La falta de cultura política y la ausencia de espacios de confrontación de pensamientos (lo que Fidel llama «lucha de ideas») ha provocado la satanización en el occidente de Bolivia de vocablos y conceptos como «autonomía». En el oriente del país, sustituya autonomía por estado plurinacional y obtendrá el mismo efecto perverso. El gobierno del […]
La falta de cultura política y la ausencia de espacios de confrontación de pensamientos (lo que Fidel llama «lucha de ideas») ha provocado la satanización en el occidente de Bolivia de vocablos y conceptos como «autonomía». En el oriente del país, sustituya autonomía por estado plurinacional y obtendrá el mismo efecto perverso.
El gobierno del MAS ha pasado en dos años de pedir el voto negativo para las autonomías departamentales a reconocer posteriormente el error (tras la derrota por goleada en cuatro departamentos). Ha pasado de diferenciar entre autonomía y separatismo para recientemente volver a satanizar los pedidos autonomistas igualándolos a deseos secesionistas. Siempre al calor de la coyuntura y «respondiendo» al accionar de los prefectos y comités cívicos de la «media luna» (los citados cuatro departamentos autonomistas: Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija). Entre tanto, el gobierno ha insertado, para limitar la departamental, dos tipos más de autonomía, la indígena y la regional, amén de la existente a nivel de municipios. En resumidas cuentas, hemos pasado de vivir en un estado tremendamente centralista a un país con más autonomías (cuatro) que marraquetas en una familia pobre.
La oposición cívico-regional no ha tenido más imaginación y cintura política que «resucitar» los estatutos de autonomía redactados en julio para hacerfrente a la nueva constitución del Estado. Estatutos soñados a imagen y semejanza del «desideratum» extremo, es decir maximalistas a todo dar, superando incluso los postulados academicistas del federalismo. ¿Algún estado federal regula para sí mismo la migración interna como pretende el estatuto de Santa Cruz? ¿alguno se atribuye la facultad de crear empresas propias «nacionales» para explotar hidrocarburos como quiere el «gobernador» cruceño Costas?
¿Qué estado y país quiere esta oposición? ¿Uno, autonómico, uno federal o uno confederal? En cada uno de estas tres posibilidades, las competencias de los «gobiernos departamentales» varían consustancialmente. ¿Porqué no comenzamos por ahí? La delimitación de las competencias es lo que marca precisamente la identidad de un país, de una nación de naciones, como es Bolivia.
¿Está el gobierno dispuesto a ceder competencias como salud y educación a los departamentos, siendo estos temas de mayor sensibilidad y proximidad al ciudadano? ¿Podría delegar estas dos competencias como lo ha hecho para las autonomías indígenas, las antiguas Tierras Comunitarias de Origen, las TCO? ¿está preparado para enfrentar a médicos y maestros, férreos opositores a cualquier medida de descentralización? Y para los de la acera de enfrente, ¿está dispuesta la «media luna» a considerar competencias como los hidrocarburos y la tierra como exclusivas del gobierno central pues ambas hacen al equilibrio, justicia e igualdad de todos los bolivianos?
La autonomía, sea el nivel competencial que tenga cualquier estatuto, debe contentar tanto a los ciudadanos que desean vivir menos atados al centralismo como satisfacer al propio Estado que no deja de ser el que delega tareas, siempre en función de una mayor eficacia para vivir mejor. En este sentido, cabe preguntarse: ¿estarían los ciudadanos y ciudadanas de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija satisfechos con el nivel competencial pensado por el MAS en sus cuatro tipos de autonomía? Parece que no. ¿O desean, por identidad o sentimiento, arrancarle más al centralismo y sentirse así más cómodos en un país unido y diverso? ¿En este deseo de gobernarse a sí mismos, hasta donde quieren llegar? ¿A una autonomía o a un estado confederal?
Todas estas preguntas deberían ser resueltas en la mesa, con el dialogo y el consenso. Sobran huelgas de hambre, sobra imposición, sobra violencia y decisiones de facto. Falta debate y deseos de llegar a acuerdos. Sobran insultos, lista negras de «traidores» y apaleamientos callejeros. Sobra satanización del otro y faltan espacios públicos de debate, en ambas trincheras. Sobra verticalismo y falta democracia radical. Porque sólo a través del pacto, los denominados estatutos autonómicos (leáse federalistas) podrán ser negociados con el poder central, el único capaz de legalizar y viabilizar los recursos económicos, financieros y materiales para que la autonomía, cualquiera que sea, sea puesta en la práctica. Hasta ese momento, los estatutos de la «media luna» aprobados este sábado 15 de diciembre serán sólo papel mojado. Y ambas partes los saben.
Asimismo, solo la negociación sacará de la «clandestinidad» al gobierno, sus actores y su constitución de la vida social y política de los departamentos de la «media luna». Pasadas las Navidades y el Carnaval (auténtica fiesta ineludible en Santa Cruz, Beni, Tarija y Pando), no habrá otro camino para las dos «comparsas» en litigio.
Me acuerdo ahora que durante la campaña a las presidenciales de 2005, el entonces candidato a vicepresidente, Alvaro García Linera, colocó como modelo de convivencia a Bélgica, país donde hasta hace meses, convivían pacíficamente valones y flamencos. Ambos con su cultura propia, con sus lenguas diferentes, ambos de espaldas en un mismo estado, ambos con sus propios medios de comunicación. Sin mezclarse. Hoy en día, Bélgica está a punto de desaparecer, a punto de ver con sus ojos la independencia de la próspera Flandes. ¿Queremos algo así para Bolivia? ¿Vivir de espaldas y con odio entre cambas y collas, a pesar de los lazos sociales, culturales y incluso familiares, que nos unen? La «mejor» manera de llegar a una situación «a la belga» es encerrarse en las propias creencias, que son las mejores por supuesto; en divinizar las ideas de los nuestros y satanizar al otro y sus aspiraciones que son legítimas en tanto que son democráticas; en seguir igualando autonomía y/o federalismo con separatismo; y en esconder detrás de populares ansias autonomistas intereses de castas que se aferran a sus privilegios, a sus millones de hectáreas. Así que la próxima vez que oiga la palabra «autonomía» e intuya que le están hablando de otra cosa, diga como el ya famoso taxista del más exitoso spot gubernamental de los últimos años: «pariente, a mí no me la charlan».