama, al río, a la chacra, etc., reflejan una concepción filosófica en la que la dicotomía vivo/no vivo que defiende Occidente no existe. Y más allá de eso, incluso se reconoce, en estos sentimientos de complementación con la naturaleza viva, una filosofía de unidad ser humano-naturaleza, unidad que le permite al «brujo», al » chamán», al «jampiri», al «curandero», al «naturista».aprehender la realidad, conocerla, desde su interior, sin observarla racionalmente nada más, sino también soñándola, visionándola, intuyéndola, porque él es la realidad misma, la contiene en su interior. Por lo tanto, el positivismo, el objetivismo y la racionalidad pura, no son áreas que corresponden a las culturas originarias. El problema, el desequilibrio, es que la filosofía no positivista, no objetivista, no únicamente racional de las culturas originaras, que podríamos llamar de UNIDAD, porque no separa al ser de la realidad, jamás ha sido considerada para construir una Ley desde sus cimientos.
Desde este primer momento es que no se incluye a visiones y filosofías diferentes a Occidente. La Ley, tan defendida, es excluyente desde su primer ladrillo, desde su primera idea, desde su definición misma. El objetivismo, la razón y el orden, son realidades principales que la definen. Y como hemos visto, en la filosofía indígena u originaria, cada una de ellas difiere de la definición que Occidente les atribuye. La objetividad es superada por la concepción de unidad ser-realidad y la unidad sujeto-objeto; asimismo, el ser humano no conoce a la realidad en una relación de separación con ella, sino sintiéndose la realidad misma, sin distanciamiento alguno. Por otra parte, no se usa únicamente la razón para conocer la realidad, también se usan otras potencias humanas, como los sueños, la intuición, instintos, visiones, etc. Y, finalmente, su concepción de orden es diferente.
En síntesis, la Constitución Política del Estado boliviano no incluye la esencia filosófica de los indígenas/originarios, y aquellos que están dispuestos a transformar esta Constitución, están dispuestos a hacerlo exclusivamente desde su forma, la cual surge de una esencia filosófica de corte occidental. Entonces, ¿qué tipo de inclusión podemos esperar de la trasformación de la Constitución? Solamente una inclusión subordinada a la cosmovisión occidental. Se pueden incluir nuevos actores a la Ley, nuevas pautas culturales, pero solo a modo de apéndice.
No está de más recordar lo que dijo, Hegel, uno de los más grandes pensadores de Occidente que ha delineado el pensamiento occidental: «la Europa cristiana moderna nada tiene que aprender de otros mundos, otras culturas. Tiene un principio en sí misma y es su plena «realización». (Dussel: 19). He aquí la renuencia de Occidente y una de sus expresiones, la Ley, a complementarse con lo denominado indígena/originario.
Candados para la transformación social-cultural-civilizacional a largo plazo.
En el orden de todo lo explicado, propondríamos, muy a grandes rasgos, los siguientes candados filosóficos que permitan un cambio a largo plazo:
1. Romper con la dicotomía vivo-muerto en lo referente al tratamiento de recursos naturales, sean estos de cualquier tipo (agua, tierra, petróleo, recursos mineros, etc.). Esto implica devolver a los denominados «recursos naturales» su valor de seres vivos. Por ejemplo, el agua se constituiría en un ser vivo con su propio derecho a ejercer su identidad como ‘agua’. Así, se hablaría del agua como un ‘derecho humano’, pero también como un ‘derecho de todo ser de la realidad’ y, finalmente, ‘como un ser con su propio derecho a existir’.
Solo de este modo se estaría incluyendo la filosofía indígena/originaria. Mientras se continúe asumiendo al agua como un derecho solamente humano o un derecho secundario de la naturaleza, pero no un ser con identidad en sí misma, se la despojada de su autonomía de ser en, por y para sí misma, y se la condena a ser un espacio inferior al sujeto. En este sentido, el concepto de ‘derecho humano’ es reflejo de la filosofía occidental y se aleja de la propuesta originaria que supera la dicotomía vivo/no vivo al darle cualidades ‘humanas’ a la naturaleza.
Este primer candado, permitirá, a la larga, romper con los paradigmas occidentales antropocéntricos, los cuales llevan a la destrucción del equilibrio ecológico, pues la naturaleza es considerada como un ‘ente’ sin espíritu; el hombre es el único que contiene en si mismo al ‘ser en si’ y a la razón; la naturaleza en un ente dispuesto a expensas del ser humano. Consideramos que las culturas originarias no comparten este razonamiento. Por lo tanto, incluir su visión, es romper con los esquemas antropocentristas que avalan la destrucción de la naturaleza concebida como un objeto, sea este derivado del ser humano pensante o un ser objetivo que existe independiente del hombre pero que es transformado por él.
En conclusión, el agua no podría ser denominada como recurso, sino como ‘ser’, y si eso suena inaceptable a la lógica antropocentrista tan dura de roer, entonces por lo menos llamarle ‘elemento’ agua.
De la misma forma con otros recursos. Esto conllevaría, por ejemplo en el caso del petróleo, a considerar que su uso, su explotación, debe terminar en el momento oportuno que le permita seguir existiendo como petróleo, para evitar su extinción.
2. Otro candado consistiría en plantear un Estado bicivilizacional en lugar de multicivilizacional. La idea impuesta por Occidente de que las culturas no occidentales son pequeñas y múltiples civilizaciones derivadas se sus formas culturales, les quita a las mismas la posibilidad de unirse. Al despojar a las culturas no occidentales de su esencia filosófica compartida: la unidad ser-realidad, se las condena a la separación y al enfrentamiento cultural. Mientras tanto, Occidente se posiciona como una sola civilización, a pesar de mostrar variadas formas culturales. Esto le da hegemonía debido a que lo convierte en la civilización que detenta el conocimiento universal frente al saber local y heterogéneo de las distintas civilizaciones no occidentales. De esta forma, con este candado que le devuelve a las culturas no occidentales su semejanza, sin quitarles su diferencia, se posibilita, a largo plazo, potenciar la fuerza de la civilización indígena/originaria y debilitar la avas alladora hegemonía de Occidente, equilibrando la situación de dominación actual.
Este candado permitiría, también, constituir al conocimiento y prácticas indígenas/originarias en propuestas de filosofía, paradigma, enfoque y modo de existencia equivalente al occidental. En tanto la ciencia pierda su pedestal de ser la contenedora de la verdad universal y acepte otras cosmovisiones de forma complementaria y no como apéndice, se podrá equilibrar la balanza.
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(1)Aunque no olvidemos que las culturas indígenas/originarias ya han sido colonizadas, por lo que muchas veces hasta ellas mismas han enterrado en su memoria la esencia de unidad que caracterizó a la identidad de sus antepasados. A pesar de eso, conservan prácticas y códigos que remiten a esa esencia. En cambio, aquellos que ya no se conciben indígenas, quienes son catalogados de ‘blancos’ o ‘q´aras’, ya han perdido todo recuerdo de la Unidad; es decir, su proceso de colonización es más largo todavía, lo que amerita de mayor esfuerzo para superarlo. El hecho es que la propuesta de volver a la filosofía de Unidad ser-realidad (o descolonización), no es privativa de aquellos denominados ‘no indígenas’, es un planteamiento para todos, sin ningún centrismo, ya que todos somos descendientes de seres que vivieron en Unidad con la realidad. El hecho de que se les llame indígenas y/o originarios es otro tema.
(2)Las corrientes naturalistas también han aportado en la edificación de la Ley. Aunque estas sean diferentes a las corrientes positivistas, comparten un elemento fundamental. Ambas surgen de una ontología de escisión ser/realidad y, además, ambas defienden la razón como eje central. Por ende, las dos corrientes surgen de posturas correspondientes a la cultura occidental y su afán por dotar al hombre de razón y despojar a la naturaleza de la misma. Las culturas no occidentales no comparten este pensamiento-sentimiento; por el contrario, consideran a la naturaleza como un ser vivo dotado de potencias que para Occidente son solamente humanas. En conclusión, ninguna corriente que haya nacido de Occidente abre cabida a las visiones denominadas indígenas/originarias. El hecho de que en el texto nos estemos avocando más al positivismo, se remite a que este ha sido el principal delineador de la Ley, pero no el único. Asimismo, el hecho de querer hacer una exposición resumida nos o bliga a delimitar nuestras áreas temáticas.
(3)También extraña a la generalidad de las corrientes filosóficas de Occidente, como explicamos en el anterior pié de página.