Si se aplica una determinada temperatura a un huevo fecundado, se obtendrá un pollo, pero ninguna temperatura producirá ese resultado si se la aplica a una piedra. Con estos elementos didácticos, el líder chino Mao Tse Tung explicaba la dialéctica del cambio, y más precisamente, la interrelación entre los factores internos y externos en el […]
Si se aplica una determinada temperatura a un huevo fecundado, se obtendrá un pollo, pero ninguna temperatura producirá ese resultado si se la aplica a una piedra. Con estos elementos didácticos, el líder chino Mao Tse Tung explicaba la dialéctica del cambio, y más precisamente, la interrelación entre los factores internos y externos en el proceso de cambio. Mientras la piedra y el huevo fungen como la «base del cambio», la temperatura es la «condición del cambio», es decir, el factor capaz de desencadenar los cambios. Aunque Mao pensaba que los cambios se originan usualmente en factores externos (en este caso, la temperatura), advertía que los factores internos (la piedra y el huevo, que a su vez ejemplifican distintas propensiones al cambio) debían hallarse convenientemente dispuestos para hacer realidad el cambio. La situación actual en Bolivia en relación a los intentos de imponer un esquema autonomista en el oriente del país, bien puede aclararse con ayuda de estos elementos.
La piedra
Desde la independencia de Bolivia y durante muchas décadas, el oriente boliviano estuvo librado a su suerte, lejos del mundanal ruido andino y de los ires y venires de los tiranos de turno que asolaban la vida del país. La vida transcurría apacible en el llano oriental, añorando ser parte de un Estado y una nación que por entonces no les ofrecía casi ninguna perspectiva de futuro. En esos tiempos, en que transportar azúcar del llano a las minas demoraba unos 2 meses, las oligarquías locales, parecían más interesadas en preservar sus exiguos reductos monopólicos locales. Bolivia sólo era andina, con escasos contactos con las tierras bajas. No había demandas autonómicas, tampoco quejas contra el centralismo, a lo sumo lamentos contra el aislamiento y la distancia. Aún no había ninguna base para cuestionar el poder central.
El huevo
Hacia 1871 se había hecho patente el aislamiento del oriente del país. La llamada revolución federalista de Andrés Ibáñez trazó una senda, un programa, que recurrentemente fue recuperado por los sectores propietaristas del oriente. A principios del siglo XX volvió a resonar la demanda de federalismo, y en las décadas posteriores, se fue entremezclando con otras exigencias, una de las cuáles, la de las regalías, se constituyó en una de las demandas regionales que más influencia tuvo en la formación de una clase dirigente oriental. La participación de combatientes cruceños en la guerra del Chaco, entre los que destacó por sobretodo Germán Busch, el máximo héroe boliviano de toda su historia, contribuyó decisivamente a forjar una unión andino-platense- amazónica de defensa de la heredad nacional, de necesidad de construcción de la unidad boliviana, de vertebrar al país y vincularlo entre sus tierras altas y bajas. El Plan Boham, concebido a principios de los años 40, habría de constituirse en la guía que permita esa integración entre el oriente y el occidente, que daría lugar a un país más diverso, más rico e integrado en los años 60. La discusión en torno a la descentralización se mantuvo en pie, pues el centralismo fue insistentemente visto como la madre de todos los males, por lo que había necesariamente que arrebatarle tajadas de poder. A mediados de los 90 se avanzó con la descentralización municipal, que no satisfizo las expectativas del oriente boliviano, pero tampoco desencadenó movimientos insurreccionales, como los que llevaron a cabo genuinamente las generaciones pasadas, ni nuevos cabildos como los que forzadamente organizan las actuales.
Aunque las proclamas federalistas de Ibáñez tenían por finalidad aparente plantear algunas demandas al Estado nacional, estaban aún lejos de convertirse en una fuerza aglutinadora capaz de movilizar a amplios sectores de la población para apropiarse de una porción del poder de decisiones centralizado, de igual modo las posteriores demandas de descentralización tampoco lograron ganar el corazón de la sociedad cruceña, pues aún faltaba la fuerza suficiente que le brinde sustento creíble a la promesa de la autonomía. Si bien a esas alturas la piedra se había trocado en huevo fecundado, éste aún no encontraba la energía vivificadora, aquella que pueda aprovechar su potencia y, cual varita mágica, sacarla de su confinamiento y transformarla en una nueva fuerza. Aún se requería nuevas energías, las que aparecerían pronto en cantidades industriales, en el corazón sudamericano.
La temperatura
La temperatura apareció como producto de la unión de fuerzas internas y externas en torno a los hidrocarburos y, especialmente, a las inmensas riquezas gasíferas localizadas en la faja subandina boliviana, particularmente concentradas en torno a la serranía del Aguaragüe en el departamento de Tarija, esa esquina del país donde se dibujan las últimas estribaciones de los Andes antes de ingresar a la llanura chaqueña, el infierno verde, ese camposanto que fungió de crisol de la nacionalidad boliviana, de punto de encuentro y de fusión de todas nuestras ilusiones y atrevimientos, de todo nuestro pasado y nuestras ansias de futuro. Dichas fuerzas están compuestas primordialmente por un conjunto de empresas petroleras transnacionales, empeñadas en hacerse de semejante riqueza, y sectores oligárquicos cruceños (la llamada «nueva rosca»), deseosos de disponer de esas riquezas a su arbitrio, riquezas que han sido puestas en el centro del imaginario colectivo de futuro promisorio y realizable de toda la nación en los últimos años.
La capitalización y diversas reformas se constituyeron en instrumentos al servicio de esa gigantesca maniobra para arrebatarle al país las bases de su futuro, que empezó con ofrecimientos de elevadísimas tasas de rentabilidad, pero terminó con la masacre de sus adversarios. Al principio todo parecía estar bajo control de las fuerzas oligárquicas que pretendían administrar esa riqueza, No obstante, las fuerzas nativas que intuían que el futuro se les escurría entre los dedos, empezaron a levantar la cabeza, dándose cuenta que no había gobierno, justicia, ni democracia que se percate de su existencia, si es que ellos mismos no se anotaban entre sus clientes. Con algunas movidas certeras, coparon en poco tiempo el centro del tablero. Marchas indígenas, guerra del agua, movilizaciones y bloqueos campesinos, presencia parlamentaria originaria, se constituyeron en algunas de las jugadas que descolocaron a las fuerzas tradicionales y regresivas que pretendían olvidarse de las mayorías nacionales. Esa acumulación de fuerzas tuvo su culminación en el derrocamiento de Sánchez de Lozada, el mayor artífice de esa política entreguista.
Esta fue la gota que rebalsó el vaso, pues de inmediato los sectores oligárquicos internos y sus socios externos, que en gran medida ya habían logrado controlar los recursos gasíferos, pusieron a funcionar su maquinaria, y encontraron que podían utilizar para sus fines ese gran huevo fecundado, el de las demandas de autonomía, forjadas en el oriente boliviano a lo largo de la historia. Ya que no tenían quien vele por sus intereses, debían hacerlo ellos mismos, de modo desembozado, porque a estas alturas, tenían todo que perder.
Introdujeron rápidamente el referéndum en la reforma constitucional y se ocuparon de acumular firmas bajo todas las formas de conminación imaginables, contándole a la gente cuántos beneficios obtendrían de la administración directa de sus recursos naturales, si tan sólo superaran ese escollo del centralismo secante, y se apresuraron a «agendar» su demanda mediante grandes cabildos y concentraciones ciudadanas, exigiendo ¡autonomía ya!, fijando plazos perentorios para ejecutar toda su obra. En todo ello no demoraron ni 11 meses, sin duda un rendimiento muy eficiente para un país con pies de barro y una oligarquía acostumbrada a vivir de múltiples formas de «privilegiamiento».
Síntesis
Con la pretensión de imponer autonomías con un referéndum departamentalmente vinculante en torno a una pregunta impertinente, no hay duda que el tiro está dirigido a apoderarse de la capacidad de disponer de los recursos gasíferos y, en caso dado, a dividir Bolivia, simplemente porque los intereses coaligados en torno al gas son muy poderosos y no están dispuestos a soltar su presa. En este contexto, es notable que a la sombra de estos intereses, y como corolario a la funcionalización de las legítimas demandas autonomistas cruceñas del pasado, haya emergido esa corriente de la «Nación Camba», lo que muestra que antes de estas truculentas maniobras para apoderarse de la renta del gas, dicha corriente no tenía ninguna razón de ser.
La sociedad cruceña ya estaba preñada de descentralización, autonomía o federalismo desde hace mucho tiempo. Por ello es que cualquier iniciativa tendente a arrebatar poder al centralismo kolla, debe tocar inevitablemente ese Muro de Todos los Futuros Orientales, el credo de la autonomía. De ahí que la oligarquía cruceña busca desesperadamente hacerse multitudinaria, gracias a ese manoseo de las más viejas y venerables luchas regionales. Ello a su vez fue posible gracias a la promesa de la riqueza del gas y los otros recursos naturales, sin lo cual sus afiebradas promesas quedarían como viejas reminiscencias. A su vez, ese movimiento llevó a las oligarquías de otras regiones a arrimarse al solar camba, todo lo cual ha ido generando la «media luna», un movimiento de corte separatista que hasta ahora no ha conseguido sus ingredientes básicos: legitimidad y respaldo legal.
Mientras no los consigan, los poderes fácticos internos y externos no tendrán el gran pretexto que esperan para justificar todos sus ataques a la nación boliviana. Es como la historia de los 10 centavos, que le dio a Chile la excusa para invadir Bolivia, y el tratado de 1904, que le permite justificar hasta el presente su agresión, pues al final de cuentas fueron los mismos bolivianos los que suscribieron su enclaustramiento, así haya sido sobre las puntas de las bayonetas enemigas.
¿Cómo reaccionaron todas estas fuerzas ante los sucesivos avances en la recuperación de la renta del gas, primero con la nueva ley de hidrocarburos, luego con los nuevos contratos? No les quedó otra que ocuparse de retacear la renta, de trozar el IDH al infinito, e impedir de ese modo que el Estado boliviano tenga la capacidad de usar el excedente económico para encarar un proceso estratégico de cambio estructural, sentando bases sólidas para industrializar nuestros recursos gasíferos y luego nuestros más importantes recursos naturales. De ahí que todo titubeo en la recuperación plena de nuestros recursos, en la utilización concentrada del excedente económico y en la industrialización, es dejar la puerta abierta a todos estos afanes autonomistas-separatistas.
Epílogo
Es una lástima que el horizonte de miras de las capas dirigentes cruceñas no hubiera sido capaz de abarcar a los Andes. Se quedaron encerrados en sus campanarios, incapaces de forjar una visión nacional con sabor y perspectiva camba. Así como en los años 70 sentimos que el país empezaba a fraguar en todas sus estructuras, cuando entraron a formar parte del ambiente nacional los productos, las expresiones y los estilos orientales, gracias al encuentro entre oriente y occidente que recién nomás en los años 50 y 60 se había producido, del mismo modo era plausible esperar que las capas dirigentes cruceñas intentarían proponer una visión de país que recoja lo mejor de sí mismas, pero sin desconocer al país, sin ignorarlo ni despreciarlo, cumpliendo tareas que las capas dirigentes occidentales se habían negado a asumir, prefiriendo mantener en el ostracismo y la exclusión a las grandes mayorías nacionales. Hoy esas clases, tanto de oriente como de occidente, han sido eximidas de esas tareas, porque han demostrado su incapacidad histórica para hacerlo. Hoy el país está procurando reconstruirse desde abajo, dada la defección histórica de sus elites.
Alguna vez imaginé que las elites cruceñas tendrían el valor, la visión y la sabiduría de brindarle a nuestro país un conjunto de nuevas perspectivas, que serían capaces de conducir al país mucho más allá de lo que las estrechas capas dirigentes kollas alguna vez lo hicieron. No obstante, lo que más nos han legado, es un tono quejumbroso y rezongón, y unos ojos exorbitantemente azorados con nuestra diversidad, demasiado poco como para que el país pueda montarse sobre esos escuálidos rieles. Hoy vemos que la propuesta de estatuto autonómico es el intento de darle un cariz legal a toda esta tramoya y muestra que dichas elites han caído bajo el influjo de fuerzas que no se arredran ante una eventual división del país.