Unos hacían política, otros generaban violencia. Unos estaban identificados con las organizaciones sociales; los otros con las oligarquías. Unos acelerando el paso para aprobar las reformas que han perseguido durante años; los otros frenando la historia a punta de racismo y agresión. Así pasaron dos días y dos noches los 145 (de 255) constituyentes que […]
Unos hacían política, otros generaban violencia. Unos estaban identificados con las organizaciones sociales; los otros con las oligarquías. Unos acelerando el paso para aprobar las reformas que han perseguido durante años; los otros frenando la historia a punta de racismo y agresión. Así pasaron dos días y dos noches los 145 (de 255) constituyentes que retomaron la Asamblea Constituyente, mientras los jóvenes que dícense universitarios -soliviantados por la Unión Juvenil Cruceñista- ponían en práctica todas sus tácticas de destrucción para impedir el proceso constituyente.
Así se encuentra Bolivia, en uno de los momentos más críticos de la arremetida de las oligarquías de corte conservador y neoliberal, las que no escatimarán esfuerzos ni financiamiento para que no se mueva ni un ápice en el país. Todo lo contrario, insistirán en la desestabilización como lo hicieron desde los conflictos de enero pasado en Cochabamba, como lo hicieron en Sucre y como lo siguen haciendo en Santa Cruz destruyendo las instituciones públicas. Como dijo el dirigente indígena de la Cidob, Adolfo Chávez, «todo proceso de cambio, provoca reacciones». Así pues las organizaciones se replegaron a sus distritos en un nuevo compás de espera.
Sucre, dentro y fuera
Dentro del Liceo Militar de La Glorieta, los asambleístas reinstalaron las sesiones de la Asamblea Constituyente -luego de tres meses- para cumplir con el mandato que el pueblo les encomendó hace un año y medio. En los alrededores del establecimiento, un cordón humano de varias delegaciones de las organizaciones sociales de todo el país realizaba una vigilia pacífica para garantizar el cumplimiento del mandato, pero a unos kilómetros de allí, turbas de jóvenes arengaban al enfrentamiento, primero con policías y después con militares.
Dos escenarios totalmente distintos. Unos, los de adentro, aceleraban el paso para aprobar «en grande» el texto de la nueva Constitución Política del Estado; los otros, afuera, enfurecidos, bajo un mando anónimo y encubierto, pretendían bloquearla a cualquier costo. Un estado de ira tal que ya no cabían las demandas: no querían saber de capitalía, ni de autonomía, como señaló la asambleísta sucrense Elsa Guevara y balbuceando argumentó que se trataba de «un pedido moral del pueblo de Sucre». Un discurso incomprensible, sin norte que sólo apuntaba a la violencia.
El pueblo asistió azorado aquellas escenas de descontrol motivadas en varios casos por el alcohol y lamentó las muertes que devinieron de la confusión de los enfrentamientos. Confusión premeditada hasta donde se pudo conocer. En cada esquina de la capital, camionetas de la Prefectura distribuyendo palos, barbijos, máscaras antigases y petardos. El desorden organizado arrojó balas de calibre 22 a 25 que no son usuales en la Policía ni en las Fuerzas Armadas. ¿De dónde salieron las balas? ¿Quiénes fueron los muertos? ¿Fervientes defensores de la capitalidad plena?
El cerco mediático
Uno de los actores más cuestionados, durante el conflicto que se arrastraba desde el 15 de agosto, fueron los grandes medios. De acuerdo a una serie de denuncias públicas, cumplieron en cadena un papel incitador de la violencia. Se conoció, por ejemplo, que a nombre de la libre expresión, los y las periodistas de esos medios acorralaban a los Constituyentes en las calles de Sucre para «entrevistarlos» hasta que llegase la turba a emboscarlos.
El discurso de la especulación se instaló en varios canales y emisoras donde se llamaba a la confrontación: «salir a defender la chuquisaqueñidad»; se creaba expectativa sobre la capitalía plena convocando a conciertos por la capitalía donde se elegía al «hombre capitalino, a la mujer capitalina, al niño capitalino y al auto mejor adornado por la capitalía».
En los formatos de algunas radios locales se reemplazó la información vía reportes, por la participación directa, en la que casi toda las voces llamaban a «la defensa de Sucre a toda la ciudadanía», al amedrentamiento por la llegada de las organizaciones sociales, preguntas dirigidas a exacerbar las diferencias raciales entre regiones: collas, los de occidente, ¿blancos?, los de la capital.
Ya el 15 de agosto, esos medios radiales convocaron a la opinión pública a salir a las calles por la supuesta muerte de un «universitario», por el cual repicaron las campanas de una Iglesia hasta el amanecer, cuando en realidad no había ningún muerto ni herido.
En radio 2000, por ejemplo, se armó un debate en el que se discutía el uso del coliseo cerrado para el alojamiento de las delegaciones de campesinos que llegarían, calificándolos de «hediondos».
En el diario Correo del Sur, el suplemento de caricaturas se dedicó a la mofa de la Asamblea Constituyente y asambleístas con tonos grotescos y peyorativos de su condición indígena, al estilo del «carnaval fascista» que puso en escena a los asambleístas con cara de burros y en escenas obscenas.
En contra parte, la red ACLO fue silenciada porque, según el Comité Interinstitucional, estaba parcializada con la Asamblea Constituyente y supuestamente en contra de la capitalía plena.
El racismo a mano alzada
«Ahí están las llamas», decían unos «universitarios» al ver partir una flota por la carretera a Yotala con dirección a La Paz, en medio de un bloqueo. La imagen de la llama, animal altiplánico, se ha grabado como un insulto denigrante en la mente de los grupos que instigaban a la violencia, cuando fueron ellos los que literalmente escupieron a los indígenas. Así también gritaron «el que no salta es llama», en algunas de sus acciones racistas en la ciudad.
Expresiones similares se escucharon, cuando la Policía se replegaba de Sucre, en la voz de una señorita sucrense que decía: «no dejen ir a los policías collas». El Comandante Nacional de la Policía lamentó la muerte del efectivo Johny Quispe quien fue linchado por una turba. «¿Sólo por que era moreno? ¿Por eso le hicieron eso? ¿Qué culpa tenía el policía de cumplir con su deber?».
Los desalojos de campesinos e indígenas en días anteriores también dan cuenta del grado de racismo y discriminación que ha asumido esa parte de la población sucrense, alimentados en gran medida por los medios locales más conservadores de Chuquisaca.
En el fondo de los discursos yace el disgusto, la desazón de tener un gobernante indígena de Occidente, lo cual ha invertido el poder que retenía el sector blanco de la sociedad boliviana. No por menos, al salir de la Terminal de Buses se encuentra el graffiti: «Unionistas en Sucre para matar collas de mierda».
No cabe olvidar el origen histórico colonial de la ciudad a partir del estatus letrado de sus habitantes, los famosos levitas y la cultura abogadil que han construido en base al valor del papeleo, en otras palabras, los «doctorcitos blancos» que tenían acceso exclusivo a la excelentísima universidad pontificia San Francisco Xavier. Hoy vemos la faceta actual de los «universitarios» de antaño.
La ubicación de los actores No es de extrañar que la Federación Universitaria Local de Sucre esté dirigida mayoritariamente por la corriente maoísta y que su dirigencia considere que en esta coyuntura debe aliarse con la derecha falangista a fin de «tomar las instituciones y así llegar a la revolución». Así reza un ex allegado de la organización universitaria.
Tampoco es de extrañar que los partidos de derecha Podemos y UN, como las minorías más sobresalientes, impulsaran la confrontación y después de lograrla emitan comunicados en defensa de la democracia dirigidas a organismos internacionales. Según informes diplomáticos extraoficiales existe una delegación en Europa «denunciando» a nombre de Jorge Tuto Quiroga, jefe de Podemos, que la Constituyente aprobada era una «aberración» y que «la Constituyente estaba entre fusiles y bayonetas», titular que fue replicado en el periódico cruceño El Mundo, sobre el cual pesan acusaciones de estar ligado a la secta Moon.
El empresario Samuel Doria Medina y dirigente de UN, por su parte, demostró la doble cara de su accionar en la política: supuestamente negociando una salida democrática para la Asamblea Constituyente y a la vez enviando a los empleados de su empresa Fancesa a los disturbios en Sucre. Esto sin contar que su secretario privado fue encontrado in fragantti con una metralleta que fue detectada gracias a un incidente vehicular.