Bolivia está nuevamente bajo la más temible mirada del Imperio. Y América Latina debe respaldar al presidente Evo Morales, porque el significado simbólico de su presencia es de hecho revolucionario y porque tiene la dura tarea de volver a poner en pie a Bolivia. Y eso no se hace soplando vidrios. Los que no entienden […]
Bolivia está nuevamente bajo la más temible mirada del Imperio. Y América Latina debe respaldar al presidente Evo Morales, porque el significado simbólico de su presencia es de hecho revolucionario y porque tiene la dura tarea de volver a poner en pie a Bolivia. Y eso no se hace soplando vidrios. Los que no entienden que los pasos se dan andando como se puede en estas circunstancias donde Estados Unidos ya trazó el proyecto geoestratégico de recolonización de América Latina, están escupiendo en la cara de la historia.
Y esta es una historia muy larga de saqueos y sacrificios. No hay un país sudamericano con la historia de saqueo abierto y de larga resistencia como Bolivia. Ya en los tiempos de la conquista española se decía- con exageración claro está, pero casi una verdad- que con todo el oro de Potosí que España se llevó de ese, podría haberse construido un puente entre América Latina y Europa.
El colonialismo español destruyó mucho más en cuanto a la cultura milenaria, pero no desapareció el fermento que continuó viviendo en formas culturales diversas, en lenguaje y en rebeldía, muchas veces escondida entre las piedras , pero nunca muerta.
En las castas en que dividieron a la sociedad boliviana, los campesinos y labradores, pueblos originarios fueron llamados «indios», los trabajadores mineros, rurales y otros como el proletariado de las ciudades «cholos». Y del otro lado en una marcada división del fenotipo colonial: los blancos, como se autodenominaban los dueños de haciendas y comercios, los profesionales y otros.
Pero nada de esto hizo desaparecer los recuerdos de la lucha anticolonial de Tupak Katari (1780- 1782) y otros héroes que aún sobreviven y siguen siendo el fermento que despertó en Bolivia tantas veces.
Ese fermento que sobrevivió a pesar de la otra colonización, aquella nueva unión de los señores de las minas, de políticos y militares, el imperio de la familia Patiño, que saqueó el estaño de su país para entregarlo afuera. Y las «roscas» empresariales y las dictaduras unas tras otras. Y si había dictaduras es porque había resistencias y las hubo y fueron parte de la historia más reivindicativa de América Latina y estaban los mineros y su famosa entrada a La Paz, los campesinos, siempre obstinados escondiendo su piedra en cada mano y los luchadores eternos.
Pero de aquel pasado tan largo de contar y tan fuerte como los rostros de los que trazaron caminos, surgieron estos presentes.
Las luchas por el agua, por la no entrega del gas ¿de dónde surgieron si no hubiera habido ese pasado?. Las nuevas luchas de finales del siglo XX, cuando se había terminado la dictadura feroz de Hugo Bánzer que fue transformado -por el mismo imperio que lo puso en 1971 para formar parte de la cadena del horror sudamericano- en un «demócrata» del mercado de la nueva forma dictatorial y global que arrasó en la década de los 90 y siguió arrojando pobres masivamente a los arrabales de la miseria.
Y el saqueo continuó eternamente cumpliendo la ley imperial de arrancar recursos hasta empobrecer y convertir en desierto a los países de ese extenso Tercer Mundo.
Pero Bolivia se alzó en sus caminos y montañas, en sus ciudades, en las nuevas luchas y allí se forjaron las nuevas dirigencias. De allí surgió a fines del 2005 el primer presidente indígena de Bolivia y de la región: Evo Morales. Reivindicación largamente esperada por los pueblos y horror para los colonizadores que siempre están allí.
Y entonces la historia de las desestabilizaciones, de la guerra sucia, tan bien trazada por el imperio en sus doctrinas contrainsurgentes o la Guerra de Baja Intensidad y todos sus capítulos siniestros se pone en marcha. Y juegan con un nuevo elemento. La desaparición de las mejores dirigencias durante las pasadas dictaduras han dejado un hueco y ha producido un fuerte divisionismo en sectores que se llaman de izquierda.
Y se exigen revoluciones, donde no las hay pero hay comienzos de caminos y pasos gigantes. Morales, en condiciones absolutamente desfavorables por lo que encontró en la destrucción de los últimos años dio pasos gigantes. Y tocó los hidrocarburos, precisamente el petróleo y el gas que como dicen en Bolivia «están insertos en el imaginario colectivo del pueblo boliviano asociados a triunfos y derrotas históricas, heredadas de padres a hijos por lo menos en las últimas tres generaciones y son símbolos del ser nacional».
Dos nacionalizaciones previas a la decretada el 1 de mayo de 2006 por Morales fueron la de la Standard Oil Comnpany que dio orígen a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), y la segunda a inicios de los años 70 cuando era Ministro de Hidrocarburos, Marcelo Quiroga Santa Cruz nacionalizando la Gulf Oil Company. Qruiroga Santa Cruz a mediados de esos mismos años 70 fue asesinado por los dictadores.
Evo retomó la propiedad de los hidrocarburos para el pueblo boliviano «que había sido entregado a las petroleras trasnacionales, en la tristemente célebre ‘Capitalización’, durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en el año 1996, mediante la maniobra más siniestra de los últimos 30 años de gobiernos neoliberales, porque vendió el país y con esta acción destrozó cualquier posibilidad de crecimiento y de autodeterminación. Más que una capitalización, ese hecho político signó la neocolonización» escribió recientemente María Bolivia Rothe.
Gonzalo Sánchez de Lozada corrido por la rebelión del pueblo boliviano había entregado todas las empresas al capital extranjero. O casi todas porque el pueblo puso cuerpos y manos y muertos para impedir la entrega total.
De todo esto, del ingreso al ALBA, el proyecto antihegemómico que integran Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, de otros avances casi increíbles, de la desesperada carrera por educación y salud, hechos revolucionarios si los hay, nadie habla.
Tampoco se cuenta la historia de lo que el poder mundial y sus antiguos y renovados cómplice internos están haciendo para levantar muros en el camino de Evo. Es claro y transparente que hay que exigir siempre lo máximo a un mandatario que llegó por voluntad del pueblo. Pero es revolucionario saber cuál es lo máximo que se puede pedir en determinadas circunstancias. Aquí se vale demandar en los términos propios de una izquierda verdadera, pero no se vale la demanda que se asimila a la del poder destructivo del imperio. Hay sociólogos del mundo que trazan la agenda de gobiernos, lejos de estas realidades y estos pies que mal huelen, por caminar descalzos . A ellos también les cabe llamarse a la humildad.
Hay exigencias y demandas y advertencias de errores que son claves, precisas, necesarias. Pero están las que fogonea el imperio desde la sombras y a esas no las podemos repetir desde nuestro lado, porque la contrarrevolución también viene envuelta en lenguajes aparentemente revolucionarios.
Y si hacemos la lista de todos los pasos dados por esa contrarrevolución, antes incluso de que Morales accediera al poder, sería asombroso comprobar en cuantas envolturas viene la desestabilización que precede al zarpazo. Y entonces ya no hay «inocencia que valga». El discurso de los que demandan por ir más lejos, jamás puede entroncar con el discurso de las castas del poder ni de la embajada de Estados Unidos, siempre trabajando para golpear y obstaculizar cada paso.
Quedan muchas cosas por hacer y habrá quienes no cumplen y quienes llegan con apetencias de poder y los mecanismos del pasado. Pero eso es imposible de prever porque el sistema ha sido efectivo en la cultura de los individualismos feroces. Y si hay errores hay que ayudar a corregirlos y exigir su corrección, pero jamás usarlos para ganar políticamente sobre otros, si esos otros son compañeros de ruta y si estamos en el mismo camino y por la misma lucha. No basta con decir que otro mundo es posible, pero hay que saber construirlo. Y ese mundo no se construye con consignas o discursos incendiarios, sino con humildad y previsión revolucionaria. Estos son los tiempos y Bolivia debe estar acompañada por todos. Sabemos que la unidad es la única posibilidad de resistir al colonialismo que está de vuelta en este azaroso siglo XXI, de las guerras coloniales. El imperio ha superado la etapa neocolonial para ir crudamente al colonialismo rampante como vemos en Irak . Y a nosotros sólo nos queda la unidad para no perder otro siglo.