Debemos preguntarnos si ha quedado atrás el tiempo de los partidos políticos. Por supuesto que existen, pero sobre todo como plataformas o vehículos para alcanzar la postulación; es decir, su función se limita alarmantemente a servir de plataforma o procedimiento para las elecciones, a todos los niveles si se quiere. Tal parece pues que se […]
Debemos preguntarnos si ha quedado atrás el tiempo de los partidos políticos. Por supuesto que existen, pero sobre todo como plataformas o vehículos para alcanzar la postulación; es decir, su función se limita alarmantemente a servir de plataforma o procedimiento para las elecciones, a todos los niveles si se quiere.
Tal parece pues que se ha olvidado el tiempo en que los partidos encarnaban o representaban corrientes ideológicas o «visiones del mundo», ofreciéndolas como opciones políticas y sociales que definirían las tendencias electorales. No deseo generalizar pero en México, sin duda, es así, y me temo que la tendencia se impone de una manera u otra en todos los países y regiones. Adelanto la idea complementaria: los individuos, o si se quiere los nombres propios, tienen en política hoy más vigencia que los esquemas de ideas y las preferencias ideológicas; y, sin duda, los movimientos sociales amplios más influencia que los partidos.
En el caso mexicano la tendencia ha llegado a extremos sorprendentes. Es verdad, hace algunos años, bajo la vigencia del «presidencialismo autoritario», se repetía que el PRI no era un genuino partido político sino en el mejor de los casos una «agencia de colocaciones» en manos del presidente en funciones. Y también con razón que las alusiones a la «tradición revolucionaria» y al «nacionalismo» resultaban barata retórica, sin mayor significado en el comportamiento político de los «jefes máximos» de cada ocasión. Es verdad, sin embargo…
Los todopoderosos presidentes de cada sexenio encontraban relativos obstáculos a su voluntad sin trabas, sí, también entre quienes, dentro del partido, tenían otras convicciones y visiones. Y además, porque relativamente debían atender a las exigencias de sus bases sectoriales (sobre todo CTM y CNC, a través de sus líderes sempiternos o de ocasión), para no debilitar y dilapidar su poder concentrado. Con el tiempo esas relativas limitaciones se fueron diluyendo, hasta no significar ya serios obstáculos o trabas. El conjunto se hizo cada vez más dócil y sumiso. La tradición nacionalista y reformadora casi desapareció cuando la visión neoliberal invadió los altos mandos de la política y del PRI (sobre todo al Presidente y a sus «guardianes ideológicos») y, en verdad, la vida institucional y los poderes en México se convirtieron sólo en un medio al servicio de la nueva ideología (privatizadora y reformista en un sentido antisocial y antinacional: recordemos el destrozo del artículo 27 constitucional).
Debe decirse entonces que el PRI ya no es siquiera polvo de aquellos lodos. Sin jefe nato es como «gallina sin cabeza» en el gallinero, ideológicamente desea quitarse cualquier mención que lo aleje del centro sobre todo hacia la izquierda, y sus actuales coordinadores parlamentarios, que jamás se distinguieron por sus convicciones, parecen asumir la condición de servir mansamente a los poderes (fácticos e institucionales) que gobiernan el país, en la práctica a la extrema derecha.
Es una lástima que Beatriz Paredes, mujer inteligente y con cultura, en estas varias semanas como Presidenta del PRI no haya dado aún señales de vida y renovación. ¿No puede? ¿Se lo impiden la presión y la mano dura de los poderes reales en México? ¿Las influencias sobre el partido le impiden cualquier desviación? Nada desearíamos más que el PRI, bajo su presidencia, pudiera asumir otra cara, ¿pero es posible? ¿O ha pasado realmente el tiempo de los partidos políticos y la esperanza es inútil? En todo caso, sería una lástima que pasara más tiempo sin verse la mano de Beatriz Paredes.
Hablar del PRD es hablar de un partido que en buena medida ha dilapidado su prestigio y función de izquierda en batallas facciosas que se resumen en guerras por los puestos y posiciones. ¿El partido de la izquierda? Bien, pero en su historia ya no tan breve diremos que han sido magras, por no decir nulas, sus aportaciones a la visión de una izquierda en México. Es verdad: en sus inicios a finales de los ochenta y otra vez en la primera década del siglo, patrocinó dos candidaturas de izquierda de extraordinaria importancia en la historia mexicana: Cuauthémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Las derrotas más que discutibles de ambos sólo subrayan que en nuestro tiempo los liderazgos personales son más importantes que los cuerpos de ideas y doctrina.
El triunfo del PAN en las dos últimas elecciones recalca también que los poderes reales gravitan ya en ese partido o están muy cerca del mismo. Hablo de los poderes reales de la economía y del círculo político que representa, más allá de su pertenencia formal o no al partido, y por supuesto allende las fronteras porque en tal fuerza están asociados los intereses nacionales y los transnacionales.
En un tiempo, los partidos políticos parecían necesarios para el desarrollo democrático, en todas partes. Ahora los partidos están deslavados y apenas se nota su existencia más allá del anecdotario político: han sido suplantados por los poderes económicos que deciden sobre las cuestiones sociales y políticas que verdaderamente importan. Es por eso seguramente que sólo en los márgenes se discuten las cuestiones económicas, que parecen ya decididas de una vez y para siempre, cuando la discusión prolifera sobre el guiñol de la política.