El genial humorista Fontanarrosa, cuya pérdida todos lamentamos, en un célebre Congreso de la Lengua pidió una amnistía para las malas palabras, diciendo que no es lo mismo decir tonto o sonso que «boludo», cuyo apócope es «bolú», quizás la palabra más empleada por nuestra juventud. Pocas palabras de nuestro idioma tienen una fuerza y […]
El genial humorista Fontanarrosa, cuya pérdida todos lamentamos, en un célebre Congreso de la Lengua pidió una amnistía para las malas palabras, diciendo que no es lo mismo decir tonto o sonso que «boludo», cuyo apócope es «bolú», quizás la palabra más empleada por nuestra juventud. Pocas palabras de nuestro idioma tienen una fuerza y significado tan diverso como esta. Polisémicamente se la usa como insulto y expresión de indignación, pero también puede tener un toque amistoso, e incluso compasivo, como corresponde con aquel que está extraviado, existiendo un sinfín de declinaciones de ella que circulan por Internet. Así un tipo que es «piola» o que zafó, «se hizo el bolú», o es un «bolú teatral»; pero si alguien es un estúpido, se trata de un bolú esférico, inédito, o directamente un «rebolú», o «reverendo bolú», o «bolú total». O si alguien se deja usar por otro es un bolú latex, o un bolú consciente, etc.
Parece que el origen de la palabra es militar y criollo. Los ejércitos patrios y los que combatieron en nuestras guerras civiles estaban organizados con una primera línea que iba al frente con boleadoras. Las boleadoras se utilizaban para inmovilizar las patas de los caballos del enemigo; y si bien era un arma eficaz, los primeros en sufrir las consecuencias del fuego enemigo eran los que manejaban las boleadoras -llamados boludos-, por estar en la vanguardia. De ahí quedó la frase «no seas boludo», que quiere decir «no seas carne de cañón», en donde la palabra en cuestión no opera como adjetivo, sino como sustantivo.
En esta serie de notas se analizan las implicancias del discurso del presidente Kirchner en la Asamblea de las Naciones Unidas, donde cargó contra Irán por su supuesta falta de colaboración en el esclarecimiento del atentado en la AMIA, e hizo una supuesta defensa de la causa de Malvinas. El empleo de esa polémica y polisémica palabra se ve justificado, como se verá, por sus vastos alcances que lamentablemente van del adjetivo al sustantivo.
El gobierno se hace el bolú al pedir que Irán se someta a la desprestigiada Justicia argentina
La corrupción de la Justicia argentina podríamos decir que es legendaria y proverbial. No solo ha quedado demostrado en la causa AMIA, por la que hoy están procesados penalmente su ex juez Galeano y ex fiscales, que fueron los que plantaron la pista iraní; sino por sus resultados, que están a la vista de todos; y por el pronunciado desprestigio que ella tiene en la comunidad.
Recién hoy -treinta años después- se están juzgando dificultosamente los terribles crímenes que se perpetraron en la década del ’70 como política de Estado. En ese momento la vida humana pasó a no valer nada, porque -entre otras causales- la Justicia argentina rechazó metódicamente todos los pedidos de habeas corpus que se le presentaron. Si hubo alguien más cómplice que el Cuarto Poder -el Poder Mediático- con el sangriento Proceso Militar, ese sin duda fue el Poder Judicial.
Tampoco el Poder Judicial avanzó en el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad anteriores a 1976, como el bombardeo a Plaza de Mayo de 1955. Un ataque de guerra impune contra una población civil, en el que murieron cerca de 400 personas, entre ellas muchas mujeres y niños. La justicia argentina nunca dijo una palabra al respecto.
La Justicia tampoco avanzó en el juzgamiento de los grandes delitos o megadelitos económicos. A pesar que desde 1976 hasta la fecha, como si se hubiera implementado una criminal política de Estado al respecto, nuestro país fue saqueado económicamente, de ida y de vuelta, como tierra arrasada, con sucesivas catástrofes financieras como las del ’80, ’89, ’95 y 2001. Estas crisis provocaron tremendos efectos socioeconómicos que puede mensurarse a partir de considerar que se fugaron al exterior capitales por una cifra equivalente a la deuda externa argentina; o que nuestro producto bruto interno per cápita de hoy es casi el mismo que teníamos en 1976. Sin embargo no hay actualmente ningún preso por delitos económicos, ni un solo detenido VIP de cuello blanco en las cárceles del Estado, en las que solo están detenidos por delitos económicos estafadores de poca monta.
En el ínterin desde 1976 a la fecha la población carcelaria se sextuplicó. Paso de 10 mil a 60 mil presos, todos «cabecitas negras». Pese ello una sociedad aterrorizada por la inseguridad, clama para que las cárceles se agranden aun más. Al mismo tiempo el crecimiento económico del país se derrumbó, al punto de tener actualmente, según cifras del Banco Mundial, solo el 50% del ingreso per cápita que hubiésemos logrado de continuar el crecimiento registrado hasta el fatídico año 1976.
Sin embargo según esa misma fuente, la participación del ingreso del decil superior de la población creció un 50%, en donde ahora también figuran los grandes ladrones de guantes blancos saqueadores del estado y de los bancos, que de la nada pasaron a ser las grandes fortunas del país. Y al mismo tiempo la del decil inferior, cayó un 62%. En consecuencia el nivel de pobreza pasó de un 10% de la población en el año 1976, a más de un 50% en el año 2001, alcanzando actualmente a un tercio de los habitantes del país, y al 60% de sus niños.
En este proceso de descalabro humano y social, signado por crímenes de lesa humanidad y por enormes ilícitos y catástrofes financieras, durante el cual prácticamente se perpetró la rifa de un país, la distribución del ingreso pasó de una relación de siete veces entre el último y el primer decil de la población, a una relación de treinta veces, habiendo perdido terreno todos los deciles de la población, clase media incluida, salvo los dos últimos.
Por ello se puede afirmar que lo único que creció exponencialmente en Argentina en los últimos treinta años, fueron la pobreza, la población carcelaria, la injusticia social, y la administración de la injusticia, o mejor dicho la desadministración de Justicia. Ella fue la gran cómplice indispensable y complaciente, a lo largo de todo este proceso de exterminio, saqueo, expoliación, y degradación humana y social que soportó Argentina, que en la práctica significó la destrucción de un proyecto de Estado Nación.
Como fiel reflejo de esta complicidad, recientemente el juez de la causa AMIA, Canicoba Corral, ante quien absurdamente el presidente Kirchner le requiere al Estado de Irán que se someta, dictó el enésimo sobreseimiento de la Justicia argentina a favor del banquero Raul Moneta, un ex testaferro del superpoderoso banco norteamericano Citibank.
II) La Justicia argentina se hizo de entrada la bolú en la investigación del atentado de la AMIA
Por múltiples testimonios consta en la Justicia en la causa AMIA, que en la madrugada previa al atentado un helicóptero sobrevoló durante largos minutos la AMIA, como «señalando» el blanco. No solo en sentido figurado, sino alumbrándolo mediante un poderoso reflector, cosa que llamó sumamente la atención de los vecinos de la zona. Consta también que quienes dejaron en el estacionamiento cercano a la AMIA la Traffic que supuestamente se usó en el atentado, declararon un número de documento y una filiación, que corresponden uno y otra, a dos personas amigas íntimas entre sí, vinculadas con la Policía Federal. Esto pone en evidencia que quienes dejaron la Traffic, tenían un profundo conocimiento, al menos de los legajos internos de la Policía Federal.
Consta también que el reducidor de automóviles Telleldin, era hijo del comisario Telleldin, jefe de inteligencia de la Policía de Córdoba en los aciagos años del Proceso, autor de gravísimas violaciones a los derechos humanos, e integrante en esa época de lo que se conocía como «la banda de los comisarios y escribanos». Ella se dedicaba a poner petardos en las casas de los familiares de detenidos por razones políticas, para luego efectuar ofertas de compras de ellas. Y si estos no se avenían a venderla a un precio ruin y con enormes facilidades de pago, a continuación las volaban integralmente, mediante implosiones parecidas a la de la AMIA.
La justicia argentina se «olvidó» de investigar esa primera pista de la conexión local, que señalaba directamente a integrantes de nuestra Policía Federal, salvo que se presuma que el helicóptero en cuestión vino volando desde el Líbano o Irán, y haya atravesado impunemente nuestras fronteras, y que los legajos de nuestra Policía Federal están en Teherán. Posteriormente la Justicia argentina también se encargó de sobreseer a Telleldin, la segunda pista de la conexión local. No porque este haya probado cabalmente su inocencia, sino por el trato espurio e ilegal al que arribó con el ex juez Galeano y los ex fiscales de la causa, entre los que estaba el actual fiscal Nisman, por el cual, previo pago de 400 mil dólares, Telleldín pasó de imputado a falso testigo de cargo.
Con este principio, no extraña el estruendoso final que tuvo la causa AMIA, con los procesamientos del juez Galeano, los fiscales intervinientes, y también los del ex presidente Menem, el ex ministro del interior Corach, el ex secretario de la SIDE Anzorreguy, e incluso del representante de la comunidad judía, el banquero Beraja, que en el ínterin hizo pingües negocios financieros a costa del extravío de la causa.
Luego de trece años de investigación y cientos de miles de fojas, hoy el único juzgado y condenado a cuatro años de prisión por la causa AMIA, es el ex jefe del disuelto Departamento de Protección del Orden Constitucional (POC) de la Policía Federal, comisario Carlos Castañeda, por la pérdida de: 66 casetes claves con las escuchas telefónicas que había hecho la SIDE sobre el teléfono de Telleldín; la prueba reunida en el allanamiento de la casa de este; y otras que relacionaban el atentado con la Policía Federal.
Como una burla a los deudos de las víctimas y a los argentinos, en un pingüe negocio para la administración de la injusticia, se cambiaron así cuatro años de prisión para un encubridor, por la cadena perpetua que correspondería a los autores del atentado. Sobre este campo fértil, cuyas pruebas se habían «limpiado», los servicios secretos norteamericanos e israelíes sembraron en su beneficio la hipótesis de la autoría iraní. Para construir una mentira, es indispensable primero hacer desaparecer la verdad.
A este enorme papelón local hay que sumarle los papelones internacionales que significaron la negativa del Reino Unido de conceder la extradición del ex embajador iraní en Argentina, Soleymanpour, por falta de pruebas, a quien tuvo que indemnizar por su detención por pedido de Argentina. Y la caída de las órdenes de captura solicitadas por el ex juez Galeano a INTERPOL, como consecuencia del procesamiento de este y de los fiscales que las habían propiciado.
Ante este escándalo interno e internacional, cualquier institución con un mínimo de pudor y sentido común, se hubiese mandado a guardar prudente silencio sobre el tema, para reflotarlo solo con la obtención de pruebas más que contundentes. Sin embargo, como ignorando estos antecedentes y este panorama desolador de una Justicia argentina corrupta, inepta, e indigna, ciega para investigar con la mínima diligencia, pero muy atenta para recibir los interesados aportes de EEUU e Israel, nuestros magistrados y gobernantes se hacen los bolú, y le exigen al Estado de Irán que se someta de manera irrestricta e incondicional a ella ¡en base a las mismas supuestas pruebas esgrimidas por el ex juez Galeano!. O de contrario -invirtiendo ilegalmente la carga de la prueba- exigen que Irán pruebe que es inocente. Algo tan arbitrario como si ante la hipótesis de hechos violentos entre fracciones dentro del estado de Israel (autoatentado), un gobierno antisemita le exigiera a Israel que probara su inocencia.
El calificativo de infundado es lo más benigno que puede decirse del dictamen del fiscal Nisman y de la resolución del juez Canicoba Corral en la causa AMIA. Como si el dislate no tuviera límites en Argentina, máxime si se incita desde el extranjero, con las mismas «no pruebas» que decía tener el ex juez Galeano; Nisman y Canicoba Corral fueron mucho mas allá que el propio Galeano, que solo había solicitado la captura de algunos funcionarios iraníes. Dándole una vuelta de tuerca mas al disparate de Galeano, Nisman y Canicoba sindican directamente al Estado de Irán como «Estado terrorista», responsable institucionalmente de propiciar y organizar el atentado contra la AMIA.
En tal sentido, es notable como ambos magistrados se hacen los reverendo bolú respecto de los vastos alcances e implicancias de lo que dicen, que escapa la más de las veces lo estrictamente judicial, pero que le viene como anillo al dedo a EEUU e Israel ante la complicada situación que enfrentan en Medio Oriente. Como si tuvieran en mente esta inconfesable intención, en cada página de sus escritos estos dos magistrados se encargan obsesivamente de calificar a la Republica Islámica de Irán de «Estado terrorista». Que no tuvo otra ocupación desde su nacimiento en 1979, que dedicarse a cometer innumerables crímenes de lesa humanidad. Adjudicándole Nisman y Canicoba Corral arbitrariamente, de manera liviana y temeraria, cuanto atentado sucedió en el mundo desde esa fecha en adelante.
Nisman y Canicoba se basan para fundar sus cargos en supuestos «testimonios» de personas en cuyos antecedentes obran órdenes de captura de INTERPOL, por auténticos actos de terrorismo cometidos en Irán. Estas personas no explican, como corresponde a derecho, como llegaron al conocimiento de lo que dicen. Con ese mismo criterio, si cinco palestinos de Hamas afirmaran que ha llegado a conocimiento de ellos que el atentado contra la AMIA fue decidido -en el marco del secular conflicto intrajudío entre fundamentalistas y moderados que costó la vida de Rabín- por los más altos estamentos del gobierno israelí; Nisman y Canicoba también deberían librar orden de captura a INTERPOL contra la cúpula israelí.
III) El gobierno se hace el bolú al encuadrar un supuesto acto de agresión como una cuestión judicial
La cosa no acaba allí, ya que todo lo que empieza en forma desorbitada tiene necesariamente que terminar en el despropósito total. Si el Estado de Irán es el responsable de los ataques a la AMIA, y también posiblemente a la Embajada de Israel, como afirman Nisman y Canicoba Corral, estos son gravísimos actos de agresión por parte de un Estado extranjero, que deberían tener una condigna y proporcional respuesta. Comenzando con la ruptura total de relaciones diplomáticas con Irán, como reclaman los representantes del gobierno israelí; prosiguiendo con la denuncia ante el Consejo de Seguridad de la ONU, y continuando con la ejecución de proporcionales represalias, ya sea sobre el territorio o los bienes del Estado iraní.
Lo menos que haría un presidente serio o un país en serio, en el caso de que un juez y un fiscal hayan llegado a un grado de convencimiento, como para sindicar a un país extranjero como responsable de un ataque contra su país, sería el convocar a una junta de expertos en defensa y las cúpulas de las fuerzas armadas, a los efectos de que objetivamente analicen los fundamentos de esa denuncia, y que de ser cierta recomienden las medidas a tomar, dado que indudablemente la cuestión escapa largamente a la competencia de la Justicia penal.
Al respecto cabe citar el antecedente de la voladura del acorazado norteamericano Maine en un puerto cubano, a principios del siglo XX. Esta sirvió de excusa a EEUU para declararle la guerra a España y expulsarla de Cuba y del continente americano, para adueñarse de la isla y establecer allí la base naval de Guantanamo, en cumplimiento de sus planes de expansión marítima e imperial. Este es uno de los tantos ejemplos donde un «oportuno» atentado justificó el inicio de una gran guerra, como poco después sucedió también con el atentado de Sarajevo, que detonó la Primera Guerra Mundial; y el posterior en mucha mayor escala de Pearl Harbor, que justificó el ingreso de EEUU en la Segunda Guerra Mundial.
En nuestro caso, violando flagrantemente sus deberes como responsable de la defensa del país, y comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, el presidente Kirchner haciéndose el rebolú, nada hizo al respecto. Por contrario, haciendo de doble bolú o de bolú teatral, en respuesta a las presiones del lobby judío y norteamericano, fue a la Asamblea de la ONU; no a cumplir con sus deberes como responsable de la defensa del país, y denunciar la agresión, sino a requerir casi hilarantemente que el Estado de Irán se someta a la jurisdicción de nuestros desprestigiados juez y fiscal, y entregue a sus máximas autoridades para que estos los juzguen, cuando -como ya mencionamos- ni siquiera se animaron contra un banquero defraudador. Si no fuera por la enorme trascendencia que podría tener todo esto, Kirchner, Taiana, Nisman y Canicoba Corral serían dignos integrantes de la «Armada Brancaleone».
Claro que se trata evidentemente de pedir lo imposible, para que ello no ocurra, pese lo ridículo del pedido, dejando conforme a tirios y troyanos, pero sin cumplir con los propios deberes de su función; y sin velar en manera alguna por los genuinos intereses del país. Con esta actitud, sin ser consciente de ello, el presidente Kirchner descalificó enteramente el pedido de la Justicia argentina, porque de ser cierto lo que ella afirma respecto la responsabilidad de Irán en el atentado, debería haber tomado -funcionalmente y ante la ONU- una actitud enteramente distinta.
Sin saberlo, dado su poco apego a los aportes intelectuales, el presidente Kirchner con su actitud incurrió en una de las clásicas paradojas o «problemas de Gödel», el famoso lógico de la historia moderna que planteó situaciones en que una afirmación encierra su propia negativa. Como la clásica paradoja del mentiroso, «esta afirmación es falsa», que de ser cierta no puede ser falsa y viceversa, etc.
Y ese es el caso del presidente Kirchner, quién ante la asamblea de la ONU se comportó como un mentiroso godeliano, dado que de ser cierto que Irán atacó a Argentina como afirma la Justicia Argentina, su actitud como mandatario debería haber sido absolutamente distinta. Y de no ser cierto ese ataque, no debería haber ni mencionado el tema ante la ONU.
Sin embargo el presidente Kirchner presionado por los lobby israelí y norteamericano, como buen político «argentino», se hizo el rebolú y agarró por el callejón del medio de Poncio Pilatos. Reclamó a los iraníes que vayan a arreglar sus cuitas ante el tribunal de Nisman y Canicoba, dado que a él como presidente de Argentina, no le incumbe y nada tiene que ver con el (supuesto) ataque de Irán contra Argentina.
De esta torpe manera creyó zafar en una situación comprometida, ignorando que una de las principales premisas de la diplomacia y la política, tanto judía como norteamericana, es el «gradualismo». Ella consiste simplemente en llevar al otro paso a paso, mediante sucesivos empellones, como si fuera un bolú, a la situación o al lugar donde el otro no quiere o no le conviene ir.
En consecuencia ahora vendrán las presiones para que Argentina encabece una cruzada mundial, para que la INTERPOL libre definitivamente los pedidos de captura solicitados por Nisman y Canicoba, como si este fuera el eje de su política internacional. Y luego vendrán las presiones para que Argentina encabece la cruzada mundial contra Irán, para que entregue a sus funcionarios, cosa que seguramente Irán no hará, etc, etc. Así el presidente Kirchner haciéndose el bolú, ha puesto el pie en el primer peldaño de una escalada, que nadie en el mundo sabe como acabará.
De esta manera el presidente Kirchner, de la peor manera posible, «judaizó» y extranjerizó la causa de la AMIA, que no fue un atentado contra la comunidad judía, sino un atentado contra nuestro país y contra todos los argentinos. Y no lo hizo para buscar la verdad y la justicia, sino para satisfacer los momentáneos intereses geopolíticos de EEUU e Israel, a los que -como es una constante en todos los países en conflicto- poco les interesa la verdad y la Justicia, sino más bien la explotación de la ausencia de ambas en su beneficio.
Pero no solo se hicieron los rebolú los máximos responsables del Poder Ejecutivo: el presidente, el canciller, y la ministra de Defensa. También se hicieron los rebolú los máximos responsables de los otros dos poderes del Estado argentino. La Corte Suprema que tiene a su cargo la causa del atentado contra la Embajada, hace tiempo que debería haber requerido la acumulación de la causa de la AMIA a la de la Embajada, para hacerse cargo de ambas. No solo por la conexión evidente entre ellas, al sindicarse en ambas a Hezbollah como autor del atentado, sino también por ser el único estamento judicial competente para entender en cuestiones que atañen a un Estado extranjero.
Sin embargo sus integrantes ponen cara de gente independiente y se hacen los bolú, mirando para otro lado, dejando que el fiscal Nisman y el juez Canicoba Corral emprendan su insensata aventura al servicio de los intereses israelíes y norteamericanos, con la chapa de la Justicia Argentina, de requerir que el Estado iraní se someta a la jurisdicción de sus minúsculas jerarquías judiciales, y de sus interesados dictámenes. En consonancia con el presidente Kirchner y su canciller Taiana, sus integrantes también se hicieron los bolú respecto de la propuesta avenitiva iraní, para que las Cortes Supremas de ambos países estudiaran la cuestión, a los efectos de encontrar una salida honorable para ambos países, dentro del marco del derecho internacional.
Por su parte en el Congreso Nacional, que debe velar por la seguridad de las fronteras, declarar la guerra, y ordenar represalias, no se alzó una sola voz al respecto; como si esa gravísima cuestión no existiera, ni transcurriera dentro de las fronteras argentinas. Lo mismo cabe respecto de la mayoría de dirigentes y dirigentas de la derecha e izquierda «políticamente correcta». Se llenan la boca de reclamos de institucionalidad, pero para no malquistarse o para empatizar con el lobby norteamericano e israelí, se hacen los reverendo bolú respecto de la absoluta desinstitucionalización de esta álgida cuestión, como si solo se tratara de una liviana comedia de enredos, cuando la realidad indica que se trata de algo tan vital, como la seguridad de las fronteras, la seguridad de los argentinos, y nuestra inserción en el mundo.
A esta dirigencia argentina políticamente correcta, ni siquiera le cabe la excusa de haberse puesto del lado de EEUU e Israel por razones morales, dado que estos dos Estados occidentales, extraviados enteramente respecto la sabiduría judeo-cristiana, son los únicos que han legalizado la tortura; los campos de concentración de prisioneros, clandestinos y fuera de la ley; las guerras preventivas; y los actos de guerra contra civiles indefensos. Son además los dos únicos Estados en el mundo, que violando la carta de la ONU, amenazan permanentemente a otros países con el uso de la fuerza, y mantienen ocupados territorios que no les pertenecen. Nuestra dirigencia «políticamente correcta» parece no advertir que se ha puesto del lado del bando inmoral, «impolítico», e «incorrecto», que en plena era postmoderna, parece creer que todos los problemas se solucionan con el uso brutal de la fuerza.