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La demanda marítima boliviana y el interés de Chile

Fuentes: Argenpress

Una delegación de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de Chile, compuesta por parlamentarios de la Concertación y de la derecha se encuentra en la Paz. Serán recibidos por el Parlamento Boliviano y autoridades del Gobierno del Presidente Evo Morales. Creo que la ocasión es una buena oportunidad para relanzar el […]


Una delegación de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de Chile, compuesta por parlamentarios de la Concertación y de la derecha se encuentra en la Paz. Serán recibidos por el Parlamento Boliviano y autoridades del Gobierno del Presidente Evo Morales. Creo que la ocasión es una buena oportunidad para relanzar el debate franco y abierto entre nuestros pueblos sobre la demanda marítima boliviana y las medidas de acercamiento y confianza mutua que hemos construido bilateralmente en el último tiempo, así como las posibilidades reales de avanzar en el tema de fondo.

De tiempo en tiempo y desde hace ya demasiados años, la demanda marítima boliviana vuelve a ser tema de conversación entre los chilenos, aunque desafortunadamente, todavía no consigue convertirse en un asunto capaz de motivar un debate abierto, franco y constructivo entre nosotros. Alguna vez, esto ocurrió fruto de la declaración de algún personero boliviano, en otras tantas, la cuestión salta a la palestra a propósito de las opiniones vertidas por alguna autoridad de un tercer país, como precisamente acaba de ocurrir con motivo de las declaraciones de una alta autoridad peruana. La mayoría de las veces y especialmente en el último tiempo, el tema resurge a causa de la crisis energética que asola a nuestro país y de las obvias relaciones mentales casi automáticas que los chilenos hoy por hoy hacemos entre los vocablos Bolivia y gas.

Hay que convenir, sin embargo, en que la cuestión carece de una genuina entidad conciente y permanente en el conjunto de nuestras preocupaciones nacionales. Excepción hecha de nuestro Norte Grande, donde por razones históricas y geográficas, las relaciones chileno bolivianas son un tema de cotidiano interés y cercanía.

Muy probablemente, la razón por la cual el asunto tiende a permanecer como en la penumbra, oculto bajo la alfombra, se deba a su muy conocida condición de tema tabú. Efectivamente, la cuestión de la demanda marítima boliviana se cuenta, entre aquellos asuntos conflictivos, espinudos y peligrosos y por lo mismo virtualmente intocables, respecto de los cuales se saca la cuenta que es aconsejable decir lo menos posible y si se puede, mejor todavía no decir nada en lo absoluto. Casi como en un acto preventivo de autodefensa.

Es bien sabido que la mayoría de los potenciales opinantes, sean estos dirigentes políticos, académicos, intelectuales o especialistas en relaciones internacionales con cierta reconocida autoridad como para hacer algún comentario informado, tienden a concluir que respecto de Bolivia es mejor quedarse callados. Salvo para decir generalidades, palabras de buena crianza o expresar buenos deseos de que algún día se alcance una solución satisfactoria y aceptable para las partes.

Pero casi nunca para decir algo sustantivo. Con algunas muy contadas y honrosas excepciones, como la del embajador y experto internacional Luis Maira, quién es uno de los pocos especialistas que se ha atrevido a arriesgar opiniones y a proponer cursos de acción específicos y hasta mencionar plazos para su ejecución práctica.

En general, es bien sabido que el que se atreva a contradecir la política oficial, que dicho sea de paso parece consistir paradójicamente en no tener política explícita, o al menos no una que sea públicamente conocida (bajo el pretexto del sigilo, la reserva o la prudencia), se expone a ser avasallado por el todopoderoso, implacable e irrebatible pensamiento único sobre la materia y por lo mismo, a ser blanco de gruesos epítetos tales como antipatriota, vendepatria o entreguista, entre otros calificativos semejantes.

En verdad, los casos de asuntos capaces de producir tal alto grado de inhibición, incluso entre los casi siempre muy locuaces parlamentarios, dirigentes políticos y líderes de opinión en general, son tan sobresalientes como escasos. Los mismos suelen generar una especie de mutismo automático, o en su defecto, producir un extraño fenómeno de disociación entre el pensamiento genuino y la palabra hablada y una distancia todavía más sideral con la palabra escrita.

La cuestión provoca al mismo tiempo una especie de doble pensar, como diría George Orwell, que hace que escuchemos a menudo referirse a la cuestión de la mediterraneidad boliviana con expresiones tales como: ¨esto así como está, simplemente no da para más¨; ¨hay que pensar las relaciones con Bolivia con perspectiva de futuro¨; ¨yo personalmente, soy partidario de hacer esto o aquello¨. Pero agregando sin falta el corolario inevitable y acostumbrado: ¨naturalmente que lo dicho es solo para tu consumo y en la confianza que nos tenemos. Como comprenderás, no hay agua en la piscina para decir algo semejante en público, mucho menos por alguien en mi posición.¨

¿Pero en que consiste este pensamiento único, esta especie de verdad nacional inconmovible que se presenta como palabra revelada e incuestionable sobre la demanda marítima boliviana?

Consiste en primer lugar, en la afirmación categórica y unilateral según la cual Chile no tiene ningún problema territorial pendiente con Bolivia, puesto que nuestros actuales límites fueron fijados en el Tratado de 1904. Se agrega a continuación que dicho Tratado no es revisable, puesto que se trata de un instrumento intangible, por definición y doctrina.

Se menciona luego que Chile otorga todo tipo de facilidades a Bolivia para que acceda al mar, que nuestro país esta dispuesto a reanudar relaciones diplomáticas a nivel de embajadores ¨aquí y ahora¨ y que no parece bueno ni constructivo que existiendo una tan amplia agenda de asuntos bilaterales de mutuo interés que tratar, Bolivia insista majaderamente en querer hablar solo y siempre de lo mismo: su insatisfecha aspiración a tener una salida soberana y útil al Océano Pacífico.

Esto es lo esencial de nuestro discurso oficial, que como se ve se afirma preferentemente en argumentos históricos y jurídicos. Pero no es todo, el argumento central se sazona con consideraciones que hablan de la permanente inestabilidad institucional boliviana como un obstáculo para un diálogo bilateral auténticamente serio y constructivo y respecto al uso que frecuentemente se suele dar en Bolivia a la cuestión de la mediterraneidad, como factor de contención o de agitación en el plano de la política interna.

Como una cosa lleva a la otra, frecuentemente se oye también decir que el argumento según el cual Bolivia debe buena parte de su subdesarrollo económico, e incluso su inestabilidad institucional endémica a su enclaustramiento marítimo, sería enteramente falso e interesado. Para argumentar este punto se arguye que existen muchos casos de países con extenso litoral que sin embargo son inestables y subdesarrollados, mientras que hay otros países que igualmente carecen de litoral marítimo como Bolivia y que sin embargo, son naciones estables y prósperas.

Adicionalmente, no faltan los que nos recuerdan, como si hiciera alguna falta, que los territorios que añora Bolivia fueron conquistados por Chile en una guerra cruenta en que soldados chilenos ofrendaron su sangre y sus vidas.

Para cerrar el círculo, los amantes de las encuestas nos hacen notar que los estudios de opinión demuestran que los chilenos somos abrumadoramente contrarios a conceder una salida al mar a Bolivia, bajo cualquier título.

Por supuesto que si seguimos paso a paso esta línea argumental, habría que llegar a la conclusión inevitable de que estamos ante un problema inexistente. Una especie de fraude, una ilusión, un asunto que es punto menos que un invento boliviano que le sirve de pretexto a sus políticos para el consumo interno, como excusa intentar mitigar sus propias incapacidades y renuncios.

Habría que concluir además, extremando el argumento, que Bolivia no tiene mar, nunca lo ha tenido (a decir de algunos historiadores audaces) y tampoco le hace ninguna falta tenerlo, ni ahora ni en el futuro.

Así las cosas, el pensamiento único concluye que lo más cómodo y conveniente, y hasta lo más sensato, sería darle largas al asunto y por el momento otorgar extrema urgencia a la política de no hacer nada de nada, dejando que el tiempo transcurra, para que como en cuestión de amores, cure las heridas y lo cubra todo con el pesado mando del olvido, cuando no de la resignación. Todo esto, claro está, sin dejar de mencionar siempre que es preciso hacerlo, que respecto de la agenda bilateral con Bolivia, no hay temas excluidos, de ninguna manera.

Esta declaración de la agenda sin exclusiones, que parece de perogrullo en cuanto a una relación entre dos estados soberanos, aunque cueste creerlo, representa todo un avance no menor de la expresión política más dura y tradicional del pensamiento único, el que hasta no hace mucho tiempo no hubiese hecho jamás semejante precisión con visos de concesión. Puesto que la misma, como es obvio, conlleva un implícito que no es otro que el aceptar que el complejo asunto al menos se puede tocar en los contactos oficiales.

Hay que recordar que hasta no hace mucho tiempo, los halcones de la Cancillería, que no es ni con mucho el único lugar en donde anidan, habían convencido a tirios y troyanos de que no se podía aceptar de ningún modo que Bolivia intentara siquiera introducir el tema en cualquier encuentro bilateral o multilateral. O sea, le habían dado la categoría indiscutible de cuestión inexistente.

De modo que las instrucciones perentorias que tenían nuestros diplomáticos y que probablemente todavía estén vigentes, les mandaban a decir, si acaso la reunión era multilateral, que tratándose de un asunto estrictamente bilateral, Chile consideraba que aquel foro no era el apropiado para abordar el asunto, como precisamente acaba de ocurrir en el marco de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, OEA. Mientras tanto, si el tema era introducido por diplomáticos bolivianos en algún encuentro bilateral de manera directa o indirecta, se debía responder sin falta que el tema no estaba en la agenda previamente pactada, por lo tanto…

Lamentablemente, las cosas no son tan simples como las postula el pensamiento único, por lo que bien vale la pena revisar sus planteamientos para escudriñar en su solidez.

Partiendo por el final, hay que reconocer que efectivamente parece ser que los chilenos no son partidarios de buenas a primeras de dar satisfacción a la demanda boliviana. Y valdría la pena reflexionar sobre las razones por las que mayoritariamente se piensa y reacciona de este modo.

Me parece que esta matriz de pensamiento hegemónico tiene que ver con que la cuestión ha sido tratada tradicionalmente desde la óptica de los juristas y los historiadores, para no mencionar a la iconografía militar. Pese a que a estas alturas, todos debiéramos ser conscientes de que se trata de un tema de orden esencialmente político, al cual se le debe dar una solución también política.

Dicho esto, y para empezar a razonar, creo necesario preguntarse de que modo se sirve mejor y de modo más permanente a los intereses de Chile, ¿otorgando o no otorgando lo que Bolivia reclama?

En este punto quiero adelantar que en mi opinión, es perfectamente posible concluir en que se sirve mejor a nuestro interés nacional accediendo en otorgar a Bolivia, al menos una salida útil y expedita hacia el Pacífico. Y aunque quisiera que aquello se obrara por razones altruistas, de buena vecindad y en pro de la integración regional, me propongo demostrar que se puede llegar a esta conclusión atendiendo a razones egoístas y sirviendo a nuestro propio y si se quiere mezquino y estricto interés nacional.

Para empezar, no deja de causar sorpresa que al menos entre los entendidos en la materia, se hable tanto sobre la globalización y las tendencias inevitables a la integración y no se saquen las consecuencias prácticas del caso. En este nuevo marco, y especialmente en el plano hemisférico, regional y vecinal, es preciso advertir que nuestra posición tradicional respecto a la demanda boliviana adolece de una debilidad básica, profunda y de muy serias y graves consecuencias políticas prácticas.

Ella consiste en su falta de popularidad o aceptación externa, lo que significa que aparece como seriamente imposibilitada, aunque todavía no del todo, para generar solidaridades y apoyos amplios y estables, incluso entre los países latinoamericanos.

A título de ejemplo, todos recordamos la ocasión en la que el ex presidente Ricardo Lagos en la Cumbre de Monterrey, salió al paso de los planteamientos del entonces presidente Meza de Bolivia, en una intervención muy celebrada en Chile, en la que concluyó ofreciendo ¨relaciones diplomáticas aquí y ahora¨. En aquella oportunidad, al ex presidente Lagos, según la propia prensa consignó, le tomo cerca de 45 minutos exponer la posición de Chile, mientras que el mandatario boliviano le bastaron escasos 10 para exponer la propia y hasta podríamos suponer que bien podría haberse tomado todavía menos tiempo para decir lo suyo.

Lo que en este caso los minutos quieren representar, es que cuando se sostiene una postura de naturaleza compleja, que requiere ser explicada en detalle para que sea entendida y asimilada, se está ante una posición negociadora débil y desventajosa, por no decir imposible.

Quizás sea esta la razón esencial por la cual los apoyos a nuestra política a este respecto se ven crecientemente mermados. Lo anterior tiene que ver, a su vez, con la circunstancia de que la demanda boliviana es por el contrario percibida con creciente interés, simpatía y comprensión.

Está visto que para muchos gobiernos, la causa boliviana es apreciada como justa y razonable. Es decir, la perciben como una demanda capaz de generar simpatías, adhesiones y solidaridades genuinas y estables, sin que todo aquello signifique mala voluntad en contra de Chile, en un sentido general. Aunque es preciso decir, es vox populi entre los gobiernos latinoamericanos, que nuestra posición es crecientemente vista como indiferente, insensible, decimonónica y hasta arrogante.

Así las cosas, se puede contar en que no pasará mucho tiempo antes de que nos veamos completamente aislados y abandonados a nuestra suerte respecto a este asunto particular, en primer lugar, en nuestro propio entorno regional. Y acto seguido y por las mismas razones, también en los foros mundiales.

Por más que algunos insistan en ponerlo majaderamente en duda, la cuestión de la mediterraneidad constituye un asunto genuinamente crucial para el conjunto de la sociedad boliviana. Una piedra en el zapato, una pesada mochila de sentimientos y resentimientos que de continuo amenaza con hacer estallar la unidad política boliviana en pedazos.

Si aquella amenaza llegara a adquirir visos de inminencia ¿Cómo cabe imaginar que reaccionarían las potencias hemisféricas y regionales, empezando por los EEUU, siguiendo con Brasil y pasando por la República Argentina y el propio Perú?

¿Cabe siquiera imaginar que aquellos países, entre otros, permanecerían impasibles y cruzados de brazos observando el cuadro de disgregación que se avecina, con su secuela de catástrofe política, económica y social y con toda seguridad migratoria, les caería fatal e ineludiblemente sobre sus propias cabezas?

Es más probable y realista estimar que todos esos actores se empeñarían a fondo y con todos los recursos disponibles para favorecer que la cuestión encontrara una respuesta satisfactoria para Bolivia. Por cierto, en primer lugar presionando fuertemente a quién hubiera necesidad de presionar, es decir a nosotros.

En cualquiera de los escenarios descritos, o en ambos juntos, Chile podría verse colocado en la incómoda posición de tener que negociar sin margen de maniobra y de espaldas contra la pared.

Entonces, desde el punto de vista de la muy posible evolución desfavorable de la coyuntura internacional para Chile, hay que volver a preguntarse, ¿como se sirve mejor el interés estratégico de nuestro país, encarando de una buena vez el asunto o dejando las cosas en el limbo retórico y dilatorio en que hoy permanecen?

Por otra parte, Bolivia necesita acceder al mar como Chile necesita el agua que nuestro sediento norte reclama. Bolivia necesita superar su enclaustramiento marítimo con la misma ansia y urgencia con que los chilenos necesitamos acceder al gas que fluye abundante del fondo de la tierra boliviana. Entonces, porque razón no ver la creación de condiciones que permitan normalizar por completo nuestras relaciones bilaterales como una oportunidad preciosa para procurar el desarrollo de nuestro empobrecido norte y como una solución lógica y natural para nuestras carencias energéticas.

¿Como se sirve mejor a este respecto tan práctico como urgente, de manera más lógica e inteligente al interés concreto de Chile?

Finalmente, creo preciso y urgente abrir un verdadero debate nacional sobre esta importante cuestión. Un debate abierto y libre en donde cada uno pueda expresar sus puntos de vista, sin descalificaciones y con alturas de miras.

Ha llegado el momento de dar vuelta la página y actuar pragmáticamente. Los chilenos precisan ser alfabetizados sobre el valor de las relaciones armónicas y cooperativas con nuestros vecinos, a través de una pedagogía que no haga concesiones a los chauvinismos trasnochados y miopes.

El mundo ha cambiado y seguirá cambiando. Pero hay una cosa que es segura que se mantendrá por los siglos de los siglos y es que Bolivia seguirá por siempre siendo un país vecino y hermano de Chile, de nosotros, de nuestros hijos y de los hijos y descendientes de nuestros hijos.

Quizás si solo fuésemos capaces de reflexionar un poco sobre aquello, estaríamos en condiciones de enfocar este candente y relevante asunto de un modo más constructivo, propositivo y sobre todo prospectivo.