La toma de posesión presidencial de Cristina Fernández de Kirchner marca la consolidación de un grupo gobernante que en América Latina se ha decidido a integrar una coalición independiente de la hegemonía del abusivo bushismo imperial. Chávez, Lula, Tabaré, Evo, Correa, Bachelet y Kirchner han escogido un camino centro liberal, con algunos rasgos socialistas en […]
La toma de posesión presidencial de Cristina Fernández de Kirchner marca la consolidación de un grupo gobernante que en América Latina se ha decidido a integrar una coalición independiente de la hegemonía del abusivo bushismo imperial. Chávez, Lula, Tabaré, Evo, Correa, Bachelet y Kirchner han escogido un camino centro liberal, con algunos rasgos socialistas en algunos casos, que señala un hito en el sur de nuestro continente. No en balde el día anterior se firmó el acuerdo para establecer el Banco del Sur con la integración de Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay y Paraguay, un capital de siete mil millones de dólares y un franco distanciamiento del Fondo Monetario Internacional. Es posible la integración futura de Chile, Perú, Guyana y Surinam.
La receta del Fondo Monetario Internacional para nuestros países consiste en apretarse el cinto, reducir el gasto público, mantener los salarios en un mínimo nivel, cerrar industrias no competitivas, sumisión absoluta al mercado, privatizar todo lo que se pueda, reducir el presupuesto de beneficio social, sustituir la producción nacional por las importaciones. Todo ello conduce a una merma del poder adquisitivo de los salarios, a una disminución acelerada del nivel de vida y a un incremento vertiginoso del desempleo masivo. En síntesis: hacernos tragar la píldora amarga de la austeridad.
¿Que harán los lobos de Washington ante esta emancipación de las que anteriormente fueron mansas ovejas? ¿Cómo podrán presentarse ante la Unión Europea como supuestos líderes del nuevo continente? El odio mundial generalizado contra Estados Unidos, y las nuevas autonomías, debilitan cada vez más el hegemonismo de las corporaciones transnacionales. Ya las petroleras no pueden proclamar su dominio del Medio Oriente. Los canallas corruptos como Cheney, Rove, Rumsfeld, Wolfowitz, Otto Reich y Richard Perle, entre otros, que se han apoderado ilegalmente del poder en Washington, ven que su autoridad disminuye.
Bajo Kirchner, Argentina emergió del abismo en que la había sumido el período del forajido y ladrón Menem, bajo cuyo mandato Argentina acumuló una deuda externa de 132 mil millones de dólares. El Ministro de Economía Domingo Cavallo intentó que el FMI le prestara 1,300 millones para abonar este compromiso, pero se le denegó el auxilio. Argentina llegó a tener un déficit presupuestario de 6.500 billones y los banqueros en Washington exigieron que se disminuya ese descubierto para abrirle de nuevo el crédito. A todo ello se unió la inestabilidad monetaria, la «bancarización», que consistió en situar el límite de las extracciones en los bancos a mil dólares mensuales para evitar la fuga de capitales. Para colmo, el nivel de desempleo era del 20%. Fueron los tiempos del «corralito» los saqueos a los supermercados, las huelgas y los cacerolazos. Con Kirchner las reservas han aumentado a 30 mil millones de dólares, ha solucionado la deuda externa y la desocupación bajó al 10%.
En las tres primeras décadas del pasado siglo XX la moneda argentina era considerada la tercera más fuerte después de la libra y el dólar. En ese mismo período la Argentina pasó a ser el segundo exportador mundial de trigo: el área sembrada creció de 200 mil hectáreas, en 1872, a doce millones y medio al comienzo de la Primera Guerra Mundial. La red ferroviaria se multiplicó por cuatro y el crecimiento, en el período 1880-1914, propició que el número de industrias pasara de veinte mil a 950 mil y el número de obreros ascendió de 174 mil a 420 mil. En los años veinte el país disponía del mismo número de teléfonos per cápita que Estados Unidos. De 1870 a 1914 la población aumentó en un 400%. Los salarios e ingresos eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, España e Italia. Toda esa inmensa riqueza fue engullida por la ineptitud, la corrupción y el autoritarismo de los gobernantes.
Juan Domingo Perón y su mujer, Eva Duarte, supieron interpretar los anhelos de una vasta masa proletaria desguarnecida y vulnerable. Eran los descamisados que padecían los privilegios de quienes habitaban en las lujosas mansiones en Palermo y en las quintas junto a las extensas chacras ganaderas. La Argentina que fue potencia mundial, la gran exportadora de carne y granos, dejó el cascarón de una ciudad con apetitos de primer mundo y un ejército de miserables. A esos los condujo Perón en una cruzada que dejó un vasto prestigio político y un escaso rédito económico.
La dictadura de Juan Carlos Onganía instauró un modelo autoritario, clerical, corporativo y consagró el país al Sagrado Corazón. Solamente durante la tiranía de Jorge Videla las organizaciones de derechos humanos reportaron 25 mil desaparecidos, que es el eufemismo que designa a los asesinados por los militares. El general Galtieri sumió a la Argentina en la humillación de la derrota de las Malvinas y dejó un legado de centenares de muertos en combate.
Este es el legado que recibe Cristina Fernández, de cuya destreza política mucho dependerá el futuro de la nueva Argentina.