Una vez más, en su mejor momento, el desdén a las lecciones del pasado y del presente amaga con aislar y neutralizar importantes y respetables movimientos sociales de la izquierda latinoamericana. Me refiero al desmadre político que castiga las nociones de «independencia», «autonomía» y «soberanía», lindantes, en el caso de la derecha, con el secesionismo […]
Lejos de mí, con estos apuntes, la puesta en duda de la ética y de la moral, y de la sana voluntad de quienes se juegan en el terreno concreto de la lucha. Cerca de mí, en cambio, el inquietante denominador común, que en ciertas izquierdas y derechas da por sentado «el fin de los estados nacionales». Pero que no se concluya, plis, que hacemos nuestro el ocurrente versito inventado por el poeta chileno Nicanor Parra: «izquierda y derecha unidas/jamás serán vencidas», gozo y deleite de los intelectuales cretinos.
Hace unos meses, en el Metro, unos chavos que repartían un periódico de la «base perredista» oyeron de un señor que sólo el subcomandante Marcos podía solucionar los problemas de México. Las puertas del vagón se abrieron, y el debate se cayó. Sin embargo, fue estimulante oír una espontánea expresión de libertad política de la despolitizada sociedad mexicana y las expectativas que bien, antes que mal, ambas fuerzas suscitan en el imaginario político de la gente (iba a decir pueblo, pero me ganó la tolerancia).
¿A quién le vamos? Marcos dice que «otro mundo será posible sólo sobre el cadáver del capitalismo como sistema dominante»; que «en la cuarta guerra mundial el enemigo es el planeta entero, con todo lo que contiene: habitantes y naturaleza»; que «el camino para ser libres se construye por los sin nombre y sin rostro»; que «la clase política tradicional agoniza»; que «la lógica del mercado determina las relaciones internacionales».
Cómo estar en desacuerdo. La crítica pierde vigor cuando dice: «el camino a la libertad -añade el sup– no es una moderna autopista de paga por la que transitan las masas conducidas por una elite de caudillos e iluminados» Y no porque lo ideal sería que cada ciudadano se convirtiera, desde la cuna, en militante conciente del porvenir, sino porque este es el tramo de un discurso que indistintamente pueden compartir Marcos y Espino, López Obrador y Calderón, los chuchos, la maestra y Amalia.
En julio pasado se movilizaron espontáneamente tres millones de ciudadanos en apoyo de López Obrador. ¿Estaban equivocados? No parecía, entonces, que los medios electrónicos hayan sido tan «inhibidores de la lucha democrática y social», como dijo el sup. Con todo, la corporación «Inteligentes Asociados SA» desacreditó aquellas movilizaciones trayendo a cuento los casos de Hitler y Mussolini, y tampoco faltaron quienes pusieron como ejemplo a Perón y «Castro». Sólo faltaron Ricky Martin y Luis Miguel.
Lo de siempre. No obstante, creo que en líderes realmente representativos el potencial emancipador de millones de personas merecía consideraciones menos paternalistas y dolorosas, que la subestimación sin más. Puede que, en ese sentido, a Marcos y López Obrador se les fue el avión.
¿Quién dice qué y para qué es lo importante? Si los pueblos necesitan dirigentes honestos como el sup y Andrés Manuel, cabe preguntar: ¿hay un lugarcito para otros voluntarios que también anhelan desayunarse el capitalismo salvaje, o sólo los revolucionarios de siempre y los políticos de siempre están invitados al festín? Me explico: voluntarios que junto a ellos aprendan a conducir y a orientar a las masas en las engorrosas, poco románticas y complejas tareas de la emancipación social.
Un dirigente popular no tiene por qué ser caudillista o iluminado. Cuidado con las palabras, porque invariablemente la derecha criminal y sus cómplices de centroizquierda aplican esos adjetivos a quienes prometen, como Marcos y Andrés Manuel, acabar con sus proyectos de destrucción total.
En su discurso de arranque de la segunda fase de la otra campaña, Marcos incurrió en un típico error de la vieja izquierda. Dijo que «las fuerzas expedicionarias de invasión en los países de América Latina las forman los gobiernos y la clase política». Suena bien y puede que sí, pero también puede que no. Pero si Calderón es igual a Lula, Bachelet a Uribe, Kirchner a García y Torrijos a Correa, sólo resta leer en voz alta las obras completas de James Petras, hasta que el compañero Gayosso nos reciba en su seno.
En las entregas siguientes trataremos de probar que los nuevos proyectos del «divide y reinarás» del imperialismo yanqui en América Latina (incluido México, donde creáse o no la patria grande construye su destino) responden a un mando político-militar y económico centralizado y unificado. Quienes en lugar de imperialismo yanqui prefieran decir imperio a secas, no problem. Son bienvenidos